17 de septiembre de 2022

EL ENTIERRO

 



Hoy están enterrando el cuerpecillo de la reina que fue de los ingleses durante la friolera de setenta años.

Vivimos tiempos raros. Pasan muchas cosas sin importancia y nos doblegamos ante acontecimientos que deberían de entenderse como naturales. Si a la edad que tenía Isabel II no se esperaba la muerte, vamos de cogote. Los medios de comunicación, alimentados desde la casa real británica y ninguna otra fuente, porque es un sitio hermético del que no se escapa nada que no sean las costumbres excéntricas del nuevo monarca, como que se le planchan los cordones de los zapatos todos los días, que no sabe escribir con estilográfica (a las pruebas me remito), que va a despedir al servicio sin contemplaciones, que no quiere saber nada de los perros de mamá, y que es más viejo que joven y no ha tenido tiempo de aprender nada, excepto estas cosas, poco más se sabe de la reina fallecida que no sean las alabanzas lloronas de los súbditos, el duelo de los jefes de estado que han transmitido su despedida con mayor o menor acierto, y los recuerdos del entrenador de sus caballos Monty Roberts, que vive en USA y aparece en las televisiones vestido de cowboy diciendo que la reina tenía más de mil premios en carreras conseguidos por sus caballos. Veremos ahora qué hace el rey con los animalitos, porque no parece que sea aficionado a nada que no provenga de la acuarela.

Esta señora ha cumplido a rajatabla lo que ella misma se asignó cuando la coronaron y poco más, lo que ocurre es que la cabezonada ha durado mucho tiempo. Sus intervenciones no han sido especialmente memorables con discursos para recordar, actitudes que marcaran un antes y un después en evolución social, o la defensa de algo que no fuera su corona, su fortuna y estar rodeada de personas disfrazadas con uniformes estrafalarios que han sido adoptados por bebidas alcohólicas, penachos de plumas en la cabeza, gorros de piel de oso, o esclavitas con cofia.

Setenta años repitiendo una y otra vez el diario devenir de las horas, sin que se sepa si leía algo que no fueran los informes de Scotland Yard o los manuales de educación de perros Corgie es complicado, y creo que ese tesón en lo verdaderamente inútil merece el homenaje que está recibiendo de ese pueblo que gime ante la falta de seguridad que se les avecina, porque lo que viene ¿qué quieren que les diga?, no parece más de lo mismo, por lo menos no tan aburrido y falto de expectativas.

Imagino que cuando el servicio secreto le dijo que, debido a su tamaño diminuto, no podían verla en medio de los jefes de estado a los que daba la mano o delante de las vallas protectoras y decidió vestir de colores rabiosos con sombreros de copa alta para que la detectaran, la revolución debió de ser un tsunami en esa casa. Esos han sido los cambios memorables. Poco más.

Yo le deseo descanso eterno porque lo ha merecido y decirle a ese pueblo británico que la muerte es segura, pero la hora … no.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 19 de septiembre de 2022.


7 de septiembre de 2022

ANTES DE NADA

 


La cabeza es el motor de todo (obviedad casi estúpida al verla escrita), y cuando se me bloquea por emociones, disgustos y obsesiones, empiezo a sentir síntomas de parálisis en las piernas, los brazos y hasta en la digestión, siendo para mí el estómago el órgano del cuerpo más importante.

Soy una experta en saber que las cosas que no me producen alegría y diversión las acometo con enorme dificultad, pero como estoy acostumbrada por razón de la vida a hacer cosas que no me han gustado, me sobrepongo a ello y tiro hacia adelante tratando de encontrar algo que merezca la pena en la tarea que me ata a la silla para no hacerla o dejarla para cuando sea.

¿A qué viene esto?, a que la silla me tira cada vez más. A que me cuesta sobreponerme a los profetas del horror, a que no veo salidas que no sean el encierro eremita en casa y el corte de los suministros básicos para evitar que garras asesinas penetren en mi domicilio con pretensiones demoniacas.

A que los agoreros han hecho el agosto literalmente sembrando el pánico en el ánimo general. A que lo que viene, si es que viene, será el desastre más importante al que nunca nos hemos enfrentado. Que las huellas de la historia de nuestras vidas nada tienen que decir frente a lo que vamos a dejar en manos de seres anodinos, estúpidos, irracionales y malformados socialmente como son nuestros hijos (eso dicen), y que por mucho que nos empeñemos en ser disfrutones, hemos elegido mal el destino y la vocación.

¡Qué barbaridades!, ¡qué desolación!, ¡cuánta angustia!, ¡cuánta equivocación ajena!, ¡cuánta responsabilidad sin saber de qué! La vida se transforma en un espanto del que es mejor salir corriendo, pero sin tener muy claro hacia dónde.

Como camino todo el día entre papeles de hace muchos años, encuentro el sosiego en ellos y cada página que paso recuerdo cómo trabajé para conseguirlo, dónde lo hallé, cómo estaban las cosas entonces, aquel avión que perdí por culpa del jefe de turno que se empeñó en no darme permiso, el autobús que conduje sin saberlo para salvar vidas en manos de un conductor borracho, la travesía del desierto donde el guía me quiso hacer ver espejismos de trenes circulando a gran velocidad entre las dunas, las noches a la orilla del Nilo vigilando el equipaje porque la falupa no llegaba para llevarme al hotel en el centro del río, los días y noches regando mi jardín para que los fuegos artificiales no asolaran los árboles recién plantados, las reuniones con desconocidos averiguando quiénes eran los que aparecían en las fotografías antiguas de la caja de zapatos de turno, los días interminables viendo a mujeres en India acarrear piedras en la cabeza para hacer carreteras, los juegos infantiles, el primer día de playa de mi hija, el paseo por el malecón de La Habana, las entradas a Pompeya pegadas en el cuaderno de viaje, las arrugadas acuarelas en Jaisalmer hechas en un cuaderno de papel cebolla… mientras el mundo a mi alrededor se desmoronaba.

Antes de nada, la felicidad momentánea nos riega la vida. Si luego vienen mal dadas… tendrán que llevarse mis cuadernos para apagarme.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 5 de septiembre de 2022.