19 de agosto de 2024

EL APARTAMENTO

 

Hace más de treinta años compramos un apartamento en primera línea de playa. Nadie a nuestro alrededor en una quinta planta sin ascensor. Nos despertaba el sol al amanecer y volvíamos a casa de noche viendo cómo la luna se reflejaba en la bahía.

Fijamos el veraneo en ese destino de por vida. Viaje trabajoso, a las siete horas empezaba el olor a humedad que venía desde lejos, y al final de la luz llegábamos al portal y, sin esfuerzo alguno, subíamos las maletas y el resto de la mudanza veraniega. Empezaban treinta días de playa, mar, compras en las tiendas de los alrededores, bajando y subiendo los cinco pisos como si fuera un premio ir y venir de la panadería, carnicería, la lonja del puerto, los olvidos de las cremas para el sol, toallas y más toallas, y cualquier capricho del adulto que mandaba bajo la sombrilla.

El mar se transformaba en nuestro elemento durante un mes. Horas intensas bajo un sol de justicia. No había paseos por la playa. Nos sentábamos a la sombra y allí nos daban las horas mirando cómo los niños entraban y salían del agua, escarbaban en la arena como si no hubiera un mañana, amontonaban piedras, ramas, algas y se codeaban con las medusas de tú a tú sin recibir muchas heridas.

Había días en los que el mar se embravecía relativamente, y los revolcones eran más frecuentes, los pequeños tragaban más agua de lo deseado y nos íbamos a comer temprano: ellos con la tripa llena y nosotros agotados de la lucha con las olas, sin ser especialmente duchos en el tema de la natación y el salvamento infantil, pero ser padres salva cualquier imprevisto a fuerza de juventud, atención impertérrita y ganas.

Fueron pasando los años y alguno de los chicos dejó de venir porque había campamentos, luego amigos, y más tarde enamoramientos que nos dejó solos a los dos al frente del apartamento en el quinto. 

Nos han construido un bloque de quince plantas enfrente y no vemos salir el sol, pero seguimos oliendo a mar. A lo largo de los años la playa ha sido colonizada y son tantas las cosas que se prohíben, que nos alegramos mucho de no ser responsables de los niños, que ya no lo son, porque tendríamos que estudiar en alguna academia antes de enfrentarnos a un mes de libertad como era lo de antes.

Ahora, como los chicos no nos acompañan, no vamos tanto a por comida para guisar: comemos en el bar de siempre el menú diario, pero sí vamos mucho a las tiendas bricolaje. Mi marido era guardia civil y muy hábil con las herramientas y cuando llegamos al apartamento lo primero que hacemos es pintar las ventanas, reponer los toldos que se han podrido, engrasar los anclajes de las puertas de los armarios, cambiar los grifos que se atascan con la cal del agua, y revisar las pastillas antihumedad que se agotan todos los años mucho antes de que volvamos a pasar el mes de vacaciones obligatorias.

No subimos y bajamos las cinco plantas con la misma facilidad y hay que turnarse. Si uno baja el otro está atento a los olvidos y, como manejamos bien el móvil, le recordamos al que se ha ido lo que no va puesto en la lista. Eso sí, un día a la semana nos vamos juntos a pasear por las aceras del puerto, donde han pintado dos carriles para que no choquemos unos contra otros y evitar que nos atropellen los carritos eléctricos de los que tienen dificultades para andar.

Todos los años veraneamos.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 19 de agosto de 2024.


8 de agosto de 2024

LA INTELIGENCIA

 


Ando a golpes con los conceptos de inteligencia artificial. Se me ocurren las cosas más peregrinas para encargarlas como por arte de magia a ese pozo infinito del saber, que parece que es de lo que se trata, manejado por pérfidos maleantes que buscan sólo el fin del mundo (sin ellos dentro, pero sin decir dónde van a parar).
Es muy posible que escribiendo estas líneas me meta en un lío fenomenal, porque no sé nada de este nuevo hallazgo y lo más seguro es que, si alguien me lee, piense para sí mismo que los que llenamos las páginas de los medios nos dedicamos a eso: a llenar páginas sin más, sin razonamiento alguno, y sin conocimiento de lo que nos atrevemos a opinar o a expresar saberes que no poseemos.
He intentado manejar un programa de esos de creación con el que le das una pista y se lanza como loco a contarte cosas, pero no me sirve. El trabajo de limpieza de esa creación no natural es muy grande. Las imprecisiones son terribles, y las confusiones demasiadas como para que pasen desapercibidas. Ese pozo infinito del saber tiene lío. Como el nivel de conocimientos y cultura de los habitantes medios de este planeta no es muy elevado, a la mayoría nos puede servir. Desde luego me ha impresionado cuando, en medio del vacío más absoluto ante la necesidad de afrontar el tema del que les estoy escribiendo, me sugirió que lo hiciera sobre ese mismo método que estaba empleando, y me pareció una presunción, pero lo acepté como reto, apagué el programa y aquí estoy con mis medios y la cabeza loca.
Cuando Alfred Nobel descubrió la dinamita, se aterrorizó ante el uso que empezaba a darse del explosivo por parte de los que lo manejaban, pero no por el invento en sí, que alargó con su uso racional la vida de los trabajadores, ayudó a construir edificios para millones de personas, ayudó en la minería, y aunque se le tachó de “mercader de la muerte”, su intención nunca fue la de matar, sino corregir los efectos de la nitroglicerina líquida que había matado a su hermano pequeño. 
Se me ha ocurrido pensar que este nuevo invento de la inteligencia artificial, que ha generado tanta controversia por la peligrosidad que, se supone, puede generar en el mundo creativo y, sobre todo, en la credibilidad de la realidad que nos circunda manejada por los medios de comunicación y sobre todo por los gobiernos enfrentados a muerte unos con otros, tiene que ser administrado con el mismo cuidado que la dinamita. Sabemos de qué se trata, de la peligrosidad que dicen que supone y de las fuentes de las que se alimenta. El aspecto con el que se presentan los resultados de esta herramienta es burdo de momento. Sí es verdad que compone canciones sin partituras previas, crea personajes que hasta su primera aparición nunca existieron, elabora textos con un simple mandato, se inventa noticias creíbles y propaga falsedades sin empacho, pero no hemos de olvidar que todo esto sale de las fuentes de conocimiento que previamente hemos alimentado entre todos los que nunca pudimos imaginar que con sólo apretar una tecla desnudábamos el alma y regalábamos botecitos de nitroglicerina líquida que, con un pequeño movimiento sin control, nos explota y se lleva la mano que lo sujetaba.
El control es sólo nuestro en origen. No echemos la culpa a nadie. Pensemos qué regalamos y a quién.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 5 de agosto de 2024.