15 de abril de 2024

NUEVAS COSTUMBRES

 




Ya les conté que en Navidad los Magos de Oriente se portaron estupendamente conmigo proporcionándome toda clase de adelantos técnicos que desconocía y que, algunos, me han facilitado la vida como no podría imaginar.
Estas cosas nuevas me hacen recapacitar y a lo mejor todo lo que me sigue molestando es una nueva forma de vida que he de aceptar, tendré que acomodarme a estas nuevas costumbres que siempre he entendido como mala educación, fracasos, incultura y salvajismo, falta de amor a las cosas y desprecio por lo ajeno.
Tendré que acostumbrarme a ver cómo han destrozado el paisaje de mi alma, esa vista única que tenía Trujillo y que los desmanes municipales, autonómicos, incumplimientos, voracidad económica, actuaciones delictivas y todo lo que se les ocurra, han destrozado en nombre del dinero y la crueldad más infinita aplicada a una herencia de siglos.
Tendré que acostumbrarme a que aquí nunca haya tren. A escuchar las ocurrencias más insalvables de boca de responsables políticos a los que pago con mis impuestos esperando de ellos sentido común, verdades o razones capaces de entender. Es posible que si no nos quitaran lo poco que tenemos sobre raíles pudiéramos remontar. Recuerdo mis viajes en el Ruta de la Plata a León y sigo echándolo de menos. No me puedo acostumbrar a creer que a nadie se le ha ocurrido reponerlo. Razones habrá muchas, pero sinrazones más.
Ahora que empezaré a salir a andar por el campo tendré que acostumbrarme a sortear los alambres de espino que cierran los antiguos caminos por los que transitaba, porque son zonas de placas solares a las que uno no se puede acercar bajo ningún concepto, aunque hayan invadido sin piedad nuestros paisajes, cerrado el paso a los arroyos y dejado sin sitio a los pájaros.
Voy a ver si me acostumbro a las colas para todo, a no saber qué pasa con las calles llenas de personas sin rumbo, a las citas previas que no funcionan, a los puestos de trabajo en remoto para funcionarios de atención al público, a los médicos que me atienden por teléfono según yo pida, como si supiera cómo tienen que atenderme y por no molestar les explico mis dolencias como se me ocurre. 
Me acostumbraré a ver el centro de las ciudades abandonado y la periferia invadida de coches que ocupan espacios abiertos a los que se traslada el comercio que recomienda sobre todo la compra por internet y cobra las bolsas de papel como si fueran de plástico. Tendré que hacerme a la idea de que es normal ver a masas de personas disfrazadas de futbolistas, medio desnudas en invierno y verano, sin respeto a los espacios que ocupan y menos aún, a los congéneres con los que se cruzan.
La vida me está cambiando a marchas forzadas. Me hago intransigente, me cuesta cambiar, me molesta todo lo que invade los comportamientos sin explicación alguna, me solivianta el descaro adolescente, me cuesta aceptar que me llamen “cariño” al ponerme un café o despacharme tomates. Las nuevas formas de convivencia que emanan, aunque no lo sepan, de las barbaridades que escuchamos a diario de los gobernantes, no son fáciles de digerir. No sé si voy a intentarlo.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 15 de abril de 2024.


1 de abril de 2024

VIDA FÁCIL

 



Amanecemos cada día con hallazgos sobrecogedores que tienen a facilitarnos la vida, a hacérnosla más larga o a creer que todo va exactamente como lo programado y sin fallos.
Para digerir tan magnos acontecimientos intento abrir el cartón de leche obedeciendo a la consigna “abre fácil” y me levanto los pellejos de los dedos, destrozo la forma del habitáculo lácteo y recurro a las tijeras de podar para ponerme esa pizca de leche sobre el café, la que queda después de haber sacudido violentamente el artefacto una vez destrozado.
Intento leer lo que ayer no pude y achaqué al cansancio, pero se ha puesto de moda imprimir en tinta gris, con una letra diminuta para ahorrar espacio y sin otra finalidad que hacerse los modernos. No puedo, ni con la luz del sol sobre el papel.
Se me ocurrió decirle que sí a las actualizaciones del ordenador, y me he quedado sin saber cómo se manejan las nuevas funciones, me avisa a todas horas de que el disco duro está lleno y amenaza con desintegrarse (imagino), y que bandadas de virus me van a atacar sin piedad, sin vacuna alguna al alcance, que no sea la de cambiar el aparato previo pago de la millonada que exigen.
Ahora, cuando intento consultar el tiempo, me piden que me dé de alta en una nueva aplicación para lo que he retener una clave que esa misma aplicación genera y que tiene cuarenta y tantos dígitos, signos, mayúsculas, minúsculas y algunas cosas que desconozco. Si le digo que no, que quiero mi clave de siempre, se enfurece y me repite por activa y por pasiva su creación, la que he de memorizar. Opto por mirar al cielo por si amenaza lluvia.
Saco a pasear a mis perros por la noche, y de paso voy a tirar la basura. Craso intento. La bolsa de los plásticos no cabe por el agujerito del contenedor, con tapa cerrada a cal y canto, tengo que llevar los cartones y papeles plegados, limpios y ordenados por tamaños para que quepan por la ranura del otro depósito, asimismo clausurada con devoción por los servicios de limpieza, y no digamos ya si la de las botellas intento ponerla en su sitio: no, no, no a nada que no sea cristal. Me pregunto qué hacemos con las etiquetas, dónde deposito los tapones, qué hago con la bolsa en la que los llevo si el de plástico no se abre. Agradezco la vejez de mis perros que, sabedores de mi lucha cotidiana con los contenedores, se han sentado a esperar ver el final de mi desesperación.
Dentro de lo cotidiano están las etiquetas que no hay quien despegue y que dejan rastro infernal en cualquier superficie, las toallitas quitamanchas de los restaurantes que cumplen su misión ampliando la mancha y haciéndola irreversible, las cervezas cero cero que emborrachan, los zapatos que hacen daño, las gafas que molestan en la nariz … y muchas cosas más.
A lo mejor lo de la inteligencia artificial arregla estos desmanes y nos hace la vida fácil, porque hasta ahora, con la inteligencia natural no hemos tenido éxito.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 1 de abril de 2024.







19 de marzo de 2024

DESPERTAR

 

Vivimos rodeados de peligros que nos acechan constantemente, y es tan reiterada su presencia que pueden llegar a hacerse cotidianos. Ahora que he leído el último libro de mi adorado Luis Landero y escribe en él “pasaba como en las guerras, que, en cierto momento , por cansancio, por desidia, por pereza de seguir en la lucha, o acaso porque ya se han olvidado las nobles causas de esa lucha, se firma la paz, aunque sea deshonrosa: cualquier cosa con tal de descansar al fin”, me doy cuenta de que es verdad, que sigo viendo atrocidades que se cometen sistemáticamente y sufro un segundo, y decido callar porque alguna vez tendré que descansar.

Contemplo actuaciones de monjas que se meten a restauradoras del patrimonio del convento. Les tejen o bordan con iniciales faldumentos a los cristos para evitar que se muestre en exceso la ingle como pórtico al pecado. Conocí una barbaridad de un sacerdote que, dedicado al noble oficio del serrucho, mutiló los genitales de un cristo único casi en la historia del arte, y le adosó una creación propia tallada con la navaja con la que comía, y pretendía representar un paño que no dejara ver ese “sucio libertinaje” del tallista original. Este sacerdote, que encontró una vocación frustrada de ortopeda en los manejos de las tallas de la parroquia en la que proporcionaba tales desmanes, rompió los brazos del crucificado colocándole articulaciones para que sirviera de yacente, resucitado o embalsamado, según su criterio, sin mucho acierto en las aplicaciones metálicas que le colocó. Aunque estas intervenciones para generar movimiento en la quietud suelen ser frecuentes, la de este cura no resultaba precisamente acertada.

Cuando los concejales de parques y jardines acceden por primera vez al cargo, lo primero que compran es una motosierra. Acaban con todos los árboles de los lugares en los que sientan sus reales destrozos, y sin importarles si los árboles son centenarios o malas hierbas, arrasan con toda la masa vegetal porque la consideran enemiga personal. No digamos ya si los árboles tienen nidos de pájaros, o a los volanderos les da por ir allí a pasar la noche: la muerte por decapitación, la arboleda la tiene asegurada. 

Estos concejales de medio ambiente, parques y jardines odian a los pájaros, no soportan los árboles, cortan las fuentes de agua para que nadie beba, asfaltan de manera inmisericorde calzadas, caminos vecinales, e inventan acerados por donde nadie transita.

También estamos acechados por arquitectos que se empeñan en dejar su sello en medio de edificaciones centenarias. Desconocen el valor de las placas conmemorativas, con las que podrían dejar la marca que ellos creen poseer, en lugar de arrasar con arquitecturas vernáculas, romper conjuntos históricos, y provocar el terror y el reproche a los vecinos (que no tienen arte ni parte en esas intervenciones) de los visitantes que por primera vez ven lo ocurrido y exclaman: ¿cómo habéis dejado que hagan esta barbaridad?

Nos merodean personas que se ganan la vida colocando cubos de basura impracticables en las puertas de las iglesias, que se limitan a cambiar el color de los detritus sin explicar cómo colaborar, o sancionar a los que no están dispuestos a madrugar o a acostarse después de la diez para dejarles hecho el trabajo a ellos.

Luis Landero, me has despertado. Sigo en la guerra sin ver posible el armisticio.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario Hoy de Badajoz el 18 de marzo de 2024.


6 de marzo de 2024

LA CULTURA

 


Reconozco que la situación actual me produce desasosiego. Me afectan mucho los acontecimientos nacionales e internacionales. Me ha dolido la muerte de Navalni (y no sé si debería gustarme o no el personaje), pero su asesinato me ha parecido de una crueldad superior a cualquier cosa que pudiera imaginar sobre Putin. Los asesinatos en masa de Israel sobre Gaza se veían venir, porque desde hace muchos años Israel depreda Gaza hasta hacerla desaparecer en medio de la indiferencia mundial. De ese asunto tengo cierta coraza que se refuerza al dejar de ver volar las cometas de los niños gazatíes, no sé si por falta de cometas o por falta de niños. Sigue impresionándome la guerra de Ucrania, la fortaleza de esas personas que ponen sus vidas en el frente para evitar que les arrebaten sus tierras, religión, tradiciones e hijos, a los que se llevan impunemente para cambiarles el nombre y el aspecto. Me horroriza la hambruna de África, me entristecen los incendios, me acobarda la impunidad ante la conservación del patrimonio mundial, y si me pongo a mirar de puertas hacia dentro entonces se me saltan las lágrimas: voces, irregularidades manifiestas, descaro ante el incumplimiento de la ley redactada sin consensos, robos a manos llenas y luego amnistiados, ausencia de empatía ante el dolor de la muerte de antes y de ahora… es como si viviera en un mundo desolador en el que hay muy pocas escapatorias para ser feliz a pleno pulmón, pero tengo escapatoria.

Desde hace mucho tiempo, desde que tengo uso de razón y mi padre me regaló Alicia en el país de las Maravillas, he encontrado la forma de escapar a la angustia que me proporciona el entorno. La Cultura (con mayúsculas, sí) es la ventana que nos permite escapar al mandato sistemático del horror y la inmoralidad que nos atenaza los sentidos.

Leer nos permite escapar sin molestar y sin que nos echen de menos. La música nos baja la tensión, nos relaja y doblega el espíritu. A veces nos hace llorar de emoción, de placer o de no sabemos qué, pero nos embarga el ánimo. La pintura nos transporta a otros mundos, nos enciende los sentidos y educa el gusto. Nos enseña a ver con ojos de otro y aceptar esa visión como propia sin necesidad de discutir, aunque no estemos de acuerdo. La fotografía nos brinda imágenes que el ojo humano no es capaz de detectar. Nos fija para siempre acontecimientos que no van a volver, retiene en el papel miradas que jamás se volverán a producir y podemos guardarlas para siempre y nos transportarán a ese instante que no retornará. El teatro es la vida ajena que se hace propia y nos enseña de la experiencia de otros. No hay nada inventado, aunque lo parezca, podemos salir de nuestra angustia y vivir la que nos regalan en escena, el humor, la tragedia, la generosa exposición de sentimientos ajenos que se vuelven propios en un espacio de tiempo tan corto como para permitirnos cambiar de vida sin casi darnos cuenta.

Así hasta una y otra, y otra, de las manifestaciones que hacen Cultura, ese concepto que no interesa a los que mandan, porque nos hace sentir fuera de ellos, libres, y sin dar mucha importancia a sus luchas, mandatos e imposiciones. 

Continuará …

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 5 de marzo de 2024.



19 de febrero de 2024

LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA

 


Este maravilloso organismo lo imagino como un lugar con poca luz, lleno de estanterías de madera oscura y poblada de increíbles volúmenes de libros encuadernados en piel, que contienen los textos más adorables de la literatura mundial, los tesoros mejor guardados por los coleccionistas más avezados que, en contra de su voluntad y después de muertos, han encontrado en ese lugar el depósito de sus desvelos en vida.

Imagino a los sabios académicos transitando entre anaqueles, hablando en voz baja, leyendo bajo la luz de lámparas de luz tenue y tomando decisiones atrevidas con respecto al tesoro más valioso que tenemos los cientos de millones de personas que hablamos español.

He creído siempre que con conocimientos de literatura, lingüística, ortografía, biblioteconomía y especialidades afines eran capaces de afrontar la avalancha de palabras que se precipitan sobre nuestro acervo. Con emoción he visto la incorporación de Asunción Gómez Pérez como experta en inteligencia artificial y luchando a brazo partido para que el español forme parte fundamental de la comunidad científica internacional, de lo que se puede deducir que, a pesar del aspecto imaginado por mí, la Real Academia se mueve y está viva como siempre, y cada día un poco más joven.

Ahora me pregunto: ¿hay psiquiatras entre los académicos?, ¿hay psicólogos?, ¿hay intérpretes de lo que se quiere decir?

Me vuelve loca intentar saber cómo nos van a explicar el nuevo sentido de mentira por cambio de opinión, cómo me van a contar que ahora el arrebato independentista con violencia manifiesta no es punible, qué me van a decir ahora de los nuevos artículos que preceden a los géneros, cómo es la explicación que van a implementar acerca del perdón incomprensible para todos y qué palabra va a sustituir a la de amnistía, quién se va a encargar de las nuevas definiciones de zorra como calificativo, y no como denominación de especie animal, cómo vamos a ser capaces de entender a los académicos cuando intenten explicarnos los nuevos modos de manifestaciones íntimas, ahora que la intimidad como actitud y palabra ha desaparecido.

Nuestros académicos son lúcidos, tienden a la conversación permanente, se respetan, discuten para aprender del otro o recoger en sus escritos personales los chistes que el contrincante le relata, se echan de menos cuando uno desaparece por razones de edad, elaboran maravillosas ceremonias para recibir a los nuevos, trabajan sin cesar en diccionarios más que voluminosos e incorporan palabra tras palabra, y por miles, las nuevas expresiones emanadas de cualquier fuente del lenguaje. No se quejan mucho, piden dinero para sus funciones con mesura, se buscan las habichuelas reclamando financiación externa para no molestar demasiado, y dan esplendor a ese gran tesoro que pulen con un amor de gobernanta de la plata de palacio.

No quisiera pensar que se pueden volver locos, que esa enfermedad, ahora pandémica, de la mente, se adueñe de la de nuestros académicos, porque resulta casi imposible tratar de explicar qué es de lo que nos están hablando, cómo nos lo van a hacer digerir, qué van a poner en el diccionario para que no los tachen de miembros de unos u otros partidos, y cómo van a poder relatar una broma ajena sin le acusen de depredador de algo.

Si les sirve de algo señores académicos, yo les admito y quiero como son. 

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 19 de febrero de 2024.


5 de febrero de 2024

MILES

 



A pesar de creer que vivo con los pies en la tierra, a veces me cuesta pensar que mi mundo es real.

Como cualquier ama de casa paso mucho tiempo echando cuentas para llegar hacia donde quiero destinar mis ingresos, que son habas contadas.

Si me centro en esta necesidad o en aquella, o espero unos meses más para poder afrontar lo que se avecina.  Saber los meses en los que se pagan los seguros de todo, que no valen para nada porque está todo en tenguerengue y nunca responden ante cualquier evento, pero si no los pago parece que llamo al mal fario. Afrontar averías imprevistas de coches, electrodomésticos, multas, matrículas infantiles, necesidades ajenas…etc, provoca este conteo de posibles, que son ya un hábito y no resultan molestos, porque son un modo de vida como cualquier otra.

Lo que me crea mucha inquietud es saber cómo se pueden administrar con sensatez esos miles de todo lo que nos rodea. Miles de millones que ganan bancos y no sé muy bien para qué. En teoría esta gente está para prestar al necesitado, pero no, están para miles de miles de millones, con la esperanza en el futuro de los billones. Los miles de millones de las eléctricas, que se embolsan nuestro sudor y se lo reparten entre accionistas siempre descontentos, pero tampoco sé muy bien para qué tanto beneficio propio, si lo ajeno, que es lo que parece que atienden, está desatendido y la mayor parte de las veces violentado (no tienen más que asomarse al paisaje de Trujillo y ver qué es lo que están haciendo con sus miles de millones de servicio público).

¿Para qué dejan ganar a los cruceros esos miles de millones? Están arrasando las playas y las ciudades en la que atracan los barcotes esos llenos de miles y miles de personas que desembarcan a comprar imanes para las neveras de sus casas a miles de millas de distancia.

¿Cómo es posible que no dejen de ganar miles de millones las petroleras? ¿No es cierto que a los que contamos con los dedos el remanente mensual nos obligan a calentarnos con placas solares o estiércol ardiendo? ¿En qué se gastan ellos esos miles de miles de millones que ganan?

Sigo pensando como ama de casa y me pregunto que esa gente de los miles de millones cuántas veces al día come, se baña en agua caliente, duerme en colchones de plumas o se perfuma con aromas exclusivos. Cuando cuestiono estas cosas en voz alta me dicen que soy ilusa y absurda. Que la gente que atesora nunca tiene bastante, que sus almacenes de avaricia son insaciables y el espacio es inagotable, que el tener por tener es su única razón de existir y que el dinero, en cualquiera de las formas que pueda adoptar: lingotes de oro, yates, coches, viviendas, extensiones territoriales, obras de arte, vestimenta absurda, apariencia exótica o vida irracional, es lo único que les hace vivir.

Sigo echando mis cuentas y me niego a aceptar la locura de unos cuantos a cambio de la pobreza que lleva a la muerte por hambre al resto.

Es escandaloso que sigan presumiendo de tener cantidades incomprensibles. Es vergonzoso que lo consideren un éxito en sus pobres vidas. Me producen verdadero rechazo sus apestosos negocios. No quiero formar parte de sus vidas. Aléjense y compren Marte, que está a la venta.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 5 de febrero de 2024.

23 de enero de 2024

DECIDIR

 


Paso quince días anotando temas para escribir esta columna. Cuando llega el momento, la mayoría son tristes, desasosegantes, me incitan a la protesta constante, quiero abandonar, pienso en sacar un vuelo y perderme a ayudar por ahí, o buscar el pueblo en el que pueda entrar con mi coche sin etiqueta y echar una mano en su despoblación… ¡yo qué sé! Todo lo anotado se vuelve inservible en un plazo de tiempo tan corto, que no entiendo el empeño en seguir buscando temas que provoquen la respuesta de los lectores, o que el periódico decida si sigo o me voy.

Si repaso las reacciones de los lectores que alcanzan a ver la columna (no muchos, porque está sometida a restricciones informáticas y soy yo la que la distribuye de forma particular, al haber desaparecido casi los periódicos en papel) siempre reaccionan con cariño inmenso a mis recuerdos familiares, a las apreciaciones viajeras, a los descubrimientos de espacios únicos, o a mi amor inagotable por Trujillo. Ya está. No hay otro tema que toque que incite a la reacción abultada, y hoy, frente a los temas que he ido recopilando me enfrento a la decisión de seleccionar o incluso de borrar todo lo anotado.

No quiero dar mi opinión acerca de Netanyahu porque me detienen. Es mejor no decir cómo se manipula nuestra lengua en beneficio particular. El tema de la desaparición de las instituciones en manos políticas tampoco quiero tocarlo. Hablar de la riqueza exhaustiva y descarada frente a la pobreza más lacerante, es tan evidente que nada aportaría al tema que no fuera mi indignación. Que el engaño se ha instalado en las redes sociales no es motivo de sorpresa. Si me centro en el trato a las mujeres porque sí, sacaría lo peor de mí y no tendría paso lo escrito (lo guardo en mis documentos privados). Si me decanto por la mediocridad de la cultura y lo denostado de los que saben frente a los que medran, más de lo mismo anterior (al cajón de lo privado). Si les cuento de lo que me he enterado por terceros frente a actuaciones o inacciones de gobernantes, no respondería a la ética básica que debe presidir lo que uno escribe: fuentes fiables. Si me rebelo frente al abuso de los que ostentan autoridad mediocre (bancos, eléctricas, petroleras, informáticas … ) y la ponen en marcha frente a los desfavorecidos, me repito.

Tengo la impresión de que los hermanos Grimm dieron con la clave de estas dudas que me invaden. He leído hace nada El abuelo y el nieto y me pareció sorprendente que hubiera sido publicado en aquella época, donde la vejez se alcanzaba con dificultad y no había forma de protestar ante aquella situación puramente biológica. Seguí leyendo El enano saltarín, Raputzín, Las tres hojas de la serpiente, Madre nieve y así hasta terminar el volumen que cayó en mis manos de los cuentos menos populares de los Grimm, y a lo mejor he encontrado el libro de estilo de cómo se puede escribir ahora sin someterte a inquietud, no tener lectores y divertir a los fieles.

Voy a pensar estos días cómo escribo para ustedes y sigo recordando sin parar que el destrozo de la muralla de Trujillo sigue sin freno, en manos de Diamond Foundry, Iberdrola y el Ayuntamiento. A ver qué sale.