12 de noviembre de 2023

SIN RUMBO

 


A veces la historia se escribe en las piedras que soportan el paso del tiempo. Algunas veces la historia se escribe en piedras que tapan restos humanos, sirven de homenaje, o luchan contra el olvido de los que, bajo el peso de las losas, se resisten a desaparecer, bien por voluntad propia o por la de sus deudos, que consideran la eternidad como algo propio y así deciden que el paso de tiempo lo sea por otros lares, y no por los terrenos de los que entierran.

Los paisajes también forman parte de la historia de las personas que los habitan. Los hay memorables, inolvidables e insustituibles. La mayor parte de estos son inamovibles, o nos lo creemos, porque si hemos contemplado otros que cambian con facilidad, como los desiertos que tienen vida propia, las playas que aparecen y desaparecen a voluntad de las corrientes marinas, los volcanes que entierran lo que antes era vida y los ríos que se abren camino sin contemplación en muchas ocasiones, podemos llegar a pensar que lo que creíamos eterno, no lo es.

La ciudad en la que vivo, Trujillo, tiene un paisaje de esos que se creían inamovibles, inolvidables e insustituibles, y resulta que no es verdad, que ese paisaje va a cambiar y desaparecer, si nadie lo remedia, en manos de la especulación, la voluntad desalmada de unos cuantos que consideran que esa vida generada hace miles de años no tiene importancia, que con su intervención, que dicen de futuro, pueden reventar el pasado, asolar lo protegido y herir de muerte a una población que no les ha hecho nada, que no se ha levantado contra ellos, que no les ha amenazado y que, en todo caso e inocentemente, les ha recibido con los brazos abiertos, creyendo las falacias hábilmente esparcidas con nombres de protagonistas que no lo son, puestos de trabajo que no existen y ríos de leche y cascadas de oro como las de Jauja, la de hace más de quinientos años, que todos creyeron y nadie conoció.

Trujillo va a ser víctima de su propia belleza. Esta ciudad única va a ser violentada por ser bonita, única y cautivadora.

Las manifestaciones de los que detentan el poder son cada vez más confusas. Nadie se atreve a parar la atrocidad, borran de las redes los comentarios que ponen las cartas boca arriba, se reúnen para que la cosa siga como si no les afectara, y culpan a los ciudadanos de una dejadez que nunca han tenido, porque los ciudadanos quieren a su ciudad.

Todo va sin rumbo. En medio de escándalos de todo tipo se refugian los que van a lo suyo, como si no fuera lo de todos. Mientras unos disparan a otros, se insultan sin empacho y nos atemorizan con comentarios de tiempos pasados que nadie quiere rememorar, las torres eléctricas siguen su marcha, nadie las para, y las promesas de rectificar errores, que no se deben cometer para evitar la rectificación, esas promesas sirven de lenitivo para la culpa del que acepta la herencia sin haber leído previamente las deudas del que le ha precedido, dejando en sus  manos la ruinosa fortuna de un paisaje herido de muerte, pero acceder al poder tiene ese problema: ciega y todo vale.

Recapaciten. Trujillo necesita futuro, y es su conservación, no la destrucción.

Matilde Muro Castillo.


Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 13 de noviembre de 2023.

1 de noviembre de 2023

LAS TORRETAS DE TRUJILLO

 



La agresión al patrimonio monumental de Trujillo que está siendo acometida por una supuesta fábrica de diamantes artificiales, programada por la anterior corporación municipal y autorizada sin empacho por la actual corporación, no tiene parangón en los atentados patrimoniales que esta ciudad ha sufrido a manos de los munícipes de turno, que no son pocos.

Esa funesta empresa, que lleva embolsados cientos de millones de euros de nuestros asfixiantes impuestos, ha tenido la desvergüenza de implantar torretas de luz que se genera en placas que arruinan el paisaje desde hace años y no generan otro beneficio para la ciudad que un puesto de trabajo de un vigilante, eso sí, ocupando hectáreas y hectáreas de un paisaje sobrecogedor.

Ahora, a menos de treinta metros de la muralla de Trujillo, perimetrándola, están instalando torretas de energía eléctrica de unos cincuenta metros de alto, dotadas de toda suerte de artilugios colgantes y luminosos. 

Trujillo tiene solo una vida: el turismo. ¿Qué va a ser de nosotros?, ¿qué va a pasar de los nueve mil habitantes que malviven sin transporte, sin comunicaciones de tipo alguno, ni medios de generar empleo?, ¿qué va a ocurrir de nuestras vidas si el turismo deja de venir, nuestro paisaje está destrozado, el peligro acecha a los animales que deambulen por él, los caminos libres hasta hoy se acotan con alambradas y todo empieza a estar prohibido?

¿Quién se va a beneficiar de esos diamantes sintéticos que nadie sabe hacia dónde ni cómo se comercializarán?, ¿dónde radica la bondad de una fábrica que se lleva nuestros impuestos a cambio de nada?, ¿quién leyó en el anterior gobierno los diseños? ¿quién ha autorizado semejante atrocidad? ¿no viene nadie a Trujillo con sentido común a ver qué están haciendo?, ¿la actual corporación no está viendo lo que ocurre e interpone un interdicto de paralización de la obra? A nadie le importa nada excepto a los que desde la época romana viven en este enclave con una portentosa historia que, en muchos casos está justificada sólo por el impresionante paisaje que alberga la ciudad.

Después de tantos años de lucha denodada por mi parte para la conservación de este patrimonio único en el mundo, me encuentro con seres absurdos, incapaces, enfermos del dinero y los vicios que necesitan financiación para mantenerlos, y colocan sus firmas en documentos que, los que engañan con proyectos fallidos y fantasiosos, exhiben como triunfos frente a lo abominable de sus actos, porque  “han pasado todos los trámites administrativos”, es decir, hemos arrasado una población con el visto bueno de sus gobernantes pasados y actuales.

Alguien con sentido común tiene que parar esta atrocidad. Alguien se tiene que hacer eco de este desmán. No hace falta un gran esfuerzo, no tienen nada que investigar, no hay nada que buscar. Párense frente a la muralla de la ciudad, kilómetro 1 de la nacional 521 y miren hacia cualquier lado. Se llevarán las manos a la cabeza, y encima nos dirán a los habitantes de esta ciudad que ¿cómo lo hemos consentido?

Ayuden por favor a que esto se pare, y si ponen pegas de dinero, no se preocupen, los impuestos que pagamos cubren cualquier demasía.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario H0Y de Badajoz el día 30 de octubre de 2023.


COMPÁRTELO POR FAVOR SI LO CONSIDERAS OPORTUNO. NECESITAMOS AYUDA, MUCHA AYUDA.


22 de octubre de 2023

IR Y VENIR

 


El asunto de los desplazamientos se ha transformado en algo tortuoso. He vivido épocas en las que salías a la calle, cogías tu coche e ibas y venías sin problema hacia donde se te antojara. Aparcabas, dabas la vuelta a la manzana, pasabas por las calles más o menos transitadas, y llegabas al lugar sin demasiados problemas.

También he vivido momentos en los que llegaba al aeropuerto, cogía mi vuelo enseñando exclusivamente el pasaporte y la tarjeta de embarque y me acomodaba en el asiento a esperar las horas necesarias para que el trayecto tocara a su fin. Recogía mi maleta al llegar y de nuevo me transportaba en una ciudad ajena a mi residencia con un transporte público que sólo demandaba el importe de la carrera, sin más actos inquisitoriales.

He viajado en tren algunas veces (pocas). Era muy pequeña cuando mis padres me encargaban al revisor del famoso Ruta de la Plata para que un amigo dentista me viera en León. Iba contenta y protegida, y volvía llorando porque los aparatos de los dientes me apretaban, y el revisor del tren me consolaba hasta que mi madre me recogía en la estación, y sólo con verla el dolor se pasaba. Nada de peligro ni intranquilidad.

He montado en barco y me parece peligroso. Pero se trata de una apreciación personal, no que los barcos infieran peligro por ser barco, sino porque la inmensidad del océano me acobarda, aunque el servicio que en su momento me han prestado ha sido amable, generoso y hasta sonriente. Hace muchísimos años que no he vuelto a flotar en manos de otros.

Ahora estos recuerdos son eso: recuerdos. Ir y venir es una tortura. Los coches no pueden caminar con libertad por los lugares que se pretenda. No gustan los coches a los que mandan, y pretenden que vayamos todos transportados por corrientes eléctricas que no funcionan. No digamos ya si se quiere ir en un vehículo de edad avanzada: no salgas de casa porque te asan a multas, insultos y vejaciones hasta por escrito desde los organismos responsables del ramo. Ahora los coches se diseñan “para emocionar” porque nadie los quiere. El que pretenda comprar uno ha de embargarse de por vida, porque el concepto de uso práctico se ha perdido, y pretenden que viajemos con un lujo imposible de sufragar.

Lo del tren es para nota. Aunque no lo haya en Extremadura, las líneas que dicen que funcionan dejan tiradas a miles de personas sin explicación en los momentos cruciales de puentes, vacaciones y aglomeraciones. ¿Para qué queremos tren sólo cuando nadie lo necesita? ¿Por qué han dejado de transportarse mercancías en tren? ¿A qué obedece cerrar líneas por “falta de rentabilidad”? Es caótico.

De los barcos últimamente sólo he sufrido desembarcos de miles de personas al tiempo en puertos conocidos, donde se agotan los imanes de recuerdo, las gorras típicas, los helados de pistacho y dejan las aceras invadidas de basura que ellos mismos generan al no conocer el lugar y no identificar las papeleras.

Dejo a su libre albedrío el comentario sobre los aeropuertos, compañías aéreas y trato vejatorio hacia los viajeros, considerados delincuentes terroristas en potencia por el hecho de tener un billete de vuelo.

Viajo poco, pero me parece que cada vez voy a viajar menos.

Matilde Muro Castillo



Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el lunes 16 de octubre de 2023.

Foto de la aldaba: IMC.


3 de octubre de 2023

LAS COSTURAS

 





Como he sido la mayor de mis hermanos, la ropa siempre me estaba bien. Ellos eran los que heredaban mis cosas, con mucha dificultad es verdad, porque siempre he sido gorda y grande y ellos no alcanzaban fácilmente mis tallas, y la modista y mi madre hacían verdaderos artes malabares con las prendas que se me quedaban pequeñas enseguida.
La situación en la que nos encontramos hoy en España es como la de la ropa heredada. Nos someten de forma incesante a conceptos, formas y comportamientos a los que no estamos acostumbrados. La ropa se nos queda pequeña para tanto como nos hacen tragar y pretenden que entendamos como normal, que no digo yo que no lo sea, pero cuesta aceptar.
Estamos pasando a una velocidad arriesgada de situaciones en las que, por arrojar la basura a una hora que no es la correcta te ponen una multa de seiscientos euros sin rechistar, y tenemos que hacer la vista gorda a delitos tipificados de toda la vida en el código penal y que acarrean penas de cárcel de duración insoportable. No digo yo que no haya que ir cambiando las cosas, pero con esa violencia, sin explicaciones, todo en medio de secretismos, pidiendo silencio a la prensa (que es como pedir a las monjas de clausura que no recen), creo que las costuras de nuestros pareceres estallan y el traje se nos está quedando pequeño para tanto como hemos de recibir, digerir y engordar.
Las malas formas, los desplantes, las acusaciones intercambiadas entre los que se supone que nos representan, nos hacen mirar hacia el uniforme que cada uno hemos adoptado en nuestra vida y no coincide con los principios que al parecer defienden en nuestro nombre. Miramos asombrados a lo que ocurre sin recibir explicación alguna, sólo la suposiciones y profecías de los miembros de la prensa que están locos ante el desatino general, y degluten sin cesar comentarios y actitudes que no pueden dar por buenas, porque todo lo que afecta al bien común es motivo de silencio y secreto, pero los informadores no pueden permanecer callados porque pierden el puesto de trabajo, y entonces aventuran y comentan cosas que imaginan. Nosotros las recibimos como si fueran verdad y seguimos devorando algo que nos haga estar un poco más tranquilos, porque el panorama de frenazo en seco de cualquier actividad que merezca la vida de los ciudadanos estupefactos es aterrador.
Plazos y más plazos. Silencios rotos por disparates de unos que son tan pocos que no deberían ni hablar, pero que condicionan el ideario común, nos pretenden quitar lo de siempre y nos amenazan con barbaridades que, si optamos por aceptarlas, nos van a reventar las costuras hasta de las entretelas, porque son inagotables en sus pretensiones de vivir a costa de los demás sin ofrecer nada a cambio.
En mi casa el que quería algo tenía que ganárselo. Había negociación, por supuesto. La imposición férrea dejó de funcionar y se conversaba públicamente sin parar para evitar repetir las cosas, porque éramos muchos, pero todos cedíamos, hasta que las costuras dejaron de estallar porque nos hicimos mayores, sensatos y dialogantes, a fuerza de heredar lo que otros habían usado y no les había ido tan mal. 

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 2 de octubre de 2023.


21 de septiembre de 2023

INSACIABLES

 




INSACIABLES

Hace unos días, en una ciudad más grande que en la que vivo, pasé a un banco espectacular, con espacios increíbles, ambiente sereno, más o menos bullicioso por las personas que esperaban ser atendidos, pero con un aspecto impecable de limpieza y orden. Todo señalizado, mensajes para inspirar confianza: “somos tus guardianes”, “te queremos más que a nuestras vidas”, “te orientamos hoy para asegurarte el futuro”, “somos el adalid de la tranquilidad”… en fin, todo sospechoso pero bien disfrazado.
Pido número en una máquina para ser atendida, después de haber respondido a varias preguntas al aparato inánime: ¿es cliente nuestro?, ¿qué operación quiere realizar?, ¿tiene asesor?, ¿es la primera vez que usa nuestro servicio?, ¿desearía ser atendido por teléfono móvil? Indíquenos su número si la respuesta anterior ha sido sí. Respondido el interrogatorio me dan un número para ser atendida personalmente.
Cuarenta y dos minutos de espera después, sentada en unos confortables sillones blanquísimos y de acero helador, sale mi número en una pantalla e inmediatamente el trabajador de turno lo vocea.
¿Qué desea? Pregunta sin mirarme el banquero. 
Cambiar este billete por favor.
Extiende el brazo, coge el billete (sigue sin mirarme) e introduce el papel en una máquina como de plancharlo. Sale el billete a toda velocidad, estira con la uña más larga la esquina de la estampita y vuelve a introducirlo en la plancha, que lo devuelve. Sigue sin mirarme y lo introduce por otra ranura de otro aparato. Sale que se mata el billete y él empieza a teclear con fruición en un ordenador que tiene enfrente.
Sigo esperando a que me mire por si hay alguna duda en la operación, pero nada. Él a lo suyo y mi billete siendo diseccionado con el mayor interés. Leyó con devoción las respuestas a mi número de atención, porque me lo pidió sin mirarme aún, y con un gracioso movimiento vuelve a introducir por una tercera ranura el billete, que vuelve a salir escopeteado de la máquina (y no sé si ya borrado, porque no volví a verlo).
Sin mirarme dice que es una operación que no están obligados a hacer a los no clientes, que cuando necesite volver a cambiar dinero vaya a mi entidad bancaria, que ellos no pueden dedicarse a hacer este tipo de transacciones porque son una empresa privada y no pública, y que me hace el cambio porque había visto que llevaba esperando más de cuarenta minutos, y en las normas de la empresa (que él ya había tratado de corregir), no aparece este aviso a los usuarios ajenos. Me advirtió, amenazante, de que no iba a volver a hacerme cambio alguno.
No sé si, conociéndome yo, tenía el sistema nervioso bloqueado por la espera, por su estupidez, por el abuso, o el ambiente “kafkiano siglo XXI” de lo que estaba ocurriendo. Se me habían pasado muchísimas cosas por la cabeza. Empecé a pensar que no era real lo ocurrido, que el billete estaba envenenado, que ese sujeto tenía una enajenación mental, que yo podría sufrir un ataque y era mejor retirarme. Ahí estuve lista: me marché para contárselo a ustedes.
El billete era de 50 euros, y el cambio que me dio fueron dos billetes de veinte y uno de diez. No me atreví ni a contarlos en su presencia.
No me cobraron nada, es verdad, pero ahora los bancos, insaciables en su avaricia, quieren quedarse con nuestra vida, mente, y paciencia. Son lo más peligroso que nos rodea.

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 18 de septiembre de 2023.


6 de septiembre de 2023

LAS OTRAS COSAS

 

Desde primeros de mayo de 2023 el país está paralizado. Como había elecciones municipales y autonómicas, se decidió detener las ejecuciones presupuestarias que a los funcionarios les pareció bien, con la anuencia de los secretarios generales correspondientes, servicios jurídicos, interventores, y redactores de normas que sólo conducen al enredo, la desesperación del contribuyente y la angustia de una sociedad que, en silencio, tiene las almorranas sangrantes, los sueños perdidos, las manos les tiemblan y no saben cómo sobrevivir.

Hay una sociedad civil que da lustre a los políticos de turno. Asociaciones culturales, musicales, folclóricas, gastronómicas, religiosas, cofradías, cuidados de personas con disfunciones, enfermos de ELA, enfermos terminales de cáncer, enfermedades raras, deportistas de todos los niveles, amas de casa, bancos de alimentos… una interminable lista de personas que acumulan miles de estados de desesperación porque la administración descansa mientras deciden qué hacen con los dineros prometidos, aprobados, y reconocidos incluso en los presupuestos en vigor, pero que han decidido no ejecutar en nombre de normas elaboradas por quien sospecha que todos son, o han sido, de la condición del que entra de nuevo, o se prorroga en el poder, pero con nuevas ideas y otros socios que imponen nuevas formas de gobernar para amargar la vida a esa sociedad silenciosa, sin la que ellos no serían nada.

Todos los miembros de asociaciones sin ánimo de lucro pasan días de pasión incomprendida, porque si llaman a preguntar no hay respuesta, o la contestación es tan amarga que hasta llegan a decir que lo dejen, que si no ganan nada con formar parte de esas asociaciones, lo dejen y se dediquen a otra cosa. 

Han pasado más de tres meses desde que se ha parado todo. Las personas que forman y atienden a esos colectivos no suelen tener fortuna personal, porque no recurrirían a las miserias de las administraciones para sobrellevar sus proyectos, y sin embargo siguen tirando de los carros que en muchas ocasiones no les correspondería llevar, pero a los administradores de la cosa pública, que llevan desde mayo sin hacer absolutamente nada, les da lo mismo.

Hay vida detrás de otras cosas que nos nublan la mente, generan comentarios, o cubren las portadas de los periódicos y cualquier otro medio de comunicación, pero no lo parece.

Si supieran (no les importa nada) lo que se ha quedado en el camino pendiente de ejecutar por una firma, lo que se ha quedado en cajones, las vacaciones de personas necesitadas que se han suspendido, las ayudas a colectivos más que necesitados que no se han podido realizar, los actos culturales que ha habido que suspender, las visitas de personas importantes para nuestra región que ha habido que cancelar, los proyectos y programas que ha habido que cerrar hasta que (suponiendo que decidan trabajar) se puedan volver a abrir… llorarían de rabia si es verdad que lo que les importa es la región en la que viven, o de la que han salido para prosperar personalmente.

No hay piedad para la sociedad civil. Hay que ser político buscador de recompensas para vivir bien. Dedicarse a los demás sin ánimo de lucro está mal visto, e incluso puede costarte una condena pública si reclaman lo que se debe.

Empiecen a trabajar por favor. Es septiembre.


22 de agosto de 2023

EL CASINO

 


Nunca he practicado juegos de azar. No me gusta perder, y menos aún contemplar el enfado irracional del que pierde creyéndose tener derecho a lo que él ha pensado sin contemplar las posibles variantes que cualquier juego ofrece.

Las reglas de los juegos de azar dicen que están escritas, pero dependiendo de los lugares, jugadores, idiomas y costumbres, varían a placer del director del evento.

Había creído tener claro el resultado de las elecciones en España del pasado 23 de julio, que los españoles habíamos decidido ser varios, distintos en territorios, lenguas, costumbres y educaciones, pero resulta que se han transformado en un casino en el que se juega al mejor postor, donde se combinan las mejores alianzas, la trampa por la espalda funciona y el enfado del mal perdedor es evidente.

Ahora da miedo ir a votar porque no se sabe qué puede pasar con tu voto que, creo inocentemente, como la mayoría de los españoles, que se emitió tratando de evitar la bronca mayúscula, la negación sistemática, la mala educación, el ninguneo de las instituciones y el abandono de lo que realmente importa a los ciudadanos: que sus cosas se agilicen, que lo que haya de hacerse se haga, que los proyectos no conlleven décadas con cambio en las normas de juego, que donde dije que sí, ahora es que no porque se ha tardado tanto que han cambiado de opinión los nuevos jugadores, han muerto los anteriores gestores o se han jubilado después de cuarenta años de cotización a las alfombras del poder.

Ha recibido más votos un señor que los otros, pero las normas del juego no van por ahí. Hay que saber jugar las cartas con una baraja tan complicada como las del tarot en las que la interpretación es la que emana de la mente del que las maneja. La realidad de las alianzas es evidente, y es lo que las urnas han escrito es claro: hay que gobernar conversando y sin imponer ideas irrefutables, aportando nuevos conceptos de convivencia y escuchando a los pequeños, que no están felices con el lugar que la casa común les ha asignado (aunque sigan viviendo del dinero de los padres y sueñen con emanciparse recibiendo la paga los domingos).

No parece que el panorama sea el que describo: seguiremos igual, escuchando no a todo, recibiendo ideas difíciles de digerir porque el peso del pasado es un lastre de complicada asunción repentina, se seguirá ninguneando a las instituciones porque ahora el que decide quién reparte el juego es un delincuente en fuga, seguiremos escuchando cosas que no entenderemos porque nunca hemos pisado alfombras de tal grosor, donde el ruido se mitiga y poco sale a la luz, aprenderemos nuevas palabras de insulto, emergerán ocurrencias para humillar al contrario, se elevará el tono de voz siempre, darán miedo con amenazas que parece imposible que se lleven a cabo, pero las pondrán en práctica, se cerrarán capítulos presupuestarios, se cerrarán ministerios, se abrirán otros, se olvidarán de casi todos como siempre, porque en medio de ese casino nuevo en el que se ha transformado el Congreso, los trileros mandan.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 21 de agosto de 2023



7 de agosto de 2023

LAS MUJERES

 



Este mes pasado han sido ocho las asesinadas a manos de sus parejas, las que tenían o tuvieron en tiempo con las que la convivencia se hizo insoportable, pero que anidaron un odio eterno hasta matarlas sin importar cómo: degüello, tirarlas por el balcón, ahorcamiento, puñaladas frente a los hijos menores, estrangulamiento, atropellamiento con el coche, golpes con resultado de muerte, ... ese catálogo atroz de formas de matar con una violencia de difícil explicación y que además de un cadáver dejan huérfanos menores que han presenciado escenas inolvidables, padres y hermanos que nunca se recuperan de ese recuerdo atroz de la forma de desaparición de la hija que, además de atender su casa, les atendía a ellos, les mandaba dinero al otro lado del mar, o del desierto, les hacía la comida todos los días porque estaba pendiente de ellos, les llevaba a los niños al colegio a la hermana que no tenía buen horario de trabajo, ayudaba a la vecina a hacerle la compra porque no podía salir del piso ni bajar las escaleras, limpiaba portales, atendía despachos de abogados (porque también asesinan a mujeres más que formadas y de un alto nivel social), cirujanas, economistas, brillantes amas de casa que escriben novelas en sus ratos libres, mujeres que se entregan a la educación de sus hijos y tienen vida propia en los ratos en los que los quehaceres lo permiten. Todas somos objeto presente, futuro y siempre posible de esa violencia posesiva, asesina, albergada en alguna parte de la mente del hombre, o del cuerpo que no es la mente, que hace pensar que se puede matar impunemente a una mujer por el hecho de serlo. Esa parte de no se sabe qué componente educacional arrastrado durante milenios en los que parece que las mujeres sólo sirven, somos como animalitos falderos a los que se puede dar una patada si estorban, ignorar si no conviene, desahogarse con palizas si el alcohol invade los sentidos del salvaje maltratador, mostrar lo más horrible del ser humano con ella a fuerza de cuchilladas, desguazar el cadáver con una sierra mecánica, meterla en bolsas de plástico y enterrarla poco a poco o congelarla como presa de caza para futura ocasión, porque a lo mejor se la come si tiene hambre.

Se firman obras escritas por ellas para que ellos figuren y sigan calzando zapatos brillantes, a los que ella está obligada a sacar el lustre de rodillas. Se pintan cuadros procurando que la firma no aparezca muy visible porque ella no es un ser digno de ser mostrado. Afloran artistas al mundo que nos hacen felices con sus interpretaciones a millones de personas, pero por ello, sólo por su éxito, en casa reciben palizas, vejaciones, encierros, hambre y robo de sus bienes y sus almas.

Es muy difícil ser mujer. Es complicado que te traten como si fueras un ser humano normal, sin más ni menos prebendas o capacidades que los del otro sexo. La demostración constante, la defensa numantina de los derechos frente a los iguales es agotadora, y los que me lean y sean mujeres, saben que no me equivoco.

Hoy he conocido a un huérfano reciente de madre asesinada frente a él, y me preguntó si había visto a su madre, que se había muerto, pero que iba a volver.


Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 7 de agosto de 2023.




26 de julio de 2023

LOS LUNES



Para Emilio Vázquez.

En casa había muchos domingos que decían que eran lo normal, pero se transformaban en extraordinarios cuando la pereza generalizada, el reloj parado y la falta de obligaciones se extendía por todo el día.

Mi madre se levantaba la primera (siempre fue así), y hacía un enorme desayuno para todos, mientras los demás íbamos espabilando a nuestro ritmo y nos íbamos a la cama con mi padre (cada uno con su almohada, era la condición), y él nos contaba sin parar los cuentos que escuchábamos sin cerrar los ojos.

Caperucita llevaba herramientas en la cesta a casa de la abuelita porque el tejado fallaba, tenía que colgarle cuadros, y enseñarle a empalmar cables o cambiar fusibles. El lobo aparecía poco en su relato. La Bella Durmiente no murió. Comió demasiados madroños y se quedó dormida de la borrachera. El príncipe era un guarda forestal que la despertó y le explicó que no se puede abusar de nada por rico que sea. Blancanieves era gigante. Los enanitos eran normales… la casita de chocolate se derritió en un verano como el que estamos pasando hace décadas… y llegaba la voz de madre anunciando que el desayuno estaba dispuesto.

Saltábamos todos de la cama y desayunábamos juntos. Las horas pasaban en medio de conversaciones, risas, enfados inexplicables que hacían reír a los demás, anécdotas, preguntas, conversaciones infantiles sin fin que daban paso a la comida casi sin levantar la mesa del desayuno.

No había prisa. No pasaba nada ni había nada que hacer que no fuera la charla, hablar de todo sin más y aprender a escuchar a los otros mientras los brazos se levantaban para pedir la palabra, apuntar tonterías o decir la ocurrencia más imprevista.

Comíamos, se arreglaba la cocina, se hacía la siesta en absoluto silencio y con el enfado de todos porque no se ponía la televisión para respetar el sueño ajeno y, si no había planes de uno u otros, siempre había una partida de cartas dispuesta en la que se jugaban puntos y nunca dineros, ni nada que lo asemejara.

Ahí perder era complicado para unos más que para otros, pero la sangre no llegaba más allá de la sospecha infundada de miradas cómplices, risas escondidas, enfados soterrados y futuros retos de próximos domingos que no se sabía cuándo podrían ocurrir porque no todos los fines de semana los íbamos a pasar en casa vagueando.

Llegaba el lunes y no había pasado nada aparentemente importante, pero las verdades de Caperucita eran otras, la Bella Durmiente se derrumbó ante nuestros ojos, los enfados por perder en las cartas no servían para nada porque habría que aprender a ganar en la próxima. El colegio nos esperaba, mis padres trabajaban como siempre sin descanso y todo seguía.

En este lunes de después de las elecciones todo sigue como cuando pasábamos el domingo desperezándonos de la batalla de la semana previa: enfados, todos ganan, cuentos que no lo parecen, cuentas que no salen, el reloj que se detiene para muchos, cada uno con su almohada, y los ciudadanos a su trabajo sin cesar porque hay que seguir manteniendo la fantasía de una vida amable.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 24 de julio de 2023.



27 de junio de 2023

EL VERANO

 


En mi infancia el verano empezaba el día de San Juan. Era el santo de mi padre y ya no teníamos colegio. Vivíamos en Cáceres en un piso que estaba sobre el horno de leña de una panadería y el invierno era estupendo, pero llegadas las fechas estivales el suelo de la casa quemaba, además de las temperaturas que, ahora nos dicen, eran olas de calor permanente. Llegado el día emprendíamos la emigración hacia Valladolid donde el invierno es insoportable y el verano más que amable.

Ese día de San Juan lo celebrábamos subidos en el coche los seis hermanos, madre, padre, algún que otro animal de compañía y el equipaje para tres meses de toda la tropa. No sé cuántas eran las horas de viaje. No había autovías ni nada parecido. Mi madre había hecho tortillas, croquetas, filetes empanados, y parábamos en Cantagallo, un lugar maravilloso a pie de carretera, que tenía piscina y nos dejaban comer y bañarnos, mientras los hermanos que se habían mareado al subir el puerto de Béjar, recuperaban el aliento y perdían el color cerúleo del mal rato de la travesía.

Como era fiesta, nos compraban helados y polos. Nos dejaban beber refrescos de gas y emprendíamos el viaje renovados, sabiendo que sólo nos quedaba otro tanto de camino, que mi madre se empeñaba en relajar con canciones en voz baja a coro, porque a mi padre los gritos infantiles le sacaban de quicio, y perdía la atención a la carretera amenazándonos de todo con el volante entre las manos.

Llegados a destino, tres meses por delante sin zapatos, en bañador desde el amanecer, aprendiendo a construir cabañas con zumaques, cazar ranas, hacer carreras, patinar sólo con un pie, usar bicicletas ajenas, urdir peleas entre primos, aprender a jugar al pin pon sobre puertas desechadas encima de burrillas de carpinteros, interpretar obras de teatro familiares, siestas siempre indeseadas, digestiones demasiado largas para volver a bañarnos, cuidado de huertos, plantar jardines, mover tierra de un lugar a otro, excursiones fascinantes de quinientos metros de distancia, poca televisión en blanco y negro, algún día excitante de ida a la ciudad donde nos volvían a poner los zapatos y nos reconciliábamos con la civilización yendo al cine en tropel: catorce primos de la misma edad a ver lo último y queriendo comer el bocadillo que nos habían preparado, antes de entrar.

Recuerdo esos veranos como una aventura única, lo mismo que les pasa a casi todos los que me lean, y me he permitido contarles esta realidad pasada para tratar de aliviar la carga pesada del veranito que nos están dando los candidatos a todo, en medio del desgobierno en el que este país está sumido, trufado de odios, insultos, amenazas de ruina inminente, catástrofes inminentes e invasiones de todo tipo.

No sé si ese viaje de catorce horas desde Cáceres a Valladolid de hace más de cincuenta años es la imagen de lo que nos va a costar llegar a disfrutar de algo bueno cuando este sufrimiento electoral pase. Lo que es seguro es que, o cambian mucho las cosas, o aquellos veranos seguirán siendo un recuerdo imborrable, frente a lo que nos queda por pasar.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 26 de junio de 2023.


12 de junio de 2023

ESTO NO VA

 



Después de haber recontado mil veces los votos y cambiado de opinión los votantes y los votados, estamos frente a una indecisión absoluta acerca de un futuro que todos nos prometían en campaña como lo mejor que iba a pasar en nuestras vidas. 
Si cuando llega agosto este país se para, cuando hay un puente largo se frena, Semana Santa es periodo en blanco, diciembre no cuenta porque tiene la Navidad tatuada, la feria de Sevilla arruina la vida de los del sur, los Sanfermines la vida de los del norte y así hasta que vuelve a empezar el año, y somos capaces de sobrevivir,  y dicen las cuentas públicas que avanzamos en todo de forma espectacular (no sé mucho de cuentas), imagino que saldremos de este momento de paralización absoluta sin necesidad de que nos decreten encierro en casa y mascarilla, porque lo que sí veo en mi entorno es que todo está parado.
Los funcionarios reciben órdenes de no ejecutar presupuestos aprobados, porque no vaya a ser que acusen, a los que aprobaron el gasto, de manirrotos, y los votantes pendientes de recibir lo prometido se han quedado mirando a las nubes y con hambre y problemas que a nadie parecen importar. Los nombramientos hay que pactarlos en medio de odios enconados, posturas irreconciliables y afirmaciones disparatadas, trufadas de exigencias sin pies ni cabeza. Los anuncios proféticos de los que se creen ganadores sin haber participado de la batalla son de dar marcha atrás en lo poco que se ha caminado después de la refriega feroz de cuatro años, o de unos avances, por parte de los que han tenido el bastón de mando, que nadie se cree, porque en el tiempo transcurrido durante el mandato no han hecho lo necesario para cumplir el programa anterior.
¿Es tan difícil entender lo que han dicho las urnas? Nos gustan todos los partidos, con las distintas intensidades que marcan los números, cada uno con sus defectos; y son tan viejos en estas lides que sabemos que no van a cambiar, y tampoco lo pretendemos. No nos importaría ver cómo gobiernan con acuerdos que no humillen a los contrarios, recogiendo ideas de unos u otros, pero sé que esto es un sueño infantil e ilusorio, impropio de una persona adultísima como yo, y eso me hace ser pesimista, porque esto no marcha. Este país se ha parado en nombre de la sospecha que unos hacen recaer sobre los otros, del insulto a los votantes por no haberlos elegido a ellos, y por si fuera poco el frenazo, se extenderá hasta después de ese verano que dicen que se ha estropeado por ir a las urnas un día, como si todos en España se pudieran permitir veranear más de un fin de semana.
Este país mío al que adoro a veces me entristece, como me pasa cuando veo que alguien decide tirar una ermita románica para evitar que los turistas vayan a verla. 
España es un ejemplo de patrimonio consolidado a lo largo de los siglos con una argamasa constituida por enfrentamientos, reencuentros, intransigencias y perdones a destiempo. Siempre lentos, demasiadas veces parados, y esto no va.  

Matilde Muro Castillo

    Artículo publicado en HOY de Badajoz el día 11 de junio de 2023.


30 de mayo de 2023

¡ENHORABUENA!

 


Escribo esto antes de que termine la campaña electoral, pero no me equivoco si felicito a todos los que se han creído ganadores de esta brega, a los que de verdad la han ganado, a los que no saben que han ganado vida y tranquilidad, a los que han respirado hondo cuando se enteraron del lío en el que se metían por hacer un favor a alguien y no haber aprendido a decir que no a quien le pide algo, a los que están corriendo para recoger papeles del despacho, a los que siguen agitando banderas por si acaso, y a los que estamos en casa y descansamos de tanto como oímos.

Los candidatos son unos valientes. Lo general es que pensemos que se llenan los bolsillos con el dinero público, que están ahí por acrecentar sus patrimonios y hacer cosas que generan beneficios económicos a sus cuentas corrientes no españolas, o que doblegan voluntades que ocasionen bienestar a sus allegados. Es verdad que el río suena a esas motivaciones para debutar, o permanecer, en el espacio público, pero veo desde fuera que el sufrimiento es tanto, que la política se ha degenerado de tal forma, que la lucha por mantenerse alejado de las críticas y la injusta vocación española de derribar al enemigo imaginario a fuerza de mentiras y calumnias, que este run run me hace pensar que me falta el valor para creer que yo pudiera torear en ese ruedo, y por esa razón los felicito.

Luego queda el papel de la prensa, que como es el cuarto poder de cualquier democracia, se lo toma tan en serio que de cualquier fallo produce noticia, y ahora no se queda refugiada en la columna del periódico, sino que se hace tifón y arrasa a su paso con todo lo que embiste, aunque no se comprueben las fuentes y se hable por hablar porque hay que rellenar, conseguir que todos les digan que les gusta lo que se cuenta, y que ellos son los profetas que siempre aciertan.

Este papel de la prensa es loable, porque nos mantiene despiertos tratando de averiguar dónde está la realidad, quién se columpia y qué medio es el que dispone de fuentes fiables, de personas que no se casan con ninguna ideología y que no ceden al chantaje de los poderes fácticos, siempre prestos a conseguir poder a través de urnas ajenas. A mí me provocan un cierto gasto económico, porque tiendo a leer toda la prensa que cae en mis manos, pero me resisto a adocenarme a la sombra de una sola opinión, clarísima en cualquiera de los diferentes medios.

Mi enhorabuena a todos por haber salido cuerdos de este lío, por haber superado sus imágenes en los carteles, la penosa redacción de los programas electorales, la falta de estética en sus comparecencias, las cosas que han tenido que decir sin pensarlas, las increíbles reuniones en los sitios más insólitos, la pelea por que les hagan caso, y el sufrimiento por no haber sido elegidos esperando que esto no sucediera.

Cuatro años más y volvemos a la carga. Cuídense los que se van a casa, y cuiden de nosotros los que han salido. Nos lo deben.

Matilde Muro Castillo.


Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 29 de mayo de 2022.

19 de mayo de 2023

EL TRABAJO

 



Pertenezco a una generación en la que el trabajo era el norte de nuestros días. A lo mejor la cosa no era generacional, sino familiar, porque un hermano de mi madre le decía a ella que era “la viva representación del movimiento continuo”, y en esas artes vivenciales me educaron, en la imposibilidad de estar quieto mientras respirabas con los ojos abiertos, en poner imaginación en todo lo que me rodeaba para hacerlo caminar, en aprender de todo sin pretender cobrar por nada, y en dedicarme a cosas que, en general, son poco productivas económicamente, pero generan trabajo sin límite horario.
Aunque suene “antitodo” escucho con estupefacción que trabajando menos se produce más, que mejorando las condiciones de vida familiar lejos del trabajo es mejor para la empresa, que reduciendo el tiempo de atención y presencia en el puesto de trabajo salen ganando los trabajadores, y que esperar sin hacer nada es loable para la convivencia.
No entiendo nada. Aquí hay gato encerrado, porque la empresa nunca ha regalado nada y menos horas de trabajo. He comprobado en los jóvenes que vienen a casa con trabajos en remoto que están dedicados a la tarea sin descanso, que las horas no cuentan y que las preocupaciones se multiplican porque hay un ente externo, llámele inteligencia supranacional o lo que se quiera, que les vigila sin descanso y les pone en la calle sin miramientos. Eso de las menos horas de trabajo y más sueldo es una milonga. Se trabaja sin descanso, están conectados, con no se sabe qué, día y noche y teledirigidos para que sus aficiones derroten en los terrenos que la empresa manda de forma imperceptible.
Los usuarios sí notamos que el trabajo en la hostelería por ejemplo, al que se quieren aplicar las máximas de las empresas de alta cualificación, flojean. No hay camareros, ni cocineros, ni limpiadores, ni transportistas, ni nada que no sea básico, porque les han hecho creer que sin formación pueden llegar a ser como el primo, ese nómada digital que estudió informática matándose y ahora reposa en Tailandia atado al ordenador viendo playas y bebiendo cócteles. No es lo mismo. Todos los trabajos no son iguales porque todas las formaciones no han sido las mismas. No se puede pedir que gane lo mismo un médico que el chófer de la ambulancia (se pretende, desde luego). No puede ser que gane lo mismo el juez que el funcionario (también se pretende). No puede ser de recibo que la empresa gane lo mismo trabajando ocho horas diarias que trabajando cuatro (se pretende con protestas), y no puede ser que, por haber salido vivo de una pandemia, decidamos que hay que seguir pidiendo cita previa para ir a que nos vean el coche, a cambiar una cacerola, a que nos arreglen una herramienta porque los empleados siguen trabajando en remoto desde su casa para conciliar sus vidas. La empresa se rebela porque no gana lo suficiente. Los usuarios (que somos todos) nos enfadamos porque no hay atención, y la razón se pierde, porque trabajar está dejando de ser un premio y sólo descansar está reconocido.
A lo mejor por esas razones, hoy día del trabajo, es fiesta.

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 1 de mayo de 2023




SIN ELLOS

 


SIN ELLOS

Hace unos días ha ocurrido algo significativo para la sociedad española: los sindicatos y la patronal han firmado el acuerdo de subida de salarios más importante para este país que nadie pueda imaginar, pero han pedido a los políticos que no se acerquen, que no aparezcan en la fotografía, que no quieren que el acuerdo se manche.

Es tremendo. La desafección de la sociedad civil por la política en España alcanza límites alarmantes.

No se puede organizar una asociación, un acto civil, una conmemoración de algo, que no haya quien pida que por favor no se politice. Que no acudan políticos a esos momentos en calidad de cargo del tipo que sea, si quieren, que vayan con el documento de identidad, pero ninguna acreditación. Da miedo incluir a alguien en los protocolos de celebraciones que la política financia porque se desarrollan batallas soterradas que dan pánico, y sería estupendo que quedaran escondidas, pero luego las consecuencias las paga el tesorero, el presidente, el secretario o el que pasaba por allí a dejar un ramo de flores a la imagen que se venera o al escritor al que se aclama.

Necesitamos a los políticos. Son el esqueleto del organismo democrático con el que nos movemos, pero no son conscientes de que nosotros, la sociedad civil, somos el músculo que hace caminar a ese paquete de huesos ordenado.

¿Cómo es posible que no se den cuenta de que no son bien recibidos a pesar de los votos contados y bien intervenidos en las urnas? ¿No detectan lo que se mueve a su alrededor? ¿No se dan cuenta de que cada vez son menos los que, con una cierta formación y experiencia, se les acercan a opinar? ¿No saben que en las alturas falta el oxígeno y el cerebro se paraliza?

Me causa alarma la falta de diálogo constante, el uso del insulto como arma arrojadiza contra todo, el “y tú más” ante cualquier cruce de argumentos, y que las discrepancias sean siempre reproches.

Los que desde lejos, pero con la capacidad de estar bajo el agua como batiscafos que todo lo ven en medio del silencio, apreciamos, leyendo y escuchando lo que sale de los argumentos esgrimidos por todos los partidos, que no hay formas, que se han perdido los modos, y nos asustamos porque nos lo creemos. Pensamos que están a la greña constante, que nos van a meter en líos de los que no vamos a poder salir si no es con armas mortíferas, que es mejor no opinar porque nos va a caer la del pulpo, y a lo mejor, lo más inteligente es ir preparando las maletas para salir corriendo en el momento en el que todo estalle a manos de los que votamos inocentemente, como si nos fueran a arreglar la vida, o por lo menos, ordenarla.

El desplante de la firma de los convenios parece la punta del iceberg, ese monstruo larvado que cuando asoma inunda, ahoga sin contemplaciones y destruye todo lo que coge a su paso.

No sé si va a ser fácil que se enteren de que sin ellos se puede vivir. Con ellos, tendrán que cambiar las formas.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 15 de mayo de 2023


18 de abril de 2023

LOS LIBROS

 


Estamos a una semana de la celebración del día del libro, y como ese día exactamente no me toca aparecer en estas páginas, me adelanto y acaparo la conmemoración de lo que más me gusta en la vida (hay otras cosas que me gustan, pero no tienen cabida en esta conversación).

Desde muy joven he acaparado todo tipo de publicaciones. La letra impresa me ha emocionado porque me dejaba viajar sin moverme (soy poco atlética), y además me enseñaba cosas que no estaban a mi alcance de aprendizaje de otra manera que no fuera leyendo.

La curiosidad enfermiza que me invade acerca de todo lo que me rodea y no acabo de comprender, me impulsa a tener siempre libros que me puedan explicar qué es lo que ocurre y no entiendo, porque en los libros siempre he encontrado las soluciones a las dudas, las ideas que se me tenían que haber ocurrido a mí y no al autor de la obra, la generosidad del escritor que me cuenta cosas de su vida que yo nunca hubiera plasmado en un papel, y la sabiduría del profesor que, lejos de pretender otra cosa que no fuera el enseñar, descubre las fórmulas, los hallazgos y las investigaciones más profundas en un libro, sabiendo que es el objeto más duradero de la historia de la humanidad, que lo escrito, escrito está, y que lo que ahí figure siempre será motivo de admiración, crítica, o carcajada del enemigo, siempre alerta ante los errores del contrincante.

Pasan por mis manos muchos libros. Me siguen enamorando. El tacto de las publicaciones, el olor de la tinta cuando acaba de salir de la imprenta, el olor del papel cuando ha pasado el tiempo por ellos, las calidades de las encuadernaciones, si son dóciles o no para disfrutarlos, la tipografía, la generosidad de los editores con márgenes amplios en los que pueda anotar, el cuidado de las ediciones donde todo se explique: cómo ha nacido, cómo se llama el papel, quién lo ha diseñado, la tirada, el colofón, el color de las guardas… tantas cosas me siguen emocionando que es un mundo al que me gustaría saber incitar a todo el que me rodea a que participe de él, porque el disfrute es inmenso y las cosas buenas lo son el doble si se comparten.

Mi biblioteca es un revoltillo de espacios que hay que rellenar como sea. Está repartida por toda la casa, porque no es posible limitar la abundancia a una estancia. Necesito los libros a mi alrededor y los hay por todas partes. ¿Qué colecciono? Libros de todo tipo, recortes de prensa, revistas que no se pueden tirar y hasta las etiquetas de la fruta pegaditas en cuadernos de la cocina, donde alternan con recetas que cojo al vuelo y que nunca pongo en práctica, porque si guiso y leo, la comida se me quema.

Los libros son el asidero de la vida, los sueños cumplidos, la aventura realizada, la suerte que llega, la tragedia que se llora, el recuerdo que nunca se borra, la sabiduría que sosiega y el perfume del alma. 

Siempre merecen la pena.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY  de Badajoz el 17 de abril de 2023.



4 de abril de 2023

VIAJAR

 

Se ha desatado la locura hace unos días, y los lugares acusados de estar despoblados se llenan sin control. El silencio se termina, el pan también y no se puede tomar café donde todos los días, porque no hay mesas, ni camareros, ni suficiente agua para alimentar las cafeteras a presión.

No importa. La razón económica de las cosas lo mueve todo. Los bolsillos se llenan con el dinero de los que los vacían haciendo un acto de contrición, porque no les va a volver a pasar que les cojan desprevenidos y los encierren en casa durante meses sin haber conocido el paisaje con el que soñaban, el sonido de las campanas, las cigüeñas al natural o la playa cuando hace frío y saben que van a ponerse enfermos, pero lo harán fuera de casa.

Lo malo de este viaje es no estar dispuestos a modificar las costumbres cotidianas. A no entender que hay lugares sin semáforos, sitios donde una valla metálica corta las calles sin previo aviso y no pasa nada, parajes a los que no se puede acceder porque no hay información de la ruta, destinos en los que está mal visto tocar el claxon sin piedad porque su coche se ahoga por la lentitud, o porque el que va delante se ha encontrado con su hermana, para y le da la lista de la compra que no entiende y tiene que leérsela por la ventanilla, mientras el viajero del todoterreno pita y pita para que la vida se siga moviendo al ritmo que él mismo trata de exportar.

Hay que viajar, hay que salir, hay que contemplar cosas distintas para saber cómo cambiar las propias si lo observado es mejor, para hacerse más culto, más abierto y más transigente. Hay que salir del cascarón que es nuestro propio hogar, hay que abandonar de vez en cuando lo que se transforma en rutina para contemplar fenómenos naturales que desconocemos por falta de experiencia, ver animales que no sabíamos que existían y comprobar que la especie humana es la misma en todas partes, tan hermosa, miserable, simpática y odiosa como ese ser que al levantarse por la mañana se ve reflejado en el espejo. Hay que viajar. Es alimento del espíritu y necesario para oxigenar el cerebro. Hay que abandonar lo conocido para sentirse valiente, fuerte frente a las adversidades, dispuesto a sufrir incomodidades y evitar que el recuerdo posterior sea lo difícil lo único que atesore. Necesitamos el viaje para vivir luego en silencio, leer sobre lo contemplado y sacar conclusiones de lo que hay más allá del entorno confortable en el que nos movemos, acaso con la pretensión de cambiar para bien lo que nos ha resultado incómodo.

Si no podemos viajar, porque no es el momento y todo se nos va de las manos, como está ocurriendo ahora, no importa. Mantengamos la actitud viajera y pensemos en lo que escribió Marguerite Yourcenar: “la ventaja de la inmovilidad en un punto del mundo, mirando rotar las estaciones desde ese mismo punto, se viaja siempre, se viaja con la tierra”.

Si no han encontrado alojamiento, si no pueden viajar esta semana, mantengan la actitud y desplácense por el universo. Es muy grande y no hay tanto ruido.

Matilde Muro Castillo.


Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 3 de abril de 2023.



20 de marzo de 2023

EL FUTURO

 




El futuro me tiene harta. Creo que va a ser algo espectacular. Viajaremos en túneles de aire a presión y la distancia entre Madrid y Barcelona se acortará hasta llegar a viajar unos veinte minutos.

La luz vendrá del cielo, como siempre, pero ahora regulada, sin cables, con calor, sin color y gratis porque lo del cielo siempre ha sido gratis, y en el futuro más gratis aún.

La comida liofilizada y sin envases. El plástico se usará bajo prescripción facultativa y nos alimentaremos con vegetales creados en laboratorios protegidos a miles de metros bajo tierra, ya que las semillas han de estar perfectamente marcadas, la trazabilidad de los sembrados ha de ser controlada exhaustivamente y la seguridad primará sobre cualquier otro aspecto de la alimentación, que carecerá absolutamente de riesgos.

Nuestros coches sobran. No los necesitaremos con la abundancia de hoy, porque se están cerrando las ciudades para ellos, y los transportes públicos serán la bomba: silenciosos, gratuitos, puntuales, confortables, con asientos numerados, sin empujones, a ser posible al aire libre, y limpios.

Todo estará digitalizado. El papel habrá desaparecido de las oficinas, las nubes de información estarán llenas, seguras, nadie las atacará, no habrá robos de información reservada, la privacidad será el santo y seña de cualquier actuación administrativa, creativa o de simple entretenimiento.

El hambre seguirá, por supuesto. No dice nada el futuro de solucionarla. Siempre habrá ricos, pobres y hambrientos, pero todo estará controlado, contado, medido y limpio. Todo muy aseado y sabido por esos entes abstractos que se están configurando a nuestro alrededor, y que son manejados por cohetes que van y vienen del espacio sideral en el que depositan adminículos de difícil explicación, pero que al parecer son de una necesidad perentoria para predecir nuestro futuro y organizar nuestras vidas.

Vamos a vivir más de cien años. Espléndidos, como reyes de no se sabe dónde, porque nadie nos aguantará con tantas manías acumuladas, pero ya hay respuesta a ello: los robots que nos atenderán, subirán las escaleras por nosotros y cargarán con los recuerdos que nadie quiere memorizar a nuestro lado.

Las mascotas estarán educadas, no usarán las esquinas de las calles para desahogar la vejiga, no correrán sin control, no emitirán sonidos que puedan molestar al viandante, ni soltarán pelos en las alfombras. Genéticamente habrán sido modificados para ser queridos sin excesos y nunca abandonados porque nosotros pasaremos a ser los acompañados por ellos. En el futuro, las mascotas seremos nosotros.

Ciudades silenciosas, personas educadas, inteligencia artificial y emocional repartida por doquier, conocimientos acumulados a fuerza de bits, libros que se rebelan y no dejan que los leas si ellos no quieren, enseñanzas eliminadas por no ser científicas, aviones que vuelan a media altura y te dejan en la terraza del vecino, taxis que no son conducidos por nadie y te llevan a lugar seguro…

En esto se está trabajando sin cesar. Las energías de todos están dedicadas a ello de forma compulsiva, y no dejo de preguntarme ¿quién se ocupa del presente?.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 20 de marzo de 2023.


20 de febrero de 2023

CARNAVALES

 





Mi padre era un hombre serio con un gran sentido del humor. Llegaba carnaval y se ponía la americana al revés allá donde fuera. Le avisaban los transeúntes de que iba de esa guisa y él, ceremoniosamente, se levantaba la peluca espantosa que se había colocado al salir de casa, de media melena y un flequillo recortado sobre sus cejas blancas, asustando impertérrito a cualquiera que osara advertirle del supuesto error de vestimenta.
Mi madre era divertida, sin sentido del humor alguno. Cuando llegaba el carnaval se metía en casa y no quería que nadie le dijera que se había cruzado con mi padre con la chaqueta al revés y una peluca como de Cristóbal Colón. Le horrorizaban lo que ella llamaba “charrancias”, y pensar en ese espanto de marido sin vergüenza pública alguna, le subía la tensión.
Eran la definición perfecta del carnaval. De cara a la galería ninguno de los dos era lo que aparentaban. Tenían dentro un sentido del estar que no manifestaban y cuando llegaba la época en la que todos se desmadraban, ellos lo hacían a su manera, poniendo a la luz el sentido del humor, o la ausencia del mismo, ante una multitud que opta por la máscara y el disfraz de manera desaforada. Mi padre volvía a casa diciendo que había estado con un papa rodeado de una corte de monjas rezando sin parar con absoluto recogimiento, sus compañeros de trabajo se habían disfrazado de niños de escuela, y cantaban la tabla de multiplicar en pantalón corto y camisa de marinerito cuando todos estaban a dos días de jubilarse, lo más habitual eran hombres vestidos de mujeres, y mujeres de más mujeres aún, en medio de serpentinas y un ruido ensordecedor de tambores y trompetas.
En su ciudad no había desfiles, ni carrozas, ni comparsas, ni actuaciones en teatros. Todo estaba en la calle y eso era lo que a él le motivaba, y a mi madre la dejaba en casa, porque la calle le parecía degenerada y absurda.
Hoy anda todo muy organizado y en grupos uniformes. El carnaval es el termómetro de la vida en sociedad, donde el humor, la crítica, la parte oscura de los que deciden que vea la luz, se manifiesta envuelta en anónimos y muy voluminosos desfiles rodeados de vallas, vigilados, con dotaciones de la policía que duplican sus efectivos y no se sabe si son ellos o unos que participan en la broma, y te puedes meter en un lío muy serio ante las sanciones que las autoridades, con un afán recaudatorio insaciable, imponen si le faltas a la gendarmería de verdad. Se han transformado esas manifestaciones ordenadas en un twitter brutal de purpurina y colores, donde uno se refugia en la multitud uniforme.
De todo este lío quedan espacios limpios, carnavales como los de mis padres, ingenio a raudales dispersos por callejuelas, barrios y comunidades de vecinos donde unos se ríen de otros en medio de abrazos, comida generosa y sueños en los que piensas que esa fantasía podía ser verdad.
Cuando llega el miércoles de ceniza, empieza otro carnaval.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 20 de febrero de 2023.

12 de febrero de 2023

MEJOR NO EMPEZAR

 


Por distintas circunstancias de mi vida, he vivido una guerra. Sí, no la civil española (no tengo edad para ello por poco), pero he vivido una guerra de tiros, tanques, aviones, metrallas, puentes minados, asaltos nocturnos, asesinatos injustificados, y peleas entre hermanos, que son las peores de las guerras (como si alguna hubiera buena).
Contemplo con estupor el juego de mesa que está suponiendo la guerra de Ucrania, y al pasar de los días veo cosas que me hacen desconfiar en las razones, los métodos y las consecuencias que esta guerra está acarreando. Los jugadores del tablero están usando vidas humanas para probar sus tácticas, poner nerviosos a los perros rabiosos a ver cuánto aguantan antes de saltar sobre el enemigo, destruir lo más posible para luego llenarse los bolsillos con las reconstrucciones futuras, intercambiarse armamento que suelta la munición por la culata, enfrentar a ejércitos armados hasta los dientes con hombres provistos de un casco y nada más, arrasar con el patrimonio cultural del agredido, hundir en la miseria a una población vecina con el beneplácito de los que eran sus amigos, mientras esos supuestos amigos se reúnen cada quince días para decidir si cuentan a los muertos sólo o incluyen en las atrocidades a las mujeres violadas, a los niños secuestrados y a los ancianos degollados.
La atrocidad que estamos viviendo con absoluta normalidad, se traduce en una subida de precios que nos hace chillar y salir a las calles como si no hubiera un origen claro a tal desmán.
Veo las cuentas de resultados de los ricos y me llevo las manos a la cabeza. Me espanto y llego a desasosegarme ante tamaña brutalidad aceptada por los poderes fácticos que, en un alarde de cinismo vomitivo, se ponen el chaleco antibalas, se abrochan el abrigo de cachemir, y pasean impávidos ante cadáveres, tanquetas quemadas, edificios demolidos, rescoldos de hogueras y un frontispicio de fotógrafos que dan crédito a esa valentía del líder que, desprovisto de vergüenza y corazón, pasea entre las ruinas de lo que él mismo está provocando por su inacción, como si de un plató de cine se tratara.
Señores que mandan: la guerra en la que se exhiben no es un escenario. La guerra huele y huele mal. Huele a cadáver, a vidas rotas, a niños sin lavarse durante días, a ancianos que se revuelven en sus heces porque una bomba les ha amputado las piernas y no los ha matado. La guerra huele a dinero podrido, a mala gestión, a sudor de mercenarios asesinos, a gasolina de tanques que no arrancan, a pólvora de bombas que no aciertan con el objetivo y demuelen hospitales, colegios y guarderías.
Si una guerra empieza, nunca termina. La guerra no acaba nunca. Que nos lo digan a los españoles, a los camboyanos, a los coreanos, a los vietnamitas, a los nicaragüenses, a los alemanes… pero no quiere decir que los que manejan el dinero de todos decidan seguir haciendo experimentos con vidas humanas, con pueblos que han sabido lo que es la paz en algún momento, con personas que, igual que ustedes, sólo piensan en dormir y al día siguiente levantarse cuando salga el sol. Acaben con esto de una vez y los que hemos vivido una guerra se lo agradeceremos, y a lo mejor olvidamos que ustedes han existido.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 6 de febrero de 2023.