28 de noviembre de 2022

A VECES

 

Hay días en los que me siento frente al ordenador con ganas de escribir desde esta columna repartiendo agravios a diestro y siniestro, porque estoy cansada, porque me duele algo, porque no sé qué demonios hago aquí, en este espacio rectangular rellenándolo con quinientas palabras sin saber muy bien si alguien lo lee o no, si afecta a más a menos, o si es posible que tenga alguna utilidad, porque a mí no me reporta nada. No existe contraprestación económica alguna, tengo que comprar el periódico si lo quiero leer del modo que sea, y me entero de que la columna ha sido publicada porque tengo una amiga infalible que me la envía retratada cada lunes.

Luego me tranquilizo, porque el tacto de las teclas me sosiega, la cabeza se va por otros derroteros y cuando he soltado los exabruptos correspondientes, antes de que las andanadas vean la luz, me llama alguien en quien confío a pies juntillas, y me pregunta de qué va la cosa. Se lo cuento y me convence de que rebaje el tono, que no me sobresalte que, aunque sea verdad lo que digo, no conviene decirlo, y me repite lo que siempre le digo: cuando se me acerca alguien y dice que me va a decir la verdad, tiemblo. E insiste en que sea fiel a mí misma.

Aquí surge la enorme duda. ¿Ser fiel supone callar, o ser fiel supone no querer oír verdades? A veces no me entiendo. Me vuelve loca la indecisión o la falta de criterio y sobre todo la inactividad, pero es verdad que mi consejero siempre ha acertado, aunque el run run del silencio se prende en el estómago, y trato de autoconvencerme de que mejor estoy calladita si no quiero líos, pero por otra parte, de forma prepotente y soberbia, voy y creo que esta columna tiene una misión existencial, que mis opiniones son fundamentales para el resto de la humanidad, que los que me leen (desconozco si alguien lo hace de forma voluntaria) me tienen como maestra acreditada en los más variados temas, que arriman el ascua a mi sardina sin duda alguna, y que me tengo más que merecido seguir aquí sin otro razonamiento que ser yo misma.

Luego miro mi entorno, lleno de libros escritos por otros, que he leído, y de los que he aprendido que nunca llegaría a la suela de sus zapatos, ni tendría la capacidad para llenar páginas y páginas de ocurrencias y conocimientos. Aportar la sensatez de la filosofía, o la serenidad de las matemáticas, la dedicación de la historia y la creatividad de la literatura.

A veces no sé si es bueno escuchar a mi consejero infalible, porque yo solita me meto en líos de difícil solución. Ese día que dejo en el cajón los exabruptos, cierro la página de quejas y no hago públicos mis desacuerdos, me siento autocensurada, como si tuviera miedo, como si lo que pienso de muchas cosas no estuviera acertado o mi opinión hiriera a demasiados.

Es posible que este sentimiento esté tipificado en el Código Penal, pero se me ha olvidado.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el día 28 de noviembre de 2022. Lo han censurado. Ha desaparecido el párrafo en el que digo que no me pagan y que no puedo leer el periódico si no lo compro. Hoy me han dado de alta en la suscripción informática, que sólo puedo leer yo. En 50 años de colaboración, es la primera vez que me tocan un artículo. Lamentable, pero seguiré.



15 de noviembre de 2022

EN REMOTO

Hacía dos años que mi marido y yo vivíamos solos. Mi hija vive en Atlanta (USA) y se dedica a negocios que no entiendo, pero dice que son muy fructíferos. Mi hijo vive en Nueva Zelanda y se dedica a la investigación de animales para mí desconocidos, pero en los que, según él, nos va la vida.

La pandemia hizo que nos sintiéramos aún más solos de lo que nos habíamos quedado, pero propició que, después de pasado el trauma espantoso de la lejanía incierta ente muertes inminentes, pudieran ambos trabajar en remoto, y los tenemos en casa de nuevo.

Hemos tenido que ampliar la velocidad de transmisión de internet, porque al parecer una miseria lo que teníamos, y mira que estábamos conformes con nuestro servicio. Hemos cambiado las horas de dormir. Antes nos acostábamos a la hora que nos daba la gana. Ahora no. Estamos sometidos a horarios increíbles, porque la una negocia con China y el otro contacta con laboratorios de zoos en Argentina a la misma hora y lo más notorio de todo es que hemos empezado a hablar en voz baja.

Ellos se pasean por toda la casa con auriculares inalámbricos, móvil en mano, discutiendo cosas en inglés, chino, francés y español y el silencio ha de primar en el entorno.

El pobre perro, mi querido Carter, ha quedado relegado a estar bajo la banqueta sobre la que estiro las piernas, mientras veo la televisión sin sonido y aprendo a leer los labios de los presentadores.

Mi marido pasa muchas horas en el baño de nuestra habitación leyendo el periódico y escuchando el fútbol en la radio. Le he comprado un termo para el café, y hay días (depende de las reuniones internacionales de los chicos) en los que me apetecería volver a desayunar con él, pero el sitio que ha elegido para estar a sus anchas, no me resulta acogedor.

Los alimentos han salido de la nevera. Todo está a la vista. No hay orden en los horarios de comidas. Se come a todas horas, se pica a todas horas, se devora fruta, verduras y embutidos, quesos y patatas fritas, mientras se hace gimnasia por toda la casa, se contratan servicios de masajes, clases de yoga y se programan viajes de fines de semana aprovechando horas insólitas y lugares que ni su padre ni yo sabíamos que existían. Van y vienen con el ordenador en la mochila, el móvil pegado a la mano y sin otra preocupación que la de saber si vamos a estar en casa tal o cual día, porque los paquetes llegan sin cesar, y ellos no están para atender a los repartidores.

Mi marido y yo mantenemos la costumbre de salir de paseo por la noche, sacar a Carter con nosotros y contemplar la belleza del cielo y, en ese rato en el que hablamos de todo, no hemos comentado esta locura de la vuelta de los hijos a casa. Nos han puesto la vida patas arriba, andamos escondidos por los rincones de casa, comemos en la terraza los dos solos y yo he puesto la máquina de coser en el patio.

Los tenemos de nuevo con nosotros, y no en remoto. Nos gusta.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 14 de noviembre de 2022

4 de noviembre de 2022

MUCHA COSA

 

Tengo la impresión de que me desbordan las cosas que llevo vividas. Como ando revolviendo la casa porque empiezo a darme cuenta de que estoy jubilada hace años ya, la cabeza me da vueltas sin parar en medio de papeles que surgen de esa masa que conservo agrupada por años, atada con lazos maravillosos de cintas tejidas en Turquía, gomas elásticas fritas por el calor de este verano, agremanes rojos de archivera, o cuerdas de yute que siguen gustándome a rabiar porque huelen a campo y raspan al tocarlas, como si la planta de pita se hubiera quedado prendida eternamente al producto final.

Me desvío. Desde que el euro entró en nuestras vidas, el cerebro ha empezado a debatirse entre cosas reales e irreales que no sé dónde van a terminar. Empiezo por el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York, lo que provocó que dejara de viajar como me gusta: en paz, sin que me toqueteen los guardias de seguridad, ni se queden con los productos cárnicos que antes desplazaba entre continentes, ni los perfumes que compraba en los aeropuertos, ni me pesaran las maletas, ni me las abrieran para luego no poder cerrarlas, ni que me consideraran delincuente en vez de viajero, a lo que añado la invasión de los teléfonos móviles con los que me tienen vigilada a todas horas y saben qué pienso, dónde estoy, con quién me relaciono y me aconsejan acerca de mis errores y me proponen lo que a ellos más les conviene para mi salud y su enriquecimiento, vibran si detectan algo que no les interesa y me ofertan cosas de las que hablo en el café con mis amigos, cuando hasta entonces los teléfonos se quedaban atados a la pared de la casa y no pasaba nada. Además, he pasado de carreteras a autovías, de máquinas de escribir a ordenadores, vivo en Extremadura, la comunidad autónoma con las mejores carreteras de España, pero sin otro medio de transporte. A mi alrededor se habla inglés con naturalidad, los curas son mal vistos porque sus obras los han puesto en lugar indeseable, dicen que nuestro ejército es de paz, y es verdad que no pelean por nada, sólo ayudan en catástrofes, con lo que se han transformado en hermanitas de la caridad, a los niños no se los educa y hacen salvajadas por doquier porque van poco al colegio y el resto del tiempo lo emplean en aprender juegos informáticos dedicados a la violencia, y el cambio con mi educación ha sido la ausencia total de disciplina y el mandato inútil de los padres que acusan de todo a los profesores. He pasado una crisis del petróleo que hizo ricos a los árabes (hasta entonces pobres), una pandemia que me descubrió que ni con pandemias mejoramos, una nueva crisis económica que ha hecho más ricos a los ricos de siempre y ha puesto el dinero en manos de menos y, mientras tanto, sigo deshaciendo paquetes de papeles, agendas, repaso pegatinas de las que arranco de las farolas y las tapas de los contadores de la luz y me doy cuenta de que lo que sigue siendo importante para todos los son cerrajeros, esos que se anuncian por doquier y sin los que no seremos capaces nunca de entrar en nuestras casas, ni en nuestros cerebros.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 31 de octubre de 2022.

20 de octubre de 2022

LA OBRA

 


En un momento de nuestra vida en común con alguien decidimos comprar un piso para establecer una familia. Mucha emoción, poco dinero, alguna reforma antes de entrar a vivir pintándolo, cambiando la taza del váter y la inversión salvaje de la cocina, que dejó todo lo demás como se encontraba antes de la adquisición.

Llegan los niños y todo es felicidad, juegos, carreras por el pasillo, balones contra las paredes, patinetes a toda velocidad, el perro que se sube al sofá o el gato que araña las tapicerías y desgarra los visillos cada dos por tres, mientras los años pasan haciendo sobre la casa las reparaciones que se pueden para sobrevivir, porque los colegios, la universidad, la inversión en el piso de la playa y las puestas de largo acaban con los pocos ahorros que se atesoran al año.

Ahora los chicos se han ido de casa y el padre se ha jubilado porque estaba cansado. La madre tiene que esperar un poco a la fiesta de la pensión, pero ha decidido que, antes de que ocurra el acontecimiento, va a hacer en la casa la obra de su vida. Va a reparar las persianas, cambiar suelos, poner ventanas que cierren, darle a la cocina un aire nuevo, poner un aseo en la entrada porque está harta de que todos entren en su baño, hacerse ella un cuarto de costura en la habitación de su hija, en el que va a poner una televisión para ver lo que le gusta y no lo que le imponen, porque estaba empezando a aficionarse a la copa de Europa de fútbol y con ello a perder el norte de su vida. El marido le dice que “lo que tú quieras” como siempre, mientras levanta la vista del periódico durante la siesta previa a la comida.

Empieza la obra. Va que se mata. Todo es destrucción y escombro. No hay cocina, se guisa y se come en los restos del pasillo. Los dormitorios se han quedado sin ventanas, el baño es el único refugio para leer el periódico y como están allí los albañiles, se ha decidido cubrir la terraza para ganar espacio que no se necesita, pero resulta estupendo con tanta luz y frío en invierno como calor sofocante en verano, pero no debemos resistirnos a los “yaque”, término que se emplea con frecuencia cuando el ejército de albañiles entra en casa: ya que están …

Ella se arma con un cepillo de barrer y va a pasar amarrada al mástil del objeto meses. Va a perseguir a los obreros allá donde se desplacen. Va a acumular el polvo en montoncitos por toda la casa, como si no hubiera nada que hacer. Va a ser una mujer atada a un cepillo, mientras desde lejos su marido observa que las cosas han empezado, no se sabe cuándo van a terminar, pero parece que avanzan.

Han pasado cuatro meses de esos que nunca se van a olvidar. Han confraternizado con la cuadrilla de tal forma que comparten cervezas, algún café y mucha agua, y se preocupan por la salud de la familia de los operarios. 

Casa nueva, todo nuevo, manos encallecidas del cepillo de barrer y echan de menos a los albañiles. Siguen sin hablar entre ellos acerca de lo acontecido.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el lunes 17 de octubre de 2022



3 de octubre de 2022

CERTEZAS

 




Templo de Karnak en 1900. Foto internet.

Andamos desnortados porque todo corre demasiado y pasan cosas que nunca hubiéramos creído contemplar. Las opiniones y decisiones cambian de la noche a la mañana y, lo que antes era irrebatible, ahora se pone en duda y la orientación de nuestras vidas es todo menos algo con rumbo.

Lo primero que me llamó la atención en los cambios de opinión fue saber que las sardinas y el pescado azul en general eran buenísimos para la salud, cuando hasta que se descubrió esa cualidad eran poco menos que venenosos y lo comíamos sólo los menos pudientes. Al aceite de oliva, por la que mi añorada Nenina García Morales se batía el cobre para promocionarla, le pasó como al atún y las sardinas. Ahora se llama oro líquido. Aprender las cosas de memoria: tablas de multiplicar, lista de reyes godos, artículos de la Constitución, periodos históricos, ríos, capitales de países … son inútiles. Ahora hay que razonar los porqués de todas esas cosas que nadie conoce, pero es conveniente discutir sobra ellas y tratar de no llegar a las manos en medio del más absoluto desconocimiento. Las materias clásicas son una fruslería. La filosofía, el latín, el griego, la crítica literaria, el lenguaje hay que cambiarlos por ciencias, cosas prácticas, algo que nos haga vivir en un mundo virtual donde los pies no se asientan sobre conocimiento milenarios, sino sobre hallazgos inmediatos e innovadores que cambian, sin mucha certeza desde luego, pero con una invención que todo lo justifica como es el algoritmo. Lo que nos hacía sentir seguros con manuales escritos que se albergan en anaqueles, va desapareciendo. Estamos abandonando esa certeza a cambio de algo intangible e imposible de determinar.

No sé si usar energías renovables o quedarme con el petróleo. No sé si mi coche es más eficiente y menos contaminante que esos que llevan una pegatina con un piropo de ecológico. No sé qué es más cierto y eficiente en la construcción, si la madera o el hormigón. No sé si hacer caso a los artistas de las palabras, que son capaces de envolver en términos que parecen ciertos las más absurdas falacias, cuando esta actividad se está volviendo cotidiana y pretenden hacerme comulgar con ruedas de molino y a veces lo consiguen, porque es verdad que hay ocasiones en las que reconozco ingenio y diversión en esos ejercicios malabares.

La improvisación se está adueñando de nuestras vidas. Ese filósofo anclado en el fútbol que es Cholo Simeone nos ha enseñado lo provisional de nuestro paso por aquí, y sólo nos permitimos el “partido a partido”. Esa forma de vivir y de pensar nos ha convertido en seres inseguros, sin mucho futuro, sin pasiones duraderas, pero miren, yo recuerdo que uno de los momentos más felices de mi vida fueron unos minutos sentada en silencio entre las columnas del templo de Karnak en Egipto, sin nadie a mi alrededor, a la sombra, cansada y satisfecha de haber llegado allí creyendo que ese paisaje era real, que ese templo llevaba allí tantos miles de años que, en medio del desierto, me proporcionaba certeza y seguridad.


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en HOY de Badajoz el lunes 3 de Octubre de 2022.


17 de septiembre de 2022

EL ENTIERRO

 



Hoy están enterrando el cuerpecillo de la reina que fue de los ingleses durante la friolera de setenta años.

Vivimos tiempos raros. Pasan muchas cosas sin importancia y nos doblegamos ante acontecimientos que deberían de entenderse como naturales. Si a la edad que tenía Isabel II no se esperaba la muerte, vamos de cogote. Los medios de comunicación, alimentados desde la casa real británica y ninguna otra fuente, porque es un sitio hermético del que no se escapa nada que no sean las costumbres excéntricas del nuevo monarca, como que se le planchan los cordones de los zapatos todos los días, que no sabe escribir con estilográfica (a las pruebas me remito), que va a despedir al servicio sin contemplaciones, que no quiere saber nada de los perros de mamá, y que es más viejo que joven y no ha tenido tiempo de aprender nada, excepto estas cosas, poco más se sabe de la reina fallecida que no sean las alabanzas lloronas de los súbditos, el duelo de los jefes de estado que han transmitido su despedida con mayor o menor acierto, y los recuerdos del entrenador de sus caballos Monty Roberts, que vive en USA y aparece en las televisiones vestido de cowboy diciendo que la reina tenía más de mil premios en carreras conseguidos por sus caballos. Veremos ahora qué hace el rey con los animalitos, porque no parece que sea aficionado a nada que no provenga de la acuarela.

Esta señora ha cumplido a rajatabla lo que ella misma se asignó cuando la coronaron y poco más, lo que ocurre es que la cabezonada ha durado mucho tiempo. Sus intervenciones no han sido especialmente memorables con discursos para recordar, actitudes que marcaran un antes y un después en evolución social, o la defensa de algo que no fuera su corona, su fortuna y estar rodeada de personas disfrazadas con uniformes estrafalarios que han sido adoptados por bebidas alcohólicas, penachos de plumas en la cabeza, gorros de piel de oso, o esclavitas con cofia.

Setenta años repitiendo una y otra vez el diario devenir de las horas, sin que se sepa si leía algo que no fueran los informes de Scotland Yard o los manuales de educación de perros Corgie es complicado, y creo que ese tesón en lo verdaderamente inútil merece el homenaje que está recibiendo de ese pueblo que gime ante la falta de seguridad que se les avecina, porque lo que viene ¿qué quieren que les diga?, no parece más de lo mismo, por lo menos no tan aburrido y falto de expectativas.

Imagino que cuando el servicio secreto le dijo que, debido a su tamaño diminuto, no podían verla en medio de los jefes de estado a los que daba la mano o delante de las vallas protectoras y decidió vestir de colores rabiosos con sombreros de copa alta para que la detectaran, la revolución debió de ser un tsunami en esa casa. Esos han sido los cambios memorables. Poco más.

Yo le deseo descanso eterno porque lo ha merecido y decirle a ese pueblo británico que la muerte es segura, pero la hora … no.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 19 de septiembre de 2022.


7 de septiembre de 2022

ANTES DE NADA

 


La cabeza es el motor de todo (obviedad casi estúpida al verla escrita), y cuando se me bloquea por emociones, disgustos y obsesiones, empiezo a sentir síntomas de parálisis en las piernas, los brazos y hasta en la digestión, siendo para mí el estómago el órgano del cuerpo más importante.

Soy una experta en saber que las cosas que no me producen alegría y diversión las acometo con enorme dificultad, pero como estoy acostumbrada por razón de la vida a hacer cosas que no me han gustado, me sobrepongo a ello y tiro hacia adelante tratando de encontrar algo que merezca la pena en la tarea que me ata a la silla para no hacerla o dejarla para cuando sea.

¿A qué viene esto?, a que la silla me tira cada vez más. A que me cuesta sobreponerme a los profetas del horror, a que no veo salidas que no sean el encierro eremita en casa y el corte de los suministros básicos para evitar que garras asesinas penetren en mi domicilio con pretensiones demoniacas.

A que los agoreros han hecho el agosto literalmente sembrando el pánico en el ánimo general. A que lo que viene, si es que viene, será el desastre más importante al que nunca nos hemos enfrentado. Que las huellas de la historia de nuestras vidas nada tienen que decir frente a lo que vamos a dejar en manos de seres anodinos, estúpidos, irracionales y malformados socialmente como son nuestros hijos (eso dicen), y que por mucho que nos empeñemos en ser disfrutones, hemos elegido mal el destino y la vocación.

¡Qué barbaridades!, ¡qué desolación!, ¡cuánta angustia!, ¡cuánta equivocación ajena!, ¡cuánta responsabilidad sin saber de qué! La vida se transforma en un espanto del que es mejor salir corriendo, pero sin tener muy claro hacia dónde.

Como camino todo el día entre papeles de hace muchos años, encuentro el sosiego en ellos y cada página que paso recuerdo cómo trabajé para conseguirlo, dónde lo hallé, cómo estaban las cosas entonces, aquel avión que perdí por culpa del jefe de turno que se empeñó en no darme permiso, el autobús que conduje sin saberlo para salvar vidas en manos de un conductor borracho, la travesía del desierto donde el guía me quiso hacer ver espejismos de trenes circulando a gran velocidad entre las dunas, las noches a la orilla del Nilo vigilando el equipaje porque la falupa no llegaba para llevarme al hotel en el centro del río, los días y noches regando mi jardín para que los fuegos artificiales no asolaran los árboles recién plantados, las reuniones con desconocidos averiguando quiénes eran los que aparecían en las fotografías antiguas de la caja de zapatos de turno, los días interminables viendo a mujeres en India acarrear piedras en la cabeza para hacer carreteras, los juegos infantiles, el primer día de playa de mi hija, el paseo por el malecón de La Habana, las entradas a Pompeya pegadas en el cuaderno de viaje, las arrugadas acuarelas en Jaisalmer hechas en un cuaderno de papel cebolla… mientras el mundo a mi alrededor se desmoronaba.

Antes de nada, la felicidad momentánea nos riega la vida. Si luego vienen mal dadas… tendrán que llevarse mis cuadernos para apagarme.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 5 de septiembre de 2022.


22 de agosto de 2022

LA NATURALEZA

 


En medio de este catastrófico verano agobiante de calor y noticias a cual peor, es verdad que muchas veces incrementadas por la necesidad de los becarios de turno de hacerse hueco en la redacción de los periódicos, radios y televisiones, la Naturaleza con mayúsculas ha empezado a gritar.

La Naturaleza es un ente superior al que hay que respetar en cualquiera de sus manifestaciones, hay que temer, adorar y evitar siempre agredir.

El ser humano es producto de ese ente, pero le ha salido respondón, maleducado y desafiante, y ante tales desplantes el fuerte le chilla al débil y no le va a quedar más remedio que callarse.

Hace décadas empezaron a decirnos que nos estábamos pasando con las pretensiones de seguir creciendo, perforando, lanzando cohetes al espacio y hurgando en las entrañas de la tierra para buscar elementos preciados, esos que ella atesora para seguir girando sobre sí misma para mantenernos en pie. Como es palpable, no hicimos ni caso.

Los científicos siguieron la senda de los primeros comunicadores de lo que se nos venía encima, y avisando de nuestra estupidez manifiesta en la pretensión de crecer (mantra de nuestra civilización) y agrupándonos todos en torno a supuestos servicios propiciados por el petróleo, alquitrán, tóxicos, química rastrera, comportamientos aborregados, ciudades infectas, y costumbres racionales abandonadas.

Hay cosas peores: China desvía los ríos de su cauce miles de kilómetros, las naves espaciales salen sin parar a buscar cosas para hacer ricos a tres o cuatro, perturbando la atmósfera y sus componentes, el mar está esquilmado pero siguen buscando acá y allá dónde clavar para extraer petróleo o lo que aparezca, los volcanes se transforman en objetos turísticos, los desiertos en ciudades a las que se lleva el agua sin reparar en la sequía provocada en los cauces naturales. Creamos campos de golf talando dehesas, Rusia saca carbón del subsuelo de la Antártida, hacemos trenes de alta velocidad entre dunas, talamos selvas para plantar drogas … ¿y nos íbamos a creer que la Naturaleza se iba a callar? ¡Menudos incautos!

No vamos a cambiar. No vamos a poner remedio, porque lo que nos gusta son los coches eléctricos con baterías de litio extraído al lado de una ciudad de 2000 años de historia, vamos a seguir calentando el mar, viajando en espantosos barcos que llevan cinco mil pasajeros, aviones que escupen humo y no vamos a dejar de usar plásticos.

No nos llamemos a engaño. Somos idiotas y niños mal criados, y por ello no sabemos con quién os estamos enfrentando: nada menos que con la Naturaleza. Ella sí sabe dar miedo y quitar y poner las cosas en su sitio. No razona, no negocia, no calla, no se resigna. Sus armas son infalibles y le importa poco o nada el daño que nos haga, porque previamente se lo hemos hecho a ella. Esto es la ley del más fuerte, y a fuerza, no hay quien la gane.

Si la vida que nos deje vivir quieren que sea amable, háganle la pelota, cuídenla, acaricien sus campos, limpien sus mares, filtren sus vientos y hagan como que la temen. No viviremos más, pero sí mejor.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el periódico HOY el lunes 22 de agosto de 2022


8 de agosto de 2022

SECRETOS

 


SECRETOS

En medio del fragor de batallas constantes, reales e imaginarias, sale a la palestra la necesidad de levantar los secretos que se guardan, no sé muy bien porqué, de las actividades realizadas por gobiernos anteriores y presentes, con plazos diferentes a los marcados hasta ahora.

Ya de por sí el asunto de los secretos de estado es algo abominable, porque se fundamentan en actitudes que, presuntamente, están fuera de la ley y de lo que se nos exige a los demás como cumplimiento inexcusable.

Tengo pasión por los archivos de todo tipo y los días se me van viendo papeles, fotografías y recuerdos pasados de quienes tuvieron la generosidad de no quemar lo acumulado durante el paso del tiempo, y todas esas cosas que aparecen registradas bajo el título de “secreto” suelen ser, al albur del paso del paso del tiempo, auténticas payasadas, ocasiones perdidas de dar paso a descubrimientos que nos hubieran facilitado la vida, o actos incomprensibles que deberían de haber sido penados con códigos severos y que se quedaron limpios por razón de no se sabe qué estado y en nombre de qué inmoralidad reinante.

Clasificar o no papeles que emergen del poder dado por los ciudadanos es un abuso inadmisible. Que los militares se guarden cosas, o la iglesia, o los jueces, los políticos, la policía, los poderes fácticos en definitiva y que, por capricho del que manda en su momento anden de mano en mano: ahora defensa, luego mi secretario, ahora mi gabinete de acompañantes, luego mi madre porque es en la única en la que confío, estarán conmigo en que es una barbaridad vestida de legalidad que nos hacen comulgar como si con ruedas de molino se trataran.

Cincuenta años para saber quién ordenó a quién que hiciera tal o cual cosa, es un juego infantil para darse la importancia que no tienen. Creer que porque estás al frente de un país puedes ordenar actitudes delictivas que van a ser protegidas en nombre de no se sabe qué bien superior, es de una inmoralidad difícil de aceptar.

Si la seguridad de un estado ha de esconderse tras actitudes punibles, mal vamos. Que además se tengan que ocultar, peor, y si además las revestimos en carpetas doradas, bajo cien llaves, de boca en boca pero en silencio, y creyéndose los que conocen las atrocidades que son más importantes que las víctimas, así estamos.

Esta cosa de los secretos de estado es una patraña en la que se esconden fondos multimillonarios ocultos, manejos inadmisibles, comportamientos inaceptables y mentiras sin pies ni cabeza que nos quieren hacer creer como si en ello nos fuera la vida.

Que entre unos y otros duden sobre decisiones que hay que tomar en momentos determinados, es normal. Pero que esa decisión emane de la ilegalidad, que nos pueda costar un disgusto si se conoce, o que el sillón de mando se mueve si sale a la luz la incompetencia en el acierto o no de la jugada, es motivo de revolución.

Ramón y Cajal lo definió: “el misterio de los microbios contra el hombre, es quién domina a quién”.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY el 8 de agosto de 2022.


INFANCIA

 

INFANCIA




Cuando éramos niños nos íbamos a veranear a Valladolid por razón de las temperaturas, porque, además de vivir en Cáceres, lo hacíamos sobre una panadería donde los hornos eran alimentados por toneladas de leña que nos proporcionaban calefacción gratuita en invierno y cremación en verano.

A veces recuerdo a mi madre echando cubos de agua en el suelo para evitarnos el golpe de calor, y nos gustaba ver cómo se evaporaba antes de llegar a ninguna parte, mientras mi padre trataba de explicarnos el fenómeno físico del cambio de estado del agua por razón del calor. A nosotros aquello nos parecía magia porque, además de la desaparición del agua, barruntábamos la llegada del viaje maravilloso a Valladolid, al campo, donde nos quitaban los zapatos y las camisetas nada más llegar y volvían a ponérnoslas el día de vuelta a Cáceres, allá por septiembre.

Entonces Valladolid era fresco. Nuestra casa tenía un jardín por hacer, un pozo por excavar, unos árboles por crecer y unas bicicletas por arreglar, pero se estaba bien. Dormíamos a pierna suelta, comíamos lo de la huerta de los alrededores y nuestra madre cantaba a todas horas, nos hacía fiestas de disfraces, nos enseñaba a cuidar de los más pequeños, a ayudar a los mayores, a plantar árboles, a tomar decisiones entonces encomendadas intelectualmente a los hombres, a diseñar jardines, a hacer excursiones a quinientos metros de distancia, a ver cómo funcionaban las acequias para evitar accidentes, y a aburrirnos. Sí. Mi madre nos enseñaba a aburrirnos sentados en el porche de casa a la hora de la siesta, mientras las piernas colgaban de los asientos moviéndose como culebrillas a la espera de las horas necesarias para hacer la digestión, antes de volver a la piscina de la casa vecina, una piscina que se llenaba con agua de pozo y nunca tenía más de quince grados de temperatura, aunque aquello nos pareciera el Caribe y la abordáramos sin prevención alguna.

En medio del periodo de sesteo, cuando nos enseñó a aburrirnos, estableció que se podía leer en silencio, no hablar en voz alta, respetar si alguien dormía y no molestarle, evitar peleas de hermanos, y elaborar mentalmente a qué íbamos a dedicar la tarde después del baño. El silencio era lo primordial y aprender a estar callados en medio del quirigay de seis chiquillos enfermos de vida, fue el reto de su vida y, ahora que lo rememoro, uno de tantos éxitos pendientes.

Mi padre no tenía vacaciones. Trabajaba sin descanso verano tras verano en Cáceres, un incendio tras otro, un problema por falta de gente en los montes tras otro, y el calor asfixiante de la casa de la panadería cuando le tocaba descansar, y nosotros mientras tanto en Valladolid, cuando era fresco, aprendiendo a callar un poquito para dejar descansar a los que nos rodeaban.

Mis padres ya no viven, pero las circunstancias externas han cambiado poco: fuegos por doquier y falta de medios, poca acomodación al calor, invasión urbanística de terrenos frescos y mucho, mucho ruido a la hora de la siesta. 

Echo de menos a mis padres todos los días, y echo de menos aburrirme.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY el día 1 de agosto de 2022.


18 de julio de 2022

VASOS COMUNICANTES





VASOS COMUNICANTES

Leo a Fernando Savater: “de la ausencia no se sale, -¡si es que se sale!- olvidando lo que se amó, el remedio de los miserables, sino volviendo a amar, es decir, reinventando lo que se ama sin olvidar lo que siempre nos faltará”. 
    El maestro siempre al lado de los que necesitamos explicaciones acerca del vacío que se produce, sin explicación casi siempre, a nuestro alrededor.
La vida se articula como una sucesión de vasos comunicantes en los que el contenido siempre está, pero en lugares diferentes, en estados distintos: líquidos, gaseosos o sólidos, siendo estos últimos los que más nos gustan porque son los que propician el abrazo, reciben el beso lanzado o cambian de color cuando ocasionan hematomas, pero no por ello dejan de estar.
Abro la agenda, que nunca he cambiado y sólo retachado, anotado y corregido a lo largo de los años, y ahí está el dibujo de los cambios vitales, en los que tantos han desaparecido, otros se han difuminado y la mayoría siguen en el silencio incomprensible de no saber que se mantienen en medio de mis anotaciones, y unos pocos además de estar ahí los tengo fijados en la memoria hasta con el código postal, porque sigo dirigiéndome a ellos en medio del fragor de la batalla cotidiana, que es cada vez más dura.
He aprendido tanto de Savater a lo largo del tiempo en el que vengo modificando mi agenda, que las tachaduras iniciales por razón de desencanto se han transformado en interrogantes marginales, porque nunca se sabe. No soy capaz ya de tomar la determinación del alejamiento definitivo, de arrancar la página o de anotar baja por defunción, en el caso de que el sujeto siga respirando. ¿Cómo volverá a la vida un resucitado? A lo mejor soy yo la que tiene que cambiar la forma de mirar. 
    En la convicción profunda del maestro de que “la soledad, la verdadera, la más profunda, no la entienden los superficiales” estoy. A veces pesa no poder hacerte entender, pero satisface la idea del cambio, el sueño de la mejora personal, la posibilidad de seguir tirando del carro sin otra ayuda que la del conocimiento, la paciencia, la tranquilidad y las lágrimas en soledad. Las lágrimas son el lubricante de esos vasos comunicantes que necesitan seguir funcionando en nuestra vida, donde unos se van dejando ausencias, y otros llegan provocando sonrisas, ternura y asombro; quedándose otros con los que no sabemos qué hacer, pero sin la fortaleza necesaria como para anotar la baja en el libro de instrucciones de nuestra maquinaria de supervivencia.
    En medio de este fragor de amenazas, desastres económicos, redes agresivas, sueños rotos, promesas incumplidas y desasosiego general, leer a Savater es medicina para los que no encontramos explicación a lo que nos pasa y no encontramos con quien hablar de lo que anda por la cabeza. Él ha salido de la soledad más espantosa a fuerza de querer la ausencia. A nosotros nos toca aprender a querer lo poco que nos queda si lo tenemos presente, sin desperdiciar un minuto de nuestra vida.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el periódico Hoy de Badajoz el 11 de julio de 2022

28 de junio de 2022

ZAPATOS

 



Son objetos inanimados, que se fabrican de dos en dos y acompañan a los propietarios incluso después de morir.

Me encantan, y por todo lo que me gustan he reparado en analizar qué son, qué dicen de los portadores, cómo se consiguen y qué me inspiran (además de una columna de periódico)

Siempre he deseado tener dos modelos imposibles: los que lleva el Papa de Roma y los que llevan los toreros. No soy nada religiosa y menos aún torera, pero esos zapatos uniformes en todos los que practican esas profesiones me parecen de lo más exquisito.

Los zapateros que venden estos objetos considero que deben de ser personas ordenadas, conocedoras de espacios en los que almacenar, delineantes de locales en los que colocar estanterías equidistantes y creadores de códigos privados con los que localizar los modelos y los números para atender con la prontitud que lo hacen. Me apena creer que tienen que estar aburridos. Siempre de dos en dos, sin posibilidad de variación, y si se produce la necesidad de atender a alguien amputado, no pasa nada, el zapato que se queda en el local servirá de modelo para el próximo que lo desee, o el ser defectuoso que calce un número más o menos que otro, con pies distintos o con caprichos que habría de explicarnos el tendero, porque seguro que hay anécdotas para todos los gustos.

Los zapatos se han transformado en obras de arte cuando han pasado por las manos de diseñadores como Manolo Blahnik, que ha conseguido hacer de los zapatos objetos del deseo de los más pudientes. He tenido en las manos alguno de sus pares, pero nunca en los pies, y esto que es la actualidad, me hace remontarme a esas bellezas de sandalias romanas que han aparecido en excavaciones y se lucen en museos, los escarpines diminutos de pies imposibles que se lucen en el museo del Romanticismo, las delicadas obras de arte que, elaboradas en seda natural y bordadas con precisión imposible pinta Goya en sus retratos femeninos y la uniformidad de los zapatos en los retratos masculinos, también de Goya; esos mil estudios que tratan de averiguar cuál fue el primer zapato o el pueblo primitivo que los inventó.

Sólo el género humano usa zapatos. Eso en sí mismo es una curiosidad porque, aunque hayamos puesto herraduras a los caballos, nada tiene que ver con un zapato. 

Es verdad que unos u otros modelos me condicionan. Me producen tristeza los zapatos de charol blanco, me emocionan los tacones afilados de más diez centímetros, me gustan los zapatos sucios de barro, echo de menos a los limpiabotas en las calles, me conmueven los zapatos de los bebés y, a lo que no dejo de darle vueltas es que posiblemente el uso de estos adminículos por parte de la humanidad sea la demostración palmaria de que a nadie le gusta caminar con los pies en el suelo, en sentido real e imaginado. A nadie nos gusta la realidad que nos rodea, y cualquier medio para evitarla es bien venido.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 27 de junio de 2022.

13 de junio de 2022

PAPELES PERDIDOS

 


PAPELES PERDIDOS



Mi casa está llena de papeles propios. A veces, según donde mire, son papeles de otros. Esos papeles que a todos atosigan y molestan, además de considerar que ensucian y albergan polvo y animales de varias especies desconocidas y de vidas ocultas que los pueblan, esos papeles son mi devoción.

Guardo todo. Recojo todo lo que se pone a mi mano. Me fascinan las tarjetas de visita, los tiques de compra de los supermercados (lastimosamente se borran al paso del tiempo), las notas de compras, las distintas modalidades de los comprobantes de aparcamientos, y las pegatinas que ponen en la solapa de los generosos las personas que recaudan dinero para miserias ajenas.

Cuando me encuentro con un manojo de cartas de las que se escribían antes (yo sigo escribiendo como antes, lo confieso) no puedo encontrar más placer en desmenuzar el contenido y me importa tanto el mensaje como el olor del papel, si ha sido escrita con tinta o lapicero, si es papel rayado, si es una cuartilla o se han limitado a partir en dos un folio. El cuidado de la escritura, la caligrafía y el aprovechamiento de la superficie por parte del autor, me emocionan.

Guardo con devoción las notas que mi añorada vecina Petra me pasaba por debajo de la puerta, escritas en pedazos de papel de estraza en el que ella envolvía los churros que hacía (inolvidables también), donde me comunicaba visitas que no me encontraron, llamadas que no recibí o recordatorios de acontecimientos a los que debería de acudir si quería seguir viviendo en un pueblo, siempre misas, entierros, ceremonias o novenas imprescindibles para mi salvación.

Ahora tengo entre manos papeles de otros que han llegado a mí por arte de magia, y no puedo dejar de escribir esta columna, porque son muchos, ordenados y catalogados correctamente, pero dejan entrever una vida emocionante, llena de acontecimientos que nadie podría imaginar en su sano juicio y menos aún dar crédito ni afirmar que pueden ser una parte muy importante de la historia de la vida de personas que, en algún momento de sus vidas, los despreciaron y ocultaron a la historia mundial, dejándolos de lado por miedo, odio y rencor, o acaso por desconocimiento y falta de generosidad.

Que nadie se alarme. No se trata de nada extraordinario. Es un archivo familiar, como tantos otros que acaban en la basura o quemados “para que nadie sepa nada”, y es un gran error que pagamos los locos por los papeles que somos capaces de saber que, entre líneas de esos papeles: facturas de compra de piensos, reclamaciones al sastre, reparaciones de zapatos, compras de lazos negros para el luto de los niños, hay una historia que es nuestra y debemos conocer. Nada llegó hasta donde estamos porque sí. Litros y litros de tinta para escribir cubrieron páginas de papel de arroz, algodón, celulosa, cáscara de patata o cartón reciclado y ahí han dejado una huella indeleble que sólo el fuego y el abandono pueden borrar.

Esos papeles perdidos son la razón de la historia de todos, la pequeña historia, la que conocemos de primera mano, porque la otra, la que nos enseñan, está manipulada.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario Hoy de Badajoz el lunes 13 de junio de 2022.


LOS LIBROS

 





LOS LIBROS

Vivimos rodeados de cosas a las que, por razón de la costumbre, casi no apreciamos. El ambiente de nuestras casas se genera por el paso del tiempo. Recuerdos de viajes, herencias, compra compulsiva, regalo de boda, cuadros que no se sabe de dónde han salido, la olla exprés de la abuela, el rosario que cuelga de la cabecera de la cama, el collar deshilvanado que reposa en la bandeja de plata que no se puede limpiar, y así nos vemos envueltos en objetos que se adhieren a nuestra comodidad visual diaria porque, al sentarnos en el sofá, el panorama no cambia.

Yo vivo rodeada de libros. Esos objetos a los que unos cuantos tachan de molestos y acusan de ocupar sitio, coger polvo, pesar y no entender su finalidad dentro de las casas, porque aparentemente no ofrecen contraprestación alguna que no sea la de la contemplación de los lomos que, es verdad, pierden el orden y la compostura con el paso del tiempo. Se aprietan como si hubiera un lugar oculto entre unos y otros y se agachan para rellenar el espacio que queda entre una balda horizontal y la fila vertical a la que ya no le cabe una tarjeta postal.

Las estanterías de las casas ocupadas con libros son lugares especiales. Tienen vida, suelen ser más anchas que los volúmenes que albergan y dejan sitio para los marcos de fotografías, la medalla de natación, el recuerdo del Camino de Santiago, o esa colección de mínimos, de los libros diminutos que tanto atraen y poco ocupan.

Los libros huelen bien. Si entras en una habitación llena de libros, el ambiente es distinto a las que están vacías. Su presencia emite calor de acogida y además paran el ruido que se produce en medio de conversaciones subidas de tono. Los libros producen seguridad. Una pared llena de libros apunta fuerza y resistencia. Sugiere la idea de poder soportar cualquier cosa y, lo que es mejor, alberga historias, viajes, planos y sueños en tal cantidad que no es posible alejarse de ella sin echar una mirada, aunque sea sólo de curiosidad, para saber qué es lo que el propietario alberga en medio de ese paisaje providencial que es la librería.

He escrito muchas veces que los libros son el compendio de los cinco sentidos: huelen, hay que verlos, se oyen el suave rumor del paso de las páginas, saboreamos el contenido y si no se tocan dejan de existir.

Los libros son el todo desde hace miles de años (en cualquiera de las formas en las que apareció la escritura) y noto que, a fuerza de convivir con ellos los despreciamos e ignoramos. Nadie valora la importancia de su conservación, de amarlos, de poseerlos, de que sigan formando parte de nuestras vidas. Nos incitan a leer ¿y luego? ¿qué nos dicen que tenemos que hacer con los libros? Lean, lean y … el desprecio más absoluto, el almacén más oscuro y el final más atroz.

Recuerden y aprendan que sin libros físicos y sin bibliófilos, la vida se apaga.


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario Hoy el lunes 16 de mayo de 2022.


31 de mayo de 2022

¿QUÉ NOS PASA?

 



¿QUÉ NOS
PASA?


Asisto estupefacta a comportamientos generales que nunca creí haber tenido que contemplar.

Nuestra sociedad está enferma en su esencia y lo sabemos, pero lo peor es que no hay voluntad de remediarlo por parte de todos. Nos hemos acomodado a la contemplación de los malos modos políticos, los insultos, amenazas, vejaciones y humillaciones de sus señorías entre sí y para con los que gobiernan, y nos quedamos tan tranquilos.

Los sinvergüenzas de las izquierdas y derechas más reaccionarias se enfrascan en discusiones inútiles que sólo conducen a la exacerbación social, sin ser conscientes de que urden tramas que anidan en grupos sociales que luego explotan sin que nadie lo esperara y cuando quieren echar mano de soluciones, ya no hay remedio. Los que se dicen moderados no hacen nada: miran y se ríen como si no fuera con ellos.

La constante vejación de las mujeres, digan lo que digan los que opinan, es algo que causa pavor. No importa, da lo mismo, a nadie interesa el número de asesinatos con resultado de huérfanos que siembran este país. Con decir que no había denuncia previa, se cruzan de brazos y callan minutos de silencio, como si con ello fuera suficiente. ¿Qué ocurriría si las mujeres empezáramos a asesinar indiscriminadamente a esos violentos que, sin otra razón que el alcohol y el machismo enfermizo, merecen el mismo resultado que ellos propician? Pues pasaría que esto se había terminado en un verbo y las mujeres asesinas se terminaban. Ya se encargarían las élites políticas de corregirlo, pero … matan mujeres y eso da lo mismo.

¿Qué está pasando con el alcohol? Nadie se hace cargo de esa lacra social. Hasta en los carteles del ministerio de Cultura para propiciar la lectura se ofrecen copas de vino, como si para leer hubiera que estar borracho. El vino no se sabe qué fuente de ingresos es ni para quien, pero si echaran cuentas de lo que cuesta el alcoholismo a esta sociedad frente a la venta de los alcoholes, a lo mejor se lo pensaban, pero para esta sociedad la salud no parece prioritaria frente a la diversión irracional.

Nos hemos acostumbrado a la guerra de Ucrania, a que suban los precios de las materias de primera necesidad de tal forma, que la compra se hace impracticable para un porcentaje altísimo de la población, cada vez más hambrienta y perdiendo el rumbo de sus vidas.

Si, es la España que detecto cuando paseo por las calles de sus ciudades. Pobres pidiendo tirados en las aceras, noches de alcoholismo sin control, violencia desatada contra las mujeres, la fiesta, fiesta y fiesta es lo único que importa y contemplo asombrada la indolencia con la que todos nos comportamos, porque todos somos responsables de esta falta de responsabilidad frente a lo que estamos creando. 

Los señores de la guerra se frotan las manos ante esta dejadez. No les importa alargar la guerra y que Putin siga asesinando sin piedad y sin razón alguna. Ellos siguen vendiendo armas por miles de millones, petróleo que pagan a Putin y nosotros les mandamos a Ucrania guantes y chalecos antibalas para lavarnos la cara de la vergüenza que deberíamos tener.

No me gusta nada lo que veo, porque he vivido siempre para conseguir justo lo contrario.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario Hoy de Badajoz el día 30 de Mayo de 2022.

2 de mayo de 2022

CITA PREVIA

 


Es un lunes raro, donde los centros administrativos de algún lugar están cerrados y otros abren.

La vida en los pueblos continúa llena de visitantes que aprovechan para salir de casa y volver a ver a los suyos y que los vean sin mascarilla, porque nos han dicho que podemos prescindir de ellas, con el cuidado que hemos de dispensarnos a nosotros mismos, porque la administración se ha cansado de cuidarnos. Parece que la vida ha vuelto a ser como era, pero sólo lo parece.

La administración que atendía al ciudadano ha desparecido. La cita previa se ha convertido en la tortura de nuestros días. Todo, absolutamente todo, ha de conseguirse con cita previa que nadie atiende.

No sé qué ha pasado de los funcionarios. Oigo y leo estadísticas que manifiestan la superabundancia de los empleados públicos por todas partes, pero cuando se necesitan, ni están ni se les espera. No existen estadísticas de fallecimientos masivos de funcionarios en activo por Covid 19, no hay nada que justifique el cierre a cal y canto de las oficinas de la Seguridad Social, que reposan en brazos de un sistema informático endiablado que no acepta ni peticiones de cita previa siquiera. No digamos ya cuando pretendes cursar un expediente de ingreso mínimo vital, jubilación, incapacidad o viudedad. Hacienda no se comunica personalmente con nadie. Sólo el ordenador sirve de interlocutor y si no lo abres todos los días y te han escrito, te cae la del pulpo. El Servicio Público de Empleo no atiende reclamaciones, solicitudes de tipo alguno, ni da explicaciones si no es a través de máquinas que nadie entiende, complejos informáticos que hay que tener instalados en equipos informáticos que no sabes actualizar y formularios que se renuevan constantemente, llenos de exigencias imposibles de cumplir. Tampoco hay posibilidad de conseguir cita previa.

Del Catastro es mejor no hablar. No intentes modificar errores que ellos cometen por interpretaciones personales de personas desconocidas de caminos, cañadas o cordeles. No es posible hablar con nadie. Nadie atiende, nadie se pone, nadie está y no tienen cita previa.

Cada uno de los gobiernos regionales tiene su propio sistema informático de comunicación. Para enviar solicitudes de algún tipo o acceder a información, hay que pasar el filtro de la cita previa, pero no hay forma de conseguirla, porque tienes que hacerte una foto, acreditar que estás vivo, que no usas silla de ruedas, brazo ortopédico o pulmón artificial, amén de tener tus facultades mentales afiladas y ser capaz de entender todas y cada una de las ocurrencias de los diseñadores informáticos, que se han forrado inventando campos imprescindibles para cumplimentar, antes de acceder a la aplicación correspondiente y saberte de memoria el himno regional e identificar la figura que aparece en las distintas lenguas para demostrar que eres un ser vivo.

He tenido que instalar ordenador, impresora, escáner, cámara frontal, auriculares, conexión wifi de fibra y reconocimiento de voz para pedir cita previa porque necesito que me atiendan y no me multen por todo, y no me ha servido de nada.

¿Qué está pasando? ¿Por qué nos han dejado solos? ¿Por qué nos odian? ¿Qué hemos hecho? ¿Apestamos? ¿Contagiamos? ¿No hemos sufrido lo suficiente? Abran las puertas de una vez y gánense el sueldo que no han dejado de cobrar. Esta situación no puede seguir, explotará cuando lleguen los turistas por millones y pidan cita previa para comer. Luego no se quejen.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el periódico HOY de Badajoz el lunes 2 de mayo de 2022.


11 de abril de 2022

ALEPO

 

ALEPO

Una brillante mañana del mes de abril de 1992 llegué a Alepo en Siria. Conducía yo desde Damasco un automóvil reparado como los cubanos, a fuerza de piezas elaboradas en fraguas ancestrales, remachada la carrocería con latas de refrescos, y la tapicería de un plexiglás que, en medio de esa temperatura desértica, pasaba a formar parte del atuendo de los pasajeros sin mayor esfuerzo, pegada con sudor y tierra como si hubiera nacido con ella.

Hotel digno, sin grandes estruendos, con desayuno incluido, y unos empleados que me dejaron la maleta y el equipo de fotografía en el suelo porque ellos no servían a mujeres. Ya me daba igual todo. Llevaba más de un mes correteando por ese país y cualquier desdén me resultaba familiar.

A la mañana siguiente me voy al museo a ver qué tienen, y no consigo llegar. Alepo es un sueño. Una ciudad de color sepia, donde las calles se entrelazan compartiendo espacio a puñetazos. Los balcones ocupan las sombras del de enfrente y el adobe brilla a fuerza del roce de los transeúntes que transitan sin cesar cargados con toda clase de mercancías, sin saber muy bien el destino de ninguno de ellos. La ciudad vieja se alivia en la plaza de la mezquita rodeada de árboles bien cuidados, y atravesar esa plaza supone volver al barullo frenético de una ciudad vivísima, en la que hay una gran cantidad de anticuarios que venden toda suerte de piezas que siguen saliendo de las excavaciones que, en teoría, iba yo a fotografiar. Locales diminutos que vomitan alfombras de lana de oveja sin teñir, alfombras de seda tejidas con primor, esculturas negras de basalto con inmensos ojos de marfil y ébano, piezas de barro que dicen venir desde Ugarit, panderetas de piel de cabra, sillas de montar camellos, collares de ámbar, y un sinfín de objetos que te transportan a la leyenda de las mil y una noches sin mucha dificultad.

Los habitantes son amables, sonrientes y no se sorprenden al verme sola paseando por la ciudad, pidiendo un kebab en la calle, no llevando hiyab y fotografiando todo lo que encuentro a mi paso.

Cuando llego al museo, los guardianes dormitan porque el calor es sofocante y hay muy pocos visitantes a los que vigilar. No me registran, ni me descalzan, ni me amenazan, ni me quitan la cámara, me dejan pasear, fotografiar todo lo que quiero, me siento en algunos bancos y dibujo. Se acercan sonrientes a ver qué hago y me ayudan a saber sobre el mapa dónde están los lugares que no debo perderme cuando salga del museo. Todos dicen que el zoco y la ciudadela. Voy al zoco y es tal la magnitud del mercado y la belleza de su arquitectura, que decido dejarlo para el día siguiente y para el siguiente la ciudadela.

Hoy no queda nada. Putin lo arrasó hace once años por una locura como la que está practicando en Ucrania. Putin acabó con el origen de nuestra civilización porque sí. Todos nos cruzamos de brazos porque estaba lejos.  Siria sigue desangrándose y nuestra historia yace enterrada entre escombros de bombas de Putin.

Despídanse de nuestros museos o hagan algo. Con mi llanto amargo no basta.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY el lunes 28 de marzo de 2022.


4 de abril de 2022

¡ALÓ PRESIDENTE!

 

Señor Presidente del Gobierno, con todos mis respetos.

Estoy admirada de su capacidad física para afrontar lo que los tiempos, que todos vivimos, no sólo usted, nos están deparando.

Es verdad que la comida, el aseo personal, la limpieza de casa, el cuidado de los hijos, las firmas de las notas, las fiebres y malas noticias hogareñas se las lleva su mujer, que imagino que no le hará las maletas, porque menudo trajín lleva usted de día y de noche haciéndose presente sin dudarlo allí donde usted considera que debe de estar y, aunque sea por sorpresa para todos, no falla.

Ahí radica mi inquietud y petición de explicaciones. Cuando usted se mueve de avión en avión, de reunión en reunión, de cónclave en cónclave, de carta en carta, de cumbre en cumbre, de parlamento en parlamento, de senado en senado, de centro de refugiados en cumbre de volcán, de recepción de cadáveres y va al funeral después, ¿se lo consulta a alguien, o es una decisión que le viene a la cabeza mientras en los tiempos perdidos (que alguno habrá), juega al baloncesto hasta caer agotado contra si mismo?

Es cierto que la gestión que demanda la situación mundial actual resulta frenética, pero se va a morir de un ataque de su mismidad.

Considero que, si usted consultara las cosas con alguien, si le aportaran ideas, si confiara en alguno de los que usted ha decidido que le sigan en esta enorme aventura que es el mandato político, su vida sería más larga y confortable. La de los ciudadanos que somos los que contemplan con estupor sus ocurrencias y vitalidad, a lo mejor también mejoraba y dejábamos de auto medicinarnos con pastillas contra la taquicardia o la subida de tensión.

No es que no le esté agradecida por el esfuerzo, todo lo contrario, pero veo en la distancia que está adoptando actitudes que no casan bien con el aparato democrático que nos hemos dado. Las prisas son enormes, desde luego, pero usted no puede estar como una escopeta de lado a lado dictando normas, y doblegando acuerdos, si la maquinaria del estado no permite ejecutarlos. Está cayendo en su propia trampa de establecer una burocracia que corta la comunicación con los ciudadanos, y hacerles creer a sus súbditos que lo que anuncia desde la cabina del último avión en el que se desplaza, va a ser posible.

No nos puede tener sometidos a una tensión emocional de cambios constantes de opinión, (armas si/armas no, por ejemplo), porque nos afecta más de lo que puede imaginar.

Por si no estábamos ya bastante inquietos, se le ocurre escribir al rey de Marruecos para darle la razón en no se sabe qué y que le invite al Ramadán, a comer en esa ceremonia de saltarse el ayuno y molestar a los creyentes. Hombre, es todo un poco raro y cogido por los pelos, amén del disgusto que, si se tira demasiado de esos pelos, pueden proporcionarnos los árabes, que no tienen nada de comprensibles con la vida humana.

Le ruego que explique algo, y si hace falta, copie a Chávez y por la mañana en la televisión que usted quiera, convoca un ¡aló presidente! y nos cuenta sin mentir qué es lo siguiente a lo que hemos de enfrentarnos.

Matilde Muro Castillo.

Publicado en el diario HOY de Badajoz el lunes, 4 de abril de 2022.


7 de marzo de 2022

 

Foto: The Economist. Bandera de Ucrania de marzo de 2022

TENGO PENA.


No sé qué habrá pasado en la guerra de Ucrania cuando ustedes lean esto. Lo escribo tres días antes de que aparezca y ya el horror se extiende por el continente como si fuera propio.

Veo las mismas imágenes que ustedes, me paseo entre televisiones que no saben cómo descifrar lo que ocurre. Repetidamente veo al psicópata que ha producido todo en nombre de no se sabe muy bien qué, porque las mentes enfermas son difíciles de escudriñar, trato de saltar a otros lugares de entretenimiento para descansar, pero no es posible: la noche y el día se juntan recibiendo bombazos en forma de noticias, cada vez peores.

Los analistas se devanan los sesos tratando de contarnos cuáles han sido los antecedentes de ese sujeto, si nació niño o salvaje, si su madre lo alimentó con rabanitos o leche de cabra, si su padre le pegaba, o su tío le daba aguadillas cuando era pequeño, pero nada de eso conduce a la verdad de un animal asesino, de maldad demostrada, de inestabilidad emocional comprobada y con una visión de la propiedad del mundo muy parecida a sujetos que, en distintas épocas de la historia, han arrastrado a la humanidad a sucesivas destrucciones con pérdidas de vidas humanas irreparables, genios que nunca llegaron a serlo, obras maestras que no se conocen o comportamientos que se transforman en violencia cuando, por acción de esos sujetos indeseables, sólo se pide venganza, muerte y desaparición de los provocadores de semejantes catástrofes.

Creer que no hemos cambiado, que seguimos siendo los mismos que cuando Hitler arrasó Europa, que mantenemos el mismo desparpajo para soltar bombas atómicas que los americanos contra Japón, o que los campos de concentración son hermosos lugares de residencia para los desterrados, dice poco de nosotros, si es verdad.

Ese sujeto tiene que desaparecer. Si hay que ahogar a Rusia en sus miserias imperialistas, habrá que hacerlo, y enseñarles a vivir con el dominio de la razón europea, que no ha dado malos resultados hasta ahora a pesar de la lentitud, las corrupciones, las malas prácticas, dejarse manejar por Merkel sin discutir sus decisiones de hambruna cuando aprietan los combustibles y los banqueros, y la falta de liderazgo, que no es más que una bondad en medio de tantos iluminados que mandan a fuerza de masacrar a gentes buenas que sólo quieren vivir en paz, con su idioma, su comida, la música de sus pasados y las fiestas de antaño que nos hacen reafirmarnos en nuestras formas de ser sólo como seres humanos, y no como pertenecientes a una sociedad cerrada sobre la que mandan desnortados que no aceptan la evolución.

Soy una convencida de que hay más margen, que se puede aislar radicalmente a Rusia, que se puede extender una capa de silencio comercial, humano y económico sobre ese loco. Es verdad que dentro de Rusia hay personas que no merecen estar bajo el dominio del depredador, pero habrá que enseñarles qué significa salir de casa con una maleta, tres niños y sin saber hacia dónde vas y quién te quiere recibir.

Hoy había más de un millón de refugiados. En tres días ¿qué habrá pasado? 

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el HOY de Badajoz el lunes 7 de marzo de 2022.




20 de febrero de 2022

LAS GALLINAS

 

LAS GALLINAS

A mi madre, que era lista además de inteligente, nunca le gustaron las gallinas. Sus razones eran más que convincentes: sucias, ruidosas, se dejaban embatir por el gallo sin protestar, no reparaban en lo que comían, una vez muertas eran de carne dura, y había que convertirlas en calditos de parturienta para poder ser digeridas, con lo que el gasto del combustible para alcanzar tal estado líquido a partir de la materia, no compensaba la cantidad de huevos que hubieran puesto a lo largo de la vida. Eran caprichosas, ponían huevos cuando les convenía y todo les molestaba: el frío, el calor, la nieve y el sol.

Decía además mi madre, que eran idiotas. No eran capaces de escapar cuando el zorro merodeaba por el gallinero y se quedaban atontadas mientras veían caer una tras otra a merced del atacante. No hacen equipo. No se agrupan para la defensa. No las hay mejores ni peores. Se distinguen por su aspecto físico y el color del plumaje, pero poco más. El tono del cacareo es el mismo, y si las meten en granjas, ni con Tchaikowsky las callan.

A lo mejor la apreciación de los expertos en gallináceas es radicalmente distinta a la de mi madre, que se dedicaba sólo a opinar por lo que a las gallinas respecta, pero visto desde lejos, creo que no le faltaba razón.

A mi madre la tengo presente a todas horas. Sin decir hoy más que ayer, o que he ido al cine y se me ha olvidado, o que tengo otras cosas en las que pensar y la cabeza me la deja de lado. No. Mi madre está siempre conmigo, pero he de confesar que, desde hace unas semanas, más que nunca, porque no puedo dejar de pensar en ella cuando repaso el panorama que el gallinero del Partido Popular nos está brindando a la ciudadanía.

Uno de los guardianes del gallinero se ha dejado la puerta abierta sin querer y le han tocado los botones sin darse cuenta de que lo que él quería no es lo que quería el que le ha manipulado la voluntad por medio de técnicas que desconoce. Donde ponía si era no. La pausa no funcionaba. Vino un viento lejano y le apagó la luz mental de repente, y apretó el botón de abrir y no el de cerrar. El gallinero se alborotó ante ese cambio de costumbre y el griterío, se lo pueden imaginar, y ahora recordar.

Las gallinas no sabían que el zorro merodeaba haciéndose el espía de la alimaña. Entre el espía disfrazado y la alimaña que no mata para comer, sino que come para matar … ha vuelto el griterío.

Como el ruido es ensordecedor y nadie le interesa, la parte de la granja que alimenta otras especies de poco fiar, ha decidido quedarse en silencio y mirar, por si se escapa un tiro y tienen que agachar la cabeza.

Mi madre tenía razón. Siempre tenía razón. Las gallinas son idiotas, ruidosas, sucias, mentirosas, sin voluntad y nos salen carísimas, porque los huevos no son tan necesarios, y si lo son, hay veces que los ponen otros.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 21.02.2022



8 de febrero de 2022

NERVIOSOS

 


Esta bofetada recibida por la humanidad en forma de virus ha desatado reacciones distintas, explicables unas, e inexplicables la mayoría.

Yo noto nerviosismo en la población, en el más amplio sentido. En toda la población, sea cual sea su actividad o estado catatónico, pero nervioso.

Lo que más inquieta al ser humano es la inseguridad que la mentira provoca, el desconocimiento de las cosas, y la ambivalencia de todo lo que consideramos que puede ser el norte de nuestros días. Ha desaparecido la verdad sistemática, los saberes ya no sirven los de siempre, y el “si, pero …” es el favorito cuando buscas soluciones a tonterías como la validez de algo que te obligan a tener (por ejemplo, el pasaporte Covid).

Es necesario cambiar sí o sí de analógico a digital, sin otra explicación posible que el cierre de las puertas y la desaparición del trato humano. Hay que asumir que los bancos pueden hacer de ti lo que ellos quieran, porque con cambiar las condiciones contractuales de tus miserias, te pueden arruinar, porque dicen que no has leído lo que te escribieron el año pasado y que permaneció setenta y dos horas en tu buzón de entrada de la app que no te has instalado,  porque tu teléfono carece de capacidad para hacerlo, y no tienes mil euros para cambiarlo por el que el banco te ofrece a cómodos plazos al treinta y dos por ciento de interés,  y lo han borrado sin que lo leas, con motivo de esa asquerosidad de mentira que es la protección de datos.

Esos datos tan protegidos (ja,ja,ja,) los manejan a su placer los bancos, las instituciones, los servicios públicos y hasta la iglesia católica, que ya es el colmo, para disponer de nuestros bienes, horarios y aficiones.

Llevo más de dos semanas intentando ayudar a unos amigos a presentar el Ingreso Mínimo Vital, y esas plataformas maravillosas que dicen que ellos (que no tienen ni para pagar la luz) han de usar, carecen de cita previa para que sean recibidos en persona.

En mi móvil recibo avisos constantes de engaños con signos externos bancarios, correos, seguridad social, sanidad… etc, que pretenden que por el módico precio del engaño de dos euros habilite el aviso urgente que tienen guardado, a cambio del número de mi cuenta corriente, o de una tarjeta de crédito, o cualquier dato que pueda ser objeto de robo.

Constantemente soy afortunada con un premiazo nunca visto de un teléfono de última generación, una vivienda en California o un aspirador que anda solo por mi casa, si les proporciono los datos de mi escaso acervo patrimonial.

Este bombardeo de engaños, mentiras, manipulaciones ocultas, desprecio a la persona, delincuencia en definitiva de guante blanco, genera un nerviosismo que detecto general en la población, a la que cuando tratas de ayudar de buena fe, sospecha y te insulta creyendo que vas a engañarla, que no vas a cumplir con tu palabra, o que has surgido de la estratosfera, porque lo general es el ataque, el robo, el maltrato y la consecución de dinero a costa de cualquier cosa.

Se hace difícil vivir así. 

Matilde Muro Castillo.


Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 7 de febrero de 2022.