25 de junio de 2021

EL DOLOR

 



EL DOLOR


Me fui a la cama acongojada ante la noticia del hallazgo del cadáver de la niña Olivia en el fondo del mar. Me impresionó aún más la noticia al saber que a su lado hallaron otra bolsa vacía, y más cosas, y que seguían buscando.

El día siguiente ha sido complicado porque la angustia del hallazgo, y a la vez, pérdida definitiva de dos vidas incipientes por maldad, ha condicionado las horas siguientes. Las conversaciones en el café, el tono de voz de los locutores de la radio, que no sabían cómo zafarse de la angustia del momento, el pensamiento clavado en la pena de la madre que, imagino, no se lo puede ni quiere creer y a la que, por mucho que intenten tranquilizarla, se le ha ido la paz para siempre, la sucesión de noticias que, decían los transportistas de nuevas, que eran imprescindibles para seguir viviendo: selección española vacunada, poderosos reunidos dándose codazos, la pandemia que sigue, la lucha por poner en libertad a quienes cometieron delitos para parecer buenos, los marroquíes disparatados amenazando con quedarse Ceuta para siempre, los hombres del tiempo anunciando tormentas de cuarenta grados o más, las salas de fiesta que abren, y de todo esto ¿qué?, ¿qué importa?, ¿qué es trascendente?, ¿qué nos mantiene despiertos?, ¿qué no nos deja respirar tranquilos? El mal. El mal por el mal, porque existe, porque no hay nada que trate de explicar, o camuflar, la animadversión delictiva de determinados hombres por mujeres, a las que sólo les desean el mal.

Esa maldad existe, ese horror puebla nuestra sociedad milenaria. Ese enfrentamiento sin razón de sexos opuestos, en el que sólo se utiliza la fuerza física y, por ende, la violencia, es parte de nuestra forma de vida, de la que no estamos dispuestos a cambiar, y sí estamos dispuestos a justificar envueltos en modos de ser, caracteres especiales, momentos de ira, enfrentamientos irracionales o enfermedades sin catalogar.

No hay nada de eso. Hay maldad, hay gente que disfruta con hacer sufrir a los demás. Hay gente que se ve realizada matando seres humanos, descuartizando cadáveres de quien previamente han asesinado, manifestando su fuerza a base de mandobles judiciales, burocráticos, humillaciones lacerantes en el pensamiento y perversos en la concepción de la idea y su posterior realización.

¿Creen que las películas de terror nacen de sueños?, ¿creen que cuando salen balas de metralletas por miles, hacen decidir a una madre entre asesinar a su hijo o a su hija, utilizan motosierras para asesinar en campus, o entierran en hormigón a supuestos enemigos, son ocurrencias del guionista? No. Es la vida misma. Es el ser humano, que es capaz de lo peor a cambio de una sonrisa de supuesta victoria.

Las mujeres somos el objetivo de los jefecillos desde siempre. Ahora se habla de ello, pero el dolor que nos ha silenciado unos minutos, la angustia si perdemos del campo de vista a nuestros hijos un segundo, el terror a que se crea grande si nos ve llorar, eso no se pasa, y como no se pasa no se olvida. 

Queda mucho por aguantar, mucho por hacer, y aún más por dejar de justificar.

Matilde Muro Castillo.


(Artículo publicado en el diario Hoy de Badajoz el día 14 de junio de 2021)




1 de junio de 2021

IMPACTO AMBIENTAL



 



Ahora que se puede (o casi) viajo un poquito por los alrededores de donde quisiera realmente desplazarme, y veo cómo ha cambiado el paisaje, porque reconozco que, antes del año pasado entre cuatro paredes, ya no viajaba como antes.
A pesar de mi quietud, la cabeza no para y esos instintos que me han movido a lo largo de la vida de forma apasionada, se mantienen: la protección del patrimonio de todo tipo ha sido el norte y la ruina de mi vida, pero sigo empecinada en el tema y me disgusta ver lo que contemplo en estos momentos.
Extremadura está siendo asolada por la energía solar. Es verdad que a lo mejor trae mejora económica puntual, pero el largo plazo me parece siniestro.
Salgo desde Trujillo a Cáceres, y sin moverme más de cuatro kilómetros, una gigantesca mancha de placas solares invade cada vez más el paisaje que, en algún momento, se convirtió en la apuesta por conseguir ser Patrimonio de la Humanidad. Es espeluznante lo que está ocurriendo ante la impasible contemplación de los ediles municipales, la alegría de los que ponen la mano a las eléctricas y la enervante visión del que se había creído que ese paisaje se podría conservar como algo tan hermoso que quitaba el hipo. Ahora lo provoca.
Poco más allá, casi al llegar a Cáceres, de nuevo la mancha de placas solares que se expanden sin pudor con el argumento de que son terrenos baldíos. La tierra no es nunca baldía. Produce colores, olores, abrigos de animales, eso que los desconocedores llaman malas hierbas, abrigo a las abejas… y muchas cosas más que ahora no están ni volverán, porque el hormigón ha fijado placas al suelo muerto para siempre. Nuestros hijos van a heredar chatarra expandida porque nadie la querrá cuando hayan amortizado el horror.
Si viajo a Madrid, las placas de Almaraz casi invaden la carretera que nos van a pedir que paguemos una vez más. ¿Sigo?
Esta descripción puntual es para tratar de entender qué significa “impacto ambiental”. Me muero de pena cuando creo que ese día no fui al colegio, no me explicaron qué significaba bien, o no lo entendí, o me engañaron.
Si a estos paisajes que nos están asolando, si a las propuestas de horadar la tierra hasta el centro sobre el que gravita, si quieren hacernos creer que las minas al aire libre no producen impacto ambiental, tengo que pedir ayuda o mejor, tengo que pedir que se vayan los que conceden semejantes aberraciones. Váyanse de nuestro lado, déjennos vivir por favor, no nos mientan sin vergüenza, no nos digan que las placas son protectoras del medio ambiente, que nos van a ayudar a mejorar el planeta.
Si se dedicaran esos esfuerzos a cuidar los montes, a repoblar con árboles, producir biomasa, investigar con hidrógeno y dejar las cosas como se las han encontrado, otro gallo nos cantaría.
Seguimos padeciendo del mal del dinero, de la estupidez, de la facilidad de comprar a los políticos, cuanto más locales mejor, de mentir y de autodestruirnos. 
Sigo sufriendo por Trujillo y no se me pasa.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY el lunes 31 de mayo de 2021