28 de diciembre de 2020

RESUMEN

 


RESUMEN

Matilde Muro Castillo. (Artículo publicado en el Diario Hoy de Badajoz el 28 de Diciembre de 2020)


Queridos lectores. Quinientas palabras para deciros que cuando escribo esto me encuentro bien. Supongo que vosotros, si me leéis, también disponéis de la poca salud que este bicho nos ha dejado disfrutar, al menos en compañía.
Año doloroso sin paliativos. Los terribles cambios a los que la pandemia nos ha sometido hacen que deambulemos como pollos sin cabeza, esperando que, si nos acomodamos a esta nueva forma de vida, se quede para más tiempo que para un simple andar a trompicones sobre terrenos pantanosos, como los que los profetas de la vida cotidiana nos avanzan en cada intervención pública.
En este periodo de tiempo he aborrecido las películas violentas. No puedo soportar la agresividad encubierta y sistemática contra las mujeres por el hecho de serlo. He llegado a no conocer los límites de mis ganas de leer, de pasear en silencio y no tener necesidad para nada de la televisión ni de las cadenas privadas de pago, que se adelantan y arruinarán la historia del cine, antes o después.
He descubierto que puedo escribir sin freno día y noche. Me he dado cuenta de que no sé nada de informática, telecomunicaciones, ni siquiera electricidad, y que tampoco ardo en deseos de aprenderlo.
Me reconforta el invierno porque me permite poner en práctica una costumbre que adquirí con el paso de los años y la sensibilidad del termostato, que me hace pasar más frío cada vez: usar jerséis de cachemir y nada más. El armario se ha paralizado en esa prenda y no quiero otra, con lo que la vida se hace más llevadera.
He echado de menos a reporteros fotográficos por las calles, a crónicas gráficas sobre la situación real, a imágenes sin censura, y comentarios libres. Tengo la impresión de que este año, además de salud, hemos perdido más libertad de lo que imaginamos. Esta es la nueva época que nos ha lanzado el bicho. Nos ha atenazado la voluntad de vivir, no nos deja expresar sentimientos amables y prima a las fuerzas de seguridad, que en ocasiones son todo menos seguras y castigan comportamientos habituales, como si fuéramos delincuentes por haber olvidado la mascarilla o acercarnos demasiado a quienes necesitamos.
Ya no hay planes de futuro inmediato. No hay sueños que se puedan cumplir en un fin de semana. No se puede ir a ver a la Gioconda en cuarenta y ocho horas, pasear Lisboa, saltar a Marruecos o conocer Lanzarote. Ya ves. Tonterías de horas, y ni a ver La Meninas puede uno acercarse.
Lo más frustrante es la falta de libertad a la que no me acostumbro fácilmente, porque hace muchos años la viví, y ahora resuenan tambores de imposición porque sí de cosas que no tienen explicación alguna, excepto el oportunismo y la confusión del momento.
Hay tanto de lo que protestar, tratar de comprender y explicar, que la vida de este año se ha transformado en una cuesta arriba difícil de superar. Las relaciones creadas en plataformas cibernéticas, son el ejemplo vivo de la oscuridad a la que estamos sometidos.


14 de diciembre de 2020

LA MALA EDUCACIÓN

 


LA MALA EDUCACIÓN
Matilde Muro Castillo


Un niño italiano de nueve años llega a España en tren y abandona definitivamente a su familia, para ser rey de un pueblo al que no conoce, y no sé si tenía ganas de conocer.
Su educación es puesta en manos de militares, bajo la supervisión de un dictador asesino que ha tenido la ocurrencia de nombrarlo heredero de sí mismo, por una afrenta con el padre del niño, que se consideraba un rey destronado y que se dedicaba a aventuras marineras tatuadas en la piel, como viejo lobo sardinero.
Cuando se hace mayorcito le dicen que tiene que casarse, con alguien predeterminado por la corte de adláteres que deciden su educación y destino a fuerza de miserias económicas y apariencias fatuas, que se nutren de préstamos que serán cobrados cuando el muchacho llegue a ser rey. No hay problema ni destinos excesivamente forzados. Llega a ser rey y resulta simpático. Ya tenía tres hijos y se instala como señor de súbditos a los que alimenta de leyendas amorosas, escapadas, amantes que corren de boca en boca, negocios que favorecen la economía española, sin importar los medios con los que se consigue. “Es un Borbón” y se le perdona esa mala educación en todos los sentidos, que cuando puede y tiene ocasión asoma, mientras su pueblo y consejeros le ríen las gracias sin parar. Obedece sin chistar y hace lo posible porque se instale la democracia en el país, ya que es más cómodo que otros gobiernen en su lugar, y él siga de figura adorada a la que todo se perdona y se copia, porque el pueblo que lo mantiene hace lo mismo: engaña a hacienda, es pillo, si puede esconde, mentiroso, celoso, trapacero e infiel.
Se hace mayor y se cansa de tanto control y de tanta libertad de los demás para hablar de él y sus correrías, y le suelta el mochuelo a su hijo, un guapo muchacho educado por su madre (los hijos en España son cosas de las madres), con estudios, vocación de astrólogo y sueños escondidos en razón del deber que la madre impone porque, como hija de reyes en ejercicio, llevaba en la sangre el cumplimiento de normas.
El hijo levanta alfombras de palacio, quiere cortar desmanes, regalos, prebendas, y quiere ganarse el sueldo con el trabajo. Al fin y al cabo es un buen sueldo, pero él está bien formado y sabe lo que se le avecina antes o después si sale a la luz el modus operandi de la casa real en cuestión.
Con lo que no ha contado es con el pueblo al que gobierna, que sigue siendo infiel, truhán, desmemoriado, y vengativo.
Ese pueblo que ha creado a su padre como es, lo ha relegado a una residencia de pensionistas pagada por otros, quieren verlo en la hoguera sin importar lo que hizo por ellos sin pedir nada a cambio, y ahora no soportarían un perdón regio, porque lo merece, y porque a ese pueblo, capitaneado por corsarios incultos, se le llena la boca diciendo que todos somos iguales.
Todos no. Unos cuantos han recibido mala educación y han sido niños abandonados en manos impropias. No merecen ser masacrados nunca.
No estamos siendo un gran pueblo.

https://www.hoy.es/opinion/mala-educacion-20201214001108-ntvo.html




3 de diciembre de 2020

EL PERIODISTA

 



Caminaba por el pueblo y no había nadie, pero nadie. Ni perros sueltos sin rumbo. Algún gato saltaba hacia la reja que protegía una ventana cerrada, y poco más. Asombrosos geranios florecidos en balcones sin vida de persianas cerradas, y un viento desolador que paseaba entre las calles a su santo albedrío barriendo restos de hojas, papeles rotos y rebujos de pelos sin origen definido.

Por mucha información que quisiera obtener, la cosa se le estaba poniendo difícil. Iba en busca del sospechoso del robo de la almazara, que le habían dicho que se había refugiado en casa de los padres, unos hortelanos mayores, dedicados al trabajo de sol a sol y ahorrando hasta la extenuación para conseguir una vejez tranquila y, a ser posible, dejarle al hijo algo con dignidad que no le hiciera trabajar como ellos lo habían hecho.

Mira qué cosa más terrible. El muchacho había sido muy buen estudiante en la escuela, se había ido al instituto a la ciudad, luego no quiso la universidad y se fue a hacer capataz agrícola a la formación profesional, y ahí perdió el rumbo.

Conoció a un maestro que había sido alcalde del pueblo y que había salido tarifando de las ocupaciones políticas por meter la mano en el cajón del pan, pero ese alcalde era un hombre simpático, querido en su partido, con don de gentes y la capacidad de conseguir lo que se proponía, aunque a veces no lo hacía por los caminos legales, aunque hay que reconocer que sabía poco de legalidades porque entró de alcalde por un sorteo entre los que aplaudían al Remigio, que fue el alcalde de antes que dijo que dejaba la alcaldía porque llevaba ya sesenta años en ella y ahora le exigían aprender a leer y contar con rapidez. El muchacho admiraba a ese hombre más que a su padre y se presentó a alcalde y ganó. Lo hizo mal por desconocimiento, y se fue a ser maestro de capataces y conoció al chaval de los dueños de la almazara, al que no enseñó nada bueno.

El periodista había encontrado toda la información en el cuartel de la Guardia Civil, a la entrada de la población, donde se encontró con la mujer del sargento que mandaba en el destacamento, y le puso al día de los antecedentes familiares. Dijo que había visto al chico entrar en casa de los padres hacía dos días, y que seguro que no había salido todavía, y que estaba segura de que él era el que había robado en la almazara, porque era un chico al que se le había dado de todo por los padres, y que todo empezaba ya a quedársele pequeño.

Son las cosas que pasan cuando a los hijos no se les pone freno, dijo la mujer al periodista. Yo se lo digo a mi marido muchas veces, continuó el relato. Si tenemos que darles todo, vamos servidos, porque entonces seremos nosotros los que nos quedamos sin nada y aún no sé en nombre de qué tenemos que ser los pobres, además de ser los que trabajamos, continuó el relato la señora del sargento. Yo lo veía venir, porque ese chaval siempre ha hecho lo que ha querido. Es buen chico, no digo yo que no, pero de puertas adentro nunca se sabe qué está pasando. Cuando a un hijo le das, das y das, acabas recibiendo tú, pero disgustos. Estará usted de acuerdo conmigo.

En medio de esos razonamientos, el periodista consideró que lo mejor era recabar información de fuentes originales, y tratar de entrevistar a los padres o al propio supuesto ladrón para aclarar las cosas antes de que la Guardia Civil diera con él y lo pusiera a disposición de su Señoría.

Nadie en las calles, el bar cerrado, la iglesia cerrada, el estanco cerrado… difícil.

Al fondo, al pronto, una luz rosa mortecina parpadeaba. Se acercó y había una mujer china detrás de un mostrador viendo en un teléfono móvil una serie de televisión china.

Le explicó el motivo de su visita y le preguntó acerca de la cuestión, por si ella sabía algo. La señora le dijo que sí, que conocía todo lo que había ocurrido pero que no podía contar nada.

Ante aquella respuesta, el periodista se inquietó y contuvo la respiración. ¿Puede decirme entonces quién puede contarme lo ocurrido que no sea usted? Claro, le dijo la mujer. Mi esposo, pero no está aquí. Mi esposo ha ido a comprar a Madrid y hasta que no vuelva no puede contarle nada. Vuelve esta noche tarde. Si quiere puede esperar viendo la televisión conmigo.

Lo siento, no sé hablar chino y no lo entendería. Pasearé por el pueblo y luego vuelvo. Voy a intentar ver al muchacho de la almazara a ver si me cuenta algo.

La señora china se colocó de nuevo los auriculares, como si con ella no fuera la cosa, y siguió enfrascada en el drama que escupía su móvil, cargado de violencia atroz y palabras imposibles de reproducir.

El periodista llamó a la puerta de los dueños de la almazara y solicitó hablar con ellos. No hubo problema. Le relataron la horrible existencia que llevaban con el hijo que se había transformado en un salvaje, que sólo les gritaba, daba el dinero que le daba la gana, porque se había adueñado de todo, y negociaba con la almazara según le convenía. Mezclaba aceites, no lavaba las mantas, no etiquetaba como debía de ser, pagaba sin control y dejaba a deber a quien le convenía y, lo peor de todo, había sido su amistad con el chino, el del almacén ese de todo a cien, que se había hecho socio suyo y en la furgoneta del chino repartían todo el aceite que era de otros a precios de escándalo.

El hijo había aprendido mucho en esa escuela, y el chino le había puesto los medios para hacer dinero para los dos. Ellos estaban acobardados porque el hijo tenía coche, una moto con un casco que brillaba y unas ganas locas de montar un local nuevo donde vender pizzas. 

La verdad de todo es, le dijo la madre al periodista, que la noche que el chino y el muchacho se fueron a Madrid, el padre, aquí mi marido, ha ido a la almazara y la ha desmontado entera, ha cogido los cables, las piezas, los rodillos, las listas de los clientes de toda la vida, vamos, todo lo que pudo, y lo ha guardado donde el muchacho no sabe, porque no queremos que haga más el loco.

Si usted quiere lo cuenta, señor periodista, porque yo ya no puedo más. El que ha quitado todo de la almazara ha sido el padre, mi marido, porque era suyo. Lo que otros hablen, es cosa de la mujer del sargento de la Guardia Civil, que le gusta mucho darle al pico, porque siempre ha tenido envidia de lo listo que es mi muchacho.

El periodista cerró la libreta, se levantó de la silla, y se alejó como vino por la calle central, con la única esperanza de que el olor a humo se lo llevara el viento desapacible que seguía barriendo el suelo. Pero se fue feliz. Borró una mentira de los titulares y supo que, lejos de la ciudad, había cosas interesantes que le daban la vida.

Matilde Muro Castillo.

(Publicado en la revista Comarca de Trujillo del mes de Octubre 2020)


MI TESORO

 







Matilde Muro Castillo.

He tenido la inmensa fortuna de nacer en España, este lugar en el que, además de muchas otras cosas, posee una lengua exquisita y emocionante.
Nuestro idioma ha proporcionado a la humanidad grandes obras literarias, se ha extendido por todo el mundo, es estudiada constantemente, tiene academias repartidas por muchos países, y sirve de referencia permanente cuando se abordan estudios teatrales, poéticos, literarios o históricos que pretendan conocer profundamente el significado de las palabras, e incluso de nuestra forma de comportamiento social.
Cada país podrá decir lo mismo de la suya, pero indudablemente, no todos tienen la implantación mundial del español. No todos pueden presumir de autores como los que crean en español. Ninguno puede hacer gala de la preponderancia de su idioma, el crecimiento exponencial y el número de estudiantes que lo eligen como segunda lengua, respetando la primera siempre como lengua materna.
Ahora nosotros, los españoles, sin saber muy bien la razón que justifica la medida, decidimos por mayoría en el parlamento, que el español no va a ser la lengua “vehicular” en la enseñanza.
Pero ¿qué ha pasado?, ¿qué ha habido que tragar para semejante barbaridad?, ¿qué oscuros intereses justifican tal medida? No es fácil entender semejante atrocidad, cuando nuestra lengua es un tesoro que para sí quisieran muchos, y ahora resulta que nuestros hijos no tendrán que estudiarla como algo fundamental, dependiendo de características geográficas o de los lugares en los que les ha tocado nacer. Es espantoso.
¿Quién ha sugerido tal barbaridad y qué razones han conducido a tragar con ello?
El respeto a las lenguas de cada uno de los territorios nacionales es fundamental. Que en los colegios se enseñe a todos los niños algo de todas esas lenguas, sería muy de agradecer para evitar reproches, populismos, incomprensiones y, sobre todo, enriquecernos intelectualmente todos; pero prescindir del español como la lengua principal, la que todos debemos saber, conocer y estudiar en profundidad, es atroz.
Estas medidas que pasan como si nada, que hacen levantar la voz a estudiosos y nadie hace caso, pero que se implantan creyendo que nadie va a obedecerlas, conducen a situaciones tan dolorosas como la de Cataluña en la que se obliga a que todos los letreros sean en catalán, que no se puedan hacer oposiciones si no conoces el catalán y que no sea grato el idioma español en algunos ambientes, cada vez más beligerantes con la necesidad de la preponderancia de la lengua del territorio.
El español es nuestra vida. Es nuestro tesoro. Es nuestra manera de expresarnos. Forma parte hasta de los silencios, del ritmo de los pensamientos, de la música del alma, y no se puede dejar de enseñar como lengua materna por una simple razón de geografía.
No podemos arrinconar nuestro idioma poco a poco. No debemos dejar de cuidarla, de potenciarla, y nunca se puede usar como objeto de cambio en negociaciones políticas a cambio de no se sabe qué tipo de votos necesarios para qué. 
Es agotador estar siempre a la defensiva, pero los tesoros hay que cuidarlos para que no se pierdan. 

Matilde Muro Castillo.
https://www.hoy.es/opinion/tesoro-20201130000559-ntvo.html?ref=https:%2F%2Fwww.hoy.es%2Fopinion%2Ftesoro-20201130000559-ntvo.html


DIVORCIO

 



- Hay que hablar con los niños y explicarles la situación.
- ¡Ya estamos con el “hay que”! Sabes perfectamente que esa frasecita ha sido uno de los motivos de nuestra separación. ¿Cómo hay que? Digo yo que tendremos que ser los dos los que hablemos con ellos. Esto no se trata de hay que ir a tirar la basura, o hay que pintar, o hay que cenar, o hay que limpiar, o hay que llevar a los niños al colegio, o hay que limpiar el baño, o tienes que … que es tu frase favorita.
- Volvemos a lo de siempre. Tú te empeñas en que mis frases son las que han roto esta relación. No es verdad. Te la coges con papel de fumar tía. Cualquier cosa que digo te molesta. Todo lo que hago es penoso. Si lo digo como si no, lo que haga está mal para ti. Sigo sin entender qué te ha pasado. Has cambiado tanto desde que nos conocimos que, de verdad, me cuesta creer que eres la misma persona.
- ¡Hombre!, qué curioso. Cuando nos conocimos y empezamos a vivir juntos, no habías aprendido el “hay que”. No sé a qué escuela has ido desde que nació Diego, que el “hay que” se implantó en tu vocabulario y es como una muletilla que me enferma. No te digo ya desde el nacimiento de Elenita. ¿Crees que es normal que llegas a casa, no dices ni buenas tardes, te sientas a comer como un bruto sin hablar, bebes lo que quieres mientras comes, y te tumbas a dormir en el sofá mientras quito la mesa, arreglo la cocina y voy al autobús a recoger a los niños? No es normal. No sabes ni dónde está la parada del autobús. Si a mí me pasa algo, se quedan huérfanos con su padre durmiendo la siesta. Te da todo lo mismo. No sé qué te ha pasado, y como no hablas, no podemos entendernos.
- No hablo porque a ti te da lo mismo lo que te diga.
- ¿Si? Inténtalo. Estamos a tiempo antes de firmar los papeles en el juzgado. Dime qué pasa, a qué se debe ese comportamiento de los últimos cinco años. Dime porqué no te ocupas de nada, pero de nada que no sea criticar y poner pegas a lo que tú crees que hay que hacer, pero que soy yo la que lo tiene que hacer. ¿En qué me equivoco?, ¿qué hago mal?, ¿digo que me canso y tengo que callar?
- No sigas por ahí. Te he dicho mil veces que no pasa nada. Que no me ha pasado nada Que tengo el mismo trabajo, la misma vida, la misma gente con la que me hablo. Que no me pasa nada de nada. Que estoy igual. Que en estos cinco años lo único que he cambiado han sido las ruedas del coche. ¿Te enteras? No pasa nada de nada. Todo lo que ves está en tu cabeza. Te empeñas en que soy yo y no es verdad. No pasa nada.
- Tú lo que quieres es volverme loca. ¿Te has enterado de que has sido padre? ¿Sabes que tienes dos hijos? No es ya por mí. Es por ti. Yo sí he cambiado, yo sí me he dado cuenta de que soy madre y que tengo otras obligaciones distintas, que tengo a dos seres pequeñitos colgados a mi falda que piden atención y ayuda todos los días. He cerrado los ojos a todo lo demás y no quiero que nuestros hijos se sientan solos y abandonados, mientras nosotros no nos damos cuenta de que han nacido y están aquí. ¿Tú te has dado cuenta de que hay dos niños en casa?
- Lo que faltaba. Que no me he dado cuenta de los niños. ¿Te he puesto alguna pega para que hagas lo que quieras?, ¿he protestado porque no salgas ya conmigo poniendo a los niños como excusa siempre?, ¿he dejado de darte dinero para que los niños crezcan y vayan a los colegios que tú digas? Es el colmo. Es decir que yo tengo que dedicarme a educar a los niños y a estar pendiente de ellos como si fueras tú. Pues no. Uno u otro, pero los dos no puede ser porque si lo hacemos los dos, los niños no saben a quién obedecer. A mí no me hacen ni caso, no sé si saben que soy su padre. Cuando les llamo, o les pido algo, o quiero estar con ellos, ni me miran. No sé si me conocen, y yo tengo mucho trabajo como para estar dedicado a ellos. Yo no he cambiado. Eso son cosas tuyas, y si quieres separarte de mí, de acuerdo, pero no digas que he cambiado. Yo no he cambiado. La que ha cambiado has sido tú.
- De verdad que no es normal. Todo lo que acabas de decir ¿te lo crees?, ¿es posible que no sientas el más mínimo cariño por tus hijos?, ¿es real lo que he oído?, ¿piensas que no saben que eres su padre? Mira hijo, esto es peor de lo que yo pensaba. Tú no sabes qué te pasa, pero desde luego te pasa algo. ¿Con dinero se arregla esto?, ¿Qué tú me das dinero para mantenerlos y hacerles crecer?, ¿qué dices?
- Pues que te doy dinero todos los meses de mi sueldo para los niños y para ti.
- ¿Para los niños y para mí? Me muero de risa. ¿Lo que me das es para los tres? Alucino. ¿Con lo que me das tenemos que comer, vivir, colegios, vestir, libros, mamá cómprame, y todo lo demás? Interesante argumento. No había caído en que esa miseria era para la supervivencia de estos tres seres humanos a los que has decidido salvar de la hambruna.
- ¡No empecemos con tus salidas de humor! ¡no soporto que me trates como si fuera un imbécil! Te doy el dinero que creo que debo darte para que esto marche.
- Pues es verdad. No había caído en ello. Esto marcha. ¡Tú te marchas!, pero además ahora mismo. Mañana a las nueve y cuarto tenemos hora en el juzgado para firmar la solicitud de divorcio. Vete ahora mismo y ya me las arreglaré yo con los niños. Ya les explicaré la razón por la que no van a volver a verte, porque en el divorcio he solicitado la tutela completa. No vas a volver a verlos, ni vas a tener que hacer nada que no sea alimentarlos de por vida. ¡Márchate! Y si mañana quieres mandar a tu abogada, yo te lo iba a agradecer. No quiero volver a verte nunca más. 
- Estás muy confundida. Yo no me voy de mi casa.
- ¿Tu casa? Esta casa es mía. Me la regalaron mis padres cuando acabé la carrera. Está a mi nombre, igual que la farmacia, por si no te acuerdas, que está en el local de abajo, y que atiendo durante doce horas diarias, además de ocuparme de tus hijos y los míos.
- Ya. Pero tú llevas una vida muelle. El trabajo en la planta baja. Entra dinero por un tubo y no me das cuentas, y me exiges que te de dinero todos los meses para mantener a los niños, que dices que son míos, y además que los cuide. Tú no tienes ni idea de cómo van las cosas. La vida esa que cuentan en las revistas de que los hombres y mujeres somos iguales, pues no es verdad. La que no se entera de nada eres tú. ¿Querías niños cuando nos casamos? Pues venga niños, tienes dos. ¿Querías educar a seres increíbles y excepcionales, según tú? pues dale a la educación, pero tú, porque yo con dos niños normalitos, me conformaba. ¿Qué quieres una vida loca de trabajo? Pues vuélvete loca trabajando. Yo con mis ocho horas de oficina tengo suficiente. Luego podré hacer lo que me venga en gana, ¿o tampoco?, ¿tengo que hacer lo que tú ordenes?, ¿tengo que hacer las guardias de tu farmacia?, ¿tengo yo que ser el salvador de la patria, de tú patria? Pues no. Creo que no. Esta es mi casa como la tuya. Aquí entramos el día en el que nos casamos y aquí seguimos, y porque hoy tengas un día malo, y porque hace seis meses te haya dado la locura de separarte, no voy a irme de casa porque sí. Yo aquí estoy fenomenal, no me meto con nadie, no hago nada que moleste a nadie, no pido nada. Me limito a decir “hay que” y te molesta como si fuera el aguijón de una avispa. Pues sí. Hay muchas cosas que se están relajando en esta casa. Veo que no se llega a todo. Esa manía tuya de ampliar el horario de la farmacia hasta doce horas de servicio al día, te ha hecho contratar a más gente ¿Para qué? Te lo dije: déjate de tanto lío y abre lo de siempre, y si en el barrio hay necesidad, que se las apañen, tú no vas a solucionar todo. Seguro que esos que has cogido para abrir te hacen ganar más dinero, pero como no me das cuentas de la farmacia, allá tú. Estoy más que seguro de que con tanta gente contratada vas a tener que cerrar, te vas a arruinar, y esa amiga tuya que hace estudios de farmacias, va a ser la que te la ponga a la venta, y si no, al tiempo.  Haz lo que quieras, pero no me digas a mí que me calle, porque diga “hay que”. Me da la gana y desde luego, será Su Señoría quien diga dónde está la razón, porque lo que no puedes pretender es que yo quiera trabajar hasta morir. No. No me da la gana. No quiero trabajar. No quiero ser padre ejemplar. No quiero moverme. No quiero nada de todo lo que a ti te parece lo normal. No quiero vacaciones. No quiero que los niños aprendan a hablar a gritos, y menos a correr para que yo vaya detrás de ellos. ¿Tengo que ser lo que tú quieres que sea? Pues me parece que no. Te vas a tener que aguantar con este que tienes delante.
- Tú te vas de casa esta noche, para empezar. Todos esos argumentos se los cuentas a tu abogada, y que ella, si tiene piel, los ponga de pie frente a Su Señoría, como dices. ¡Ah! No hace falta que te molestes en hacer la maleta: la tienes en la puerta hecha y cerrada. He cogido las llaves de la casa de la mesa de la entrada, para que no vuelvas, y con tu tarjeta de crédito he reservado habitación en la pensión en la que hiciste la carrera. A la dueña le ha hecho una ilusión enorme recibirte, porque como eres tan guapo, como eres tan bueno, tan dócil, tan callado y amoroso, está feliz sólo al pensar que vas a volver a sus brazos. Le he dicho que vas a preparar oposiciones a judicaturas, y que necesitas por lo menos dos años de estancia allí. 
Si. No abras los ojos de esa forma, porque se te van a salir No puedes quejarte de nada en absoluto. Te vas de MI casa a esa TU otra casa en la que tanto te quieren, y donde, sin duda alguna, el “hay que” te lo toleran. No. No digas nada. Me toca a mí. 
Mira, te he dado esta última oportunidad de hablar después de seis meses intentándolo. Tu abogada, que es la más lista del mundo mundial, y que tiene a su cargo todos los divorcios de tú bufete, del que parece que eres el amo y nunca vas, pues esa abogada tan lista y tan encantada de haberte conocido en las ocho horas de oficina, va a ser la que tenga que explicarte las razones por las que la convivencia contigo es in-so-por-ta-ble. Que no hay nada para siempre en la vida, excepto los hijos. Que nos casamos porque era el último deseo de tu madre, pobrecita mía, enferma terminal, y que yo no iba a echarme encima ese baldón de no haberle dado el gusto de verte a buen recaudo, pero que tu comportamiento ha sido todo menos amable conmigo, que me las he visto y deseado para tirar estos cinco años sin caer en una depresión de caballo, que te he mantenido limpio, planchado, comido, divertido y aparentemente feliz hasta que hemos llegado a hoy. Hoy te vas y no quiero volver a verte.
¡Ah! Los niños no te van a echar de menos. Ya les he avisado de que, a lo mejor, te ibas de viaje al extranjero y que tardabas en volver. No les ha parecido mal ni bien, porque no te tratan, pero si quieres seguir mintiéndote a ti mismo, a través de ellos, y te los encuentras por la calle, se lo dices. Que te has ido al extranjero, a Paupolicán, que es la calle de la pensión, por si no lo recordabas.
Mira lo que son las cosas. Te vas. ¿Quién te lo iba a decir a ti? Pues si. Te vas. No te niegues porque no vas a conseguir nada. 
La miró, se levantó del sofá, cogió el móvil de la mesa, apagó la televisión y se encaminó a la puerta. Cuando estaba abriéndola, oyó desde el fondo que le decían:
- Hay que bajar la basura.


Matilde Muro Castillo.
(Publicado en la revista Comarca de Trujillo septiembre 2020)







16 de noviembre de 2020

UNESCO




LA ALDABA
MATILDE MURO
Lunes, 16 noviembre 2020, 08:49


Cuando he viajado por el mundo que nada se parece al nuestro, lo he hecho por lugares insólitos en los que la incongruencia del europeo campaba por sus respetos en mi cabeza.

Creía que la mejor forma de ayudar a los demás era enseñarles nuestro modo de vida, despreciando la propia de los sitios visitados, que poco a poco comenzaron a embrujarme, a querer saber todo de ellos, a aprender de sus miradas, los olores de sus comidas, lo atestado de sus calles, la falta de higiene social o los rezos multitudinarios.

En el año 1945 en el que este mundo hacía poco que salió de una guerra de sangre con millones de muertos y aún no se sabía cómo elegir la forma de morir, si de hambre o de bombas pendientes de explotar, se crea la Unesco, poniendo el punto de mira de la supervivencia de la humanidad en la educación, la protección de la cultura y la consecución de la paz mundial por medio de acuerdos entre naciones. Maravillosa propuesta, increíble lucidez la de los propulsores, milagrosa manera de entusiasmar a una población diezmada en medio de cascotes de ciudades arrasadas por bombas de enemigos, a los que ahora convendría acercarse. Era como el sueño de unos locos a los que el terror les pide oír a Bach en medio de las colas del hambre.

Ha funcionado. A trancas y barrancas, llena de críticas, proyectos fallidos, logros increíbles, ha conseguido crear la conciencia de que hay cosas materiales, inmateriales, costumbres, olores, músicas, folklores, idiomas, razas, paisajes, hombres y mujeres que forman parte de ese patrimonio común que se llama mundo, sin que sea prudente hacer distinción entre ellos, porque todo eso está lleno de un valor difícil de cuantificar, pero que nos distingue de entre otra cualquier forma de vida que se expanda por el universo.

A los que nos gusta lo intangible que pasea a nuestro alrededor, el perfume de las cosas, el tacto del mármol tallado, el olor del óleo mezclado con esencia de trementina, la música que se lee en medio de dibujos de hormigueros y sale a través de complicadísimos artilugios que soplan, acarician, rascan y golpean. A los que nos gusta la gente de todos los colores y razas, los que amamos las ruinas, los que nos extasiamos ante la pintura del Bosco, de Velázquez, Goya y Kandinsky, necesitamos a la Unesco, tan lejana, tan impropia en nuestra vida cotidiana, tan aburrida y denostada, pero tan necesaria para la supervivencia.

Metidos en casa, rodeados de libros, pinturas, láminas que reproducen cuadros, platos de barro heredados de nuestros abuelos, guisando legumbres, haciendo pan, viendo fotografías de viajes pasados a las ciudades patrimonio de la humanidad, a los lugares que la Unesco ha protegido, oyendo el flamenco que decretó «patrimonio intangible de la Humanidad», estamos menos agobiados, menos solos y, sin saberlo, más reconfortados, porque hay una institución creada por hombres y para hombres que ha sido capaz de protegernos de nosotros mismos.






13 de noviembre de 2020

EL PERRO LOCO







EL PERRO LOCO

Matilde Muro Castillo


Conocí a un asesino que tenía un perro que se reía.         El amo no estaba muy allá. La política le envenenó la cabeza y se dedicó durante mucho tiempo a elaborar planes de asesinatos en masa, pero disparando de uno en uno a las víctimas que, en sus ardorosos planes de muerte, no reunían los requisitos de comportamiento humano que él demandaba en su entorno.
Vivía en un lugar fresco, lo que, sin saberlo nadie, salvó muchas vidas, porque el sujeto en cuestión llevaba fatal los calores. Cuando el termómetro se disparaba por encima de los treinta grados, sacaba la colección de armas, la colocaba sobre la mesa del comedor de las grandes ocasiones y las limpiaba con una minuciosidad terrorífica. El botecito de aceite de engrasar la máquina de coser de la madre, el cepillo de lanas merinas de colores que tapona los cañones de la escopeta, el plumero, la cera de Inglaterra para abrillantar las culatas, las piedras de malaquita para bruñir los dorados, las herramientas para calibrar el disparo... las miras telescópicas, los estuches de cremalleras inacabables y cierres de precisión, los aspiradores diminutos que, con pilas, dejaban impolutos los rincones de los rellenos de gomaespuma teñida de gris, bayetas de piel de cabritilla, de esa piel con la que hacen los guantes a los obispos, brochas de afeitar con pelo de visón para sacudir los residuos de pólvora de los cañones, la manta de borra sobre la que apoyaba las armas para no rozar la mesa de caoba de veinte comensales… un auténtico escenario que presagiaba nada bueno, pero que alargaba, sin él saberlo, días y horas la muerte anunciada en lo más oscuro de su mente para los que tenía preconizado el fin de la vida.
    Las horas pasaban sin enterarse, mientras la cabeza elaboraba los planes siniestros de muertes ajenas por razones que nunca se pueden explicar.
    Contaba la munición, abría y cerraba las cajas de cartón que guardaban mensajes mortíferos envueltos en metal y pólvora. Abría y cerraba el armero.                 Colocaba los cargadores vacíos, los llenaba, los volvía a vaciar y cuando todo estaba revisado, se dirigía al armario del maniquí, lo sacaba con sumo cuidado, lo vestía con ropas que había comprado en rastros de ropa militar y colocaba al siniestro muñeco a la máxima distancia que le permitía el comedor, y desde el balcón del otro lado, abierto para conseguir noventa centímetros más de lejanía, se liaba a tiros con el muñeco para volarle la cabeza a la primera, o cuando la puntería se lo permitiera.
    En medio de un ruido ensordecedor y una nube de humo de pólvora, se abrían los balcones de alrededor y aplaudían, creyendo que el loco celebraba a cada poco tiempo su cumpleaños con fuegos artificiales, y si estaba el de enfrente, le cantaba cumpleaños feliz, sin saber que, si el loco se volvía, al que le volaba la cabeza era a él. 
    Cuando daba por terminada la siniestra ceremonia, cerraba el balcón, recogía los casquillos, y los restos del maniquí, además de retirar la manta de la mesa y dejar todo en estado aparentemente normal, porque el salón comedor en cuestión, había sido forrado de plástico transparente en su totalidad para evitar otros deterioros que pudieran ocasionar mascotas caseras, uso habitual, o no se sabe qué otra razón para mantener las sillas, sillones, vitrinas, cuadros, lámparas, alfombras y apliques revestidos de plástico transparente, como si se fuera a producir una reforma integral del inmueble, una mudanza o una pintura a pistola del entorno, sin desarmar la decoración ni la posición de los elementos del escenario hogareño.
    El paso de los años hizo que el patrimonio propio se fuera deshaciendo. Dedicado a estas locuras de las armas mezcladas con política, sólo gastaba y no añadía nada a lo heredado de papá y mamá. Su señora esposa, porque el sujeto estaba casado, optó por hacer vida paralela, y puesto que el personaje en cuestión estaba entretenido día y noche con asuntos raros, ella estableció una rutina diaria de ir a misa temprano, desayunar con dos amigas en una cafetería, entrar en El Corte Inglés a que las maquillaran y perfumaran gratis con las pruebas de los expositores, y llegar a casa cuando la comida estaba preparada. Siesta en el sillón de orejas, partida de bridge por la tarde en casa de alguna conocida, o asistencia a cualquier invitación que, recibida por el marido, necesitara de su presencia. 
    El ritual se interrumpía pocas veces, a no ser que algo inquietara al marido en exceso porque los grupos de amigotes le tocaran las neuronas en exceso y decidiera emprender campañas de orden impuestas por él, con lo que a la señora le tocaba abrir los armarios, desempolvar los uniformes, sacar brillo a las medallas y planchar las gorras de combate para que, sin que hubiera el más mínimo reproche, subiera al monte a montar guardia pertrechado como la campaña demandaba.
    El marido se iba de campaña solo. Ella se quedaba en casa cuidando de “Lobito”, un ser vivo con forma de perro de raza caniche que era la devoción del cabeza de familia. Esa era la única ocupación de la señora, y en ella ponía todo su empeño, porque sabía que en ello le iba la vida. Lobito era lo principal, lo único y por lo que ella era capaz de dejar la partida de bridge o la misa de la mañana.
    Lobito aprendió a obedecer todo tipo de órdenes. Se sentaba, hacía el muerto, bebía agua, salía y entraba por las gateras de las puertas a la voz de ¡ya!, se acurrucaba al lado del ama, comía y se reía.
    Lobito se reía.
El cabeza de familia volvió a casa de una de las monterías que organizaron conocidos que necesitaban deshacerse de alguien inquieto y contrario a sus pensamientos políticos, y llegaba embravuconado. El resultado había sido perfecto. Un golfo menos poblando la tierra que dicen los ingenuos que es de todos, pero en realidad sólo pertenece a los que desean luchar por ella, sin importar las consecuencias de sus acciones. Estaba exultante, feliz, poseído de sus pretendidos poderes sobre la vida de unos y otros, y cuando creyó que su esposa, de la que era dueño absoluto, estaba preparada, la citó en el salón de los libros y le dijo que llevara a Lobito, porque tenía que contarle algo que pensó que no volvería a suceder en mucho tiempo, que le había proporcionado una enorme cantidad de dinero, pero sobre todo había reforzado la creencia de que la vida empieza y acaba, pero nadie como él para terminar con lo que alguien, en medio de un descontrolado afán de placer, había creado.
    Su entregada señora decidió, en esta ocasión, darle la sorpresa de la última hazaña de Lobito. Ese animal que él adoraba había aprendido lo que ningún perro sabía, lo que a nadie se le había ocurrido enseñar a un can de cuatro patas, que dormía en mantas de cashmère, iba a peluquerías de prestigio y enamoraba a todos cuantos pasaban a su lado, cogido con la correa diseñada por Hermés para la princesa Margarita de Inglaterra, poseedora de un animal semejante, y que el ama copió en un talabartero de la calle de la Cruz, sin empacho alguno y quizás de mejor calidad, por el consabido manejo de la piel por parte de los artesanos españoles.
    Entraron los dos en la sala de los libros, y les ordenó sentarse. Los dos obedecieron, el perro antes que el ama y ella le rogó que le dejara hablar antes de escuchar lo que tendría que contarles, porque la sorpresa de la última hazaña de Lobito iba a hacer palidecer a lo que el amo quisiera contar. Él sonrió con displicencia y le dijo:
- Ya puede ser interesante y único lo que nuestro querido can haya hecho, pero nunca, pero nunca, hablarás antes que yo.
- Pero …
- No hay peros querida. Parece mentira que vivas a mi lado hace tantos años. Hablo yo, tú escuchas en silencio y luego te manifiestas.
    Asintió sin más y se acomodó en el sofá para escuchar las andanzas del amo que se decía marido, y no sin horror escuchó cómo había matado a un hombre desde lo alto de una loma, mientras estaba celebrando una manifestación política en reclamo de derechos de algún tipo que nadie le reconocía, o algo parecido. Ella se revolvió en el asiento y en ese momento de incomodidad, Lobito también se rebulló a sus pies.
- ¡Quieto Lobito, no he terminado!
- No ha hecho otra cosa que acomodarse. La historia que acabas de contar no es para menos. Espero que no sea verdad. Por mucho dinero que hayas traído a casa, quitarle la vida a alguien, no se puede tasar. Es todo una locura que tiene muy poca gracia.
- ¿Tú me has oído mentir alguna vez?
- No, jamás.
- ¿Entonces?
- Nunca habías llegado tan lejos. Tienes tus ideas complicadas, un carácter muy fuerte y dotes de mando, pero llegar a matar … sigo creyendo que es imposible.
- Es cierto. Estoy orgulloso y nadie puede decirme que he hecho algo mal, cuando de cumplir un afán de siglos es lo que he hecho.
- ¿De quién es el afán?
- De quien me ha pagado por el esfuerzo, preparación y sacrificio puestos en la misión encomendada.
- Mira, estoy desconcertada y atemorizada. Había venido a la sala de los libros a enseñarte la última de Lobito, pero no es el momento.
- ¡Es el momento! – le replicó levantando la voz – y te pido que me enseñes lo que el perro sabe hacer.
- Perdona, no es el momento.
- O me dices qué hace, o me deshago de él.
    A sabiendas de que era capaz de cumplir su amenaza, le pidió al perro que se levantara. Se colocaron frente al amo los dos de pie, y mientras las lágrimas arrasaban el maquillaje que le habían puesto en El Corte Inglés por la mañana, le dijo al perro:
- Lobito, ríete.
    El animal levantó el labio superior y descolgó el inferior, dejando a la vista los dientes y emitiendo un gruñido que asemejaba una risa indiscutible.
Los ojos del amo se salían de las órbitas ante semejante desatino. ¡Su perro se reía de su heroicidad!, ¡su perro y su señora se reían a carcajadas de él!, ¡su perro y su propiedad, con forma de mujer, se reían! Nada quedaba en este mundo digno de contemplación, digno de respeto ni de valoración. Se derrumbó. Se sentó en el sofá mientras Lobito y la señora salían a escape de la sala de los libros. Con sumo cuidado la señora echó la llave al cuarto, hizo la maleta, recogió los cuatro recuerdos que siempre quiso conservar, y se marchó a casa de su hermana con Lobito.
Unos meses después, cuando el asesino ya cumplía condena en el lugar preciso, volvió a su casa, peló al cero a Lobito y desmontó los plásticos que cubrían el mobiliario.
Citó a las amigas y allí se jugaba al bridge, se bebía vermouth, se bailaba y se recibía a señores amigos de las armas, que disparaban a todo lo que les apetecía dentro de ese comedor de mesa de caoba, donde nunca se comió. 
    Los vecinos seguían aplaudiendo cada vez que oían disparos, y ellos saludaban desde el balcón, porque en tiempos de paz es difícil distinguir el fuego artificial del fuego asesino.

Publicado en la Revista Comarca de Trujillo. Mes de Octubre de 2020.




2 de noviembre de 2020

DIFUNTOS

 



FOTO: B.V. Carande. 1952


Difuntos

MATILDE MURO

Hace treinta años empecé a recorrer Extremadura de cabo a rabo, y sin descanso. Me acompañaban mis sobrinos Ángel y Adriana cuando sus colegios lo permitían y les enseñaba en los viajes cómo se hacía una guía de turismo especial, la que se publicó para la Expo de Sevilla y apareció como 'Extremadura: la guía'. Dicen que fue presentada en el pabellón del Enclave 92, me remitieron por correo un ejemplar y nada más supe de aquella publicación, que a veces ojeo, y de la que formé parte de su equipo redactor.

A los niños de entonces les enseñé que para conocer los pueblos hay que visitar los mercados, la iglesia y el cementerio, y cuando nos íbamos acercando a una población Ángel me pedía parar en el cementerio. Adriana tenía miedo sin saber porqué, y le gustaban más los mercados y a mí me fascinaban siempre las iglesias extremeñas, habitualmente contenedores de un patrimonio insólito, riquísimo y desconocido.


 

Si hoy pudiéramos ir de viaje los tres, sin tener miedo a lo que nos rodea y no conocemos, parábamos seguro en el cementerio de turno. Ángel correría como un poseso entre las sepulturas del suelo buscando lo raro, el avión de metal que está clavado en la tumba del joven que se estrelló sin otro motivo que el servicio militar en aviación, las pulseras que cuelgan de la efigie del ángel desolado que abraza la lápida del difunto adinerado, las coronas de metal de quita y pon, que las familias atesoran y exhibían antes el día de los difuntos sobre las lápidas de los deudos, las fotografías deslavazadas por el exceso de luz y que Ángel creía que eran los fantasmas que allí reposaban. Adriana me leería en voz alta los epitafios y me preguntaría porqué los señores se enterraban con sus «fieles», porqué hay letras pegadas con pegamento y otras hendidas en el granito, porqué a unos les hacían fotos y a otros no, qué quiere decir deudos, ¿debían dinero cuando se morían?... y entre muertos hubiéramos pasado el día, como corresponde.

Cuando el tiempo pasó, los niños aprendieron el valor del recuerdo, lo importante que resulta el adecentamiento de los cementerios, escribir sobre las losas, decir lo que se ha querido al muerto o silenciar entre fechas los desmanes en vida del que allí yace, o la vida insulsa que ha llevado, que no ha generado siquiera un recuerdo amable de los que aquí dejó. Cómo los vivos hacen de la muerte una fiesta eterna, es el sentir del pueblo gitano, que adorna sus espíritus como lo hacían los egipcios: entre oro y oropeles que en el momento deslumbran, y al paso del tiempo hay que buscar entre las arenas del desierto y la fiesta se repite con el hallazgo.

Este recuerdo me lo permito hoy mientras paseábamos entre recuerdos ajenos, entre seres que poblaron la tierra cuando nosotros, pero sin conocerlos. Solo lamentamos su desaparición porque no estamos educados en ello, y la muerte es pérdida.

De mis muertos no hablo, porque no tengo. Los que no están aquí, deambulan siempre vivos entre los huecos de mi corazón.


https://www.hoy.es/extremadura/difuntos-20201102000847-ntvo.html




20 de octubre de 2020






Curiosidad
LA ALDABA
MATILDE MURO CASTILLO
Lunes, 19 octubre 2020, 10:16


De entre todas las capacidades que alberga el ser humano, la curiosidad me parece importante.
El mes de octubre se presenta hermoso por el reconocimiento con premios importantes a los hombres y mujeres que han hecho de esa capacidad una virtud inaudita. Los agraciados con los premios Nobel, los premiados con los Princesa de Asturias, los galardonados con importantes distinciones literarias, los dotados con becas de investigación, los escritores visitantes de ferias internacionales..., todos aparecen ante mí como seres sublimes, dotados de ese poder de la mente para rebuscar, para saber más allá de donde nos parece posible que exista la luz del conocimiento.
Es la curiosidad la que nos hace progresar. Es la curiosidad la que nos hace creer que lo que tenemos ante nosotros no tiene por qué ser el final del hallazgo. Poner interés desmedido en aficiones llena la vida, pero no sólo la propia, sino que enriquece la ajena a fuerza de demostrar que no sabemos nada más que lo que vemos porque no buscamos más. El interés, la devoción por el encuentro de la novedad, o tratar de poner en pie la teoría, la historia o la corazonada, es la sazón de la vida del curioso, al que siempre se califica de estudioso y, como hay trabajo al medio, resulta aburrido.
Me emocionan estas personas premiadas. Héroes de lo cotidiano, buscadores de tesoros que ni ellos mismos sabían que allí estaban, porque no caminan guiados sobre mapas escritos o senderos dibujados. Son ellos, su curiosidad, su inagotable sed de saber para beneficio de los demás, lo que alimenta ese motor de arranque que conduce al progreso común.
¿Qué hubiera sido de la Humanidad sin sus afanes de locos que indagan sin saber qué, excepto ellos?, ¿dónde estaríamos?, ¿qué sería de esta vida plagada de incertidumbres y aferrada a la certeza de la Ciencia para seguir como los científicos nos han enseñado a vivir?, ¿de qué nos hubiéramos alimentado el alma sin la Literatura, que a fuerza de curiosear en la vida, los silencios y los sentimientos humanos nos ha dejado salir del encierro obligado?, ¿de dónde sacan fuerzas los deportistas si no es por la curiosidad de saber hasta dónde son capaces de llegar?, ¿qué sería de nosotros sin la Música y sus intérpretes?, ¿quién le dijo a Picasso que experimentara en el arte y lo modificara hasta hoy?
Seres excepcionales, amantes del saber, remolcadores de nuestra convivencia. Sin saberlo amasan la paz y nos llevan de la mano a mejorar como seres humanos.
Que se les haga caso, que se les premie y se les saque de los ordenadores, de los microscopios, de sus entrenamientos, de sus búsquedas en archivos, de conversaciones técnicas, de cálculos de fórmulas enigmáticas o de teorías económicas, es muy de agradecer, porque ponemos cara a esa otra parte del mundo que, siendo tan importante, no conocemos, y mi curiosidad, que carece de cualquier componente intelectual de alto rango, lo agradece, porque me reconforta ver que no sólo lo que me quieren enseñar todos los días existe.

https://www.hoy.es/extremadura/curiosidad-20201019000948-ntvo.html



 

5 de octubre de 2020

DETALLES

 



Detalles

MATILDE MURO

He conocido, por casualidad, las consecuencias de los detalles que no atendemos porque nos cansan.

Llamo a un teléfono que aparece en una web y cuando pregunto por el destinatario que figura en la información, me responde una señora y dice que por favor dejemos de llamar de una vez. Por favor, insiste, déjenme descansar. No puedo más, no puedo vivir con esto. No conozco a esa persona, no sé quién es, no puedo arreglarlo, pero no puedo estar sin teléfono. Tengo hijos fuera y me llaman cuando salen y cuando llegan. Tengo hermanos mayores que no saben de móviles y hablan por este teléfono. Me llaman desde primeras horas de la madrugada hasta el anochecer. No puedo más.

De verdad que angustiaba. Me puse en su pellejo y creo que me habría cambiado hasta de país y, a pesar de su queja lastimosa, de que me contó su vida, es verdad que ella no podía hacer nada. No disponía de los medios para cambiar esa información de internet porque no tenía ordenador, no sabía quién había hecho esa página, no conocía los titulares del negocio y el único teléfono que aparecía era el suyo, al que no podía llamar porque estaba siempre comunicando cuando lo intentaba.

Ese simple detalle le estaba arruinando la existencia.

El acerado de la calle más transitada de una ciudad, tiene dos o tres baldosas mal alineadas. Resulta casi imposible no tropezar en ellas si transitas por el lugar, y se han producido numerosas caídas. Es una tontería, ya lo sé, pero no se puede arreglar porque es imperceptible. No se mueven las baldosas, no se han desprendido del suelo, no parecen rotas ni mal colocadas, pero ese detalle tira al suelo al que camina creyendo que la senda es uniforme.

Se ha llamado a los técnicos, se dice que algo está mal, que es una nimiedad, pero que las personas, los niños y quien transite sin necesidad de estar mal de los andares, se va al suelo. No se puede arreglar. No hay nada mal, es un detalle minúsculo que no justifica el esfuerzo del gasto, pero que a más de uno le ha arruinado la existencia.

Las tapas de los cubos de la basura que hay que levantar con las manos para depositar las bolsas son de tal tamaño y envergadura que hace falta fuerza para sujetarlas en lo alto y evitar que te aprisionen los brazos cuando cierran. Es una tontería, un detalle estúpido, pero hace que las bolsas se queden en el suelo, o los usuarios tengan reparos en llevar los excrementos a su sitio, porque corren riesgo de romperse los brazos. Se quejan las autoridades de que no se hacen debidamente los trabajos de educación cívica, pero a veces esos detalles de los cubos de la basura en los que no entran los cartones aunque los patees, no puedes con las tapas porque son desproporcionadas, o no sabes qué poner en los amarillos esos de la mala suerte, te amargan la existencia.

Detalles que a nadie importan, que es absurdo mencionarlos con la que está cayendo, pero son esas las gotas que desbordan los vasos.


https://www.hoy.es/extremadura/detalles-20201005002843-ntvo.html