LA ALDABA
el comecocos de todos los días
30 de septiembre de 2024
COLORES
15 de septiembre de 2024
CARTAS
2 de septiembre de 2024
NO ENTIENDO
19 de agosto de 2024
EL APARTAMENTO
Hace más de treinta años compramos un apartamento en primera línea de playa. Nadie a nuestro alrededor en una quinta planta sin ascensor. Nos despertaba el sol al amanecer y volvíamos a casa de noche viendo cómo la luna se reflejaba en la bahía.
Fijamos el veraneo en ese destino de por vida. Viaje trabajoso, a las siete horas empezaba el olor a humedad que venía desde lejos, y al final de la luz llegábamos al portal y, sin esfuerzo alguno, subíamos las maletas y el resto de la mudanza veraniega. Empezaban treinta días de playa, mar, compras en las tiendas de los alrededores, bajando y subiendo los cinco pisos como si fuera un premio ir y venir de la panadería, carnicería, la lonja del puerto, los olvidos de las cremas para el sol, toallas y más toallas, y cualquier capricho del adulto que mandaba bajo la sombrilla.
El mar se transformaba en nuestro elemento durante un mes. Horas intensas bajo un sol de justicia. No había paseos por la playa. Nos sentábamos a la sombra y allí nos daban las horas mirando cómo los niños entraban y salían del agua, escarbaban en la arena como si no hubiera un mañana, amontonaban piedras, ramas, algas y se codeaban con las medusas de tú a tú sin recibir muchas heridas.
Había días en los que el mar se embravecía relativamente, y los revolcones eran más frecuentes, los pequeños tragaban más agua de lo deseado y nos íbamos a comer temprano: ellos con la tripa llena y nosotros agotados de la lucha con las olas, sin ser especialmente duchos en el tema de la natación y el salvamento infantil, pero ser padres salva cualquier imprevisto a fuerza de juventud, atención impertérrita y ganas.
Fueron pasando los años y alguno de los chicos dejó de venir porque había campamentos, luego amigos, y más tarde enamoramientos que nos dejó solos a los dos al frente del apartamento en el quinto.
Nos han construido un bloque de quince plantas enfrente y no vemos salir el sol, pero seguimos oliendo a mar. A lo largo de los años la playa ha sido colonizada y son tantas las cosas que se prohíben, que nos alegramos mucho de no ser responsables de los niños, que ya no lo son, porque tendríamos que estudiar en alguna academia antes de enfrentarnos a un mes de libertad como era lo de antes.
Ahora, como los chicos no nos acompañan, no vamos tanto a por comida para guisar: comemos en el bar de siempre el menú diario, pero sí vamos mucho a las tiendas bricolaje. Mi marido era guardia civil y muy hábil con las herramientas y cuando llegamos al apartamento lo primero que hacemos es pintar las ventanas, reponer los toldos que se han podrido, engrasar los anclajes de las puertas de los armarios, cambiar los grifos que se atascan con la cal del agua, y revisar las pastillas antihumedad que se agotan todos los años mucho antes de que volvamos a pasar el mes de vacaciones obligatorias.
No subimos y bajamos las cinco plantas con la misma facilidad y hay que turnarse. Si uno baja el otro está atento a los olvidos y, como manejamos bien el móvil, le recordamos al que se ha ido lo que no va puesto en la lista. Eso sí, un día a la semana nos vamos juntos a pasear por las aceras del puerto, donde han pintado dos carriles para que no choquemos unos contra otros y evitar que nos atropellen los carritos eléctricos de los que tienen dificultades para andar.
Todos los años veraneamos.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 19 de agosto de 2024.
8 de agosto de 2024
LA INTELIGENCIA
25 de julio de 2024
VERANOS
8 de julio de 2024
SITIOS VACÍOS
Durante muchos años, cuando viajaba sin ser sospechosa de nada, como ocurre ahora con cualquier viajero, me daba por recorrer ruinas. Ciudades y lugares abandonados de los que me costaba entender cómo era posible que Palmira hubiera sido sustituida por sus habitantes por el poblacho que está a pocos kilómetros de distancia. Cómo es comprensible que los nuevos habitantes de Mérida hayan enterrado lo que ahora, con un esfuerzo económico inconmesurable, se desentierra. Qué fenómeno del clima hizo abandonar Éfeso. Qué razones poderosas se adueñaron de los habitantes de Cartago, con su puerto de mar y todo, para olvidarlo a su destino … y así hasta hacerme mayor y seguir con la obsesión de los sitios vacíos, pero sin coger aviones ni resultar sospechosa por moverme fuera de las fronteras que me acogen.
Recorro lugares que se han quedado sin habitantes y que nos brindan imágenes brutales de soledad, porque los que ahora visito no tienen esa presencia romana de columnas de caliza labradas, templos a medio caer, foros que aún conservan vegetación, o bibliotecas a las que sólo les faltan los libros, como la de Celso en Éfeso.
Estos nuevos lugares son más cercanos. Me hacen creer que eso será lo que yo deje a mi paso por la vida: iglesias cerradas a cal y canto sin revestimiento interior de ningún tipo. Las riquezas emigraron con los habitantes. (Ya sabemos del afán protector de la iglesia católica con sus propiedades). Casas de puertas de castaño cerradas, con las ventanas abiertas por las que se cuelan las pocas alimañas que se enseñorean por esos territorios. Hay sitios en los que la mesa se ha quedado puesta: platos de porcelana blanca con bordes azules, una jarra de barro llena de telarañas, navajas en el cajón abierto, candados sin llave, leña cortada apilada en la chimenea cubierta de cenizas y carbones y el mismo olor de abandono que todo lo preside, porque estos lugares han perdido el aroma a vida. Sólo la vegetación que prolifera sin orden ni cuidado proporciona un perfume desordenado que no permite identificar a nadie que pudiera haberse demorado en el abandono.
¿Qué ha ocurrido en esos lugares? El progreso es la explicación con la que me encuentro y creo, como en otras ocasiones, que la palabra está siendo mal utilizada. No entiendo que la vida pueda mejorar en medio del tumulto exacerbado de multitudes que no tienen costumbres propias, huelen todos a lo mismo, comen lo que les dan sin más exigencia, deambulan sin saber por dónde, porque han perdido el hábito de caminar y cambian la vida de siempre por el avance económico, la riqueza que quita libertad, el ruido que anula el silencio y la manada, que siempre manda sobre la individualidad.
Es verdad que soy yo la equivocada, que cuando todos huyen hacia lo que entienden que es mejor, sus motivos tendrán. Cuando abandonan los lugares mágicos que luego yo visito, a lo mejor pretenden salvar su vida, o se rinden al mejor postor por espacios que molestan habitados, u obedecen a terribles anuncios de invasiones guerreras que, antes o después, pueden acabar con todo.
En España hay cada vez más lugares visitables que no tienen habitantes. Aquí las razones del abandono son políticas. Es más fácil manejar a la masa que a los lugareños arraigados a la tierra, y si te abandonan, sólo queda mantener el cementerio con las puertas engrasadas, para cuando te llegue la hora.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 8 de julio de 2024.
Fotografía: María Vega de Seoane.