Vivo cosas a diario que no entiendo. A lo mejor si lo entiendo, pero me resultan comportamientos extraños que no soy capaz de ajustar a la educación recibida, a los modos que deberían ser habituales, o a lo que se entiende como normalidad en la convivencia cívica.
Por ejemplo, no comprendo cómo las colas en las cajas de los supermercados son el lugar elegido por muchas parejas para meterse mano, besarse como si se fueran a ver por última vez, aprovechar para manosearse los culos recíprocamente, y hacerse mil carantoñas antes de sacar la tarjeta de crédito y dar paso al siguiente en la cola para pagar, como ellos, pero más inquieto ante una incipiente sensación de soledad porque a ese siguiente, nadie le besa ni le mete mano.
No sé qué escozor permanente tienen en los genitales los hombres que, vestidos con pantaloncillos que son para hacer deporte exclusivamente o para bañarse, deciden salir de esa guisa de paseo y sus cositas ocultas se rebelan, se descolocan y pican, y ellos, que han perdido la vergüenza cuando eligieron el modelito, se rascan y acomodan en el hueco de la redecilla sus valiosos atributos en presencia de cualquiera que se cruce en el camino. Me resulta pavoroso, aunque la frecuencia con la que se pronuncia la escena quiera decir que es normal.
Niñatas de trece años les montan a sus madres numeritos escandalosos porque la progenitora se niega a pagarles operaciones de aumento de pecho, las que pagan no quieren que vayan desnudas por la calle enseñando lo que aún no tienen, y quieren que no orinen en cualquier lugar de la vía pública. Es maltrato, dicen las menores, y las mayores se enrocan en sus creencias y bien gusto, aún a riesgo de perder la patria potestad porque al juez de turno aún no le ha caído un hijo semejante. Claro que, si como vecina interviene alguien, le cae la del pulpo en el wahtsapp del colegio.
Jovencitos imberbes disfrazados de futbolistas y rapados como miembros de maras sudamericanas, pasean con botes de bebidas estimulantes ante policías municipales que no pueden hacer nada porque prevenir la violencia que genera su simple presencia no está aún contemplado, hay que esperar a que enseñen la navaja, alguien les haga una fotografía arrojando piedras a un escaparate, o la niña que quiere que le operen las tetas le denuncie por violación.
Todo esto se debe envolver en el apartado de costumbres que han de ser aceptadas y reguladas con leyes que impiden poner nombre a los sujetos, apellido a los padres, motes a los abuelos y reírse de las mascotas, porque hay leyes que protegen la mala educación, el comportamiento soez y el abandono del buen gusto a cambio de escupitajos en los campos de fútbol, gestos ofensivos, insultos irrepetibles y sospechas infundadas que rayan en el delito.
En nombre de todo este desorden, se producen acontecimientos como el que he vivido: en la puerta de mi casa hay un coche abandonado hace más de un año. He querido comunicarlo a la autoridad pertinente, pero me han dicho que ni son autoridad ni pueden hacer nada, porque no tienen acceso a los datos ya que se trata de un objeto privado. No lo entiendo.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 2 de septiembre de 2024.
3 comentarios:
Totalmente de acuerdo casi todo es producto de una mala educación ,no se tiene respeto por nadie
Matilde, de diez. Y ahora a ligar al supermercado. Yo tampoco lo entiendo.
Total mente de acuerdo Matilde
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