La España vaciada que se llena en verano, se transforma
en un verdadero infierno.
Sigo sin entender las razones que llevan a los turistas a visitarnos, a los nacionales a descubrir nuevos lugares, y a los del lugar a moverse como pollos sin cabeza de un lado al otro.
La búsqueda de lugares para descansar de la rutina habitual, se ha transformado en una tarea imposible. Si empezamos por los fines de semana, en los que los lugares de segundas viviendas se pueblan, es imposible el sosiego por los ruidos que se generan de forma gratuita y sin respeto a los otros de la misma especie.
El vecino del chalet de al lado aprovecha la madrugada para cortar el césped que ha crecido durante la semana que ha pasado en la capital ganándose los cuartos y amargándose. Va al chalet a disfrutar de no se sabe qué, pero a no dejar dormir al resto.
Los servicios de limpieza municipales se emplean a fondo los fines de semana. Hombres vestidos de forma rara, provistos de máquinas con cañones de aire, arrinconan las hojas que caen de los árboles en medio de un ruido infernal que ellos se protegen con cascos aislantes de sonido, sin importarles lo más mínimo la vecindad.
Los camiones de la basura desconocen los horarios de descanso. Sus máquinas trituradoras se enseñorean en todo momento, para que cuando llegue la cuota de la basura nadie pueda decir que allí no se recoge nada. Se recoge todo sin piedad y sin clasificar. No digamos ya cuando vacían de madrugada las bombas verdes de los cristales en medio de un ruido atronador y dejando la calzada sembrada de cascotes rotos que amenazan la integridad del viandante.
Los ayuntamientos no tienen empacho en utilizar los lugares públicos para cualquier ocurrencia, siempre alimentada por atronadores altavoces de músicas insoportables que hacen temblar los cristales aislantes, antibalas, reforzados y antitodo que los vecinos han puesto para buscar silencio. Poco a poco los cristales y el aislamiento se desmoronan sin solución, porque la música envuelve las borracheras callejeras, la ingesta de opiáceos en las calles y las juergas mal entendidas que siembran de basura lo que es de todos, y que hacen necesaria la presencia de los camiones trituradores a cualquier hora.
Las iglesias quieren que los fieles vayan a toque de campana infinito a sus novenas, para conseguir lo que con actos ejemplarizantes no son capaces de lograr. Las campanas atosigan, enrarecen los ambientes y enfurecen a los visitantes, que no saben qué está pasando ante el escándalo ambiental.
Para sostener la economía local y dotar de fuerza a los emprendedores de pacotilla, se autoriza todo lo que haga ruido. Se permite el cambio de uso de edificios históricos para alojar bodas, banquetes y bautizos con un ruido infernal y un destrozo patrimonial sin control. Se bendicen sin dilación las infracciones urbanísticas. Se usa la vía pública como propia con el uso indeterminado de vallas que cortan el paso en medio de pitadas constantes ante los cortes de tráfico aleatorios.
Puedo seguir sin parar de quejarme de la falta de silencio. Es el bien más preciado que tiene nuestra España abandonada, y también están acabando con él.
Si alguien me escucha, si puede oírme, por favor, protéjanos de este horror que nos acorrala y maltrata.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 1 de septiembre de 2025.
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