31 de enero de 2020


ENTRE TODOS

Matilde Muro Castillo




Hay noches en las que no duermo. Creía haber conseguido el control del sueño a fuerza de disciplina, porque soy noctámbula, pero además soy obediente y los médicos me dijeron que debería dormir con orden y disciplina para evitar que me diera un paraflús. Me puse a la tarea y creí que lo había conseguido, hasta que hace unos meses he empezado de nuevo a ver la televisión y leer la prensa, además de oír la radio.
            El panorama es desolador y consigue ponerme nerviosa. Quiero, como los periodistas, encontrar alguna parte buena dentro del torbellino de emociones que nos sacuden, y no lo consigo, porque veo que hay tanta gente buena dispuesta a hacer lo que sea necesario para no abandonar a los necesitados que, a pesar de los esfuerzos, no llegan a abarcar lo que no es su responsabilidad, pero no es posible dejar de lado lo que a todos encoge el alma.
            Se celebran maratones para poder financiar investigaciones primarias sobre el cáncer y, además de correr como posesos y con riesgo de sus vidas, los participantes pagan para que otros se beneficien de sus esfuerzos.
            Se recogen alimentos para los que no tienen qué comer, aunque trabajen con humillación. El esfuerzo físico de los recogedores es inmenso, pero quieren formar parte de esa ayuda necesaria para que el camión de recogida de cadáveres por la calle no empiece a funcionar.
            Los padres de pacientes con enfermedades raras se estrujan el cerebro para conseguir que alguien les haga caso. Aunque los hayan arrastrado a la cuneta y tengan que transportar cuerpos amorfos por centros de estudios privados, lo hacen, cueste lo que cueste, aunque no lo tengan.
            Los abandonados de la fortuna, de los que nadie, pero nadie se acuerda, porque la guerra les ha proporcionado cobijo bajo tiendas de campaña elaboradas con sacos de plástico reutilizados y se hacinan en lugares desérticos a la intemperie de las bombas, a esos abandonados hay quien les manda juguetes, chocolate, camisetas, caramelos, y algún recuerdo, que al fin y a la postre es lo más importante.
            Las mujeres se unen para decir que la prostitución no es un oficio, sino una forma de esclavitud, la más terrible que hay, y de esa unión surgen asociaciones hermosas de personas que, entre ellas mismas, sin otra ayuda que el sufrimiento en común, son capaces de crecer a la par que su propia autoestima.
            Los científicos humillados porque nadie les hace caso, porque nadie escucha sus avisos y conocimientos, se las arreglan para explicar ciencia en teatros, y ponen su saber entre bambalinas por si alguien quiere subir el telón.
            Entre todos nos las apañamos mientras pagamos impuestos, elegimos a administradores de la cosa pública que no saben distinguir entre lo propio y lo ajeno, y como una boba, trato de analizar todo esto a altas horas de la madrugada, dando vueltas sin parar en la cama, tratando de entender cómo hemos llegado a esta situación en la que, más que una fuerza común, nos hemos transformado en un disparate de sociedad al margen de sus responsables.

Esta colaboración se ha publicado en el HOY de hoy 31 de enero de 2020. Desconozco la razón por la que no ha subido a redes del periódico. Cosas.