20 de febrero de 2023

CARNAVALES

 





Mi padre era un hombre serio con un gran sentido del humor. Llegaba carnaval y se ponía la americana al revés allá donde fuera. Le avisaban los transeúntes de que iba de esa guisa y él, ceremoniosamente, se levantaba la peluca espantosa que se había colocado al salir de casa, de media melena y un flequillo recortado sobre sus cejas blancas, asustando impertérrito a cualquiera que osara advertirle del supuesto error de vestimenta.
Mi madre era divertida, sin sentido del humor alguno. Cuando llegaba el carnaval se metía en casa y no quería que nadie le dijera que se había cruzado con mi padre con la chaqueta al revés y una peluca como de Cristóbal Colón. Le horrorizaban lo que ella llamaba “charrancias”, y pensar en ese espanto de marido sin vergüenza pública alguna, le subía la tensión.
Eran la definición perfecta del carnaval. De cara a la galería ninguno de los dos era lo que aparentaban. Tenían dentro un sentido del estar que no manifestaban y cuando llegaba la época en la que todos se desmadraban, ellos lo hacían a su manera, poniendo a la luz el sentido del humor, o la ausencia del mismo, ante una multitud que opta por la máscara y el disfraz de manera desaforada. Mi padre volvía a casa diciendo que había estado con un papa rodeado de una corte de monjas rezando sin parar con absoluto recogimiento, sus compañeros de trabajo se habían disfrazado de niños de escuela, y cantaban la tabla de multiplicar en pantalón corto y camisa de marinerito cuando todos estaban a dos días de jubilarse, lo más habitual eran hombres vestidos de mujeres, y mujeres de más mujeres aún, en medio de serpentinas y un ruido ensordecedor de tambores y trompetas.
En su ciudad no había desfiles, ni carrozas, ni comparsas, ni actuaciones en teatros. Todo estaba en la calle y eso era lo que a él le motivaba, y a mi madre la dejaba en casa, porque la calle le parecía degenerada y absurda.
Hoy anda todo muy organizado y en grupos uniformes. El carnaval es el termómetro de la vida en sociedad, donde el humor, la crítica, la parte oscura de los que deciden que vea la luz, se manifiesta envuelta en anónimos y muy voluminosos desfiles rodeados de vallas, vigilados, con dotaciones de la policía que duplican sus efectivos y no se sabe si son ellos o unos que participan en la broma, y te puedes meter en un lío muy serio ante las sanciones que las autoridades, con un afán recaudatorio insaciable, imponen si le faltas a la gendarmería de verdad. Se han transformado esas manifestaciones ordenadas en un twitter brutal de purpurina y colores, donde uno se refugia en la multitud uniforme.
De todo este lío quedan espacios limpios, carnavales como los de mis padres, ingenio a raudales dispersos por callejuelas, barrios y comunidades de vecinos donde unos se ríen de otros en medio de abrazos, comida generosa y sueños en los que piensas que esa fantasía podía ser verdad.
Cuando llega el miércoles de ceniza, empieza otro carnaval.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 20 de febrero de 2023.

12 de febrero de 2023

MEJOR NO EMPEZAR

 


Por distintas circunstancias de mi vida, he vivido una guerra. Sí, no la civil española (no tengo edad para ello por poco), pero he vivido una guerra de tiros, tanques, aviones, metrallas, puentes minados, asaltos nocturnos, asesinatos injustificados, y peleas entre hermanos, que son las peores de las guerras (como si alguna hubiera buena).
Contemplo con estupor el juego de mesa que está suponiendo la guerra de Ucrania, y al pasar de los días veo cosas que me hacen desconfiar en las razones, los métodos y las consecuencias que esta guerra está acarreando. Los jugadores del tablero están usando vidas humanas para probar sus tácticas, poner nerviosos a los perros rabiosos a ver cuánto aguantan antes de saltar sobre el enemigo, destruir lo más posible para luego llenarse los bolsillos con las reconstrucciones futuras, intercambiarse armamento que suelta la munición por la culata, enfrentar a ejércitos armados hasta los dientes con hombres provistos de un casco y nada más, arrasar con el patrimonio cultural del agredido, hundir en la miseria a una población vecina con el beneplácito de los que eran sus amigos, mientras esos supuestos amigos se reúnen cada quince días para decidir si cuentan a los muertos sólo o incluyen en las atrocidades a las mujeres violadas, a los niños secuestrados y a los ancianos degollados.
La atrocidad que estamos viviendo con absoluta normalidad, se traduce en una subida de precios que nos hace chillar y salir a las calles como si no hubiera un origen claro a tal desmán.
Veo las cuentas de resultados de los ricos y me llevo las manos a la cabeza. Me espanto y llego a desasosegarme ante tamaña brutalidad aceptada por los poderes fácticos que, en un alarde de cinismo vomitivo, se ponen el chaleco antibalas, se abrochan el abrigo de cachemir, y pasean impávidos ante cadáveres, tanquetas quemadas, edificios demolidos, rescoldos de hogueras y un frontispicio de fotógrafos que dan crédito a esa valentía del líder que, desprovisto de vergüenza y corazón, pasea entre las ruinas de lo que él mismo está provocando por su inacción, como si de un plató de cine se tratara.
Señores que mandan: la guerra en la que se exhiben no es un escenario. La guerra huele y huele mal. Huele a cadáver, a vidas rotas, a niños sin lavarse durante días, a ancianos que se revuelven en sus heces porque una bomba les ha amputado las piernas y no los ha matado. La guerra huele a dinero podrido, a mala gestión, a sudor de mercenarios asesinos, a gasolina de tanques que no arrancan, a pólvora de bombas que no aciertan con el objetivo y demuelen hospitales, colegios y guarderías.
Si una guerra empieza, nunca termina. La guerra no acaba nunca. Que nos lo digan a los españoles, a los camboyanos, a los coreanos, a los vietnamitas, a los nicaragüenses, a los alemanes… pero no quiere decir que los que manejan el dinero de todos decidan seguir haciendo experimentos con vidas humanas, con pueblos que han sabido lo que es la paz en algún momento, con personas que, igual que ustedes, sólo piensan en dormir y al día siguiente levantarse cuando salga el sol. Acaben con esto de una vez y los que hemos vivido una guerra se lo agradeceremos, y a lo mejor olvidamos que ustedes han existido.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 6 de febrero de 2023.