12 de noviembre de 2024

LA DEL 24

 



Ando con pena. Los ojos se me llenan de agua cada vez que veo o escucho una historia de desesperación, de héroes, de colaboración, de angustia, de saber que alguien lo ha perdido TODO.
Ese todo que se repite sin cesar es angustioso, porque he conocido esa sensación en muchas personas, cuando las circunstancias me permitieron estar en lugares de catástrofes. Es algo inimaginable. Pasas el día entero fregando, quitando barro, aliviando agua, cargando sacos, muebles, repartiendo comida y quieres volver a casa, pero… no hay casa, no hay nada, no hay cama, ni calor, ni ropa con la que cambiarte, nada que te pertenezca. Desaparece la intimidad, el sueño es una tortura, la necesidad de permanecer despierto no doblega el cansancio, y creer que el agua vuelve a asomar en cualquier momento por cualquier rincón y sin previo aviso, hace temblar al frío.
Por mucho que nos cuenten que no tienen nada, no se puede imaginar qué es eso para alguien que poseía cosas. Vivimos llenos de objetos aparentemente inútiles, pero que nos acompañan y nos hacen sentir únicos. Tenemos recuerdos infumables de bodas de amigos, los juguetes de las hamburguesas, las zapatillas de estar en casa, los libros que alguien nos firmó en una presentación, herramientas para colgar cuadros, floreros siempre vacíos, espejos que nunca se usan, la panera, el recetario de cocina… y de repente no están. Vacío y soledad, porque esas cosas eran nuestras y nos acompañaban hace minutos. Ahora sólo nos queda la vida insomne y no se sabe si fuerzas para retomarla.
Es verdad que se sale de todo. Es verdad que las vidas se recomponen y las casas se llenan, pero estos momentos son tan largos, tan incomprensibles y difíciles de aceptar que no queda lugar para pensar nada que no sea ¿porqué?
Cuando se inicie la reconstrucción de lo arrasado, recomiendo vivamente leer el artículo que el pasado día 8 de noviembre en este diario ha publicado José Manuel Moreno titulado: Negar el cambio climático.
Apelo al sentido común de los valencianos, que se dicen acostumbrados a las inundaciones. Les insto a que dejen de pensar que esto es cosa de una vez cada cincuenta años, y que “el que venga detrás, que arree”. No es fácil, no es humano, somos animales de costumbres y la tierra tira, pero la vida vale más. Tendrán que reubicarse, buscar lugares alternativos para evitar que la Naturaleza enfurecida por nuestro comportamiento vuelva a sacudirnos. Ya. Es fácil recomendar desde el otro lado de la península, es cómodo sentarse a decir que se tienen que ir, pero es que la Tierra, planeta caprichoso donde los haya, está dando patadas sin cesar a las ocupaciones que no son correctas. Da muestras evidentes de su incomodidad por nuestra presencia, por las talas de los bosques, la pesca masiva de especies, la putrefacción de los mares, el asfaltado de los cauces fluviales, la desaparición de los insectos… estamos jugando con fuego y agua y son dos elementos contra los que nada se puede hacer.
Desde 1237 hay documentadas 11 inundaciones catastróficas en Valencia (lo ha publicado El País el pasado 3 de noviembre). No podemos esperar a que esta del 24 sea una más del calendario terrorífico de muerte y destrucción. Que sea la última es mi deseo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 11 de noviembre de 2024.


28 de octubre de 2024

EVARISTO NAVARRETE

 



Querido Titín:
He ido a ver la exposición que el Museo de Badajoz (MUBA) te ha dedicado. No te iba a gustar el hecho de ver montada una exposición dedicada a tu obra y en la que el comisario Víctor Martín Medina ha diseccionado todo lo que a su paso ha encontrado de tu inmensa obra de ilusión, color y divertimento que has dejado, hace ya ocho años, que son como puñaladas en el corazón de los que tanto te quisimos y ahora te añoramos.
Esta exposición, que todo el mundo debe visitar y conocer, es el reflejo de una vida de lucha, en la que los sueños son lo más importante, para ponerlos de pie frente a un lienzo, y transmitirlos a los demás, como si te hubieras impuesto la misión de no defraudar a los que te rodeaban y hacerlos felices en la contemplación de una obra que, tildada de “naïf”, era mucho más que todo eso. En los huecos del alma, pintados a todo color, asoman de repente personajes que se repiten: el hombre del pelo y barba blancos, la vegetación que se añora, los oficios que se pierden, la exposición de la vida íntima en los balcones llenos de ropas tendidas, las cubiertas de tejas árabes fabricadas y pintadas una a una, y cocidas una a una, y colocadas una a una con la precisión de abejas que tejen panales en los que se cobijan miles de vidas que imaginabas y hubieras querido conocer, sin otra pretensión que aprender de sus bromas, saber si se les podría querer y si se dejaban abrazar, como tú hacías siempre que nos veíamos.
No te apetecía hacer nada que trascendiera más allá de las galerías en las que exponías o de los concursos en los que participabas, y compaginar tu vida de funcionario público con esta pasión por el arte, no era fácil, pero resultó provechosa, hasta que el sueño pudo con la realidad y la producción se incrementó, y mejoró, y creció más allá de nuestras fronteras diminutas de conocedores de ese arte que dicen infantil, pero que nos provoca la atención que todos deseamos despertar en quien nos contempla con el desdén del desconocimiento.
He paseado con detenimiento por las salas del MUBA, me he acercado y alejado de los cuadros que conocía para reconocerlos de nuevo, para emocionarme y querer llamarte para comentar cosas, porque aún guardo tu teléfono en el mío por si tengo que decirte algo, y se me ha hecho corto, pero desde la ensoñación que tu obra produce siempre, no me ha quedado más remedio que volver a la realidad, y pensar que estarías haciendo la Ruta de la Plata a pie, acompañado por Juan, José Ramón y Carmencita y Carmen a ratos, y que sería mejor dejar para otro momento la conversación porque te han ordenado el trabajo, han contabilizado la producción, han repasado tus éxitos, y desmenuzado tus pinceladas, como si fuera fácil saber qué es lo que por esa cabeza maravillosa está pasando.
Cuando vuelvas de la caminata, a lo mejor la exposición la han retirado, pero debes saber que lo merecías, y que a todo el que pase por ella lo has hecho feliz. 
Un abrazo largo, largo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 28 de octubre de 2024.


15 de octubre de 2024

ENFADADOS

 


No entiendo nada de programaciones electorales, prácticas políticas, maniobras de modificación de comportamientos sociales, manipulaciones de opinión, o cualquier otro sesudo estudio que se dedique a mandar sobre las personas sin que ellas se den cuenta (o al menos eso es lo que se pretende); pero hay un denominador común en todas estas artimañas, que es mantener a todo el mundo enfadado, unos contra otros, otros contra los de más allá y en general bebiendo todos hieles de opiniones que enervan, asociaciones de ideas que inducen a la confusión, manipulación del lenguaje para que no se sepa qué es lo que se está diciendo y, en definitiva, un barrizal del que cuesta trabajo salir, no digo ya sonriendo, sino simplemente serios.
La condición de pueblo enfadado sin remisión, mostrando lo peor que cada uno genera de sí mismo frente al otro, fundamentado en la mentira más descarada (otros llaman a este comportamiento cambio de opinión), no sé en qué universidad o escuela de negocios se estudia y quiénes son los afortunados en la obtención de esos títulos, lo que sí sé es que los efectos que genera son demoledores.
Hace muchísimos años mi amigo Thomas J. Abercrombie, que era fotógrafo en National Geographic, me dijo que venía a España a retratar a las personas por su sonrisa. Imaginen el tiempo que ha pasado. En España se ha dejado de sonreír, pero no porque no seamos ocurrentes, no nos gusten los chistes y las bromas, o porque la abundancia de luz nos haga guiñar los ojos y esbozar una sonrisa falsa, no. No reímos porque lo que contemplamos a nuestro alrededor son broncas, amenazas constantes de catástrofes económicas, invasiones indeseables, fenómenos atmosféricos insalvables, empresas que se hunden, robos que afloran cuando los dineros ya están repartidos, comportamientos escandalosos que nos hunden la creencia en la elección que en su día se hizo de buena voluntad, mentiras sin tapujos para rellenar huecos de papel (ahora de pantallas), y de todo ello nos hacen culpables a los que vamos por la vida de buena fe, buscando un abrazo o queriendo darlo, gestionando lo nuestro y lo ajeno con la mayor fiabilidad, permaneciendo en el puesto de trabajo más horas de las que tiene el día, velando las noches en pos del estudio, viajando a pesar de los impedimentos que la gestión oficial impone, y a veces con ganas de quedarnos en la cama viendo cómo pasan los días a ver si se olvidan de nosotros.
He sido siempre de ocurrencias, bromas, chascarrillos y un buen humor a prueba de bombas. Siempre he visto la parte buena de las cosas, la necesidad de la diferencia, el conocimiento de personas sin prevención, afrontar travesías complicadas de proyectos que nadie quiere, pensando que con buen humor y un poco de fe todo se solventa y sigo pensándolo, pero ponerlo en marcha se hace cada vez más difícil, porque la risa se interpreta como burla, la fe como estupidez, conocer personas como molestia y coger proyectos difíciles como una irresponsabilidad que levanta sospechas porque ¡vete tú a saber qué andas buscando que no sea el beneficio propio!
Ya ven, han conseguido enfadarnos, hacernos sospechosos de nosotros mismos, y los que lo han conseguido, siguen autocomplacidos.
“Cosas veredes, Sancho, que farán fablar las piedras”.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 14 de octubre de 2024.






30 de septiembre de 2024

COLORES

 


A muchos de los que me lean no les gustan nada los negros, las personas negras que ocupan la mayor parte del mundo. Tampoco les gustan los de color trigueño, ni los chinos, ni los japoneses, ni los oriundos de Australia, ni nadie que sea diferente a los seres humanos blancos, rubios, de ojos azules y de tez blanquita.
Lo más sensato para su supervivencia sería que se fueran acostumbrando a ver las calles llenas de colores, de personas guapas, estupendas, atléticas, jóvenes y con ganas de reír y de entregar su juventud a nuestro servicio.
Los inmigrantes que llegan a España por tierra, mar y aire son nuestro futuro. Nosotros nos hemos apalominado, nos hemos dormido creyendo que somos superiores a otros, y pensando que sin color la vida la manejábamos con soltura. Pues no. Cerramos escuelas, negocios, abandonamos campos, dejamos a los ancianos morir solos en sus pueblos, no hay trabajadores para fabricar submarinos, no hay personas que nos barran las calles, ni cirujanos, oncólogos, dermatólogos, internistas, oculistas… en los hospitales. No hay nadie en la policía, necesitamos pescadores en el mar, mineros, cocineros, camareros, vendedores de seguros puerta a puerta, mecánicos, informáticos, fabricantes de galletas y distribuidores de pañales. Todo eso que necesitamos lo tenemos encerrado en los centros de acogida de España, mal alimentados, sin formación, sin acreditaciones para poder andar por la calle, sin preguntarles siquiera qué saben o quieren hacer.
Las escuelas que se cierran se podrían mantener abiertas con esos menores detenidos como delincuentes por ser valientes. Los abuelos que se quedan solos se encargarían de darles de comer, de enseñarles a vivir, de decirles que estudien para tener un futuro. Los pueblos tendrían a gente caminando por la calle y los vecinos se resistirían a su presencia hasta que descubran que son iguales, que no existen las razas en la humanidad, que sólo el color de piel nos diferencia.
¿Qué estamos haciendo? ¿Estamos locos? ¿Hasta dónde puede llegar nuestra estupidez? ¿Cómo es posible que mantengamos esa enorme fuente de vida presa y provocándoles la violencia que genera el hambre, la incomprensión y la soledad?
Ya sé que los que mandan dicen que todo es más complicado de lo que el corazón dicta, que poner en práctica medidas sensatas se transforma en “efecto llamada” y, ¿es tan malo llamar a quien quiera trabajar para que lo haga? ¿Es tan malo recibir a quien huye de la guerra, las violaciones, la humillación y la miseria? Claro que el problema es el color de los que vienen. No nos acostumbramos a la mezcla. Nos creemos lo que nos cuentan y no intentamos vivir con ellos, que son lo mejor que nos podría pasar a esta sociedad aburrida, engreída, exigente, maleducada y sin principios que estamos alimentando. Son listos, supervivientes, capaces de dejarse la vida por sus familias, a las que abandonan para mejorarlas con su esfuerzo, sonríen sin cesar, no conocen la tristeza cuando llegan a tierra firme y sólo piden que los quieras.
Tenemos medios, espacios, trabajo a paletadas, campos para trabajar, fábricas que mantener y necesidad de personas que nos cambien la tristeza por generosidad sin límites.
Se tienen que acostumbrar. El futuro va a ser de colores.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 10 de septiembre de 2024.


15 de septiembre de 2024

CARTAS



Hace muchísimos años pasé meses recorriendo Siria, y el entonces magnífico museo de Damasco me topé con la tablilla de Ugarit, esa inscripción sobre un hueso que se dice que es el origen de la escritura.
La tarea me llevó de un lugar a otro, a cuál más fascinante para los que desde la infancia hemos perseguido cualquier manifestación escrita, y vi, toqué, fotografié y nunca olvidé la biblioteca de la ciudad Dura Europos, conservada desde el abandono del lugar como si fueran a abrir la puerta la mañana siguiente. Cubiertas del polvo de los siglos, allí estaban alineadas las tablillas de barro con caracteres cuneiformes que el arqueólogo que me las enseñó me describía con una agilidad que parecía fantasiosa. La hilera que abordó recogía las cartas que la reina del momento escribía al rey de otro territorio solicitándole información, amenazando con invadirlo o lamentando el fallecimiento de alguien cercano. Dura Europos fue fundada el año 300 d.C. y convivían más de diez lenguas en medio de calles hoy devoradas por el desierto.
Los romanos escribían cartas sin parar. Los soldados mandaban misivas a las familias en las que les reprochaban que no les contestaran con la debida prontitud, o que no les contaran nada interesante y se limitaran a pedirles cuentas de la soldada que cobraban y que entendían, la familia, que deberían repartir con más generosidad entre los que se quedaban en casa.
He tenido en mis manos cartas que Isabel la Católica envió al Rey Fernando solicitándole ropas que estaban guardadas en los arcones de Burgos, ya que pasaba por Trujillo camino de Granada y quería cambiarse de atuendo.
Carmen Bravo Villasante me dejó ver los originales de las cartas de amor que se cruzaron Benito Pérez Galdós y Emilia Pardo Bazán, antes de que Carmen las hiciera públicas, y fue emocionante contemplar en esas “pasionales” cómo dos genios de nuestra literatura caían rendidos a los sentimientos.
Las cartas que las madrinas de guerra escribían a los soldados en el frente durante la Guerra Civil española son los únicos ejemplos hermosos de los que se puede hablar cuando nos referimos a semejante atrocidad de nuestra historia.
La historia se repite sin cesar y hay elementos de la misma que forman parte de ella porque la estructura de nuestro ser se desmoronaría sin su existencia. Las cartas son uno de esos elementos imprescindibles para intentar comunicarnos, hacer saber cuáles son nuestras pretensiones, tratar de engañarnos con cierta habilidad o pretender hacer llegar sensaciones que, de otra forma, nadie conocería.
Recibí sorprendida la carta de Pedro Sánchez, suficientemente comentada. Úrsula von der Leyen va a escribirnos una carta a todos los europeos para que
 sepamos de qué se trata algo que pretende hacer.
Dicen que Trump ha querido escribir algo a los americanos, pero tenía demasiadas dudas ortográficas.
Putin ha olvidado escribir y sólo se orienta ante el papel en blanco si amenaza, y es probable que quisiera copiar las atroces que Lenin escribió a su pueblo.
Aunque piensen que no están de moda, como dijo Sebag:  “no las abandonen. Sin ellas nuestra vida es pasajera, y menos profunda”.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 16 de septiembre de 2024.


 

2 de septiembre de 2024

NO ENTIENDO

 


Vivo cosas a diario que no entiendo. A lo mejor si lo entiendo, pero me resultan comportamientos extraños que no soy capaz de ajustar a la educación recibida, a los modos que deberían ser habituales, o a lo que se entiende como normalidad en la convivencia cívica.
Por ejemplo, no comprendo cómo las colas en las cajas de los supermercados son el lugar elegido por muchas parejas para meterse mano, besarse como si se fueran a ver por última vez, aprovechar para manosearse los culos recíprocamente, y hacerse mil carantoñas antes de sacar la tarjeta de crédito y dar paso al siguiente en la cola para pagar, como ellos, pero más inquieto ante una incipiente sensación de soledad porque a ese siguiente, nadie le besa ni le mete mano.
No sé qué escozor permanente tienen en los genitales los hombres que, vestidos con pantaloncillos que son para hacer deporte exclusivamente o para bañarse, deciden salir de esa guisa de paseo y sus cositas ocultas se rebelan, se descolocan y pican, y ellos, que han perdido la vergüenza cuando eligieron el modelito, se rascan y acomodan en el hueco de la redecilla sus valiosos atributos en presencia de cualquiera que se cruce en el camino. Me resulta pavoroso, aunque la frecuencia con la que se pronuncia la escena quiera decir que es normal.
Niñatas de trece años les montan a sus madres numeritos escandalosos porque la progenitora se niega a pagarles operaciones de aumento de pecho, las que pagan no quieren que vayan desnudas por la calle enseñando lo que aún no tienen, y quieren que no orinen en cualquier lugar de la vía pública. Es maltrato, dicen las menores, y las mayores se enrocan en sus creencias y bien gusto, aún a riesgo de perder la patria potestad porque al juez de turno aún no le ha caído un hijo semejante. Claro que, si como vecina interviene alguien, le cae la del pulpo en el wahtsapp del colegio.
Jovencitos imberbes disfrazados de futbolistas y rapados como miembros de maras sudamericanas, pasean con botes de bebidas estimulantes ante policías municipales que no pueden hacer nada porque prevenir la violencia que genera su simple presencia no está aún contemplado, hay que esperar a que enseñen la navaja, alguien les haga una fotografía arrojando piedras a un escaparate, o la niña que quiere que le operen las tetas le denuncie por violación.
Todo esto se debe envolver en el apartado de costumbres que han de ser aceptadas y reguladas con leyes que impiden poner nombre a los sujetos, apellido a los padres, motes a los abuelos y reírse de las mascotas, porque hay leyes que protegen la mala educación, el comportamiento soez y el abandono del buen gusto a cambio de escupitajos en los campos de fútbol, gestos ofensivos, insultos irrepetibles y sospechas infundadas que rayan en el delito.
En nombre de todo este desorden, se producen acontecimientos como el que he vivido: en la puerta de mi casa hay un coche abandonado hace más de un año. He querido comunicarlo a la autoridad pertinente, pero me han dicho que ni son autoridad ni pueden hacer nada, porque no tienen acceso a los datos ya que se trata de un objeto privado. No lo entiendo.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 2 de septiembre de 2024.


19 de agosto de 2024

EL APARTAMENTO

 

Hace más de treinta años compramos un apartamento en primera línea de playa. Nadie a nuestro alrededor en una quinta planta sin ascensor. Nos despertaba el sol al amanecer y volvíamos a casa de noche viendo cómo la luna se reflejaba en la bahía.

Fijamos el veraneo en ese destino de por vida. Viaje trabajoso, a las siete horas empezaba el olor a humedad que venía desde lejos, y al final de la luz llegábamos al portal y, sin esfuerzo alguno, subíamos las maletas y el resto de la mudanza veraniega. Empezaban treinta días de playa, mar, compras en las tiendas de los alrededores, bajando y subiendo los cinco pisos como si fuera un premio ir y venir de la panadería, carnicería, la lonja del puerto, los olvidos de las cremas para el sol, toallas y más toallas, y cualquier capricho del adulto que mandaba bajo la sombrilla.

El mar se transformaba en nuestro elemento durante un mes. Horas intensas bajo un sol de justicia. No había paseos por la playa. Nos sentábamos a la sombra y allí nos daban las horas mirando cómo los niños entraban y salían del agua, escarbaban en la arena como si no hubiera un mañana, amontonaban piedras, ramas, algas y se codeaban con las medusas de tú a tú sin recibir muchas heridas.

Había días en los que el mar se embravecía relativamente, y los revolcones eran más frecuentes, los pequeños tragaban más agua de lo deseado y nos íbamos a comer temprano: ellos con la tripa llena y nosotros agotados de la lucha con las olas, sin ser especialmente duchos en el tema de la natación y el salvamento infantil, pero ser padres salva cualquier imprevisto a fuerza de juventud, atención impertérrita y ganas.

Fueron pasando los años y alguno de los chicos dejó de venir porque había campamentos, luego amigos, y más tarde enamoramientos que nos dejó solos a los dos al frente del apartamento en el quinto. 

Nos han construido un bloque de quince plantas enfrente y no vemos salir el sol, pero seguimos oliendo a mar. A lo largo de los años la playa ha sido colonizada y son tantas las cosas que se prohíben, que nos alegramos mucho de no ser responsables de los niños, que ya no lo son, porque tendríamos que estudiar en alguna academia antes de enfrentarnos a un mes de libertad como era lo de antes.

Ahora, como los chicos no nos acompañan, no vamos tanto a por comida para guisar: comemos en el bar de siempre el menú diario, pero sí vamos mucho a las tiendas bricolaje. Mi marido era guardia civil y muy hábil con las herramientas y cuando llegamos al apartamento lo primero que hacemos es pintar las ventanas, reponer los toldos que se han podrido, engrasar los anclajes de las puertas de los armarios, cambiar los grifos que se atascan con la cal del agua, y revisar las pastillas antihumedad que se agotan todos los años mucho antes de que volvamos a pasar el mes de vacaciones obligatorias.

No subimos y bajamos las cinco plantas con la misma facilidad y hay que turnarse. Si uno baja el otro está atento a los olvidos y, como manejamos bien el móvil, le recordamos al que se ha ido lo que no va puesto en la lista. Eso sí, un día a la semana nos vamos juntos a pasear por las aceras del puerto, donde han pintado dos carriles para que no choquemos unos contra otros y evitar que nos atropellen los carritos eléctricos de los que tienen dificultades para andar.

Todos los años veraneamos.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 19 de agosto de 2024.