12 de mayo de 2016

LA GOTERA

Vivo en una casa antigua que está vieja.
El tejado es el original de la casa, y está hecho con un inmenso roble que la atraviesa de lado a lado haciendo el tronco las veces de cumbrera, y en las ramas que caen sobre los muros hay claveteadas tablas que soportan tejas de muchos años.
Como pueden imaginar, todos los años en verano se recorre el tejado con precaución porque considero que es un tesoro conservar aún esta estructura. Se suben, lo barren, reparan, ponen de nuevo tejas viejas, limpian las canales, refuerzan las cobijas que se hayan desplazado y arrancan las ramas de plantas que crecen porque los pájaros han depositado semillas en invierno que brotan en primavera.
Como todos los tejados de este porte, tiene goteras irreductibles. El que viene a recorrerlo le echa la culpa al del año anterior (siempre son los mismos, por cierto), y trata de convencerme de la necesidad de arrasar el tejado y aplicar nuevas técnicas de cemento, hormigón, rasillones, cámaras de aire, fibra de vidrio y nuevas tejas que darían un aspecto horroroso y digno de chillarle a todo el que pasara.
Le digo la verdad: no tengo dinero para tan magna obra, que no dudo que sería de enorme postín para su empresa, pero en el caso de tenerlo, no parece que sea mi prioridad ante lo sensato que es recorrerlo todos los años por un importe aceptable, y esa cosa que es la educación, que nos obliga a conservar para compartir la belleza heredada cuando llegue el futuro.
Este año llueve con dignidad y en cantidades que hacía mucho tiempo que no se veían por estos lares. A pesar de estar tranquila, de forma sorprendente ha salido la gotera irreductible, esa que hacía más de veinte años no asomaba entre las rendijas del cielo raso de mi salón, que es de yeso.
Una gota, otra y otra me han obligado a poner un cubo en el suelo, y me ha trasladado a otro tiempo, ese que creo que de alguna forma siempre vuelve.

12 de abril de 2016

MI PADRE

Hoy hace años que mi padre murió. Nunca he escrito nada de ellos porque, los tengo tan presentes, que me cuesta hablar en pasado de lo que me sigue rodeando.
Mi padre fue culto, lector incansable (hasta que la ceguera le cercenó la última parte de su vida), inquieto, fantasioso, cariñoso a su manera, loco por el silencio, amante de la música rusa a todo volumen, y víctima de las guerras que invadieron su juventud y condicionaron la madurez que compartió con todos nosotros.
En su vida hubo tales acontecimientos, que ando tentada de escribirla, pero la recreación de los escenarios que la contienen no me permite navegar por aguas seguras, y cualquiera pensaría que invento cosas que me hubiera gustado que pasaran, (que realmente pasaron), y que no se pueden ya recontar.
Recuerdo cosas de mi infancia adorables con él, viajes en el coche a Valladolid que duraban doce horas, su llegada en bicicleta a la casa donde veraneábamos empapado en sudor, las compras monstruosas de materiales de construcción para levantar una pared porque a su entender le salía más barato el saco de cemento si compraba 500 que los 10 que necesitaba, su seria celebración de los carnavales colocándose la americana al revés y nada más, el empeño inútil con la informática, su gusto por las galletas María, el orden del lavavajillas, su amor por las herramientas y las ferreterías ... esas cosas pequeñas que me asaltan el recuerdo a todas horas, mientras enredo por casa, trasiego en el jardín o rebusco entre los libros justo el que me falta.
Muevo las manos, apoyo los brazos en la tripa, camino firmemente, recuerdo mundos lejanos y vividos en soledad ... me parezco tanto a él, que no puedo olvidarlo.
Fue tan genial, tan único e irrepetible, que tuvo como animal de compañía un oso que se llamaba Sil, hasta que un machito, estando el oso en su jaula, lo mató de un tiro. Nunca lo olvidó.
Te queremos padre.



4 de abril de 2016

¿QUÉ NOS PASA?

Me cuesta trabajo comprender qué nos está pasando. ¿A qué viene tanto silencio? ¿Nos han atronado los medios, la excesiva información, la reiteración de la estupidez, los malos modos, la cansina demostración de que los que nos quieren gobernar no saben ni sumar? 
A mi alrededor muchos conocidos han dejado de ver la televisión, sólo leen las revistas semanales de los periódicos (excepto foto reportajes de tragedias), se entregan a correr para vivir más, se operan y me cuesta reconocerlos, juegan como posesos a rellenar crucigramas, pasean a los santos a hombros, descubren senderos previamente marcados y callan.
Callamos ante el horror del entorno, la gente asesinada en una guerra, las mujeres porque sí, los huérfanos abandonados, las catástrofes naturales y una lacerante corrupción que todo lo envuelve y amalgama porque parece que tenemos todos algo que callar.
No podemos seguir así. 

2 de febrero de 2016

LA HIEDRA

Pocas cosas en la vida me han creado tantos problemas como la hiedra. Sí, esa planta amable, preciosa, que brilla en cuanto la miras, que esconde las vergüenzas arquitectónicas si la riegas, que obedece al corte inmediatamente, que decora y ayuda a respirar en medio de calores sofocantes y que sirve de trampolín a las gotas de agua de los rocíos por la mañana.
La hiedra crece para mis vecinos como un ser amenazador. Es el oscuro refugio de especies peligrosas, de bichos inexplicables, de toda suerte de peligros amenazantes que, protegiéndose entre las hojas, se acercan a los dominios que nunca han de ser rebasados. La hiedra es una forma sibilina de invasión. Me meto en sus casas, arraso con su intimidad, pego la oreja a las hojas y escucho sus secretos. Ordeno a las cucarachas, piojos, pájaros y ratas que se  metan en los predios de los colindantes y que vuelvan y me cuenten lo mal que guisan, lo espantosamente que viven, cómo  son de analfabetos (habitualmente reconocidos como poseedores de "sabiduría popular"), y el odio ancestral que profesan a las plantas que "no dan de comer".
Como llevo días cuidándola, preparándola para que el verano no la arrase, me he dado cuenta de los conflictos que siempre me ha acarreado, pero me da lo mismo. Voy a seguir conviviendo con ella, disfrutando de su frescor, ayudando a las ratas a que caminen entre los huecos que configura en las paredes de piedra de mi jardín, y marcando territorio.
Siempre creo que la incultura es el problema de todo. Ahora sé que parte de culpa del cambio climático lo tiene el poco amor a las plantas. Si además las que están no dan de comer ... apaga y vámonos.