22 de octubre de 2023

IR Y VENIR

 


El asunto de los desplazamientos se ha transformado en algo tortuoso. He vivido épocas en las que salías a la calle, cogías tu coche e ibas y venías sin problema hacia donde se te antojara. Aparcabas, dabas la vuelta a la manzana, pasabas por las calles más o menos transitadas, y llegabas al lugar sin demasiados problemas.

También he vivido momentos en los que llegaba al aeropuerto, cogía mi vuelo enseñando exclusivamente el pasaporte y la tarjeta de embarque y me acomodaba en el asiento a esperar las horas necesarias para que el trayecto tocara a su fin. Recogía mi maleta al llegar y de nuevo me transportaba en una ciudad ajena a mi residencia con un transporte público que sólo demandaba el importe de la carrera, sin más actos inquisitoriales.

He viajado en tren algunas veces (pocas). Era muy pequeña cuando mis padres me encargaban al revisor del famoso Ruta de la Plata para que un amigo dentista me viera en León. Iba contenta y protegida, y volvía llorando porque los aparatos de los dientes me apretaban, y el revisor del tren me consolaba hasta que mi madre me recogía en la estación, y sólo con verla el dolor se pasaba. Nada de peligro ni intranquilidad.

He montado en barco y me parece peligroso. Pero se trata de una apreciación personal, no que los barcos infieran peligro por ser barco, sino porque la inmensidad del océano me acobarda, aunque el servicio que en su momento me han prestado ha sido amable, generoso y hasta sonriente. Hace muchísimos años que no he vuelto a flotar en manos de otros.

Ahora estos recuerdos son eso: recuerdos. Ir y venir es una tortura. Los coches no pueden caminar con libertad por los lugares que se pretenda. No gustan los coches a los que mandan, y pretenden que vayamos todos transportados por corrientes eléctricas que no funcionan. No digamos ya si se quiere ir en un vehículo de edad avanzada: no salgas de casa porque te asan a multas, insultos y vejaciones hasta por escrito desde los organismos responsables del ramo. Ahora los coches se diseñan “para emocionar” porque nadie los quiere. El que pretenda comprar uno ha de embargarse de por vida, porque el concepto de uso práctico se ha perdido, y pretenden que viajemos con un lujo imposible de sufragar.

Lo del tren es para nota. Aunque no lo haya en Extremadura, las líneas que dicen que funcionan dejan tiradas a miles de personas sin explicación en los momentos cruciales de puentes, vacaciones y aglomeraciones. ¿Para qué queremos tren sólo cuando nadie lo necesita? ¿Por qué han dejado de transportarse mercancías en tren? ¿A qué obedece cerrar líneas por “falta de rentabilidad”? Es caótico.

De los barcos últimamente sólo he sufrido desembarcos de miles de personas al tiempo en puertos conocidos, donde se agotan los imanes de recuerdo, las gorras típicas, los helados de pistacho y dejan las aceras invadidas de basura que ellos mismos generan al no conocer el lugar y no identificar las papeleras.

Dejo a su libre albedrío el comentario sobre los aeropuertos, compañías aéreas y trato vejatorio hacia los viajeros, considerados delincuentes terroristas en potencia por el hecho de tener un billete de vuelo.

Viajo poco, pero me parece que cada vez voy a viajar menos.

Matilde Muro Castillo



Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el lunes 16 de octubre de 2023.

Foto de la aldaba: IMC.


3 de octubre de 2023

LAS COSTURAS

 





Como he sido la mayor de mis hermanos, la ropa siempre me estaba bien. Ellos eran los que heredaban mis cosas, con mucha dificultad es verdad, porque siempre he sido gorda y grande y ellos no alcanzaban fácilmente mis tallas, y la modista y mi madre hacían verdaderos artes malabares con las prendas que se me quedaban pequeñas enseguida.
La situación en la que nos encontramos hoy en España es como la de la ropa heredada. Nos someten de forma incesante a conceptos, formas y comportamientos a los que no estamos acostumbrados. La ropa se nos queda pequeña para tanto como nos hacen tragar y pretenden que entendamos como normal, que no digo yo que no lo sea, pero cuesta aceptar.
Estamos pasando a una velocidad arriesgada de situaciones en las que, por arrojar la basura a una hora que no es la correcta te ponen una multa de seiscientos euros sin rechistar, y tenemos que hacer la vista gorda a delitos tipificados de toda la vida en el código penal y que acarrean penas de cárcel de duración insoportable. No digo yo que no haya que ir cambiando las cosas, pero con esa violencia, sin explicaciones, todo en medio de secretismos, pidiendo silencio a la prensa (que es como pedir a las monjas de clausura que no recen), creo que las costuras de nuestros pareceres estallan y el traje se nos está quedando pequeño para tanto como hemos de recibir, digerir y engordar.
Las malas formas, los desplantes, las acusaciones intercambiadas entre los que se supone que nos representan, nos hacen mirar hacia el uniforme que cada uno hemos adoptado en nuestra vida y no coincide con los principios que al parecer defienden en nuestro nombre. Miramos asombrados a lo que ocurre sin recibir explicación alguna, sólo la suposiciones y profecías de los miembros de la prensa que están locos ante el desatino general, y degluten sin cesar comentarios y actitudes que no pueden dar por buenas, porque todo lo que afecta al bien común es motivo de silencio y secreto, pero los informadores no pueden permanecer callados porque pierden el puesto de trabajo, y entonces aventuran y comentan cosas que imaginan. Nosotros las recibimos como si fueran verdad y seguimos devorando algo que nos haga estar un poco más tranquilos, porque el panorama de frenazo en seco de cualquier actividad que merezca la vida de los ciudadanos estupefactos es aterrador.
Plazos y más plazos. Silencios rotos por disparates de unos que son tan pocos que no deberían ni hablar, pero que condicionan el ideario común, nos pretenden quitar lo de siempre y nos amenazan con barbaridades que, si optamos por aceptarlas, nos van a reventar las costuras hasta de las entretelas, porque son inagotables en sus pretensiones de vivir a costa de los demás sin ofrecer nada a cambio.
En mi casa el que quería algo tenía que ganárselo. Había negociación, por supuesto. La imposición férrea dejó de funcionar y se conversaba públicamente sin parar para evitar repetir las cosas, porque éramos muchos, pero todos cedíamos, hasta que las costuras dejaron de estallar porque nos hicimos mayores, sensatos y dialogantes, a fuerza de heredar lo que otros habían usado y no les había ido tan mal. 

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 2 de octubre de 2023.