4 de febrero de 2025

LA LOCURA

 


Hace muchísimos años en un mercado de Londres, en Camdem Passage, compré una cabeza de porcelana que tenía dibujado el laberinto del cerebro y acotadas las zonas a través de las que nuestras reacciones físicas y emocionales se manifiestan externamente.

Me pareció un hallazgo, porque no estaba yo muy avezada en los porqués de la razón humana (sigo sin estarlo), pero creí poder entender y aceptar que todo lo que ocurre lo administra el cerebro, y si yo aprendía con esa pieza bella en qué parte de ese cerebro sufría algún daño por mis comportamientos, la cosa se iría aclarando, y acaso, solucionando.

Esa cabeza la conocen todos ustedes. No es nada extraño verla como objeto decorativo de espacios de medicina, tanto la académica como las denominadas prácticas esotéricas, la frenología, o cualquier otro tipo de lugar que busca la curación por métodos más o menos reconocidos. La fábrica de cerámica de La Cartuja de Sevilla hizo un modelo de estos de tamaño natural y de una belleza tremenda, de precio elevado para mis posibilidades, pero que nunca he olvidado, porque aquello sí que era un “piezón”, de esos que nunca borras del pensamiento, que te mantienen avivado el lóbulo de la memoria o el del deseo, que no sabría ahora diagnosticar cuál de los dos.

Yo conservo la británica después de tantos años, y reconozco que últimamente la contemplo con devoción, pretendo memorizar dónde están anclados los mecanismos cerebrales, para poder decir que a tal o cual se le ha secado el lóbulo este o el otro, a la vista de las decisiones que toman, o de la manifiesta incapacidad de sus masas húmedas de color gris de transmitir conocimientos o de recibirlos.

En el maravilloso libro de Rosa Montero El peligro de estar cuerda, se hace un recorrido por la bibliografía que trata de aclarar qué es estar equilibrado, qué papel juega el miedo, dónde nos asimos ante la oscuridad, qué reprochamos al ajeno sin motivo, porqué la culpa propia desaparece de nuestra conciencia con más rapidez que la asunción de la pena propia, qué esperamos de nosotros mismos sin conocernos en profundidad.

 Cómo los sabios que en el mundo hay tratan de responder a esas preguntas que alguien quiso dibujar en una cabeza de cerámica y trazar fronteras entre la memoria y la creatividad, la literatura y el conocimiento, los secretos y el trauma, el ego frente a la amistad, y así hasta decidir que en los lóbulos traseros izquierdos se alojan posiblemente las explicaciones a la evolución desde nuestros ancestros los monos, y que nos queda mucho por aprender. Aquí quería llegar. ¿Cómo es posible que estemos caminando a velocidades inusuales hacia una locura generalizada?, ¿dónde alojo en mi cabeza la razón, la empatía y las ganas de seguir hacia adelante borrando las líneas que son fronteras en el cerebro? ¿De qué ha servido tanto esfuerzo, sacrificio y ganas de paz?, ¿cómo es posible que esta locura nos invada y no hagamos nada?

Vuelvo a mirar la cabeza y en el lóbulo trasero izquierdo, aparece un espacio inmenso que no han sabido rellenar y que han cubierto con una interrogación.

Ahí está la respuesta: no sabemos nada.



Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 3 de febrero de 2025