28 de diciembre de 2020

RESUMEN

 


RESUMEN

Matilde Muro Castillo. (Artículo publicado en el Diario Hoy de Badajoz el 28 de Diciembre de 2020)


Queridos lectores. Quinientas palabras para deciros que cuando escribo esto me encuentro bien. Supongo que vosotros, si me leéis, también disponéis de la poca salud que este bicho nos ha dejado disfrutar, al menos en compañía.
Año doloroso sin paliativos. Los terribles cambios a los que la pandemia nos ha sometido hacen que deambulemos como pollos sin cabeza, esperando que, si nos acomodamos a esta nueva forma de vida, se quede para más tiempo que para un simple andar a trompicones sobre terrenos pantanosos, como los que los profetas de la vida cotidiana nos avanzan en cada intervención pública.
En este periodo de tiempo he aborrecido las películas violentas. No puedo soportar la agresividad encubierta y sistemática contra las mujeres por el hecho de serlo. He llegado a no conocer los límites de mis ganas de leer, de pasear en silencio y no tener necesidad para nada de la televisión ni de las cadenas privadas de pago, que se adelantan y arruinarán la historia del cine, antes o después.
He descubierto que puedo escribir sin freno día y noche. Me he dado cuenta de que no sé nada de informática, telecomunicaciones, ni siquiera electricidad, y que tampoco ardo en deseos de aprenderlo.
Me reconforta el invierno porque me permite poner en práctica una costumbre que adquirí con el paso de los años y la sensibilidad del termostato, que me hace pasar más frío cada vez: usar jerséis de cachemir y nada más. El armario se ha paralizado en esa prenda y no quiero otra, con lo que la vida se hace más llevadera.
He echado de menos a reporteros fotográficos por las calles, a crónicas gráficas sobre la situación real, a imágenes sin censura, y comentarios libres. Tengo la impresión de que este año, además de salud, hemos perdido más libertad de lo que imaginamos. Esta es la nueva época que nos ha lanzado el bicho. Nos ha atenazado la voluntad de vivir, no nos deja expresar sentimientos amables y prima a las fuerzas de seguridad, que en ocasiones son todo menos seguras y castigan comportamientos habituales, como si fuéramos delincuentes por haber olvidado la mascarilla o acercarnos demasiado a quienes necesitamos.
Ya no hay planes de futuro inmediato. No hay sueños que se puedan cumplir en un fin de semana. No se puede ir a ver a la Gioconda en cuarenta y ocho horas, pasear Lisboa, saltar a Marruecos o conocer Lanzarote. Ya ves. Tonterías de horas, y ni a ver La Meninas puede uno acercarse.
Lo más frustrante es la falta de libertad a la que no me acostumbro fácilmente, porque hace muchos años la viví, y ahora resuenan tambores de imposición porque sí de cosas que no tienen explicación alguna, excepto el oportunismo y la confusión del momento.
Hay tanto de lo que protestar, tratar de comprender y explicar, que la vida de este año se ha transformado en una cuesta arriba difícil de superar. Las relaciones creadas en plataformas cibernéticas, son el ejemplo vivo de la oscuridad a la que estamos sometidos.


14 de diciembre de 2020

LA MALA EDUCACIÓN

 


LA MALA EDUCACIÓN
Matilde Muro Castillo


Un niño italiano de nueve años llega a España en tren y abandona definitivamente a su familia, para ser rey de un pueblo al que no conoce, y no sé si tenía ganas de conocer.
Su educación es puesta en manos de militares, bajo la supervisión de un dictador asesino que ha tenido la ocurrencia de nombrarlo heredero de sí mismo, por una afrenta con el padre del niño, que se consideraba un rey destronado y que se dedicaba a aventuras marineras tatuadas en la piel, como viejo lobo sardinero.
Cuando se hace mayorcito le dicen que tiene que casarse, con alguien predeterminado por la corte de adláteres que deciden su educación y destino a fuerza de miserias económicas y apariencias fatuas, que se nutren de préstamos que serán cobrados cuando el muchacho llegue a ser rey. No hay problema ni destinos excesivamente forzados. Llega a ser rey y resulta simpático. Ya tenía tres hijos y se instala como señor de súbditos a los que alimenta de leyendas amorosas, escapadas, amantes que corren de boca en boca, negocios que favorecen la economía española, sin importar los medios con los que se consigue. “Es un Borbón” y se le perdona esa mala educación en todos los sentidos, que cuando puede y tiene ocasión asoma, mientras su pueblo y consejeros le ríen las gracias sin parar. Obedece sin chistar y hace lo posible porque se instale la democracia en el país, ya que es más cómodo que otros gobiernen en su lugar, y él siga de figura adorada a la que todo se perdona y se copia, porque el pueblo que lo mantiene hace lo mismo: engaña a hacienda, es pillo, si puede esconde, mentiroso, celoso, trapacero e infiel.
Se hace mayor y se cansa de tanto control y de tanta libertad de los demás para hablar de él y sus correrías, y le suelta el mochuelo a su hijo, un guapo muchacho educado por su madre (los hijos en España son cosas de las madres), con estudios, vocación de astrólogo y sueños escondidos en razón del deber que la madre impone porque, como hija de reyes en ejercicio, llevaba en la sangre el cumplimiento de normas.
El hijo levanta alfombras de palacio, quiere cortar desmanes, regalos, prebendas, y quiere ganarse el sueldo con el trabajo. Al fin y al cabo es un buen sueldo, pero él está bien formado y sabe lo que se le avecina antes o después si sale a la luz el modus operandi de la casa real en cuestión.
Con lo que no ha contado es con el pueblo al que gobierna, que sigue siendo infiel, truhán, desmemoriado, y vengativo.
Ese pueblo que ha creado a su padre como es, lo ha relegado a una residencia de pensionistas pagada por otros, quieren verlo en la hoguera sin importar lo que hizo por ellos sin pedir nada a cambio, y ahora no soportarían un perdón regio, porque lo merece, y porque a ese pueblo, capitaneado por corsarios incultos, se le llena la boca diciendo que todos somos iguales.
Todos no. Unos cuantos han recibido mala educación y han sido niños abandonados en manos impropias. No merecen ser masacrados nunca.
No estamos siendo un gran pueblo.

https://www.hoy.es/opinion/mala-educacion-20201214001108-ntvo.html




3 de diciembre de 2020

EL PERIODISTA

 



Caminaba por el pueblo y no había nadie, pero nadie. Ni perros sueltos sin rumbo. Algún gato saltaba hacia la reja que protegía una ventana cerrada, y poco más. Asombrosos geranios florecidos en balcones sin vida de persianas cerradas, y un viento desolador que paseaba entre las calles a su santo albedrío barriendo restos de hojas, papeles rotos y rebujos de pelos sin origen definido.

Por mucha información que quisiera obtener, la cosa se le estaba poniendo difícil. Iba en busca del sospechoso del robo de la almazara, que le habían dicho que se había refugiado en casa de los padres, unos hortelanos mayores, dedicados al trabajo de sol a sol y ahorrando hasta la extenuación para conseguir una vejez tranquila y, a ser posible, dejarle al hijo algo con dignidad que no le hiciera trabajar como ellos lo habían hecho.

Mira qué cosa más terrible. El muchacho había sido muy buen estudiante en la escuela, se había ido al instituto a la ciudad, luego no quiso la universidad y se fue a hacer capataz agrícola a la formación profesional, y ahí perdió el rumbo.

Conoció a un maestro que había sido alcalde del pueblo y que había salido tarifando de las ocupaciones políticas por meter la mano en el cajón del pan, pero ese alcalde era un hombre simpático, querido en su partido, con don de gentes y la capacidad de conseguir lo que se proponía, aunque a veces no lo hacía por los caminos legales, aunque hay que reconocer que sabía poco de legalidades porque entró de alcalde por un sorteo entre los que aplaudían al Remigio, que fue el alcalde de antes que dijo que dejaba la alcaldía porque llevaba ya sesenta años en ella y ahora le exigían aprender a leer y contar con rapidez. El muchacho admiraba a ese hombre más que a su padre y se presentó a alcalde y ganó. Lo hizo mal por desconocimiento, y se fue a ser maestro de capataces y conoció al chaval de los dueños de la almazara, al que no enseñó nada bueno.

El periodista había encontrado toda la información en el cuartel de la Guardia Civil, a la entrada de la población, donde se encontró con la mujer del sargento que mandaba en el destacamento, y le puso al día de los antecedentes familiares. Dijo que había visto al chico entrar en casa de los padres hacía dos días, y que seguro que no había salido todavía, y que estaba segura de que él era el que había robado en la almazara, porque era un chico al que se le había dado de todo por los padres, y que todo empezaba ya a quedársele pequeño.

Son las cosas que pasan cuando a los hijos no se les pone freno, dijo la mujer al periodista. Yo se lo digo a mi marido muchas veces, continuó el relato. Si tenemos que darles todo, vamos servidos, porque entonces seremos nosotros los que nos quedamos sin nada y aún no sé en nombre de qué tenemos que ser los pobres, además de ser los que trabajamos, continuó el relato la señora del sargento. Yo lo veía venir, porque ese chaval siempre ha hecho lo que ha querido. Es buen chico, no digo yo que no, pero de puertas adentro nunca se sabe qué está pasando. Cuando a un hijo le das, das y das, acabas recibiendo tú, pero disgustos. Estará usted de acuerdo conmigo.

En medio de esos razonamientos, el periodista consideró que lo mejor era recabar información de fuentes originales, y tratar de entrevistar a los padres o al propio supuesto ladrón para aclarar las cosas antes de que la Guardia Civil diera con él y lo pusiera a disposición de su Señoría.

Nadie en las calles, el bar cerrado, la iglesia cerrada, el estanco cerrado… difícil.

Al fondo, al pronto, una luz rosa mortecina parpadeaba. Se acercó y había una mujer china detrás de un mostrador viendo en un teléfono móvil una serie de televisión china.

Le explicó el motivo de su visita y le preguntó acerca de la cuestión, por si ella sabía algo. La señora le dijo que sí, que conocía todo lo que había ocurrido pero que no podía contar nada.

Ante aquella respuesta, el periodista se inquietó y contuvo la respiración. ¿Puede decirme entonces quién puede contarme lo ocurrido que no sea usted? Claro, le dijo la mujer. Mi esposo, pero no está aquí. Mi esposo ha ido a comprar a Madrid y hasta que no vuelva no puede contarle nada. Vuelve esta noche tarde. Si quiere puede esperar viendo la televisión conmigo.

Lo siento, no sé hablar chino y no lo entendería. Pasearé por el pueblo y luego vuelvo. Voy a intentar ver al muchacho de la almazara a ver si me cuenta algo.

La señora china se colocó de nuevo los auriculares, como si con ella no fuera la cosa, y siguió enfrascada en el drama que escupía su móvil, cargado de violencia atroz y palabras imposibles de reproducir.

El periodista llamó a la puerta de los dueños de la almazara y solicitó hablar con ellos. No hubo problema. Le relataron la horrible existencia que llevaban con el hijo que se había transformado en un salvaje, que sólo les gritaba, daba el dinero que le daba la gana, porque se había adueñado de todo, y negociaba con la almazara según le convenía. Mezclaba aceites, no lavaba las mantas, no etiquetaba como debía de ser, pagaba sin control y dejaba a deber a quien le convenía y, lo peor de todo, había sido su amistad con el chino, el del almacén ese de todo a cien, que se había hecho socio suyo y en la furgoneta del chino repartían todo el aceite que era de otros a precios de escándalo.

El hijo había aprendido mucho en esa escuela, y el chino le había puesto los medios para hacer dinero para los dos. Ellos estaban acobardados porque el hijo tenía coche, una moto con un casco que brillaba y unas ganas locas de montar un local nuevo donde vender pizzas. 

La verdad de todo es, le dijo la madre al periodista, que la noche que el chino y el muchacho se fueron a Madrid, el padre, aquí mi marido, ha ido a la almazara y la ha desmontado entera, ha cogido los cables, las piezas, los rodillos, las listas de los clientes de toda la vida, vamos, todo lo que pudo, y lo ha guardado donde el muchacho no sabe, porque no queremos que haga más el loco.

Si usted quiere lo cuenta, señor periodista, porque yo ya no puedo más. El que ha quitado todo de la almazara ha sido el padre, mi marido, porque era suyo. Lo que otros hablen, es cosa de la mujer del sargento de la Guardia Civil, que le gusta mucho darle al pico, porque siempre ha tenido envidia de lo listo que es mi muchacho.

El periodista cerró la libreta, se levantó de la silla, y se alejó como vino por la calle central, con la única esperanza de que el olor a humo se lo llevara el viento desapacible que seguía barriendo el suelo. Pero se fue feliz. Borró una mentira de los titulares y supo que, lejos de la ciudad, había cosas interesantes que le daban la vida.

Matilde Muro Castillo.

(Publicado en la revista Comarca de Trujillo del mes de Octubre 2020)


MI TESORO

 







Matilde Muro Castillo.

He tenido la inmensa fortuna de nacer en España, este lugar en el que, además de muchas otras cosas, posee una lengua exquisita y emocionante.
Nuestro idioma ha proporcionado a la humanidad grandes obras literarias, se ha extendido por todo el mundo, es estudiada constantemente, tiene academias repartidas por muchos países, y sirve de referencia permanente cuando se abordan estudios teatrales, poéticos, literarios o históricos que pretendan conocer profundamente el significado de las palabras, e incluso de nuestra forma de comportamiento social.
Cada país podrá decir lo mismo de la suya, pero indudablemente, no todos tienen la implantación mundial del español. No todos pueden presumir de autores como los que crean en español. Ninguno puede hacer gala de la preponderancia de su idioma, el crecimiento exponencial y el número de estudiantes que lo eligen como segunda lengua, respetando la primera siempre como lengua materna.
Ahora nosotros, los españoles, sin saber muy bien la razón que justifica la medida, decidimos por mayoría en el parlamento, que el español no va a ser la lengua “vehicular” en la enseñanza.
Pero ¿qué ha pasado?, ¿qué ha habido que tragar para semejante barbaridad?, ¿qué oscuros intereses justifican tal medida? No es fácil entender semejante atrocidad, cuando nuestra lengua es un tesoro que para sí quisieran muchos, y ahora resulta que nuestros hijos no tendrán que estudiarla como algo fundamental, dependiendo de características geográficas o de los lugares en los que les ha tocado nacer. Es espantoso.
¿Quién ha sugerido tal barbaridad y qué razones han conducido a tragar con ello?
El respeto a las lenguas de cada uno de los territorios nacionales es fundamental. Que en los colegios se enseñe a todos los niños algo de todas esas lenguas, sería muy de agradecer para evitar reproches, populismos, incomprensiones y, sobre todo, enriquecernos intelectualmente todos; pero prescindir del español como la lengua principal, la que todos debemos saber, conocer y estudiar en profundidad, es atroz.
Estas medidas que pasan como si nada, que hacen levantar la voz a estudiosos y nadie hace caso, pero que se implantan creyendo que nadie va a obedecerlas, conducen a situaciones tan dolorosas como la de Cataluña en la que se obliga a que todos los letreros sean en catalán, que no se puedan hacer oposiciones si no conoces el catalán y que no sea grato el idioma español en algunos ambientes, cada vez más beligerantes con la necesidad de la preponderancia de la lengua del territorio.
El español es nuestra vida. Es nuestro tesoro. Es nuestra manera de expresarnos. Forma parte hasta de los silencios, del ritmo de los pensamientos, de la música del alma, y no se puede dejar de enseñar como lengua materna por una simple razón de geografía.
No podemos arrinconar nuestro idioma poco a poco. No debemos dejar de cuidarla, de potenciarla, y nunca se puede usar como objeto de cambio en negociaciones políticas a cambio de no se sabe qué tipo de votos necesarios para qué. 
Es agotador estar siempre a la defensiva, pero los tesoros hay que cuidarlos para que no se pierdan. 

Matilde Muro Castillo.
https://www.hoy.es/opinion/tesoro-20201130000559-ntvo.html?ref=https:%2F%2Fwww.hoy.es%2Fopinion%2Ftesoro-20201130000559-ntvo.html


DIVORCIO

 



- Hay que hablar con los niños y explicarles la situación.
- ¡Ya estamos con el “hay que”! Sabes perfectamente que esa frasecita ha sido uno de los motivos de nuestra separación. ¿Cómo hay que? Digo yo que tendremos que ser los dos los que hablemos con ellos. Esto no se trata de hay que ir a tirar la basura, o hay que pintar, o hay que cenar, o hay que limpiar, o hay que llevar a los niños al colegio, o hay que limpiar el baño, o tienes que … que es tu frase favorita.
- Volvemos a lo de siempre. Tú te empeñas en que mis frases son las que han roto esta relación. No es verdad. Te la coges con papel de fumar tía. Cualquier cosa que digo te molesta. Todo lo que hago es penoso. Si lo digo como si no, lo que haga está mal para ti. Sigo sin entender qué te ha pasado. Has cambiado tanto desde que nos conocimos que, de verdad, me cuesta creer que eres la misma persona.
- ¡Hombre!, qué curioso. Cuando nos conocimos y empezamos a vivir juntos, no habías aprendido el “hay que”. No sé a qué escuela has ido desde que nació Diego, que el “hay que” se implantó en tu vocabulario y es como una muletilla que me enferma. No te digo ya desde el nacimiento de Elenita. ¿Crees que es normal que llegas a casa, no dices ni buenas tardes, te sientas a comer como un bruto sin hablar, bebes lo que quieres mientras comes, y te tumbas a dormir en el sofá mientras quito la mesa, arreglo la cocina y voy al autobús a recoger a los niños? No es normal. No sabes ni dónde está la parada del autobús. Si a mí me pasa algo, se quedan huérfanos con su padre durmiendo la siesta. Te da todo lo mismo. No sé qué te ha pasado, y como no hablas, no podemos entendernos.
- No hablo porque a ti te da lo mismo lo que te diga.
- ¿Si? Inténtalo. Estamos a tiempo antes de firmar los papeles en el juzgado. Dime qué pasa, a qué se debe ese comportamiento de los últimos cinco años. Dime porqué no te ocupas de nada, pero de nada que no sea criticar y poner pegas a lo que tú crees que hay que hacer, pero que soy yo la que lo tiene que hacer. ¿En qué me equivoco?, ¿qué hago mal?, ¿digo que me canso y tengo que callar?
- No sigas por ahí. Te he dicho mil veces que no pasa nada. Que no me ha pasado nada Que tengo el mismo trabajo, la misma vida, la misma gente con la que me hablo. Que no me pasa nada de nada. Que estoy igual. Que en estos cinco años lo único que he cambiado han sido las ruedas del coche. ¿Te enteras? No pasa nada de nada. Todo lo que ves está en tu cabeza. Te empeñas en que soy yo y no es verdad. No pasa nada.
- Tú lo que quieres es volverme loca. ¿Te has enterado de que has sido padre? ¿Sabes que tienes dos hijos? No es ya por mí. Es por ti. Yo sí he cambiado, yo sí me he dado cuenta de que soy madre y que tengo otras obligaciones distintas, que tengo a dos seres pequeñitos colgados a mi falda que piden atención y ayuda todos los días. He cerrado los ojos a todo lo demás y no quiero que nuestros hijos se sientan solos y abandonados, mientras nosotros no nos damos cuenta de que han nacido y están aquí. ¿Tú te has dado cuenta de que hay dos niños en casa?
- Lo que faltaba. Que no me he dado cuenta de los niños. ¿Te he puesto alguna pega para que hagas lo que quieras?, ¿he protestado porque no salgas ya conmigo poniendo a los niños como excusa siempre?, ¿he dejado de darte dinero para que los niños crezcan y vayan a los colegios que tú digas? Es el colmo. Es decir que yo tengo que dedicarme a educar a los niños y a estar pendiente de ellos como si fueras tú. Pues no. Uno u otro, pero los dos no puede ser porque si lo hacemos los dos, los niños no saben a quién obedecer. A mí no me hacen ni caso, no sé si saben que soy su padre. Cuando les llamo, o les pido algo, o quiero estar con ellos, ni me miran. No sé si me conocen, y yo tengo mucho trabajo como para estar dedicado a ellos. Yo no he cambiado. Eso son cosas tuyas, y si quieres separarte de mí, de acuerdo, pero no digas que he cambiado. Yo no he cambiado. La que ha cambiado has sido tú.
- De verdad que no es normal. Todo lo que acabas de decir ¿te lo crees?, ¿es posible que no sientas el más mínimo cariño por tus hijos?, ¿es real lo que he oído?, ¿piensas que no saben que eres su padre? Mira hijo, esto es peor de lo que yo pensaba. Tú no sabes qué te pasa, pero desde luego te pasa algo. ¿Con dinero se arregla esto?, ¿Qué tú me das dinero para mantenerlos y hacerles crecer?, ¿qué dices?
- Pues que te doy dinero todos los meses de mi sueldo para los niños y para ti.
- ¿Para los niños y para mí? Me muero de risa. ¿Lo que me das es para los tres? Alucino. ¿Con lo que me das tenemos que comer, vivir, colegios, vestir, libros, mamá cómprame, y todo lo demás? Interesante argumento. No había caído en que esa miseria era para la supervivencia de estos tres seres humanos a los que has decidido salvar de la hambruna.
- ¡No empecemos con tus salidas de humor! ¡no soporto que me trates como si fuera un imbécil! Te doy el dinero que creo que debo darte para que esto marche.
- Pues es verdad. No había caído en ello. Esto marcha. ¡Tú te marchas!, pero además ahora mismo. Mañana a las nueve y cuarto tenemos hora en el juzgado para firmar la solicitud de divorcio. Vete ahora mismo y ya me las arreglaré yo con los niños. Ya les explicaré la razón por la que no van a volver a verte, porque en el divorcio he solicitado la tutela completa. No vas a volver a verlos, ni vas a tener que hacer nada que no sea alimentarlos de por vida. ¡Márchate! Y si mañana quieres mandar a tu abogada, yo te lo iba a agradecer. No quiero volver a verte nunca más. 
- Estás muy confundida. Yo no me voy de mi casa.
- ¿Tu casa? Esta casa es mía. Me la regalaron mis padres cuando acabé la carrera. Está a mi nombre, igual que la farmacia, por si no te acuerdas, que está en el local de abajo, y que atiendo durante doce horas diarias, además de ocuparme de tus hijos y los míos.
- Ya. Pero tú llevas una vida muelle. El trabajo en la planta baja. Entra dinero por un tubo y no me das cuentas, y me exiges que te de dinero todos los meses para mantener a los niños, que dices que son míos, y además que los cuide. Tú no tienes ni idea de cómo van las cosas. La vida esa que cuentan en las revistas de que los hombres y mujeres somos iguales, pues no es verdad. La que no se entera de nada eres tú. ¿Querías niños cuando nos casamos? Pues venga niños, tienes dos. ¿Querías educar a seres increíbles y excepcionales, según tú? pues dale a la educación, pero tú, porque yo con dos niños normalitos, me conformaba. ¿Qué quieres una vida loca de trabajo? Pues vuélvete loca trabajando. Yo con mis ocho horas de oficina tengo suficiente. Luego podré hacer lo que me venga en gana, ¿o tampoco?, ¿tengo que hacer lo que tú ordenes?, ¿tengo que hacer las guardias de tu farmacia?, ¿tengo yo que ser el salvador de la patria, de tú patria? Pues no. Creo que no. Esta es mi casa como la tuya. Aquí entramos el día en el que nos casamos y aquí seguimos, y porque hoy tengas un día malo, y porque hace seis meses te haya dado la locura de separarte, no voy a irme de casa porque sí. Yo aquí estoy fenomenal, no me meto con nadie, no hago nada que moleste a nadie, no pido nada. Me limito a decir “hay que” y te molesta como si fuera el aguijón de una avispa. Pues sí. Hay muchas cosas que se están relajando en esta casa. Veo que no se llega a todo. Esa manía tuya de ampliar el horario de la farmacia hasta doce horas de servicio al día, te ha hecho contratar a más gente ¿Para qué? Te lo dije: déjate de tanto lío y abre lo de siempre, y si en el barrio hay necesidad, que se las apañen, tú no vas a solucionar todo. Seguro que esos que has cogido para abrir te hacen ganar más dinero, pero como no me das cuentas de la farmacia, allá tú. Estoy más que seguro de que con tanta gente contratada vas a tener que cerrar, te vas a arruinar, y esa amiga tuya que hace estudios de farmacias, va a ser la que te la ponga a la venta, y si no, al tiempo.  Haz lo que quieras, pero no me digas a mí que me calle, porque diga “hay que”. Me da la gana y desde luego, será Su Señoría quien diga dónde está la razón, porque lo que no puedes pretender es que yo quiera trabajar hasta morir. No. No me da la gana. No quiero trabajar. No quiero ser padre ejemplar. No quiero moverme. No quiero nada de todo lo que a ti te parece lo normal. No quiero vacaciones. No quiero que los niños aprendan a hablar a gritos, y menos a correr para que yo vaya detrás de ellos. ¿Tengo que ser lo que tú quieres que sea? Pues me parece que no. Te vas a tener que aguantar con este que tienes delante.
- Tú te vas de casa esta noche, para empezar. Todos esos argumentos se los cuentas a tu abogada, y que ella, si tiene piel, los ponga de pie frente a Su Señoría, como dices. ¡Ah! No hace falta que te molestes en hacer la maleta: la tienes en la puerta hecha y cerrada. He cogido las llaves de la casa de la mesa de la entrada, para que no vuelvas, y con tu tarjeta de crédito he reservado habitación en la pensión en la que hiciste la carrera. A la dueña le ha hecho una ilusión enorme recibirte, porque como eres tan guapo, como eres tan bueno, tan dócil, tan callado y amoroso, está feliz sólo al pensar que vas a volver a sus brazos. Le he dicho que vas a preparar oposiciones a judicaturas, y que necesitas por lo menos dos años de estancia allí. 
Si. No abras los ojos de esa forma, porque se te van a salir No puedes quejarte de nada en absoluto. Te vas de MI casa a esa TU otra casa en la que tanto te quieren, y donde, sin duda alguna, el “hay que” te lo toleran. No. No digas nada. Me toca a mí. 
Mira, te he dado esta última oportunidad de hablar después de seis meses intentándolo. Tu abogada, que es la más lista del mundo mundial, y que tiene a su cargo todos los divorcios de tú bufete, del que parece que eres el amo y nunca vas, pues esa abogada tan lista y tan encantada de haberte conocido en las ocho horas de oficina, va a ser la que tenga que explicarte las razones por las que la convivencia contigo es in-so-por-ta-ble. Que no hay nada para siempre en la vida, excepto los hijos. Que nos casamos porque era el último deseo de tu madre, pobrecita mía, enferma terminal, y que yo no iba a echarme encima ese baldón de no haberle dado el gusto de verte a buen recaudo, pero que tu comportamiento ha sido todo menos amable conmigo, que me las he visto y deseado para tirar estos cinco años sin caer en una depresión de caballo, que te he mantenido limpio, planchado, comido, divertido y aparentemente feliz hasta que hemos llegado a hoy. Hoy te vas y no quiero volver a verte.
¡Ah! Los niños no te van a echar de menos. Ya les he avisado de que, a lo mejor, te ibas de viaje al extranjero y que tardabas en volver. No les ha parecido mal ni bien, porque no te tratan, pero si quieres seguir mintiéndote a ti mismo, a través de ellos, y te los encuentras por la calle, se lo dices. Que te has ido al extranjero, a Paupolicán, que es la calle de la pensión, por si no lo recordabas.
Mira lo que son las cosas. Te vas. ¿Quién te lo iba a decir a ti? Pues si. Te vas. No te niegues porque no vas a conseguir nada. 
La miró, se levantó del sofá, cogió el móvil de la mesa, apagó la televisión y se encaminó a la puerta. Cuando estaba abriéndola, oyó desde el fondo que le decían:
- Hay que bajar la basura.


Matilde Muro Castillo.
(Publicado en la revista Comarca de Trujillo septiembre 2020)