23 de diciembre de 2024

NO LLEGAMOS

 


Se acaba el año 2024 y nos pasa a todos en general que, transcurrido este periodo de tiempo de 366 días (ha sido bisiesto), no llegamos a final de mes sin deudas que se acumulan poco a poco.
No es que dejemos la cuenta en números rojos. No se nos puede ocurrir porque nos fusilan al amanecer, pasamos a listas de morosos irredentos y nos persiguen compañías, unas tras otras que se venden nuestras demoras al mejor postor y nos queman el móvil con llamadas de números desconocidos que producen terror. Eso no se puede hacer, no se puede dejar a deber nada a los bancos porque caes en el pozo más profundo que puedas imaginar.
Yo noto que no llego con alegría a final de mes porque cada vez prescindo de más cosas cotidianas, recorto los gastos que eran habituales. Espacio la compra de periódicos, no me permito tantos al día; tengo todas las tarjetas de ahorro de mis supermercados habituales; conduzco a una velocidad inferior para ahorrar dinero en el coche; no tomo tantos cafés fuera de casa y evito adornarlos con complementos de esos que se mojan en la taza; miro los escaparates desde lejos para no caer en la tentación de desarmarlos; he dejado la lotería para siempre y no me planteo salir a celebrar nada que me pueda complicar la vida.
Es verdad que en todo esto tiene mucha culpa la guerra de Ucrania, que es ese país que ha invadido el maldito Putin para arruinarnos la vida, porque yo desconocía esa potencia de Ucrania como proveedor de todo, absolutamente todo lo esencial en España: aceite de oliva, patatas, azúcar, chocolate, huevos, harinas, mantequilla, melones, naranjas… en fin, todo lo que se ha disparatado sin control alguno y que ha sumido a más del ochenta por ciento de la población española en riesgo de pobreza, aunque trabajemos, aunque nos matemos por evitar gastos y sobrevivir… y con esos argumentos sí contemplo que los ricos son cada vez más ricos, que los abandonados de la fortuna son cada vez más, y que los medio supervivientes vamos de cogote y prescindiendo de lo que es esa cosa que, cuando se pierde, resulta que era lo mejor en nuestra vida: aperitivos, cines y cervecitas al anochecer.
Veo yo que se cierran los cines, los bares disminuyen sus horarios de forma alarmante, el comercio de barrio desaparece, los de siempre se van al otro mundo y los que quedan emigran a buscarse algo mejor.
La imagen de este país triunfante y glorioso no la veo. Está todo como cogido con alfileres y los habitantes tratamos de salvarnos de la quema, que no sabemos cuándo será. A lo mejor los de cuentas corrientes boyantes las tienen ahora, además, lustrosas, pero no conozco en detalle ese nivel social.
No sé. Algo pasa que se me escapa. Crecemos más que nadie en Europa, damos trabajo a cientos de miles de personas, la agitación y propaganda de los logros políticos no cesa, pero algo raro hay que no me explico. Esto no tira.
El año próximo, seguiré elucubrando.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 23 de diciembre de 2024.


9 de diciembre de 2024

DESPIDOS

 



Una conocida mía tuvo una empresa de fabricación de sobres de papel con veintitantos empleados. Era rigurosa en los contratos de los trabajadores, porque había sido víctima de trabajos abominables a cambio de poco y a veces de nada, militaba en organizaciones de izquierda porque se creía lo de todos cuando éramos jóvenes. Se casó con un funcionario que aprendió rápidamente lo que suponía ser representante sindical, y ese marido se ganó el apelativo de “el vago”, tuvo con él cuatro hijos en muy poco tiempo y cuando la vida ya no le daba más de sí para atender a los cinco seres que dependían de ella para todo, optó por contratar a una mujer para que le ayudara en las tareas de la casa, y sobre todo mientras se ausentaba a buscar clientes, o a ferias para exhibir su producto.
A la vuelta de una de esas salidas, le preguntó al hijo mediano qué tal habían estado durante esos días, y le contó que el padre no había aparecido, pero no tenía que preocuparse porque Luci había llamado a su novio y habían dormido los dos juntos en la cama de los padres, para que no los echaran de menos. Luci les había enseñado cosas que no sabían, y el novio les había explicado asuntos fascinantes de la anatomía que compartían los hombres de la casa.
Cuando pudo cerrar la boca ante la explicación del hijo, se dirigió a Luci y le dijo sin más: “estás despedida. Recoge tus cosas y vete. Voy a prepararte el finiquito y el dinero de los días de este mes más las vacaciones que no has tenido, y te vas”. La doméstica preguntó: ¿por qué? Y mi amiga le espetó: “No has sabido distinguir entre lo que es sólo tuyo, lo que es sólo mío o lo que puede llegar a ser de todos, si lo discutimos previamente. Has utilizado la confianza en ti depositada de forma indebida con mis hijos. Me has traicionado enseñándoles cosas que sólo a mí me corresponde enseñar, por lo que has suplantado mi papel de madre sin permiso, y visto lo ocurrido, sin capacidad para ello. Te has dedicado a tareas que no están contempladas en el acuerdo al que llegamos cuando te contraté y has abandonado tu puesto de trabajo sin explicación alguna, mientras mis hijos te necesitaban. Es decir, que puedo aplicarte una causa de despido que Instituto Tecnológico de Massachusets (el famoso MIT) alega a los trabajadores infieles, a los que se les provee de todo lo necesario para que investiguen en bien de la colectividad: “uso indebido de los medios proporcionados para los fines perseguidos por usted”.
“No sé quién es Massachusets”, le respondió Lucía, aturdida ante la conversación de la señora, que le extendía un sobre con dinero y un papel que tenía que firmar diciendo que había cogido esa cantidad y que se iba a la calle, y se marchó sin decir adiós.
Digo yo que si esa fórmula de despedir se podría aplicar a los señores y señoras que se sientan en el Congreso y en el Senado españoles. Tendrían que irse a la calle, pero no creo que los quisieran en el MIT.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 9 de diciembre de 2024.




25 de noviembre de 2024

EL CAMPINO

 


Pasé mi infancia jugando en la calle. Iba al colegio y soñaba con volver a casa para estar en la calle con los amigos del barrio, haciendo cosas hoy casi prohibidas: pegar a los del otro bando, acumular palos y tablas para las hogueras de San Jorge, jugar al fútbol con balones ajenos, sentarnos a hablar de nada en concreto pero sin callar, corretear bordeando la carretera que atravesaba el barrio en dos, y donde una vez un camión arrolló a uno de los amigos que montaba en un patinete de rodamientos y lo mató, andar buscando aventuras y provocar a las madres que se desgañitaban llamándonos cuando era la hora de comer o cenar.
Entre toda esa chusma infantil, que eran mis amigos, había de todo. Los más listos, los más brutos, los pendencieros, las charlatanas, las sabias, las tiernas, los hábiles, los retorcidos, los que más pegaban, las vengativas, las elegantes, las desastrosas, los que no manejaban la cabeza, los que no crecían, las que se hacían mayores sin explicárnoslo, los que incitaban y se escondían, las inocentes que acudían a todo, los amantes de los perros, los que apaleaban gatos, los jefes mentirosos que hacían pandilla aparte y arrastraban a los inocentes, que eran los que cobraban.
Había gente con talento, enamoradizos, creyentes en la verdad. Mentirosos desde que nacían, ilusos, imaginativos, herederos de aventuras paternas que lucían como propias, presumidos de madres bellas como los bizcochos que hacían, o las madalenas que llevaban a diario al horno de la panadería del barrio, que cocía gratis mientras el calor del pan de la noche anterior se diluía. Esas madres lo eran todo porque los padres estaban a lo suyo, que no parecía que era lo de todos, aunque reconocíamos que algunos héroes de los libros que pasábamos de mano en mano se les parecían.
Éramos muchos y el lugar de juegos, “El Campino”, nuestro territorio. En las casas había jardines en los que nadie entraba sin permiso, y los secretos entre unos y otros de ese grupo de personitas corrían como la pólvora.
No nos queríamos entre nosotros especialmente. No éramos amigos del alma por los que dar la vida. Defendíamos nuestras aficiones y a nuestros hermanos con uñas y dientes, pero pensar que nos íbamos a emplear en defender al herido por la pedrada del salvaje de turno, estaba lejos de ser real. Procurábamos apartarnos lo más posible del sangriento, y tratar de justificar nuestra presencia lejos del incidente, cuando el padre del herido aparecía pidiendo explicaciones como un juez con mazo en mano para estrellárselo al que hirió a su vástago.
No sé por qué esto se me ha ocurrido justo después de ver a sus señorías en las Cortes, insultándose todos a una, despreciando el esfuerzo de algunos, queriendo colar sus cosas en medio de la tragedia ajena, pactando maldades para asegurar que podrían robar los palos para la hoguera de San Jorge sin ser trincados y mantenerse en el poder.
Mira tú por dónde, he creído volver a ver “El Campino” cuando contemplé cómo las ratas abandonaron el barco del hemiciclo sin dar explicaciones a la prensa, porque según ellos, el mensajero siempre miente.
La infancia siempre vuelve.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 25 de noviembre de 2024.


12 de noviembre de 2024

LA DEL 24

 



Ando con pena. Los ojos se me llenan de agua cada vez que veo o escucho una historia de desesperación, de héroes, de colaboración, de angustia, de saber que alguien lo ha perdido TODO.
Ese todo que se repite sin cesar es angustioso, porque he conocido esa sensación en muchas personas, cuando las circunstancias me permitieron estar en lugares de catástrofes. Es algo inimaginable. Pasas el día entero fregando, quitando barro, aliviando agua, cargando sacos, muebles, repartiendo comida y quieres volver a casa, pero… no hay casa, no hay nada, no hay cama, ni calor, ni ropa con la que cambiarte, nada que te pertenezca. Desaparece la intimidad, el sueño es una tortura, la necesidad de permanecer despierto no doblega el cansancio, y creer que el agua vuelve a asomar en cualquier momento por cualquier rincón y sin previo aviso, hace temblar al frío.
Por mucho que nos cuenten que no tienen nada, no se puede imaginar qué es eso para alguien que poseía cosas. Vivimos llenos de objetos aparentemente inútiles, pero que nos acompañan y nos hacen sentir únicos. Tenemos recuerdos infumables de bodas de amigos, los juguetes de las hamburguesas, las zapatillas de estar en casa, los libros que alguien nos firmó en una presentación, herramientas para colgar cuadros, floreros siempre vacíos, espejos que nunca se usan, la panera, el recetario de cocina… y de repente no están. Vacío y soledad, porque esas cosas eran nuestras y nos acompañaban hace minutos. Ahora sólo nos queda la vida insomne y no se sabe si fuerzas para retomarla.
Es verdad que se sale de todo. Es verdad que las vidas se recomponen y las casas se llenan, pero estos momentos son tan largos, tan incomprensibles y difíciles de aceptar que no queda lugar para pensar nada que no sea ¿porqué?
Cuando se inicie la reconstrucción de lo arrasado, recomiendo vivamente leer el artículo que el pasado día 8 de noviembre en este diario ha publicado José Manuel Moreno titulado: Negar el cambio climático.
Apelo al sentido común de los valencianos, que se dicen acostumbrados a las inundaciones. Les insto a que dejen de pensar que esto es cosa de una vez cada cincuenta años, y que “el que venga detrás, que arree”. No es fácil, no es humano, somos animales de costumbres y la tierra tira, pero la vida vale más. Tendrán que reubicarse, buscar lugares alternativos para evitar que la Naturaleza enfurecida por nuestro comportamiento vuelva a sacudirnos. Ya. Es fácil recomendar desde el otro lado de la península, es cómodo sentarse a decir que se tienen que ir, pero es que la Tierra, planeta caprichoso donde los haya, está dando patadas sin cesar a las ocupaciones que no son correctas. Da muestras evidentes de su incomodidad por nuestra presencia, por las talas de los bosques, la pesca masiva de especies, la putrefacción de los mares, el asfaltado de los cauces fluviales, la desaparición de los insectos… estamos jugando con fuego y agua y son dos elementos contra los que nada se puede hacer.
Desde 1237 hay documentadas 11 inundaciones catastróficas en Valencia (lo ha publicado El País el pasado 3 de noviembre). No podemos esperar a que esta del 24 sea una más del calendario terrorífico de muerte y destrucción. Que sea la última es mi deseo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 11 de noviembre de 2024.


28 de octubre de 2024

EVARISTO NAVARRETE

 



Querido Titín:
He ido a ver la exposición que el Museo de Badajoz (MUBA) te ha dedicado. No te iba a gustar el hecho de ver montada una exposición dedicada a tu obra y en la que el comisario Víctor Martín Medina ha diseccionado todo lo que a su paso ha encontrado de tu inmensa obra de ilusión, color y divertimento que has dejado, hace ya ocho años, que son como puñaladas en el corazón de los que tanto te quisimos y ahora te añoramos.
Esta exposición, que todo el mundo debe visitar y conocer, es el reflejo de una vida de lucha, en la que los sueños son lo más importante, para ponerlos de pie frente a un lienzo, y transmitirlos a los demás, como si te hubieras impuesto la misión de no defraudar a los que te rodeaban y hacerlos felices en la contemplación de una obra que, tildada de “naïf”, era mucho más que todo eso. En los huecos del alma, pintados a todo color, asoman de repente personajes que se repiten: el hombre del pelo y barba blancos, la vegetación que se añora, los oficios que se pierden, la exposición de la vida íntima en los balcones llenos de ropas tendidas, las cubiertas de tejas árabes fabricadas y pintadas una a una, y cocidas una a una, y colocadas una a una con la precisión de abejas que tejen panales en los que se cobijan miles de vidas que imaginabas y hubieras querido conocer, sin otra pretensión que aprender de sus bromas, saber si se les podría querer y si se dejaban abrazar, como tú hacías siempre que nos veíamos.
No te apetecía hacer nada que trascendiera más allá de las galerías en las que exponías o de los concursos en los que participabas, y compaginar tu vida de funcionario público con esta pasión por el arte, no era fácil, pero resultó provechosa, hasta que el sueño pudo con la realidad y la producción se incrementó, y mejoró, y creció más allá de nuestras fronteras diminutas de conocedores de ese arte que dicen infantil, pero que nos provoca la atención que todos deseamos despertar en quien nos contempla con el desdén del desconocimiento.
He paseado con detenimiento por las salas del MUBA, me he acercado y alejado de los cuadros que conocía para reconocerlos de nuevo, para emocionarme y querer llamarte para comentar cosas, porque aún guardo tu teléfono en el mío por si tengo que decirte algo, y se me ha hecho corto, pero desde la ensoñación que tu obra produce siempre, no me ha quedado más remedio que volver a la realidad, y pensar que estarías haciendo la Ruta de la Plata a pie, acompañado por Juan, José Ramón y Carmencita y Carmen a ratos, y que sería mejor dejar para otro momento la conversación porque te han ordenado el trabajo, han contabilizado la producción, han repasado tus éxitos, y desmenuzado tus pinceladas, como si fuera fácil saber qué es lo que por esa cabeza maravillosa está pasando.
Cuando vuelvas de la caminata, a lo mejor la exposición la han retirado, pero debes saber que lo merecías, y que a todo el que pase por ella lo has hecho feliz. 
Un abrazo largo, largo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 28 de octubre de 2024.


15 de octubre de 2024

ENFADADOS

 


No entiendo nada de programaciones electorales, prácticas políticas, maniobras de modificación de comportamientos sociales, manipulaciones de opinión, o cualquier otro sesudo estudio que se dedique a mandar sobre las personas sin que ellas se den cuenta (o al menos eso es lo que se pretende); pero hay un denominador común en todas estas artimañas, que es mantener a todo el mundo enfadado, unos contra otros, otros contra los de más allá y en general bebiendo todos hieles de opiniones que enervan, asociaciones de ideas que inducen a la confusión, manipulación del lenguaje para que no se sepa qué es lo que se está diciendo y, en definitiva, un barrizal del que cuesta trabajo salir, no digo ya sonriendo, sino simplemente serios.
La condición de pueblo enfadado sin remisión, mostrando lo peor que cada uno genera de sí mismo frente al otro, fundamentado en la mentira más descarada (otros llaman a este comportamiento cambio de opinión), no sé en qué universidad o escuela de negocios se estudia y quiénes son los afortunados en la obtención de esos títulos, lo que sí sé es que los efectos que genera son demoledores.
Hace muchísimos años mi amigo Thomas J. Abercrombie, que era fotógrafo en National Geographic, me dijo que venía a España a retratar a las personas por su sonrisa. Imaginen el tiempo que ha pasado. En España se ha dejado de sonreír, pero no porque no seamos ocurrentes, no nos gusten los chistes y las bromas, o porque la abundancia de luz nos haga guiñar los ojos y esbozar una sonrisa falsa, no. No reímos porque lo que contemplamos a nuestro alrededor son broncas, amenazas constantes de catástrofes económicas, invasiones indeseables, fenómenos atmosféricos insalvables, empresas que se hunden, robos que afloran cuando los dineros ya están repartidos, comportamientos escandalosos que nos hunden la creencia en la elección que en su día se hizo de buena voluntad, mentiras sin tapujos para rellenar huecos de papel (ahora de pantallas), y de todo ello nos hacen culpables a los que vamos por la vida de buena fe, buscando un abrazo o queriendo darlo, gestionando lo nuestro y lo ajeno con la mayor fiabilidad, permaneciendo en el puesto de trabajo más horas de las que tiene el día, velando las noches en pos del estudio, viajando a pesar de los impedimentos que la gestión oficial impone, y a veces con ganas de quedarnos en la cama viendo cómo pasan los días a ver si se olvidan de nosotros.
He sido siempre de ocurrencias, bromas, chascarrillos y un buen humor a prueba de bombas. Siempre he visto la parte buena de las cosas, la necesidad de la diferencia, el conocimiento de personas sin prevención, afrontar travesías complicadas de proyectos que nadie quiere, pensando que con buen humor y un poco de fe todo se solventa y sigo pensándolo, pero ponerlo en marcha se hace cada vez más difícil, porque la risa se interpreta como burla, la fe como estupidez, conocer personas como molestia y coger proyectos difíciles como una irresponsabilidad que levanta sospechas porque ¡vete tú a saber qué andas buscando que no sea el beneficio propio!
Ya ven, han conseguido enfadarnos, hacernos sospechosos de nosotros mismos, y los que lo han conseguido, siguen autocomplacidos.
“Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras”.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 14 de octubre de 2024.






30 de septiembre de 2024

COLORES

 


A muchos de los que me lean no les gustan nada los negros, las personas negras que ocupan la mayor parte del mundo. Tampoco les gustan los de color trigueño, ni los chinos, ni los japoneses, ni los oriundos de Australia, ni nadie que sea diferente a los seres humanos blancos, rubios, de ojos azules y de tez blanquita.
Lo más sensato para su supervivencia sería que se fueran acostumbrando a ver las calles llenas de colores, de personas guapas, estupendas, atléticas, jóvenes y con ganas de reír y de entregar su juventud a nuestro servicio.
Los inmigrantes que llegan a España por tierra, mar y aire son nuestro futuro. Nosotros nos hemos apalominado, nos hemos dormido creyendo que somos superiores a otros, y pensando que sin color la vida la manejábamos con soltura. Pues no. Cerramos escuelas, negocios, abandonamos campos, dejamos a los ancianos morir solos en sus pueblos, no hay trabajadores para fabricar submarinos, no hay personas que nos barran las calles, ni cirujanos, oncólogos, dermatólogos, internistas, oculistas… en los hospitales. No hay nadie en la policía, necesitamos pescadores en el mar, mineros, cocineros, camareros, vendedores de seguros puerta a puerta, mecánicos, informáticos, fabricantes de galletas y distribuidores de pañales. Todo eso que necesitamos lo tenemos encerrado en los centros de acogida de España, mal alimentados, sin formación, sin acreditaciones para poder andar por la calle, sin preguntarles siquiera qué saben o quieren hacer.
Las escuelas que se cierran se podrían mantener abiertas con esos menores detenidos como delincuentes por ser valientes. Los abuelos que se quedan solos se encargarían de darles de comer, de enseñarles a vivir, de decirles que estudien para tener un futuro. Los pueblos tendrían a gente caminando por la calle y los vecinos se resistirían a su presencia hasta que descubran que son iguales, que no existen las razas en la humanidad, que sólo el color de piel nos diferencia.
¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos locos? ¿Hasta dónde puede llegar nuestra estupidez? ¿Cómo es posible que mantengamos esa enorme fuente de vida presa y provocándoles la violencia que genera el hambre, la incomprensión y la soledad?
Ya sé que los que mandan dicen que todo es más complicado de lo que el corazón dicta, que poner en práctica medidas sensatas se transforma en “efecto llamada” y, ¿es tan malo llamar a quien quiera trabajar para que lo haga? ¿Es tan malo recibir a quien huye de la guerra, las violaciones, la humillación y la miseria? Claro que el problema es el color de los que vienen. No nos acostumbramos a la mezcla. Nos creemos lo que nos cuentan y no intentamos vivir con ellos, que son lo mejor que nos podría pasar a esta sociedad aburrida, engreída, exigente, maleducada y sin principios que estamos alimentando. Son listos, supervivientes, capaces de dejarse la vida por sus familias, a las que abandonan para mejorarlas con su esfuerzo, sonríen sin cesar, no conocen la tristeza cuando llegan a tierra firme y sólo piden que los quieras.
Tenemos medios, espacios, trabajo a paletadas, campos para trabajar, fábricas que mantener y necesidad de personas que nos cambien la tristeza por generosidad sin límites.
Se tienen que acostumbrar. El futuro va a ser de colores.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 10 de septiembre de 2024.


15 de septiembre de 2024

CARTAS



Hace muchísimos años pasé meses recorriendo Siria, y el entonces magnífico museo de Damasco me topé con la tablilla de Ugarit, esa inscripción sobre un hueso que se dice que es el origen de la escritura.
La tarea me llevó de un lugar a otro, a cuál más fascinante para los que desde la infancia hemos perseguido cualquier manifestación escrita, y vi, toqué, fotografié y nunca olvidé la biblioteca de la ciudad Dura Europos, conservada desde el abandono del lugar como si fueran a abrir la puerta la mañana siguiente. Cubiertas del polvo de los siglos, allí estaban alineadas las tablillas de barro con caracteres cuneiformes que el arqueólogo que me las enseñó me describía con una agilidad que parecía fantasiosa. La hilera que abordó recogía las cartas que la reina del momento escribía al rey de otro territorio solicitándole información, amenazando con invadirlo o lamentando el fallecimiento de alguien cercano. Dura Europos fue fundada el año 300 d.C. y convivían más de diez lenguas en medio de calles hoy devoradas por el desierto.
Los romanos escribían cartas sin parar. Los soldados mandaban misivas a las familias en las que les reprochaban que no les contestaran con la debida prontitud, o que no les contaran nada interesante y se limitaran a pedirles cuentas de la soldada que cobraban y que entendían, la familia, que deberían repartir con más generosidad entre los que se quedaban en casa.
He tenido en mis manos cartas que Isabel la Católica envió al Rey Fernando solicitándole ropas que estaban guardadas en los arcones de Burgos, ya que pasaba por Trujillo camino de Granada y quería cambiarse de atuendo.
Carmen Bravo Villasante me dejó ver los originales de las cartas de amor que se cruzaron Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán, antes de que Carmen las hiciera públicas, y fue emocionante contemplar en esas “pasionales” cómo dos genios de nuestra literatura caían rendidos a los sentimientos.
Las cartas que las madrinas de guerra escribían a los soldados en el frente durante la Guerra Civil española son los únicos ejemplos hermosos de los que se puede hablar cuando nos referimos a semejante atrocidad de nuestra historia.
La historia se repite sin cesar y hay elementos de la misma que forman parte de ella porque la estructura de nuestro ser se desmoronaría sin su existencia. Las cartas son uno de esos elementos imprescindibles para intentar comunicarnos, hacer saber cuáles son nuestras pretensiones, tratar de engañarnos con cierta habilidad o pretender hacer llegar sensaciones que, de otra forma, nadie conocería.
Recibí sorprendida la carta de Pedro Sánchez, suficientemente comentada. Úrsula von der Leyen va a escribirnos una carta a todos los europeos para que
 sepamos de qué se trata algo que pretende hacer.
Dicen que Trump ha querido escribir algo a los americanos, pero tenía demasiadas dudas ortográficas.
Putin ha olvidado escribir y sólo se orienta ante el papel en blanco si amenaza, y es probable que quisiera copiar las atroces que Lenin escribió a su pueblo.
Aunque piensen que no están de moda, como dijo Sebag:  “no las abandonen. Sin ellas nuestra vida es pasajera, y menos profunda”.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 16 de septiembre de 2024.


 

2 de septiembre de 2024

NO ENTIENDO

 


Vivo cosas a diario que no entiendo. A lo mejor si lo entiendo, pero me resultan comportamientos extraños que no soy capaz de ajustar a la educación recibida, a los modos que deberían ser habituales, o a lo que se entiende como normalidad en la convivencia cívica.
Por ejemplo, no comprendo cómo las colas en las cajas de los supermercados son el lugar elegido por muchas parejas para meterse mano, besarse como si se fueran a ver por última vez, aprovechar para manosearse los culos recíprocamente, y hacerse mil carantoñas antes de sacar la tarjeta de crédito y dar paso al siguiente en la cola para pagar, como ellos, pero más inquieto ante una incipiente sensación de soledad porque a ese siguiente, nadie le besa ni le mete mano.
No sé qué escozor permanente tienen en los genitales los hombres que, vestidos con pantaloncillos que son para hacer deporte exclusivamente o para bañarse, deciden salir de esa guisa de paseo y sus cositas ocultas se rebelan, se descolocan y pican, y ellos, que han perdido la vergüenza cuando eligieron el modelito, se rascan y acomodan en el hueco de la redecilla sus valiosos atributos en presencia de cualquiera que se cruce en el camino. Me resulta pavoroso, aunque la frecuencia con la que se pronuncia la escena quiera decir que es normal.
Niñatas de trece años les montan a sus madres numeritos escandalosos porque la progenitora se niega a pagarles operaciones de aumento de pecho, las que pagan no quieren que vayan desnudas por la calle enseñando lo que aún no tienen, y quieren que no orinen en cualquier lugar de la vía pública. Es maltrato, dicen las menores, y las mayores se enrocan en sus creencias y bien gusto, aún a riesgo de perder la patria potestad porque al juez de turno aún no le ha caído un hijo semejante. Claro que, si como vecina interviene alguien, le cae la del pulpo en el wahtsapp del colegio.
Jovencitos imberbes disfrazados de futbolistas y rapados como miembros de maras sudamericanas, pasean con botes de bebidas estimulantes ante policías municipales que no pueden hacer nada porque prevenir la violencia que genera su simple presencia no está aún contemplado, hay que esperar a que enseñen la navaja, alguien les haga una fotografía arrojando piedras a un escaparate, o la niña que quiere que le operen las tetas le denuncie por violación.
Todo esto se debe envolver en el apartado de costumbres que han de ser aceptadas y reguladas con leyes que impiden poner nombre a los sujetos, apellido a los padres, motes a los abuelos y reírse de las mascotas, porque hay leyes que protegen la mala educación, el comportamiento soez y el abandono del buen gusto a cambio de escupitajos en los campos de fútbol, gestos ofensivos, insultos irrepetibles y sospechas infundadas que rayan en el delito.
En nombre de todo este desorden, se producen acontecimientos como el que he vivido: en la puerta de mi casa hay un coche abandonado hace más de un año. He querido comunicarlo a la autoridad pertinente, pero me han dicho que ni son autoridad ni pueden hacer nada, porque no tienen acceso a los datos ya que se trata de un objeto privado. No lo entiendo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 2 de septiembre de 2024.


19 de agosto de 2024

EL APARTAMENTO

 

Hace más de treinta años compramos un apartamento en primera línea de playa. Nadie a nuestro alrededor en una quinta planta sin ascensor. Nos despertaba el sol al amanecer y volvíamos a casa de noche viendo cómo la luna se reflejaba en la bahía.

Fijamos el veraneo en ese destino de por vida. Viaje trabajoso, a las siete horas empezaba el olor a humedad que venía desde lejos, y al final de la luz llegábamos al portal y, sin esfuerzo alguno, subíamos las maletas y el resto de la mudanza veraniega. Empezaban treinta días de playa, mar, compras en las tiendas de los alrededores, bajando y subiendo los cinco pisos como si fuera un premio ir y venir de la panadería, carnicería, la lonja del puerto, los olvidos de las cremas para el sol, toallas y más toallas, y cualquier capricho del adulto que mandaba bajo la sombrilla.

El mar se transformaba en nuestro elemento durante un mes. Horas intensas bajo un sol de justicia. No había paseos por la playa. Nos sentábamos a la sombra y allí nos daban las horas mirando cómo los niños entraban y salían del agua, escarbaban en la arena como si no hubiera un mañana, amontonaban piedras, ramas, algas y se codeaban con las medusas de tú a tú sin recibir muchas heridas.

Había días en los que el mar se embravecía relativamente, y los revolcones eran más frecuentes, los pequeños tragaban más agua de lo deseado y nos íbamos a comer temprano: ellos con la tripa llena y nosotros agotados de la lucha con las olas, sin ser especialmente duchos en el tema de la natación y el salvamento infantil, pero ser padres salva cualquier imprevisto a fuerza de juventud, atención impertérrita y ganas.

Fueron pasando los años y alguno de los chicos dejó de venir porque había campamentos, luego amigos, y más tarde enamoramientos que nos dejó solos a los dos al frente del apartamento en el quinto. 

Nos han construido un bloque de quince plantas enfrente y no vemos salir el sol, pero seguimos oliendo a mar. A lo largo de los años la playa ha sido colonizada y son tantas las cosas que se prohíben, que nos alegramos mucho de no ser responsables de los niños, que ya no lo son, porque tendríamos que estudiar en alguna academia antes de enfrentarnos a un mes de libertad como era lo de antes.

Ahora, como los chicos no nos acompañan, no vamos tanto a por comida para guisar: comemos en el bar de siempre el menú diario, pero sí vamos mucho a las tiendas bricolaje. Mi marido era guardia civil y muy hábil con las herramientas y cuando llegamos al apartamento lo primero que hacemos es pintar las ventanas, reponer los toldos que se han podrido, engrasar los anclajes de las puertas de los armarios, cambiar los grifos que se atascan con la cal del agua, y revisar las pastillas antihumedad que se agotan todos los años mucho antes de que volvamos a pasar el mes de vacaciones obligatorias.

No subimos y bajamos las cinco plantas con la misma facilidad y hay que turnarse. Si uno baja el otro está atento a los olvidos y, como manejamos bien el móvil, le recordamos al que se ha ido lo que no va puesto en la lista. Eso sí, un día a la semana nos vamos juntos a pasear por las aceras del puerto, donde han pintado dos carriles para que no choquemos unos contra otros y evitar que nos atropellen los carritos eléctricos de los que tienen dificultades para andar.

Todos los años veraneamos.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 19 de agosto de 2024.


8 de agosto de 2024

LA INTELIGENCIA

 


Ando a golpes con los conceptos de inteligencia artificial. Se me ocurren las cosas más peregrinas para encargarlas como por arte de magia a ese pozo infinito del saber, que parece que es de lo que se trata, manejado por pérfidos maleantes que buscan sólo el fin del mundo (sin ellos dentro, pero sin decir dónde van a parar).
Es muy posible que escribiendo estas líneas me meta en un lío fenomenal, porque no sé nada de este nuevo hallazgo y lo más seguro es que, si alguien me lee, piense para sí mismo que los que llenamos las páginas de los medios nos dedicamos a eso: a llenar páginas sin más, sin razonamiento alguno, y sin conocimiento de lo que nos atrevemos a opinar o a expresar saberes que no poseemos.
He intentado manejar un programa de esos de creación con el que le das una pista y se lanza como loco a contarte cosas, pero no me sirve. El trabajo de limpieza de esa creación no natural es muy grande. Las imprecisiones son terribles, y las confusiones demasiadas como para que pasen desapercibidas. Ese pozo infinito del saber tiene lío. Como el nivel de conocimientos y cultura de los habitantes medios de este planeta no es muy elevado, a la mayoría nos puede servir. Desde luego me ha impresionado cuando, en medio del vacío más absoluto ante la necesidad de afrontar el tema del que les estoy escribiendo, me sugirió que lo hiciera sobre ese mismo método que estaba empleando, y me pareció una presunción, pero lo acepté como reto, apagué el programa y aquí estoy con mis medios y la cabeza loca.
Cuando Alfred Nobel descubrió la dinamita, se aterrorizó ante el uso que empezaba a darse del explosivo por parte de los que lo manejaban, pero no por el invento en sí, que alargó con su uso racional la vida de los trabajadores, ayudó a construir edificios para millones de personas, ayudó en la minería, y aunque se le tachó de “mercader de la muerte”, su intención nunca fue la de matar, sino corregir los efectos de la nitroglicerina líquida que había matado a su hermano pequeño. 
Se me ha ocurrido pensar que este nuevo invento de la inteligencia artificial, que ha generado tanta controversia por la peligrosidad que, se supone, puede generar en el mundo creativo y, sobre todo, en la credibilidad de la realidad que nos circunda manejada por los medios de comunicación y sobre todo por los gobiernos enfrentados a muerte unos con otros, tiene que ser administrado con el mismo cuidado que la dinamita. Sabemos de qué se trata, de la peligrosidad que dicen que supone y de las fuentes de las que se alimenta. El aspecto con el que se presentan los resultados de esta herramienta es burdo de momento. Sí es verdad que compone canciones sin partituras previas, crea personajes que hasta su primera aparición nunca existieron, elabora textos con un simple mandato, se inventa noticias creíbles y propaga falsedades sin empacho, pero no hemos de olvidar que todo esto sale de las fuentes de conocimiento que previamente hemos alimentado entre todos los que nunca pudimos imaginar que con sólo apretar una tecla desnudábamos el alma y regalábamos botecitos de nitroglicerina líquida que, con un pequeño movimiento sin control, nos explota y se lleva la mano que lo sujetaba.
El control es sólo nuestro en origen. No echemos la culpa a nadie. Pensemos qué regalamos y a quién.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 5 de agosto de 2024.




25 de julio de 2024

VERANOS

 



Llevo unos días tomando café a trompicones y en medio del mal humor de mis acompañantes habituales, porque todo anda desbordado.
Han aparecido veraneantes en la ciudad que pasean en medio de un sol insoportable, porque han cortado los árboles como consecuencia de la renovación municipal de las últimas elecciones, y estos inocentes que creen en las fotografías que ven de años anteriores, no encuentran refugio ni pegados a los edificios. Tampoco hay agua en las fuentes y las piedras abrasan. Me dan ganas de abrir la puerta y dejarles que descansen en el portal de mi casa, donde la temperatura no sube de diecinueve grados, pero vete tú a saber cómo se pondrían, y de dónde sacaría las ganas de decirles que se fueran de nuevo al infierno.
Hace muchísimos años los pueblos tenían árboles. Eran acacias que tenían unas flores blancas que nos comíamos en pandilla, o moreras que pelábamos para dar de comer a nuestros gusanos de seda criados en las cajas de zapatos Gorila, sin resultado alguno que no fuera lo del capullo amarillo, que no sabíamos qué hacer con él. Había tierra en la calle. Encontrábamos lombrices y buscábamos sin resultado el grillo cansino que no nos dejaba hablar en voz baja. Las hormigas eran plaga. Imposible dejar la pastilla de chocolate y el pan en el suelo. ¿De dónde salían esos ejércitos organizados que arrastraban el botín de la merienda cono si fuera de ellos? Los perros merodeaban a nuestro alrededor sin amos conocidos y los espantábamos a manotazos, y los animalitos desaparecían con el rabo entre las patas creyendo que les anunciábamos la enésima paliza. Respetábamos las horas de la digestión antes de repetir la entrada en la piscina después de comer. Jugábamos a las cartas sin gana y nos peleábamos por lo más tonto porque el calor no nos dejaba razonar. Eso era el verano infantil cuando había árboles en las calles y nos dejaban campar por los alrededores de las casas, mientras los padres tenían las ventanas abiertas de par en par para localizar la voz de las criaturas y no perderles la pista.
Llegado el verano a estas alturas, mi familia emigraba a tierras más frescas y era la aventura del año, llena de emociones, trabajos y reparaciones en la casa que había estado abandonada todo el invierno, y reencuentros con primos que no nos gustaban, o que se transformaban en amigos íntimos por razón del paso del tiempo. 
En medio de este progreso que nos hemos proporcionado cortando árboles por doquier, y saliendo a la calle porque las casas no reúnen condiciones de habitabilidad, excepto si triplicas el coste del recibo de la luz, el verano se ha transformado en una suerte de emigración masiva sin rumbo, sin conocimiento de dónde vamos a parar, o de las sorpresas con las que nos podemos encontrar, como las colas interminables, la falta de atención en los servicios públicos, el cierre masivo de restaurantes y bares, la falta de previsión ante las avalanchas de personas que piden agua, y no digamos ya si pretendemos que nuestros hijos se mojen en fuentes públicas, sepan qué es una lombriz, vean perros sueltos o distingan una morera de una acacia.
Mucho orden, mucha disciplina y mucho aburrimiento. Yo hace mucho que no veraneo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 22 de julio de 2024.




8 de julio de 2024

SITIOS VACÍOS

 


Durante muchos años, cuando viajaba sin ser sospechosa de nada, como ocurre ahora con cualquier viajero, me daba por recorrer ruinas. Ciudades y lugares abandonados de los que me costaba entender cómo era posible que Palmira hubiera sido sustituida por sus habitantes por el poblacho que está a pocos kilómetros de distancia. Cómo es comprensible que los nuevos habitantes de Mérida hayan enterrado lo que ahora, con un esfuerzo económico inconmesurable, se desentierra. Qué fenómeno del clima hizo abandonar Éfeso. Qué razones poderosas se adueñaron de los habitantes de Cartago, con su puerto de mar y todo, para olvidarlo a su destino … y así hasta hacerme mayor y seguir con la obsesión de los sitios vacíos, pero sin coger aviones ni resultar sospechosa por moverme fuera de las fronteras que me acogen.

Recorro lugares que se han quedado sin habitantes y que nos brindan imágenes brutales de soledad, porque los que ahora visito no tienen esa presencia romana de columnas de caliza labradas, templos a medio caer, foros que aún conservan vegetación, o bibliotecas a las que sólo les faltan los libros, como la de Celso en Éfeso.

Estos nuevos lugares son más cercanos. Me hacen creer que eso será lo que yo deje a mi paso por la vida: iglesias cerradas a cal y canto sin revestimiento interior de ningún tipo. Las riquezas emigraron con los habitantes. (Ya sabemos del afán protector de la iglesia católica con sus propiedades). Casas de puertas de castaño cerradas, con las ventanas abiertas por las que se cuelan las pocas alimañas que se enseñorean por esos territorios. Hay sitios en los que la mesa se ha quedado puesta: platos de porcelana blanca con bordes azules, una jarra de barro llena de telarañas, navajas en el cajón abierto, candados sin llave, leña cortada apilada en la chimenea cubierta de cenizas y carbones y el mismo olor de abandono que todo lo preside, porque estos lugares han perdido el aroma a vida. Sólo la vegetación que prolifera sin orden ni cuidado proporciona un perfume desordenado que no permite identificar a nadie que pudiera haberse demorado en el abandono.

¿Qué ha ocurrido en esos lugares? El progreso es la explicación con la que me encuentro y creo, como en otras ocasiones, que la palabra está siendo mal utilizada. No entiendo que la vida pueda mejorar en medio del tumulto exacerbado de multitudes que no tienen costumbres propias, huelen todos a lo mismo, comen lo que les dan sin más exigencia, deambulan sin saber por dónde, porque han perdido el hábito de caminar y cambian la vida de siempre por el avance económico, la riqueza que quita libertad, el ruido que anula el silencio y la manada, que siempre manda sobre la individualidad.

Es verdad que soy yo la equivocada, que cuando todos huyen hacia lo que entienden que es mejor, sus motivos tendrán. Cuando abandonan los lugares mágicos que luego yo visito, a lo mejor pretenden salvar su vida, o se rinden al mejor postor por espacios que molestan habitados, u obedecen a terribles anuncios de invasiones guerreras que, antes o después, pueden acabar con todo.

En España hay cada vez más lugares visitables que no tienen habitantes. Aquí las razones del abandono son políticas. Es más fácil manejar a la masa que a los lugareños arraigados a la tierra, y si te abandonan, sólo queda mantener el cementerio con las puertas engrasadas, para cuando te llegue la hora.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 8 de julio de 2024.

Fotografía: María Vega de Seoane.





24 de junio de 2024

LOS PLAZOS

 






He leído recientemente que se ha puesto en marcha la ejecución de un proyecto después de veinte años de tramitación. Un proyecto encaminado a mejorar la vida de las personas, a permitir que dos poblaciones se comuniquen casi andando, cuando ahora deben hacerlo con medios mecánicos y más de cincuenta kilómetros de distancia.
Ahora se pone en marcha, lo que imagino que va a retrasar en otros tantos el corte de la cinta, por lo que muchos de los vecinos jamás lo verán hecho realidad, además de los que se maten en la carretera, o mueran en las ambulancias, o no lleguen a tiempo al hospital.
Los plazos son los plazos, argumentan los detentores de la voluntad popular, y se escudan en que no firman porque no se fían de nadie, y que sus antecesores, vete tú a saber dónde dejaron colocadas las minas para que explotaran por si a ellos se les ocurría pisar aquel campo. Los plazos son los plazos, es el mantra que se tatúan en el pensamiento, y descansan mientras los ciudadanos siguen pico y pala pagando sus inseguridades y esperando a que las cosas que dependen de firmas se agilicen.
Cuando leo en las publicaciones oficiales la propuesta de ayudas, subvenciones, colaboraciones o conciertos de todo tipo, para los que hay que contratar a asesores financieros y contables si quieres rellenar la solicitud, pienso en esas pobres gentes que confían y creen que no tienen que anticipar lo que piden y mucho más, porque las ayudas llegarán, o no, pero el gasto hay que hacerlo. Si en medio de los plazos cambian las condiciones, no tienen inconveniente en declarar retroactivas las premisas de concesión y caen esos pobres pedigüeños en faltas que les cuestan multas inmediatas o devoluciones exprés de lo no percibido. Los plazos son así.
Entra una ley en el Congreso de los Diputados. Todos los que presentan la propuesta aplauden y se emocionan por demostrar que han conseguido cientos de miles de firmas para acreditar la necesidad de la ley y, esperanzados, aguardan las sucesivas reuniones de las múltiples comisiones que se constituyen para dar paso al clamor popular. Esperan y esperan. Los enfermos mueren porque sus plazos no coinciden con los de los burócratas y sus intenciones de destinar los fondos de los impuestos a medidas de sanación, no coinciden con las necesidades electorales. El argumento de los plazos es el que funciona, y la calidad de vida pasa a un segundo lugar.
Hay hambre en las clases medias españolas. Dicen las encuestas que un porcentaje elevadísimo de niños no tiene medios para desarrollarse en condiciones, y se argumenta que hay ayudas, pero no llegan. Los plazos de las solicitudes se consumen sin resolución. Los cursos académicos pasan y pasan. Los niños crecen mal y aprenden poco y luego nos insultan en las encuestas de formación porque España no despega. Los plazos. Las ayudas no se han resuelto, los dineros no se han repartido, los niños no comen bien, las clases extraescolares están vacías, la salud se deteriora y no se puede estudiar.
La vida es una sucesión de plazos y se acaban. Llega la muerte y no tiene solución, porque es la única certeza sin plazos.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 24 de junio de 2024.




12 de junio de 2024

CANSINOS

 


En España se nos va de las manos casi todo. La publicidad es una de esas cosas que agota porque no te deja pensar. Ha sembrado desconfianza en los espectadores y abruma su presencia entre nosotros, además de encarecer de forma exponencial y escandalosa los productos.

He dejado de ver programas en televisión, que antes seguía sin saber por qué, ya que no entiendo nada de lo que explican (los de fantasmas y elucubraciones mágicas), por razón de la publicidad que, además de desconectarme del guión preconcebido, no sé si es real o fantasía lo que explican o lo que interrumpe el discurso de los presentadores que se las ven y desean para intentar captarme la atención.

El empeño en que cambiemos de coche con unos precios según ellos asequibles, que no se sabe qué cuestan ni los problemas que acarrean si no obedecen a las pretensiones de los ideólogos del cambio climático, es acosador. Coches que van y vienen por paisajes inexistentes y con maniobras suicidas a precios escondidos en la letra pequeña que nadie alcanza a leer, y decepciona cuando se trata de acceder a ellos.

Los maquillajes que rejuvenecen con una simple aplicación de muestra y que son extraordinariamente necesarios para el devenir de la vida femenina, nunca masculina, provocan rechazo. No hay medio de evitar la edad, por mucho que se empeñen, y menos aún corregir el paso del tiempo con toda la dignidad. Esos anuncios me resultan insultantes y no deberían estar permitidos.

Las recomendaciones alimentarias están en manos de cadenas de comida rápida, que dicen los especialistas que son las que provocan la obesidad, la enfermedad y en ocasiones la muerte. Siguen siendo las más pesadas y rechazables por mentirosas, absurdas y poco imaginativas.

He encontrado una solución a este enorme problema de interrupciones de minutos y minutos sin interés. Siempre tengo un libro al lado. Si es posible, de cuentos y relatos cortos o resúmenes de artículos de prensa. En el momento en el que empieza la sordina absurda de autobombo de la cadena en cuestión, la sucesión de mujeres con varices, medicamentos sin receta, materiales de limpieza que usamos sólo las mujeres, champús que hacen crecer el pelo, tiritas que quitan el dolor de los zapatos de tacón o turrones y perfumes, quito el ruido, cojo el libro y leo con verdadero placer a Max Aub y sus feroces Crímenes ejemplares, Rosa Montero y su precioso Cuentos verdaderos, el sorprendente libro de toros de Rafael Sánchez Ferlosio Interludio taurino … y un montón más, pero una verdadera cantidad de libros de poesía, ensayo y hasta novela que exige más atención, hasta el punto de abandonar la televisión, olvidarla porque no tiene sonido, y darme cuenta de que los sucesivos periodos de anuncios insoportables no cesan. 

He optado por apagarla porque no puedo soportar nada de lo que veo, que siempre es un relato continuo de noticias espantosas y provocaciones inasumibles. Ahora he vuelto a los reportajes que hacen otros con aspecto de documental verdadero, pero sin adobar de la publicidad que me atosiga y aburre. Me he pasado a la lectura sin interrupciones y el desmadre publicitario me ha ayudado.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en diario HOY de Badajoz el 10 de junio de 2024.




28 de mayo de 2024

AL MARGEN

 



Escribo esta columna fuera de España. He necesitado retirarme entre nubes para escapar del “y tú más” que mi casa propicia a todo el que se acerca peligrosamente a opinar.
   Me he traído a las afueras libros, música, un móvil que hace preciosas fotografías, de una calidad inenarrable, una guía del lugar que visito y muchas ganas de dormir.
    Como me hago mayor, tengo reservado y disfruto de un hotel estupendo. He huido de las penurias y de las aventuras que en su momento viví a la caza de cucarachas en habitaciones muy baratas de alojamientos foráneos. Mi habitación tiene vistas al mar, no tengo que vestirme y salir corriendo a desayunar, me reciben con sonrisas si deambulo en busca del ascensor, me cambian a todas horas las toallas y me dejan en la mesilla cuadernillos de muy pocas hojas con el anagrama del establecimiento y un lapicero diario, por si quiero seguir dibujando.
    No es fácil arrancar el hábito de la ocupación permanente, de sacudir sin mucho motivo las obligaciones que articulan lo cotidiano, pero según pasan los días, lo encuentro reconfortante. Lo necesitaba, y lo que más me está gustando es salir de casa a mejor. Es decir, no echar de menos mi cama, ni a los perros, ni el silencio, ni los atosigantes pájaros de mi jardín cuando despiertan. No echo nada de menos, estoy encantada de pasear por lugares desconocidos, entre personas que nunca había visto hasta ahora, de aspecto completamente diferente a los que me cruzo a diario, y que no se dan cuenta de que a mí tampoco me habían visto nunca. Me pasman las tiendas, que son todas iguales, pero me alucina que no me llamen para entrar. Paseo sin rumbo. No busco museos, ni bibliotecas, ni lugares de interés o restaurantes afamados. Como en la calle sin pensar en la posible diarrea, y acudo al hotel a seguir vagueando en medio de sábanas blanquísimas y estiradas como si hubiera hecho la cama un capitán general del ejército prusiano.
    Vuelvo y leo sin parar. Subrayo páginas, agoto los marcadores de colores, trato de memorizar lo que me emociona e incluso llego a retener palabras que nunca había visto antes escritas. Me voy a la calle de nuevo a sentarme en un banco a ver pasar personas.
    No tengo conocidos en este lugar. No voy a intentar llamar a nadie. No me comunico, ni quiero hacer esas fotos que me prometía con el teléfono. Nada. He apagado el teléfono y tampoco lo echo de menos. He metido el teléfono en la caja fuerte de la habitación. ¡Qué idea! Siempre me sentí pobre en esos hoteles en los que no tenía nada para guardar que fuera de importancia. Mira por dónde ahora el móvil es mi bien más preciado y lo he guardado en esa caja, que se puede llevar cualquiera debajo del brazo, pero que dicen que es segura. También me lo creo y ahí se queda.
    Nunca veo amanecer en ningún sitio porque considero que madrugar no es educado, pero cuando de nuevo salgo a la calle, me parece que todo brilla más que el día anterior. Todo me resulta nuevo y apasionante, porque es ajeno y no me responsabilizo de nada. 
    Por unos días estoy viviendo al margen, y ¡qué bien!

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 27 de mayo de 2024.



14 de mayo de 2024

HILOS DE ACERO

 


La paz genera progreso. El progreso se nota en la cultura, en la disminución del analfabetismo, en las empresas que se afrontan sin miedo, en que las ataduras empiezan a apretar menos, a que las personas gobernadas se enteran de lo que piensan los gobernantes y saben, con más o menos certeza, lo que puede ocurrir, siempre que no les engañen.
La alfabetización en España y la dotación de recursos intelectuales a la población no parece que esté bien vista. Es algo que los poderes fácticos empiezan a creer que se les está yendo de las manos, y conviene perturbar el ambiente desde abajo. Es más que necesario, al hilo de las redes sociales, tejer mallas imperceptibles de indefensión de los ciudadanos, que en cualquier momento se pueden ensanchar o estrechar, siempre a conveniencia de los que mandan, porque para eso mandan.
No se trata de modernizar a patadas, que también, no se trata de digitalizar sin conocimientos, que también, no se trata de eliminar cualquier referencia a las formas administrativas anteriores a esta fiebre oscurantista, que también. Se trata de mantener el poder a costa del ánimo del que se cree que sabe y al final resulta un inútil en medio del laberinto sin salida que se han transformado sus derechos, y en ningún caso sus obligaciones, que son más que claras y ejecutivas.
La laminación de recursos ante la administración si no has abierto el correo electrónico que entra por spam, o no entra porque no tienes ordenador y el vecino que te lo manejaba ha emigrado a Australia a cuidar canguros, o viene provisto de un aviso en rojo que te pone los pelos de punta porque dicen que es un engaño, supone la indefensión más absoluta ante el transcurso de los plazos administrativos ocultos y falta de posibilidad de recursos que ya no se escriben, sino que se mandan a la nube. Mientras tanto, la administración usa el boletín oficial del estado como ejecutor de demandas que se suponen conocidas porque han sido publicadas en el ente informático con el carnet de identidad en medio de listas de más de siete mil demandados, pero sin orden ni concierto.
Los pactos entre administraciones que se conchaban entre ellas para recaudar sin descanso, exigir devoluciones de prestaciones concedidas para ganar elecciones, arruinar a los más débiles porque no tienen fuerza en la defensa, o colocar en los puestos de atención al público a seres inertes, desconocedores de lo que manejan, impertérritos ante los argumentos válidos y maestros en el arte del “no puedo hacer nada, soy un simple mandado”, está abocando al miedo, y el miedo genera violencia.
Es verdad que las órdenes son muy claras, que los que dan la cara no hacen sino cumplirlas, pero la red que se está tejiendo de indefensión del ciudadano ante la administración, a la que paga generosamente, es alarmante. 
No se acaban las citas previas, no se aclara nada de nada, los usuarios son personas molestas, los certificados de certificar lo que previamente se ha certificado para que la certificación resulte válida, es de los hermanos Marx, y las condiciones para muchos, pero muchos, son la ruina, la tristeza y el desamparo.
Con hilos de acero se tejieron redes que acabaron con muchas especies animales, y ahora las echamos de menos. Por favor, usen la razón y no el bolsillo. Aflojen la red, porque si los que mandan caen en ella, tampoco sabrán salir.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 13 de mayo de 2024.