Escribo esta columna fuera de España. He necesitado retirarme entre nubes para escapar del “y tú más” que mi casa propicia a todo el que se acerca peligrosamente a opinar.
Me he traído a las afueras libros, música, un móvil que hace preciosas fotografías, de una calidad inenarrable, una guía del lugar que visito y muchas ganas de dormir.
Como me hago mayor, tengo reservado y disfruto de un hotel estupendo. He huido de las penurias y de las aventuras que en su momento viví a la caza de cucarachas en habitaciones muy baratas de alojamientos foráneos. Mi habitación tiene vistas al mar, no tengo que vestirme y salir corriendo a desayunar, me reciben con sonrisas si deambulo en busca del ascensor, me cambian a todas horas las toallas y me dejan en la mesilla cuadernillos de muy pocas hojas con el anagrama del establecimiento y un lapicero diario, por si quiero seguir dibujando.
No es fácil arrancar el hábito de la ocupación permanente, de sacudir sin mucho motivo las obligaciones que articulan lo cotidiano, pero según pasan los días, lo encuentro reconfortante. Lo necesitaba, y lo que más me está gustando es salir de casa a mejor. Es decir, no echar de menos mi cama, ni a los perros, ni el silencio, ni los atosigantes pájaros de mi jardín cuando despiertan. No echo nada de menos, estoy encantada de pasear por lugares desconocidos, entre personas que nunca había visto hasta ahora, de aspecto completamente diferente a los que me cruzo a diario, y que no se dan cuenta de que a mí tampoco me habían visto nunca. Me pasman las tiendas, que son todas iguales, pero me alucina que no me llamen para entrar. Paseo sin rumbo. No busco museos, ni bibliotecas, ni lugares de interés o restaurantes afamados. Como en la calle sin pensar en la posible diarrea, y acudo al hotel a seguir vagueando en medio de sábanas blanquísimas y estiradas como si hubiera hecho la cama un capitán general del ejército prusiano.
Vuelvo y leo sin parar. Subrayo páginas, agoto los marcadores de colores, trato de memorizar lo que me emociona e incluso llego a retener palabras que nunca había visto antes escritas. Me voy a la calle de nuevo a sentarme en un banco a ver pasar personas.
No tengo conocidos en este lugar. No voy a intentar llamar a nadie. No me comunico, ni quiero hacer esas fotos que me prometía con el teléfono. Nada. He apagado el teléfono y tampoco lo echo de menos. He metido el teléfono en la caja fuerte de la habitación. ¡Qué idea! Siempre me sentí pobre en esos hoteles en los que no tenía nada para guardar que fuera de importancia. Mira por dónde ahora el móvil es mi bien más preciado y lo he guardado en esa caja, que se puede llevar cualquiera debajo del brazo, pero que dicen que es segura. También me lo creo y ahí se queda.
Nunca veo amanecer en ningún sitio porque considero que madrugar no es educado, pero cuando de nuevo salgo a la calle, me parece que todo brilla más que el día anterior. Todo me resulta nuevo y apasionante, porque es ajeno y no me responsabilizo de nada.
Por unos días estoy viviendo al margen, y ¡qué bien!
Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 27 de mayo de 2024.
1 comentario:
Envidiable bienestar!!
Lo he disfrutado mientras tras
Leía. .
No me digas donde es porque salgo de inmediato y perdería parte de su encanto. . 👍👍👍
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