Este mes pasado han sido ocho las asesinadas a manos de sus parejas, las que tenían o tuvieron en tiempo con las que la convivencia se hizo insoportable, pero que anidaron un odio eterno hasta matarlas sin importar cómo: degüello, tirarlas por el balcón, ahorcamiento, puñaladas frente a los hijos menores, estrangulamiento, atropellamiento con el coche, golpes con resultado de muerte, ... ese catálogo atroz de formas de matar con una violencia de difícil explicación y que además de un cadáver dejan huérfanos menores que han presenciado escenas inolvidables, padres y hermanos que nunca se recuperan de ese recuerdo atroz de la forma de desaparición de la hija que, además de atender su casa, les atendía a ellos, les mandaba dinero al otro lado del mar, o del desierto, les hacía la comida todos los días porque estaba pendiente de ellos, les llevaba a los niños al colegio a la hermana que no tenía buen horario de trabajo, ayudaba a la vecina a hacerle la compra porque no podía salir del piso ni bajar las escaleras, limpiaba portales, atendía despachos de abogados (porque también asesinan a mujeres más que formadas y de un alto nivel social), cirujanas, economistas, brillantes amas de casa que escriben novelas en sus ratos libres, mujeres que se entregan a la educación de sus hijos y tienen vida propia en los ratos en los que los quehaceres lo permiten. Todas somos objeto presente, futuro y siempre posible de esa violencia posesiva, asesina, albergada en alguna parte de la mente del hombre, o del cuerpo que no es la mente, que hace pensar que se puede matar impunemente a una mujer por el hecho de serlo. Esa parte de no se sabe qué componente educacional arrastrado durante milenios en los que parece que las mujeres sólo sirven, somos como animalitos falderos a los que se puede dar una patada si estorban, ignorar si no conviene, desahogarse con palizas si el alcohol invade los sentidos del salvaje maltratador, mostrar lo más horrible del ser humano con ella a fuerza de cuchilladas, desguazar el cadáver con una sierra mecánica, meterla en bolsas de plástico y enterrarla poco a poco o congelarla como presa de caza para futura ocasión, porque a lo mejor se la come si tiene hambre.
Se firman obras escritas por ellas para que ellos figuren y sigan calzando zapatos brillantes, a los que ella está obligada a sacar el lustre de rodillas. Se pintan cuadros procurando que la firma no aparezca muy visible porque ella no es un ser digno de ser mostrado. Afloran artistas al mundo que nos hacen felices con sus interpretaciones a millones de personas, pero por ello, sólo por su éxito, en casa reciben palizas, vejaciones, encierros, hambre y robo de sus bienes y sus almas.
Es muy difícil ser mujer. Es complicado que te traten como si fueras un ser humano normal, sin más ni menos prebendas o capacidades que los del otro sexo. La demostración constante, la defensa numantina de los derechos frente a los iguales es agotadora, y los que me lean y sean mujeres, saben que no me equivoco.
Hoy he conocido a un huérfano reciente de madre asesinada frente a él, y me preguntó si había visto a su madre, que se había muerto, pero que iba a volver.
Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 7 de agosto de 2023.
5 comentarios:
Duro … muy duro
. Bastante real por desgracia .
Real como la vida misma, pero la política, los políticos, las redes sociales y quienes las fomentan y las protegen, así como los gobiernos que se dicen feministas y protectores de la mujer van con preferencia al rédito electoral.
Es la España que tenemos.
Madre mía!!! Y esto no tiene remedio?
Muy muy preocupante.
Y ayer 3.
Bravooo
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