19 de febrero de 2024

LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA

 


Este maravilloso organismo lo imagino como un lugar con poca luz, lleno de estanterías de madera oscura y poblada de increíbles volúmenes de libros encuadernados en piel, que contienen los textos más adorables de la literatura mundial, los tesoros mejor guardados por los coleccionistas más avezados que, en contra de su voluntad y después de muertos, han encontrado en ese lugar el depósito de sus desvelos en vida.

Imagino a los sabios académicos transitando entre anaqueles, hablando en voz baja, leyendo bajo la luz de lámparas de luz tenue y tomando decisiones atrevidas con respecto al tesoro más valioso que tenemos los cientos de millones de personas que hablamos español.

He creído siempre que con conocimientos de literatura, lingüística, ortografía, biblioteconomía y especialidades afines eran capaces de afrontar la avalancha de palabras que se precipitan sobre nuestro acervo. Con emoción he visto la incorporación de Asunción Gómez Pérez como experta en inteligencia artificial y luchando a brazo partido para que el español forme parte fundamental de la comunidad científica internacional, de lo que se puede deducir que, a pesar del aspecto imaginado por mí, la Real Academia se mueve y está viva como siempre, y cada día un poco más joven.

Ahora me pregunto: ¿hay psiquiatras entre los académicos?, ¿hay psicólogos?, ¿hay intérpretes de lo que se quiere decir?

Me vuelve loca intentar saber cómo nos van a explicar el nuevo sentido de mentira por cambio de opinión, cómo me van a contar que ahora el arrebato independentista con violencia manifiesta no es punible, qué me van a decir ahora de los nuevos artículos que preceden a los géneros, cómo es la explicación que van a implementar acerca del perdón incomprensible para todos y qué palabra va a sustituir a la de amnistía, quién se va a encargar de las nuevas definiciones de zorra como calificativo, y no como denominación de especie animal, cómo vamos a ser capaces de entender a los académicos cuando intenten explicarnos los nuevos modos de manifestaciones íntimas, ahora que la intimidad como actitud y palabra ha desaparecido.

Nuestros académicos son lúcidos, tienden a la conversación permanente, se respetan, discuten para aprender del otro o recoger en sus escritos personales los chistes que el contrincante le relata, se echan de menos cuando uno desaparece por razones de edad, elaboran maravillosas ceremonias para recibir a los nuevos, trabajan sin cesar en diccionarios más que voluminosos e incorporan palabra tras palabra, y por miles, las nuevas expresiones emanadas de cualquier fuente del lenguaje. No se quejan mucho, piden dinero para sus funciones con mesura, se buscan las habichuelas reclamando financiación externa para no molestar demasiado, y dan esplendor a ese gran tesoro que pulen con un amor de gobernanta de la plata de palacio.

No quisiera pensar que se pueden volver locos, que esa enfermedad, ahora pandémica, de la mente, se adueñe de la de nuestros académicos, porque resulta casi imposible tratar de explicar qué es de lo que nos están hablando, cómo nos lo van a hacer digerir, qué van a poner en el diccionario para que no los tachen de miembros de unos u otros partidos, y cómo van a poder relatar una broma ajena sin le acusen de depredador de algo.

Si les sirve de algo señores académicos, yo les admito y quiero como son. 

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 19 de febrero de 2024.


5 de febrero de 2024

MILES

 



A pesar de creer que vivo con los pies en la tierra, a veces me cuesta pensar que mi mundo es real.

Como cualquier ama de casa paso mucho tiempo echando cuentas para llegar hacia donde quiero destinar mis ingresos, que son habas contadas.

Si me centro en esta necesidad o en aquella, o espero unos meses más para poder afrontar lo que se avecina.  Saber los meses en los que se pagan los seguros de todo, que no valen para nada porque está todo en tenguerengue y nunca responden ante cualquier evento, pero si no los pago parece que llamo al mal fario. Afrontar averías imprevistas de coches, electrodomésticos, multas, matrículas infantiles, necesidades ajenas…etc, provoca este conteo de posibles, que son ya un hábito y no resultan molestos, porque son un modo de vida como cualquier otra.

Lo que me crea mucha inquietud es saber cómo se pueden administrar con sensatez esos miles de todo lo que nos rodea. Miles de millones que ganan bancos y no sé muy bien para qué. En teoría esta gente está para prestar al necesitado, pero no, están para miles de miles de millones, con la esperanza en el futuro de los billones. Los miles de millones de las eléctricas, que se embolsan nuestro sudor y se lo reparten entre accionistas siempre descontentos, pero tampoco sé muy bien para qué tanto beneficio propio, si lo ajeno, que es lo que parece que atienden, está desatendido y la mayor parte de las veces violentado (no tienen más que asomarse al paisaje de Trujillo y ver qué es lo que están haciendo con sus miles de millones de servicio público).

¿Para qué dejan ganar a los cruceros esos miles de millones? Están arrasando las playas y las ciudades en la que atracan los barcotes esos llenos de miles y miles de personas que desembarcan a comprar imanes para las neveras de sus casas a miles de millas de distancia.

¿Cómo es posible que no dejen de ganar miles de millones las petroleras? ¿No es cierto que a los que contamos con los dedos el remanente mensual nos obligan a calentarnos con placas solares o estiércol ardiendo? ¿En qué se gastan ellos esos miles de miles de millones que ganan?

Sigo pensando como ama de casa y me pregunto que esa gente de los miles de millones cuántas veces al día come, se baña en agua caliente, duerme en colchones de plumas o se perfuma con aromas exclusivos. Cuando cuestiono estas cosas en voz alta me dicen que soy ilusa y absurda. Que la gente que atesora nunca tiene bastante, que sus almacenes de avaricia son insaciables y el espacio es inagotable, que el tener por tener es su única razón de existir y que el dinero, en cualquiera de las formas que pueda adoptar: lingotes de oro, yates, coches, viviendas, extensiones territoriales, obras de arte, vestimenta absurda, apariencia exótica o vida irracional, es lo único que les hace vivir.

Sigo echando mis cuentas y me niego a aceptar la locura de unos cuantos a cambio de la pobreza que lleva a la muerte por hambre al resto.

Es escandaloso que sigan presumiendo de tener cantidades incomprensibles. Es vergonzoso que lo consideren un éxito en sus pobres vidas. Me producen verdadero rechazo sus apestosos negocios. No quiero formar parte de sus vidas. Aléjense y compren Marte, que está a la venta.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 5 de febrero de 2024.