20 de febrero de 2022

LAS GALLINAS

 

LAS GALLINAS

A mi madre, que era lista además de inteligente, nunca le gustaron las gallinas. Sus razones eran más que convincentes: sucias, ruidosas, se dejaban embatir por el gallo sin protestar, no reparaban en lo que comían, una vez muertas eran de carne dura, y había que convertirlas en calditos de parturienta para poder ser digeridas, con lo que el gasto del combustible para alcanzar tal estado líquido a partir de la materia, no compensaba la cantidad de huevos que hubieran puesto a lo largo de la vida. Eran caprichosas, ponían huevos cuando les convenía y todo les molestaba: el frío, el calor, la nieve y el sol.

Decía además mi madre, que eran idiotas. No eran capaces de escapar cuando el zorro merodeaba por el gallinero y se quedaban atontadas mientras veían caer una tras otra a merced del atacante. No hacen equipo. No se agrupan para la defensa. No las hay mejores ni peores. Se distinguen por su aspecto físico y el color del plumaje, pero poco más. El tono del cacareo es el mismo, y si las meten en granjas, ni con Tchaikowsky las callan.

A lo mejor la apreciación de los expertos en gallináceas es radicalmente distinta a la de mi madre, que se dedicaba sólo a opinar por lo que a las gallinas respecta, pero visto desde lejos, creo que no le faltaba razón.

A mi madre la tengo presente a todas horas. Sin decir hoy más que ayer, o que he ido al cine y se me ha olvidado, o que tengo otras cosas en las que pensar y la cabeza me la deja de lado. No. Mi madre está siempre conmigo, pero he de confesar que, desde hace unas semanas, más que nunca, porque no puedo dejar de pensar en ella cuando repaso el panorama que el gallinero del Partido Popular nos está brindando a la ciudadanía.

Uno de los guardianes del gallinero se ha dejado la puerta abierta sin querer y le han tocado los botones sin darse cuenta de que lo que él quería no es lo que quería el que le ha manipulado la voluntad por medio de técnicas que desconoce. Donde ponía si era no. La pausa no funcionaba. Vino un viento lejano y le apagó la luz mental de repente, y apretó el botón de abrir y no el de cerrar. El gallinero se alborotó ante ese cambio de costumbre y el griterío, se lo pueden imaginar, y ahora recordar.

Las gallinas no sabían que el zorro merodeaba haciéndose el espía de la alimaña. Entre el espía disfrazado y la alimaña que no mata para comer, sino que come para matar … ha vuelto el griterío.

Como el ruido es ensordecedor y nadie le interesa, la parte de la granja que alimenta otras especies de poco fiar, ha decidido quedarse en silencio y mirar, por si se escapa un tiro y tienen que agachar la cabeza.

Mi madre tenía razón. Siempre tenía razón. Las gallinas son idiotas, ruidosas, sucias, mentirosas, sin voluntad y nos salen carísimas, porque los huevos no son tan necesarios, y si lo son, hay veces que los ponen otros.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 21.02.2022



8 de febrero de 2022

NERVIOSOS

 


Esta bofetada recibida por la humanidad en forma de virus ha desatado reacciones distintas, explicables unas, e inexplicables la mayoría.

Yo noto nerviosismo en la población, en el más amplio sentido. En toda la población, sea cual sea su actividad o estado catatónico, pero nervioso.

Lo que más inquieta al ser humano es la inseguridad que la mentira provoca, el desconocimiento de las cosas, y la ambivalencia de todo lo que consideramos que puede ser el norte de nuestros días. Ha desaparecido la verdad sistemática, los saberes ya no sirven los de siempre, y el “si, pero …” es el favorito cuando buscas soluciones a tonterías como la validez de algo que te obligan a tener (por ejemplo, el pasaporte Covid).

Es necesario cambiar sí o sí de analógico a digital, sin otra explicación posible que el cierre de las puertas y la desaparición del trato humano. Hay que asumir que los bancos pueden hacer de ti lo que ellos quieran, porque con cambiar las condiciones contractuales de tus miserias, te pueden arruinar, porque dicen que no has leído lo que te escribieron el año pasado y que permaneció setenta y dos horas en tu buzón de entrada de la app que no te has instalado,  porque tu teléfono carece de capacidad para hacerlo, y no tienes mil euros para cambiarlo por el que el banco te ofrece a cómodos plazos al treinta y dos por ciento de interés,  y lo han borrado sin que lo leas, con motivo de esa asquerosidad de mentira que es la protección de datos.

Esos datos tan protegidos (ja,ja,ja,) los manejan a su placer los bancos, las instituciones, los servicios públicos y hasta la iglesia católica, que ya es el colmo, para disponer de nuestros bienes, horarios y aficiones.

Llevo más de dos semanas intentando ayudar a unos amigos a presentar el Ingreso Mínimo Vital, y esas plataformas maravillosas que dicen que ellos (que no tienen ni para pagar la luz) han de usar, carecen de cita previa para que sean recibidos en persona.

En mi móvil recibo avisos constantes de engaños con signos externos bancarios, correos, seguridad social, sanidad… etc, que pretenden que por el módico precio del engaño de dos euros habilite el aviso urgente que tienen guardado, a cambio del número de mi cuenta corriente, o de una tarjeta de crédito, o cualquier dato que pueda ser objeto de robo.

Constantemente soy afortunada con un premiazo nunca visto de un teléfono de última generación, una vivienda en California o un aspirador que anda solo por mi casa, si les proporciono los datos de mi escaso acervo patrimonial.

Este bombardeo de engaños, mentiras, manipulaciones ocultas, desprecio a la persona, delincuencia en definitiva de guante blanco, genera un nerviosismo que detecto general en la población, a la que cuando tratas de ayudar de buena fe, sospecha y te insulta creyendo que vas a engañarla, que no vas a cumplir con tu palabra, o que has surgido de la estratosfera, porque lo general es el ataque, el robo, el maltrato y la consecución de dinero a costa de cualquier cosa.

Se hace difícil vivir así. 

Matilde Muro Castillo.


Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 7 de febrero de 2022.


5 de febrero de 2022

EMPLEADAS DE HOGAR

Foto: Europa Press.

No hace falta que explique a qué me refiero, si han leído el título.
Son personas imprescindibles en la sociedad que nos hemos dado desde siempre, porque las obligaciones de mantener una casa, hijos, trabajo y maridos, son imposibles de asumir por una sola persona (mujer) que desempeñe todas esas tareas. Otra cosa es, y no digo que no sea igualmente penoso, si no hay trabajo externo, o no hay hijos, o no hay maridos. Uno solo, si así lo desea, puede mantener su casa desde que se levanta hasta que se acuesta, sin hacer otra cosa, pero con resultados de dudable calidad.
Esas personas (mujeres casi al cien por cien), forman parte de nuestras vidas y son una de las mayores fuerzas de trabajo olvidadas por el mero hecho de ser mujeres, obligadas a la esclavitud como consecuencia de haber nacido, y maltratadas económica y socialmente.
Las ayudas para salir de la pandemia (que a ellas también les ha afectado), están dirigidas sólo a jóvenes emprendedores, empresas que alicatan campos con placas solares, limpiadores de purines de granjas de cerdos, emprendedores digitales, y cursos de alta cocina o baja comprensión, pero en ningún caso hay ayudas para sacar a la luz la condición de las empleadas de hogar, ayudando con el pago de la seguridad social, por ejemplo a los empleadores, y limpiando ese sórdido mercado de trabajo en el que se mueven, y donde radica la miseria de los fondos ocultos, porque los cabeza de familia no quieren darlas de alta, no quieren pagarles el salario que merecen, y se niegan a que coman en sus mesas.
Las empleadas de hogar merecen la consideración pública que se han ganado, siendo el arma infalible del mantenimiento de nuestros hogares. Si las administraciones públicas de todo tipo emplearan fondos, que son de todos, en adecentar ese mercado enrarecido, con ayudas, subvenciones a la contratación, cursos subvencionados de especialización, educación de los cabezas de familia en el trato de ellas, y consideración de esas trabajadoras como seres humanos, el vuelco a la economía sería muy importante.
Sociedades empobrecidas económicamente como la extremeña, con respecto a otras comunidades, daría un salto cualitativo en aflorar una masa laboral de mujeres de todas las edades que trabajan ocultas y escondidas, pero que son el esqueleto de nuestras casas y sin las que los abuelos, los hijos, los nietos y los maridos estarían atendidos. Si tú pagas, desde luego recibes. No hay mejor inspector de trabajo que un cabeza de familia. No hay mejor control de calidad que la comida puesta en la mesa y guisada por la empleada que te atiende. No hay mejor pediatra que la empleada de hogar que sabe si el niño tiene fiebre o cuento para no ir al colegio. No hay mejor economista que la empleada de hogar que sabe de dónde flaquea el monedero. Eso hay que dignificarlo, hay que ayudar a cambiar el concepto y para ello hacen falta ayudas, porque no es posible emprender tareas nuevas de configuración social si no nos implicamos con reconocimiento económico.
Saquen subvenciones para dar de alta a empleadas de hogar, y se sorprenderán del resultado.


Matilde Muro Castillo.


Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 24 de enero de 2022.

NECESIDAD (mi recuerdo a Almudena Grandes)

    Fotografía de Almudena Grandes de la cuenta de Twitter.



He dejado pasar los días, a ver si la pena se mitigaba, pero sigo buscando en los medios las necrológicas dedicadas a Almudena Grandes, como si de un familiar se tratara, y tuviera que pegar en mi álbum imaginario de firmas y pésames las páginas dedicadas a su muerte.
Hoy, ante la suerte que tengo de una columna quincenal, quiero hacerle mi homenaje y tratar de explicar lo que con ahínco he buscado para entender porqué me he sentido huérfana ante su desaparición, si no nos unía nada indisoluble, y he de reconocer que, aunque he leído su obra, no esperaba ansiosamente la siguiente aparición de lo que urdía, a fuerza de tecletear en el ordenador con disciplina prusiana, a diario, porque inconscientemente sabía que algo más iba a salir de ese trabajo constante en medio de guisos, consejos, compras de ama de casa, preocupaciones por los hijos o arreglos de bricolaje, que son difíciles de encargar y menos aún de conseguir.
A Almudena yo la sentía como la madre de los desarrapados que, en general, ocupamos las zonas del mundo por el que todos transitamos sin sabernos así, porque ella nos hacía sentir acompañados. Era la madre que sabía siempre lo que necesitaba la alacena de la cocina, lo que se había acabado y teníamos que reponer, o lo que había que racionar porque era difícil conseguir.
Como trabajaba de esa manera tan constante y precisa, yo daba por seguro que las palabras que surtían las hojas de sus libros era certeras y no merecía la pena la comprobación, pero no semánticamente, sino oportunas, necesarias y ocupando el lugar que el relato reclamaba, sin posibilidad de cambiarlas por algo que resultara más estético y evocador, porque su literatura era esa, la que ha creado la necesidad de la recuperación de la memoria colectiva que, a fuerza de repetir necedades e inexactitudes llenas de mala intención, se estaba configurando como la historia real que había que asimilar como tal, contra lo que ella luchó con denuedo, mientras el estofado de la cocina se hacía a fuego lento, sin llegar nunca a oler a quemado, a pesar de las horas de abandono en los hornillos.
Almudena era segura y rotunda, y me transmitía esa seguridad, necesaria siempre en los admiradores de seres como ella, a los que no se ponen pegas y sólo sueñas con que no te fallen nunca, y ella nunca me falló. Cuando sus libros de casi mil páginas asomaban a los escaparates de las librerías, a veces me costaba pensar en la lectura, pero siempre la certeza de saber que aquello contenía el esfuerzo de la tesonuda investigación y un trabajo feroz, me hacía empujar la puerta del lugar, oír la campanilla que avisa mi entrada, y hacerme con el ejemplar; y cuando empezaba la lectura, el aroma del bizcocho en la casa, el calorcito del rayo de sol de la ventana y el arrullo de su lectura me transportaban al regazo de la madre que me enseñaba cómo la historia que ella me contaba era la real, y que lo otro, lo edulcorado, era cosa de hadas, que no existen.
La pena me sigue.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario Hoy de Badajoz el lunes 17 de enero de 2022.