27 de julio de 2015

INFORMÁTICA






Nueve de la mañana. Oficina de la Administración. Hace calor y sueño, pero el ánimo está presto a recibir uno a uno los miembros del "casting" que a fuerza de cita previa del fin de semana se han ido apuntando.
Se enciende la luz del número 1 y al entrar se sorprende de que haya tan poca gente para ser atendida dentro.
- Es usted el número 1. No puede haber nadie antes.
- Ah! creía que no iba a haber nadie más.
Se enciende en número 2
- Buenos días. ¿Es a mí?
- Buenos días ¿qué número tiene usted?
- El 2
- Sí, es usted. ¿Ha visto el número encendido?
- Si, pero por si acaso.
- Dígame qué necesita.
- Pues mire, venía a ver si se me puede dar algo, porque la situación está muy mala, cobro muy poco de lo que trabajo y ahora me han dicho que el día 16 de Agosto me van a hacer un contrato, que digo yo que si me va a perjudicar, porque si tienes un contrato y luego te dan algo, igual te quitan lo que te han dado por trabajar y a lo mejor lo que me conviene es estar en casa sin hacer nada par que no me quiten lo que me han dado....
-¡Un momento! No siga. Le interesa siempre trabajar. Si usted no cobra nada de nada por ningún lado ahora, es mejor que trabaje porque por mucho que "se le de" nunca será un trabajo.
- No, si éso ya.
- ¿Entonces?
- Que si usted cree que me interesa el contrato.
- Creo que sí.
- ¿Qué hago?
- Esperar a que llegue el 16 de Agosto, que le hagan el contrato y empezar a trabajar.
- Ah!, ¡gracias!
- Disculpe, mire, le voy a entregar unas claves informáticas para que usted pida cita, obtenga certificados,...etc. referentes a su situación laboral.
- Pues no sabe cómo se lo agradezco. Tengo un ordenador en casa y éso, éso, "me se da de cine"
Que pase el 3 por favor. La mañana promete.

MI TÍA CONCHITA

Hoy ha muerto mi tía Conchita. Casi 100 años de vida entre luces y sombras decoradas con días inolvidables de convivencia.
Los diez últimos años sin saber de ella excepto por referencias cercanas, años en los que yo me he quedado huérfana, he tirado del carro como he podido entre mil avatares, y en los que siempre, a pesar de no decir nada, estaba ahí, cuidada por sus hijos que velaron la desmemoria y procuraron que los días pasaran con con amabilidad.
Conchita adoraba la vida y se la bebió a borbotones, sabiendo de antigüedades, queriendo al Rastro como a su propio ser, ayudando a todo el que se le ponía en el camino, y como a todos los inenarrables Hermanos Muro, sin preguntar a nadie qué eran o a qué se dedicaban, o de dónde salían o qué pretendían esos seres con los que se cruzaban en sus caminos cuando reclamaban socorro, o sin pedirlo brindaban ayuda desinteresada. Fue la mayor de muchos (sólo vive Paz) y todos fueron excepcionales.
Le importaba tanto estar siempre guapa que a mi madre le pedía que la maquillara si la veía muerta y pálida, a mi padre nunca le explicó que le gustaba operarse de estética porque odiaba a la gente fea, a mí me pedía que le escribiera a mano, y cuando le pedí que, ya que era la reina del Rastro, me buscara ejemplares de Vasari, me dijo que no le había quedado más remedio que quedárselos porque hablaban de belleza y allí había mucho que aprender.
Hay momentos en la vida en los que las circunstancias nos apartan de lo que queremos, porque creemos que lo tenemos siempre, y con Conchita me pasó. Su memoria se hizo de cristal y la vida me arrastró por caminos lejanos a su existencia quieta y callada, y hoy que se ha ido, me arrepiento de no haber estado más, de no haber insistido en mi agenda para ir allí a verla, a que me mirara reconociéndome o no, porque a lo mejor en ese frágil cerebro algo quedaría de tanto como nos habíamos querido.


24 de julio de 2015

PANTALONES CORTOS

Hace tiempo que entró el verano con rabia. Conforme van subiendo las temperaturas, la gente se desnuda sin decoro y se lanza a la calle como si de adonis se trataran.
Pero no sólo pasean sin vergüenza exhibiendo toda clase de deformidades y apreturas que salen por doquier, sobacos que sudan y molletes que rebosan, sino que sin educación, abordan los organismos oficiales y pretenden que se les atienda como si de personas normales con derechos se tratara.
¡Por ahí no paso!
 Que señores con esa facha monten en el metro cargando con el ordendor, predispuestos a ser atendidos como si de un ser demandante de derechos y sin deberes se tratara,  va a ser que no.
No atiendo a quien se plante frente a mi mesa enseñándome sin rubor lo voluminoso de sus genitales al borde del pantaloncillo, o cómo le crece con fruición el pelo de los sobacos, o cómo le sudan los pies chorreando las chanclas.
Ellas se sientan sin la menor delicadeza, sacan el móvil, lo colocan sobre la mesa y rebuscan en el bolso el carnet de identidad mientras se rascan la cabeza sudorosa, golpean las piernas desnudas para espantar las moscas, mascan chicle y berrean a los niños, que hace días no tienen colegio, y no pueden con ellos.
De forma impertérrita he de decirles sus derechos y confirmar que son seres con obligaciones como la higiene, el decoro y presentarse vestidos ante organismos oficiales.
Gritan, abren la boca asombrados de que alguien les diga que van asquerosos, que se duchen y perfumen y que, cuando parezcan seres pertenecientes a una civilización europea que nos ha costado mucho conseguir, que vuelvan, llamen a la puerta y se les atenderá con la mejor de las sonrisas.
Es lo que hay. Bronca diaria. Me da lo mismo.