INSACIABLES
Hace unos días, en una ciudad más grande que en la que vivo, pasé a un banco espectacular, con espacios increíbles, ambiente sereno, más o menos bullicioso por las personas que esperaban ser atendidos, pero con un aspecto impecable de limpieza y orden. Todo señalizado, mensajes para inspirar confianza: “somos tus guardianes”, “te queremos más que a nuestras vidas”, “te orientamos hoy para asegurarte el futuro”, “somos el adalid de la tranquilidad”… en fin, todo sospechoso pero bien disfrazado.
Pido número en una máquina para ser atendida, después de haber respondido a varias preguntas al aparato inánime: ¿es cliente nuestro?, ¿qué operación quiere realizar?, ¿tiene asesor?, ¿es la primera vez que usa nuestro servicio?, ¿desearía ser atendido por teléfono móvil? Indíquenos su número si la respuesta anterior ha sido sí. Respondido el interrogatorio me dan un número para ser atendida personalmente.
Cuarenta y dos minutos de espera después, sentada en unos confortables sillones blanquísimos y de acero helador, sale mi número en una pantalla e inmediatamente el trabajador de turno lo vocea.
¿Qué desea? Pregunta sin mirarme el banquero.
Cambiar este billete por favor.
Extiende el brazo, coge el billete (sigue sin mirarme) e introduce el papel en una máquina como de plancharlo. Sale el billete a toda velocidad, estira con la uña más larga la esquina de la estampita y vuelve a introducirlo en la plancha, que lo devuelve. Sigue sin mirarme y lo introduce por otra ranura de otro aparato. Sale que se mata el billete y él empieza a teclear con fruición en un ordenador que tiene enfrente.
Sigo esperando a que me mire por si hay alguna duda en la operación, pero nada. Él a lo suyo y mi billete siendo diseccionado con el mayor interés. Leyó con devoción las respuestas a mi número de atención, porque me lo pidió sin mirarme aún, y con un gracioso movimiento vuelve a introducir por una tercera ranura el billete, que vuelve a salir escopeteado de la máquina (y no sé si ya borrado, porque no volví a verlo).
Sin mirarme dice que es una operación que no están obligados a hacer a los no clientes, que cuando necesite volver a cambiar dinero vaya a mi entidad bancaria, que ellos no pueden dedicarse a hacer este tipo de transacciones porque son una empresa privada y no pública, y que me hace el cambio porque había visto que llevaba esperando más de cuarenta minutos, y en las normas de la empresa (que él ya había tratado de corregir), no aparece este aviso a los usuarios ajenos. Me advirtió, amenazante, de que no iba a volver a hacerme cambio alguno.
No sé si, conociéndome yo, tenía el sistema nervioso bloqueado por la espera, por su estupidez, por el abuso, o el ambiente “kafkiano siglo XXI” de lo que estaba ocurriendo. Se me habían pasado muchísimas cosas por la cabeza. Empecé a pensar que no era real lo ocurrido, que el billete estaba envenenado, que ese sujeto tenía una enajenación mental, que yo podría sufrir un ataque y era mejor retirarme. Ahí estuve lista: me marché para contárselo a ustedes.
El billete era de 50 euros, y el cambio que me dio fueron dos billetes de veinte y uno de diez. No me atreví ni a contarlos en su presencia.
No me cobraron nada, es verdad, pero ahora los bancos, insaciables en su avaricia, quieren quedarse con nuestra vida, mente, y paciencia. Son lo más peligroso que nos rodea.
Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 18 de septiembre de 2023.
9 comentarios:
Totalmente de acuerdo Matilde. Sergio Mena
Qué paciencia Matilde....!
🙉🙉🙉
Genial artículo. ¡Cómo han cambiado los bancos!
yo también creo que son lo mas peligroso que nos rodea...!
Qué bien descrito el absurdo.
Besos de Joaco
Otrosí: por fin un sistema de publicación de comentarios tan fácil como este y desprovisto de todo lo kafkiano de los demás, en que había que echar instancias a través de no sé qué filtros….
Genial como siempre
Muy bueno.
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