En España se nos va de las manos casi todo. La publicidad es una de esas cosas que agota porque no te deja pensar. Ha sembrado desconfianza en los espectadores y abruma su presencia entre nosotros, además de encarecer de forma exponencial y escandalosa los productos.
He dejado de ver programas en televisión, que antes seguía sin saber por qué, ya que no entiendo nada de lo que explican (los de fantasmas y elucubraciones mágicas), por razón de la publicidad que, además de desconectarme del guión preconcebido, no sé si es real o fantasía lo que explican o lo que interrumpe el discurso de los presentadores que se las ven y desean para intentar captarme la atención.
El empeño en que cambiemos de coche con unos precios según ellos asequibles, que no se sabe qué cuestan ni los problemas que acarrean si no obedecen a las pretensiones de los ideólogos del cambio climático, es acosador. Coches que van y vienen por paisajes inexistentes y con maniobras suicidas a precios escondidos en la letra pequeña que nadie alcanza a leer, y decepciona cuando se trata de acceder a ellos.
Los maquillajes que rejuvenecen con una simple aplicación de muestra y que son extraordinariamente necesarios para el devenir de la vida femenina, nunca masculina, provocan rechazo. No hay medio de evitar la edad, por mucho que se empeñen, y menos aún corregir el paso del tiempo con toda la dignidad. Esos anuncios me resultan insultantes y no deberían estar permitidos.
Las recomendaciones alimentarias están en manos de cadenas de comida rápida, que dicen los especialistas que son las que provocan la obesidad, la enfermedad y en ocasiones la muerte. Siguen siendo las más pesadas y rechazables por mentirosas, absurdas y poco imaginativas.
He encontrado una solución a este enorme problema de interrupciones de minutos y minutos sin interés. Siempre tengo un libro al lado. Si es posible, de cuentos y relatos cortos o resúmenes de artículos de prensa. En el momento en el que empieza la sordina absurda de autobombo de la cadena en cuestión, la sucesión de mujeres con varices, medicamentos sin receta, materiales de limpieza que usamos sólo las mujeres, champús que hacen crecer el pelo, tiritas que quitan el dolor de los zapatos de tacón o turrones y perfumes, quito el ruido, cojo el libro y leo con verdadero placer a Max Aub y sus feroces Crímenes ejemplares, Rosa Montero y su precioso Cuentos verdaderos, el sorprendente libro de toros de Rafael Sánchez Ferlosio Interludio taurino … y un montón más, pero una verdadera cantidad de libros de poesía, ensayo y hasta novela que exige más atención, hasta el punto de abandonar la televisión, olvidarla porque no tiene sonido, y darme cuenta de que los sucesivos periodos de anuncios insoportables no cesan.
He optado por apagarla porque no puedo soportar nada de lo que veo, que siempre es un relato continuo de noticias espantosas y provocaciones inasumibles. Ahora he vuelto a los reportajes que hacen otros con aspecto de documental verdadero, pero sin adobar de la publicidad que me atosiga y aburre. Me he pasado a la lectura sin interrupciones y el desmadre publicitario me ha ayudado.
1 comentario:
Pues no se te ocurra acudir al
Fútbol : está todo inmerso en publicidad, hasta las vallas publicitarias a ras del campo están dominadas por unos anuncios.. que cambian ostentosamente cada 10 segundos !!
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