4 de septiembre de 2025

EL SILENCIO

 



La España vaciada que se llena en verano, se transforma
en un verdadero infierno.

Sigo sin entender las razones que llevan a los turistas a visitarnos, a los nacionales a descubrir nuevos lugares, y a los del lugar a moverse como pollos sin cabeza de un lado al otro.
La búsqueda de lugares para descansar de la rutina habitual, se ha transformado en una tarea imposible. Si empezamos por los fines de semana, en los que los lugares de segundas viviendas se pueblan, es imposible el sosiego por los ruidos que se generan de forma gratuita y sin respeto a los otros de la misma especie. 
El vecino del chalet de al lado aprovecha la madrugada para cortar el césped que ha crecido durante la semana que ha pasado en la capital ganándose los cuartos y amargándose. Va al chalet a disfrutar de no se sabe qué, pero a no dejar dormir al resto.
Los servicios de limpieza municipales se emplean a fondo los fines de semana. Hombres vestidos de forma rara, provistos de máquinas con cañones de aire, arrinconan las hojas que caen de los árboles en medio de un ruido infernal que ellos se protegen con cascos aislantes de sonido, sin importarles lo más mínimo la vecindad.
Los camiones de la basura desconocen los horarios de descanso. Sus máquinas trituradoras se enseñorean en todo momento, para que cuando llegue la cuota de la basura nadie pueda decir que allí no se recoge nada. Se recoge todo sin piedad y sin clasificar. No digamos ya cuando vacían de madrugada las bombas verdes de los cristales en medio de un ruido atronador y dejando la calzada sembrada de cascotes rotos que amenazan la integridad del viandante.
Los ayuntamientos no tienen empacho en utilizar los lugares públicos para cualquier ocurrencia, siempre alimentada por atronadores altavoces de músicas insoportables que hacen temblar los cristales aislantes, antibalas, reforzados y antitodo que los vecinos han puesto para buscar silencio. Poco a poco los cristales y el aislamiento se desmoronan sin solución, porque la música envuelve las borracheras callejeras, la ingesta de opiáceos en las calles y las juergas mal entendidas que siembran de basura lo que es de todos, y que hacen necesaria la presencia de los camiones trituradores a cualquier hora.
Las iglesias quieren que los fieles vayan a toque de campana infinito a sus novenas, para conseguir lo que con actos ejemplarizantes no son capaces de lograr. Las campanas atosigan, enrarecen los ambientes y enfurecen a los visitantes, que no saben qué está pasando ante el escándalo ambiental.
Para sostener la economía local y dotar de fuerza a los emprendedores de pacotilla, se autoriza todo lo que haga ruido. Se permite el cambio de uso de edificios históricos para alojar bodas, banquetes y bautizos con un ruido infernal y un destrozo patrimonial sin control. Se bendicen sin dilación las infracciones urbanísticas. Se usa la vía pública como propia con el uso indeterminado de vallas que cortan el paso en medio de pitadas constantes ante los cortes de tráfico aleatorios.
Puedo seguir sin parar de quejarme de la falta de silencio. Es el bien más preciado que tiene nuestra España abandonada, y también están acabando con él.
Si alguien me escucha, si puede oírme, por favor, protéjanos de este horror que nos acorrala y maltrata.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 1 de septiembre de 2025.


LA BICICLETA

 


Siendo niña gané un concurso convocado por El Corte Inglés, y el premio era una bicicleta. Tenía que ir a Madrid con mis padres a recogerla, pero el asunto se fue alargando por motivos distintos: fechas, modos de ir, imposibilidad de entregármela físicamente, complicaciones supuestas para traerla a casa (yo estaba dispuesta pedalear el puerto de Miravete sin aspavientos), y tras muchas reclamaciones, me mandaron por transportes un par de patines perfectamente embalados y con una tarjeta de felicitación por el logro conseguido. Me quedé sin bicicleta.
Seguía con la perra de tener una, y pesada que soy frente a las adversidades, conseguí que mi padre comprara una para todos, y así fue como vimos aparecer la bicicleta en nuestra casa de verano en Valladolid cabalgada por nuestro progenitor, que pedaleaba sin resuello para asombrarnos. Nos dejó pasmados. Aquel vehículo era negro, de ruedas inmensas, sin barra central, frenos de hierro, un trasportín trasero y, como era normal entonces, nada de cambios, piñones distintos, ni marchas, ni nada que se le pareciera a lo que ahora se estila. Era un sueño. La justa correspondencia a la insistencia agotadora de tener una bicicleta, que me daba igual compartir con mis hermanos, y que la disfrutamos como si fuera grácil, fácil de manejar y hecha a la medida de todos. Allí fortalecimos piernas, brazos, glúteos, cuello, pecho y nos recuperamos de las más tremendas heridas en las rodillas que nunca hemos tenido. No recuerdo su final, pero parece que la estoy viendo apoyada con un pedal en el porche de la casa, como si un Ferrari me estuviera esperando a la puerta.
Después quise comprarme una porque tenía dinero para ello. Me ilusionaba una de marca italiana que tenían mis primos, y por más que lo intenté, la cosa se quedó en una BH roja que ahora hacen furor, pero no era lo que yo quería. Sí le di uso. Corría más que la negra y pesaba menos. Hacíamos carreras y nos metíamos por todas partes, llegando a formar parte casi de nuestra anatomía, porque no nos bajábamos de ella, la limpiaba con devoción, la protegía de los extraños, y llegué a cambiarle las empuñaduras por otras un poco más rumbosas que me hicieron callos en las manos. En fin, que lo que brilla no siempre es lo mejor. Pasó de mano en mano, de casa en casa y hasta hace poco la he tenido colgada del techo del desván. Ahora que escribo sobe ella, me doy cuenta de que le he perdido la pista.
Luego me dio por andar por los campos para hacer ejercicio, y me compré una Orbea. Anduve con ella arriba y abajo, cuando el calor no apretaba y las fuerzas respondían. Llegué a arriesgarme entre el tráfico y, no sin cierto pavor, circulé una o dos veces entre los coches mientras el corazón se me salía del pecho y veía cómo me recogía la ambulancia de turno. Abandoné la aventura urbanita y seguí por el campo, donde todo me resulta más reconocible. Pasó un tiempo, y la regalé.
No tengo bicicleta estática. No la quiero. Pienso de ellas que la vida se para, que no hay fuerzas para seguir, que hay que pedalear sin moverse y que los paisajes no cambian. Si cambio de opinión, igual me presento a otro concurso, a ver si gano una de las que se mueven, y me la entregan.

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Baadajoz el 18 de agosto de 2025

15 de agosto de 2025

LO QUE HAY

 


Hace días que dejé de escribir las dos columnas al mes que me publica el periódico. 

Hace un mes que no escribo columnas, y vuelvo a enfrentarme a la necesidad de ser ocurrente, que alguien lea en medio de este calor, que sigan buscando en sus dispositivos por si aparezco y qué es lo que está pasando bajo mi punto de vista.

Me da una pereza enorme envolverme en el lodazal que nos circunda. No quiero hablar de lo que abre los noticiarios. Me produce tristeza la desconfianza y el mal humor generalizados, y me irrita profundamente la mentira descarada y la manipulación de los sentimientos ajenos.

Durante este tiempo tan corto, he revuelto papeles sin cesar. He descubierto cosas que tenía y había olvidado, como si no fueran importantes y no supiera que esos objetos me producen felicidad, sólo al tenerlos entre las manos. He pretendido poner todo lo hallado en primera línea, pero el paso de los días y los encuentros, han vuelto a dejarlos escondidos tras los que iban apareciendo y el resultado es que he trabajado, movido las cosas con pasión y sin conocimiento, y se han vuelto a perder.

Ahora he perdido la visión general que tenía memorizada. Ya no puedo ir a tiro hecho a rescatar lo que necesito de inmediato, porque he cambiado de sitio lo que no sabía que estaba ahí, y desde hace decenios no necesitaba. Me he complicado la vida, y creo que es lo que nos pasa con los recuerdos: afloran sin saber muy bien porqué, los revivimos, nos recreamos en ellos, y al volver a la realidad, no sabemos muy bien dónde estamos.

A lo mejor el caos presente que me incomoda, es producto de recuerdos que deberían haber sido borrados y no retenidos en alguna parte del agujero negro que es la mente de cada uno, allí donde se guardan los orígenes de nuestra vida, de forma imprecisa, pero real, porque las vivencias no se pierden nunca. A esta teoría que me administro con frecuencia, no soy capaz de aplicarle fórmula física ni matemática alguna, pero resulta que mi entorno ha cambiado de repente, sólo por mover recuerdos, por colocar lo que antes ya estaba ordenado de otro modo, y creer que lo que se había quedado al fondo del armario, carecía de importancia.

El lío es fenomenal, y como ha pasado el tiempo, a lo mejor lo que me pasa es que me cuesta más retener lo nuevo que antes, pero lo dudo.

Posiblemente, lo que debo aprender es que lo que hay, lo que me molesta, de lo que no quiero escribir, lo que no puedo contemplar fríamente y de lo que me siento más víctima que espectador, es a lo que me tengo que acostumbrar. El problema es que las articulaciones ya no son flexibles, las neuronas están fuertemente asentadas, los malos modos no los acepto, y que nos mientan a diario es complicado de asumir.

Tenemos todos la responsabilidad de intentar cambiar para bien, no aceptar lo que hay, aunque no reconozcamos el aspecto de las estanterías de nuestra vida.


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado el diario HOY de Badajoz el 4 de agosto de 2025.


29 de junio de 2025

EL PASO DEL TIEMPO

 


He tenido unos veranos de infancia memorables. Mis hermanos, con los que los pasaba, probablemente no los recuerden como yo, porque las emociones se reparten de forma desigual y los recuerdos anidan en lugares distintos, no ya del cerebro, que se sabe que es nuestro motor, sino en otros sentidos que se avivan cuando el impulso se repite y despierta las sensaciones adormecidas por falta de uso.
Cuando nos dejaban, íbamos a la era a media mañana a subir a los trillos y dar vueltas sin parar tirados por las mulas y los caballos, siempre bajo la atenta mirada de los pastores, porque no dominábamos bien las riendas y los animales se resentían del manejo violento.
Otras veces organizábamos excursiones, a las cuatro de la tarde, que consistían en ir a través de la pradera a un remolino de árboles a unos doscientos metros de distancia de nuestra casa veraniega. Mi madre nos hacía bocadillos, ponía un tomate, un melocotón y agua a cada uno. Llegados a destino, merendábamos a las cinco, inspeccionábamos el lugar como si fuéramos aventureros de alto riesgo, y a las seis estábamos en casa para meternos en la piscina de mis tíos hasta las nueve de la noche, cuando las llamadas apremiantes nos hacían salir tiritando de frío y arrugados como pasas. Ducha caliente obligatoria, pijama, cena y a dormir sin saber nada de lo que ocurriera en ese tiempo hasta que nos llamaban de nuevo con el desayuno puesto.
Mi madre nos enseñó a plantar árboles alrededor de la casa. Mi padre nos enseñó a abonar, a trazar líneas rectas para sembrar con orden, a mantener el césped, a identificar especies, y a colgar cuadros de la pared, porque la gran afición de mi madre era cambiarlos constantemente de lugar. Ella nunca consideró necesario poner tacos de fijación, él manejaba todo tipo de herramientas y sometía a las escarpias colocadas a pruebas de resistencia antes de colgar el cuadro que, a los aprendices y a mi madre, desesperaban.
Aprendimos a estar sin zapatos durante tres meses pisando toda clase de suelos y tierras. Montábamos en bicicleta de cuatro en cuatro, recogíamos fruta y en ocasiones nos llevaban a coger garbanzos “porque era entretenido”; rehacíamos trozos de paredes de piedra caídos; subíamos y bajábamos cerros acompañados de ellos y no nos faltaba el resuello; ayudábamos a reparar el riego por goteo cuando las ratas (o vaya usted a saber qué animal) mordía los tubos; íbamos al pueblo de al lado una vez al mes a comprar pastelillos industriales a una fábrica innovadora de la zona y, de repente, se acababa el verano, no había nada que recoger para el siguiente porque de lo vivido entonces no era nada necesario para lo que nos aguardaba en el invierno.
 El verano ahora es trabajoso. Trasladarse de lugar supone hacer una mudanza. Lo de aquí va para allá, y vuelve. A las cuatro de la tarde se aviva el fuego del cielo, ir solos a doscientos metros no se puede, la piscina de los tíos es de ellos y de nadie más, las bicicletas de uno en uno, las eras no existen, descalzos ni soñar, y poner escarpias en la pared o plantar árboles no es cosa de familia: es de campamentos. En días como éste en los que recuerdo cosas, me doy cuenta de que el tiempo pasa implacable.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 23 de junio de 2025.


10 de junio de 2025

ESTRUCTURAL

 


El anuncio de la desaparición de muchos pueblos en Extremadura corre parejo a la misma tendencia de despoblación del ámbito rural que sufren casi todas las regiones de España, más o menos ocultado por las autoridades, que lo consideran un fracaso de la política que llevan a cabo.
Esta situación de desajustes se puede trasladar a cualquiera de los ámbitos de nuestra vida actual. España recibe noventa millones de personas al año que vienen a tomar el sol, comer, beber y descansar a su manera, porque se matan trotando por las plazas de las ciudades bajo un sol desconocido, pero resulta que no hay personal de servicio para tanta gente, porque los del servicio también quieren descansar cuando lo hacen los que vienen en tropel.
La población española ha crecido en diez millones de personas en muy poco espacio de tiempo, pero aquí los niños no nacen. Vienen los que tienen la vida resuelta a comprar pisos, sumarse a la juerga o el descanso, y no pagar impuestos que no sean los derivados de su asueto. Es decir, no producen nada.
A esos diez millones de personas hay que proporcionarles vivienda, servicios, administración y gestión de la cosa pública, pero no hay funcionarios. Las oficinas de todo tipo siguen manteniendo la petición de cita previa pase lo que pase. Los teléfonos de la cita previa no se descuelgan, las páginas web ministeriales están atascadas o caídas sin levantarse, los administrados están desnortados y nadie responde.
España se vacía por todas partes, y se rellena con visitantes. Es un factor estructural que hay que tener en cuenta porque nuestra vida no es la de antes. Hemos cambiado y queremos seguir disfrutando de nuestras costumbres, de las horas de comer, de las de descanso, de la cervecita con los amigos y las tardes enteras de parloteo, pero no es posible ya. 
Nos resistimos a cambiar, porque es duro, pero habrá que hacerlo para sobrevivir. La invasión de turistas, y la pretensión de que ese sector siga creciendo porque forma parte de nuestra economía más que ningún otro, no se puede hacer sin cambiar.
Las costas no dan más de sí. La España interior no está preparada para recibir tanto como quieren, los cruceros de miles de personas cada dos horas asolan las ciudades en las que atracan, los habitantes de los lugares que se ponen de moda salen a calle con pancartas diciendo que no quieren tanto progreso, pero las costuras siguen reventando por los costados.
O la política se hace cargo de este cambio que nos está siendo impuesto, o reventaremos porque no podemos atender a quien nos visita bajo el reclamo de la excelencia.
¿Cómo se pueden abandonar pueblos con un patrimonio histórico incalculable, paisajes que emocionan, costumbres irrepetibles e historia memorable? ¿Por qué no abrimos las puertas de las casas cerradas por abandono? ¿Cómo no se invierte en “repoblar de personas” esos tesoros que van a desparecer? No entiendo nada. 
Hoy he recibido de mi servidor de correo electrónico una notificación diciendo que “cambia de política” y a continuación 67 páginas con un texto ininteligible acerca de mi privacidad, de la que saben todo. Pues es lo mismo que vivo día a día: cada vez más presionada por políticas estructurales que no entiendo.

MATILDE MURO CASTILLO.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 9 de junio de 2025




26 de mayo de 2025

GOYA EN BADAJOZ

 


Una de las emociones más grandes de mi vida fue visitar el Museo del Prado siendo muy pequeña y colocarme frente a frente a las pinturas de Goya. La obra de Goya ha sido desplazada en El Prado varias veces, supongo que por demandas de la conservación, las modas, los nuevos gustos de los nuevos organizadores o, como ocurre en los supermercados, para que paseemos por sitios distintos a los de siempre para ver la enorme oferta del museo, que verdaderamente sobrecoge.
Siempre Goya me fascinó. La familia de Carlos IV, los retratos de la duquesa de Alba, el de su amigo Jovellanos, el maravilloso de Godoy, los paisajes de Madrid, las pinturas negras, los frescos de San Antonio de la Florida, el precioso paisaje pequeño que alberga el Monasterio de Guadalupe, la obra inmensa y variada de la Casa de Alba, sus cartas publicadas por la Fundación Fernando el Católico de Zaragoza… han supuesto un esfuerzo constante de búsqueda por aprender del maestro, seguir sus pasos, comprender cuáles eran las motivaciones de su cambio de carácter reflejado detrás de la obra de arte y esa inspiración constante en la que todo lo que pasaba a su alrededor le afectaba, lo quería contar y dejar para la posteridad. La rapidez del trazo, la perfección de las transparencias, los detalles pequeños de los juguetes de los príncipes, los perros peinados y adornados igual que la propietaria, las condecoraciones, el plumaje de los sombreros militares, los brillos de las espadas, los tejidos de las camisas ensangrentadas, las miradas aterradas de los caballos en batalla. Goya en suma, la vida misma plasmada en miles de lienzos maestros que dejaron escrita la historia de España mientras él vivió.
Ahora está su legado en Badajoz. Es un sueño. Pensar que lo he visto en casa, cerca, en Extremadura, marcando las pautas del siglo XX, explicando cómo los que le siguieron hicieron lo que él ya había hecho, aplicando todas las formas de la expresión del arte desde el grabado, como él hizo, a la fotografía, que no conoció, es verdaderamente un sueño.
He visto la exposición del Museo de Bellas Artes de Badajoz dos veces. Voy a verla más hasta que se levante el 29 de junio, porque la enseñanza de Don Francisco es eterna. 
El dolor de la guerra manifestado por Capa en sus fotografías de la Guerra Civil parece la continuidad de los desastres de Goya, y así nos lo muestra el Museo. Los tullidos de Botero frente a los Pedigüeños de otro de sus grabados de los desastres, una obra de Amalia Avia y otra de Cristóbal Toral frente a la familia de Carlos IV… en definitiva, un sinfín de emociones que sólo el arte puede proporcionar.
El catálogo es espléndido, los textos nos ponen al tanto del enorme esfuerzo realizado para traer semejante exposición a Badajoz, y nadie debería perdérsela, porque merece la pena reflexionar acerca de lo poco que cambiamos con el paso del tiempo, de cómo seguimos siendo viles, cómo nos gusta la guerra, ver gente morir incomprensiblemente, y aplaudir a caudillos irracionales. No cambiamos, no cambiaremos, pero el arte es imprescindible para evitar que nos extingamos por nuestros propios medios.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 26 de mayo de 2025




12 de mayo de 2025

LOS LIBROS

 



El viernes pasado se ha inaugurado en Badajoz la XLIV edición de la Feria del Libro. Aportando un esfuerzo económico encomiable, así como una entrega física e intelectual de todos los participantes en ella desde el Ayuntamiento (gracias a raudales a Elena, que no conoce el descanso, y menos aún el sosiego), se ha abierto al público la exhibición de los sueños de cientos de autores que, entre páginas impresas, cuentan sus pensamientos y hacen gala de elucubraciones fantásticas.
Los libros tienen un poder curativo indudable. A los que nos gustan no nos cansamos de hacer proselitismo acerca de sus bondades, de lo que atesoran, de lo que nos permiten viajar sin mover un pie, de lo que ayudan, lo que enseñan y lo necesarios que son en nuestras vidas.
Los que los atesoramos en cantidades poco lógicas, no entendemos la preocupación que despiertan en los familiares con los que convivimos al no saber qué hacer con ellos cuando desparezcamos, dejando colocada en estantes esa inmensa hoguera que se puede crear, dedicándoles una última voluntad de decidir por cuál empieza la quema. Nos da lo mismo, porque no nos vamos a enterar. Los libros son para vivirlos, compartirlos sin abrir, tenerlos porque dan calorcito y enfrían malas ideas, y alimentan mucho más de lo que exigen.
No es necesario tener bibliotecas encuadernadas en piel, ni cantorales en casa, ni incunables, ni nada que se suponga que tiene un valor económico que va a dejar ricos a los descendientes. No. Los acumuladores de libros, elegantemente denominados bibliófilos, somos otra cosa. Nuestros libros son los que se exponen en la feria, los que están a su alcance, los que nos abren los ojos y cuentan cómo van las cosas en el momento en el que han sido escritos. No persigue el objeto otra razón de valor, y ese chisme que hace las delicias de los que buscan entretenimiento, conocimiento o explicaciones, vale lo que cada uno quiere adjudicarle.
En mi vida hay libros inolvidables, que no tienen valor económico alguno, pero que forman parte de mí. "Alicia en el país de las maravillas", "El Enamorado de la Osa Mayor", "Las memorias de Adriano", "Lecturas a poniente", "Paula", "Le dedico mi silencio", "El honor perdido de Katharina Blum", "Cuentos orientales"…. y podría no callar, acabar la columna con títulos, uno tras otro, que se esconden entre sí, porque es verdad que los espacios encogen ante presencias constantes de advenedizos.
En la feria del libro de este año la Unión de Bibliófilos Extremeños homenajea a Alejandro Pachón y su amor por lo impreso. No le importó nunca el valor material de lo guardado, atesoró lo efímero, lo que los demás tiramos sin empacho pero que, de forma imperceptible, envuelve, como si fuéramos pescados sin vida, nuestro día a día. Sabiendo el valor de las cosas aparentemente inútiles, las guardó por si alguna vez eran necesarias, y ahora, cuando él ha fallecido, resultan hermosas, imprescindibles y desatan la curiosidad de los que se quieran detener a mirar tebeos, carteles de cine, cómics, libros de texto escritos por él, y a lo mejor deciden que lo impreso sirve, arropa, acompaña y nos hace recuperar la memoria que creíamos perdida.
Gracias Pepa, gracias Alejandro, gracias Martín Carrasco


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 12 de mayo de 2025.


5 de mayo de 2025

MI PROFESORA

 

Hoy cumple noventa años mi profesora. Esa persona que de repente aparece en tu vida para hacerla mejor, para hacerte algo que ni tú mismo sabes de qué se trata, pero que no tiene nada malo. Todo lo recuerdas de sus enseñanzas es bueno, aprovechable, divertido, inolvidable, emocionante de compartir e insustituible.

Mi profesora ha sido, en todos los aspectos de mi vida de estudiante, y luego de enredadora, María Jesús Berlana Fernández. Me enseñó lo importante que es la literatura para reconducir la imaginación, lo imprescindible del cine para aprender de otros mundos en movimiento, atesorar los diálogos y repetir las réplicas y contrarréplicas de “Lo que el viento se llevó”, que ella recibía en cartas escritas por su hermano a un convento en Estados Unidos, donde aprendió de la libertad que decidió disfrutar y enseñar a disfrutar a sus alumnos con posterioridad, sin ataduras que no fueran la rectitud, el respeto a los demás, el conocimiento y la diversión en todo.

Me enseñó a jugar a las cartas, en una timba en su casa, de la que me reservo los integrantes.

Me enseñó a conocer Londres. Viajamos juntas y ella lo conocía por las películas (de nuevo el cine), y caminamos por la ciudad en aquel aniversario de la reina Isabel (me parece que era el veinticinco), como si viviéramos allí, porque ella tenía memorizadas las calles, tiendas y restaurantes como si fuera un taxista londinense.

Viajamos por España también, y disfrutamos de los tesoros escondidos, se explayaba en el amor al arte, porque tiene profundos conocimientos de la historia y lee sin cesar para prender y seguir enseñando (ahora dice que enseña para adentro).

Me dejó durante tres años que diera una clase de las suyas en el colegio en el que yo había estudiado, para que viera cómo se sufre enseñando, y que es verdad que cuando llega junio, casi todos los profesores están roncos, agotados y con ganas de llorar de cansancio infinito. Me dejó aprender sin molestarme, sin acosarme, sin decirme nada que no fuera útil.

Fue amiga de mi familia. Una más en las meriendas que de vez en cuando mi madre organizaba en casa con amigos comunes y nos inundaba con dulces que mi madre elaboraba, todos alabábamos y nadie éramos capaces de reproducir. Conversaba con mi padre de los temas más peregrinos y se divertía sin parar.

Al pasar los años yo me he alejado. Ella sigue ahí sin dejarme. Lee mis columnas, me pone mensajes, y yo le prometo una y otra vez que voy a verla, que me pasaré con ella lo que sea necesario, que le llevaré dulces o lo que se me ocurra, pero nunca lo cumplo. No he salido lo fiel que ella es y merece. No me he comportado con ella como debiera, y por eso esta columna a destiempo en mi cadencia en el periódico, el día de su cumpleaños, para decirle lo importante que ha sido en mi vida, y que sigue siéndolo, porque está a mi lado, y aunque me diga que ha vivido demasiado, nunca será lo suficiente para los que tanto te debemos María Jesús, y tanto te queremos.

Felicidades cumpleañera.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en e diario HOY de Badajoz el día 5 de mayo de 2025.