23 de enero de 2021

LA AORTA

 




LA AORTA



Cuando los Beatles aparecieron en mi vida desarrollé mentalmente la necesidad de aprender inglés y, como muchos españoles de mi generación, adopté las letras de sus canciones como diccionario y modo de conversación, mientras en mis centros de estudios aprendía francés sin conversar con nadie, sólo de oído.
En diciembre de 1983 van y matan a tiros a John Lenonn en la puerta de su casa. El sobresalto me dura, porque había conseguido aprender la letra de Imagine, que se transformó en mi himno vital, ahora huérfana y sobrecogida.
Pasan los años y uno se envuelve como una croqueta en los acontecimientos cotidianos y parece que no se entera de nada de lo que ocurre, pero las cosas que pasan fuera de la familia y tu entorno propio, no te dejan descansar, y hoy tengo la sensación de ir creciendo a fuerza de sustos insoportables.
La colza me aterró. No sabía qué era tal cosa, y aunque desapareció como apareció en nuestras vidas, dejó tal cantidad de afectados enfermos, que aún me dura el recuerdo.
Antes de la muerte de Lenonn se había muerto un Papa de repente. Empiezan las especulaciones y se hacen toda clase de investigaciones y presupuestos, sin que aún sepamos qué ocurrió, si no es el sobresalto del fallecimiento inesperado.
Se muere Franco, empieza la democracia, asesinan a abogados que trabajaban en sus cosas legales, tratando de poner orden en una España desarbolada. Y el corazón va y viene a golpe de susto, imprevisto y sensación de estar en manos del albur, porque no hay quien prevea lo que puede suceder dentro de media hora en cualquier parte del mundo, ya que todo nos afecta, gracias a las redes de comunicación, como si fuera cosa propia.
Los terroristas, que trabajan sin descanso y no tienen ideas buenas, deciden volar las torres gemelas de Nueva York. No creo que tenga que relatar las consecuencias. El espanto de aquello aún lo sufrimos y nuestros hijos y nietos serán víctimas de ese acontecimiento por las reacciones de los gobernantes que se vieron humillados por semejante atrocidad.
Guerra de Irak, y allá vamos locos a masacrar a pueblos que tienen tanto que ver con el terrorismo como nosotros, pobrecitos ciudadanos de a pie que tenemos luz natural y para de contar, porque de lo demás, dependemos de quien manda.
Un tsunami mata a más de veinte mil personas en el Pacífico un día de fin de año. Desaparecieron costas, islas, países, repúblicas, turistas, naturales del lugar. Subió el mar y configuró nuevos perfiles en los mapas. La herida no se ha cerrado desde Suiza a Madagascar.
Pandemia de Covid. ¿Qué les voy a contar? Miedo, angustia, terror a relacionarse, tristeza, muertes y soledad.
Asalto al Congreso de USA. Se me ha derrumbado parte de mi mundo seguro.
He dejado fuera la vida desde dentro, la que nos duele y no cierra heridas, la que marca las agendas de todos y cada uno con ausencias, desapariciones, enfados, fracasos y tristezas, porque esa sólo pertenece a cada uno y nadie entendería los porqués.
Ahora comprenderán que tengo la aorta dada de sí y a veces pienso que es de plexiglás.