He leído recientemente que se ha puesto en marcha la ejecución de un proyecto después de veinte años de tramitación. Un proyecto encaminado a mejorar la vida de las personas, a permitir que dos poblaciones se comuniquen casi andando, cuando ahora deben hacerlo con medios mecánicos y más de cincuenta kilómetros de distancia.
Ahora se pone en marcha, lo que imagino que va a retrasar en otros tantos el corte de la cinta, por lo que muchos de los vecinos jamás lo verán hecho realidad, además de los que se maten en la carretera, o mueran en las ambulancias, o no lleguen a tiempo al hospital.
Los plazos son los plazos, argumentan los detentores de la voluntad popular, y se escudan en que no firman porque no se fían de nadie, y que sus antecesores, vete tú a saber dónde dejaron colocadas las minas para que explotaran por si a ellos se les ocurría pisar aquel campo. Los plazos son los plazos, es el mantra que se tatúan en el pensamiento, y descansan mientras los ciudadanos siguen pico y pala pagando sus inseguridades y esperando a que las cosas que dependen de firmas se agilicen.
Cuando leo en las publicaciones oficiales la propuesta de ayudas, subvenciones, colaboraciones o conciertos de todo tipo, para los que hay que contratar a asesores financieros y contables si quieres rellenar la solicitud, pienso en esas pobres gentes que confían y creen que no tienen que anticipar lo que piden y mucho más, porque las ayudas llegarán, o no, pero el gasto hay que hacerlo. Si en medio de los plazos cambian las condiciones, no tienen inconveniente en declarar retroactivas las premisas de concesión y caen esos pobres pedigüeños en faltas que les cuestan multas inmediatas o devoluciones exprés de lo no percibido. Los plazos son así.
Entra una ley en el Congreso de los Diputados. Todos los que presentan la propuesta aplauden y se emocionan por demostrar que han conseguido cientos de miles de firmas para acreditar la necesidad de la ley y, esperanzados, aguardan las sucesivas reuniones de las múltiples comisiones que se constituyen para dar paso al clamor popular. Esperan y esperan. Los enfermos mueren porque sus plazos no coinciden con los de los burócratas y sus intenciones de destinar los fondos de los impuestos a medidas de sanación, no coinciden con las necesidades electorales. El argumento de los plazos es el que funciona, y la calidad de vida pasa a un segundo lugar.
Hay hambre en las clases medias españolas. Dicen las encuestas que un porcentaje elevadísimo de niños no tiene medios para desarrollarse en condiciones, y se argumenta que hay ayudas, pero no llegan. Los plazos de las solicitudes se consumen sin resolución. Los cursos académicos pasan y pasan. Los niños crecen mal y aprenden poco y luego nos insultan en las encuestas de formación porque España no despega. Los plazos. Las ayudas no se han resuelto, los dineros no se han repartido, los niños no comen bien, las clases extraescolares están vacías, la salud se deteriora y no se puede estudiar.
La vida es una sucesión de plazos y se acaban. Llega la muerte y no tiene solución, porque es la única certeza sin plazos.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 24 de junio de 2024.
3 comentarios:
Que verdad mas tremenda Matilde:
la vida es una sucesión de plazos !!
Así es la vida misma
Cuanta lucidez....
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