26 de junio de 2015

AMPARO RUIZ DE LUNA










Ha muerto Amparo Ruiz de Luna en Málaga. Era mi amiga y hablábamos muchos días, aunque siempre llamaba ella.
Amparo era una ceramista increíble. Heredera de una dinastía sin parangón, Amparo manejaba el color, las texturas, los tiempos, las cocciones, las calidades, los blancos y el dibujo como nadie, pero lo que hacía era trabajar sin parar, imaginar, seguir al pie del cañón y mantener viva la memoria de su gente que es parte de la historia de España.
Se rebelaba contra la continuidad haciendo belenes sin parar, pero no podía abandonar las formas tradicionales, los tibores, platos, vajillas, pilas bautismales, azulejos, nombres de calles, bancos públicos.... porque todo el mundo se lo demandaba.
Teníamos pendientes tantas cosas, que es imposible que se haya ido sin poder hacer realidad el gran sueño de ver una exposición de sus creaciones en Madrid. Planeábamos sin cesar, me hacía cosas que le pedía sin necesidad de explicar demasiado porque nos entendíamos. Soportó mis demoras en momentos muy difíciles, entendió cómo me encontraba cuando los proyectos se derrumbaban, y siempre estaba ahí, animosa, trabajadora y cómplice.
Ese alfar en Málaga es un lugar inenarrable. Carlos, su sobrino, va a sufrir tanto cuando sea capaz de levantar la memoria de lo allí amontonado, que cerrará la puerta una y mil veces sin poder asumir que el coche rojo de Amparo no está, que no suena la radio, que no hay nadie enredando entre colores, que nadie riega ni cambia las hojas secas de sitio.
Amparo, amiga mía, no me he despedido, no te he podido contar cómo iba lo de Madrid, lo de Badajoz, lo de venir a mi casa a pasar unos días de descanso... Amparo, ¡qué vacío!

3 de junio de 2015

PACTOS






¡Vaya follón!, además con posibilidad de que se solucione. ¡Hay que ver lo inútiles que son todos los que negocian, acuerdan, hablan en secreto, grabando y con la boca tapada!
No entiendo cómo no es posible que se sienten en una mesa TODOS. Que hablen cara a cara, francamente y en menos de dos horas firmen y empiecen a trabajar.
Los nuevos que llegan tienen claro que hay que aprender a perder el tiempo y a eso están entregados. Los que están no se quieren ir ni con agua caliente. Los que han perdido y dicen que ganan están tratando de creerse la gran mentira. Los que han desaparecido se dedican a buscar trituradoras de segunda mano, y los que dependemos de esas pandas ... trabajamos los que tenemos esa suerte, y hacen guardia frente a las puertas de los ayuntamientos los que necesitan dar de comer a sus hijos.
¿No pueden acabar con esta comedia trágica?
¡Siéntense todos juntos de una vez y empiecen a trabajar!
Si se les ha dado voz a todos es para que la usen, no para que abusen y griten al silencio.

2 de junio de 2015

COMER



Hace muchos años que estoy sumida en una contradicción. Quiero comer sin parar, probarlo todo, comprobar a qué sabe lo que veo y lo que imagino cuando los olores de las cocinas salen por las ventanas de los edificios aparentemente vacíos, y todo sin engordar un gramo. 
¡Qué risa! dirán los que me lean, ¡y yo también! pensarán, y he aquí que me muevo en una dicotomía horrible porque no veo más que programas de cocina, a los cocineros españoles les dan los premios a los mejores del mundo, las revistas de cocina pueblan los kioscos de prensa, los libros de cocina arrasan en ventas, los productores agrícolas y ganaderos me hacen llegar al correo sus propuestas de alimentación sana, económica y de garantía y no puedo olvidar el sabor de la tortilla de patata que hacía mi madre, ni del morteruelo de Navidad, ni de la carne con patatas que era el plato favorito de mi padre, de la dedicatoria de mi madre de un libro de cocina que empecé: "tengo la mano derecha más grande que la izquierda de batir tus biberones...", las delicadezas de Atrio y la química de los platos diminutos que saben a poco pero son esencia, ese perfume alimenticio que se disfruta durante horas bocado a bocado...
¿Qué hago?
Tengo que andar sin parar, hacer ejercicio, beber agua, comer fruta sin pelar ni manipular, dejar el pan, olvidar la carne, poco azúcar y mucha relajación.
Una guerra más, como la del banco: si no tengo dinero me condenan a quedarse con el futuro posible de que lo gane, y si lo deposito, me cobran por dejar que lo guarde.
De momento como con miedo.