26 de mayo de 2025

GOYA EN BADAJOZ

 


Una de las emociones más grandes de mi vida fue visitar el Museo del Prado siendo muy pequeña y colocarme frente a frente a las pinturas de Goya. La obra de Goya ha sido desplazada en El Prado varias veces, supongo que por demandas de la conservación, las modas, los nuevos gustos de los nuevos organizadores o, como ocurre en los supermercados, para que paseemos por sitios distintos a los de siempre para ver la enorme oferta del museo, que verdaderamente sobrecoge.
Siempre Goya me fascinó. La familia de Carlos IV, los retratos de la duquesa de Alba, el de su amigo Jovellanos, el maravilloso de Godoy, los paisajes de Madrid, las pinturas negras, los frescos de San Antonio de la Florida, el precioso paisaje pequeño que alberga el Monasterio de Guadalupe, la obra inmensa y variada de la Casa de Alba, sus cartas publicadas por la Fundación Fernando el Católico de Zaragoza… han supuesto un esfuerzo constante de búsqueda por aprender del maestro, seguir sus pasos, comprender cuáles eran las motivaciones de su cambio de carácter reflejado detrás de la obra de arte y esa inspiración constante en la que todo lo que pasaba a su alrededor le afectaba, lo quería contar y dejar para la posteridad. La rapidez del trazo, la perfección de las transparencias, los detalles pequeños de los juguetes de los príncipes, los perros peinados y adornados igual que la propietaria, las condecoraciones, el plumaje de los sombreros militares, los brillos de las espadas, los tejidos de las camisas ensangrentadas, las miradas aterradas de los caballos en batalla. Goya en suma, la vida misma plasmada en miles de lienzos maestros que dejaron escrita la historia de España mientras él vivió.
Ahora está su legado en Badajoz. Es un sueño. Pensar que lo he visto en casa, cerca, en Extremadura, marcando las pautas del siglo XX, explicando cómo los que le siguieron hicieron lo que él ya había hecho, aplicando todas las formas de la expresión del arte desde el grabado, como él hizo, a la fotografía, que no conoció, es verdaderamente un sueño.
He visto la exposición del Museo de Bellas Artes de Badajoz dos veces. Voy a verla más hasta que se levante el 29 de junio, porque la enseñanza de Don Francisco es eterna. 
El dolor de la guerra manifestado por Capa en sus fotografías de la Guerra Civil parece la continuidad de los desastres de Goya, y así nos lo muestra el Museo. Los tullidos de Botero frente a los Pedigüeños de otro de sus grabados de los desastres, una obra de Amalia Avia y otra de Cristóbal Toral frente a la familia de Carlos IV… en definitiva, un sinfín de emociones que sólo el arte puede proporcionar.
El catálogo es espléndido, los textos nos ponen al tanto del enorme esfuerzo realizado para traer semejante exposición a Badajoz, y nadie debería perdérsela, porque merece la pena reflexionar acerca de lo poco que cambiamos con el paso del tiempo, de cómo seguimos siendo viles, cómo nos gusta la guerra, ver gente morir incomprensiblemente, y aplaudir a caudillos irracionales. No cambiamos, no cambiaremos, pero el arte es imprescindible para evitar que nos extingamos por nuestros propios medios.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 26 de mayo de 2025




12 de mayo de 2025

LOS LIBROS

 



El viernes pasado se ha inaugurado en Badajoz la XLIV edición de la Feria del Libro. Aportando un esfuerzo económico encomiable, así como una entrega física e intelectual de todos los participantes en ella desde el Ayuntamiento (gracias a raudales a Elena, que no conoce el descanso, y menos aún el sosiego), se ha abierto al público la exhibición de los sueños de cientos de autores que, entre páginas impresas, cuentan sus pensamientos y hacen gala de elucubraciones fantásticas.
Los libros tienen un poder curativo indudable. A los que nos gustan no nos cansamos de hacer proselitismo acerca de sus bondades, de lo que atesoran, de lo que nos permiten viajar sin mover un pie, de lo que ayudan, lo que enseñan y lo necesarios que son en nuestras vidas.
Los que los atesoramos en cantidades poco lógicas, no entendemos la preocupación que despiertan en los familiares con los que convivimos al no saber qué hacer con ellos cuando desparezcamos, dejando colocada en estantes esa inmensa hoguera que se puede crear, dedicándoles una última voluntad de decidir por cuál empieza la quema. Nos da lo mismo, porque no nos vamos a enterar. Los libros son para vivirlos, compartirlos sin abrir, tenerlos porque dan calorcito y enfrían malas ideas, y alimentan mucho más de lo que exigen.
No es necesario tener bibliotecas encuadernadas en piel, ni cantorales en casa, ni incunables, ni nada que se suponga que tiene un valor económico que va a dejar ricos a los descendientes. No. Los acumuladores de libros, elegantemente denominados bibliófilos, somos otra cosa. Nuestros libros son los que se exponen en la feria, los que están a su alcance, los que nos abren los ojos y cuentan cómo van las cosas en el momento en el que han sido escritos. No persigue el objeto otra razón de valor, y ese chisme que hace las delicias de los que buscan entretenimiento, conocimiento o explicaciones, vale lo que cada uno quiere adjudicarle.
En mi vida hay libros inolvidables, que no tienen valor económico alguno, pero que forman parte de mí. "Alicia en el país de las maravillas", "El Enamorado de la Osa Mayor", "Las memorias de Adriano", "Lecturas a poniente", "Paula", "Le dedico mi silencio", "El honor perdido de Katharina Blum", "Cuentos orientales"…. y podría no callar, acabar la columna con títulos, uno tras otro, que se esconden entre sí, porque es verdad que los espacios encogen ante presencias constantes de advenedizos.
En la feria del libro de este año la Unión de Bibliófilos Extremeños homenajea a Alejandro Pachón y su amor por lo impreso. No le importó nunca el valor material de lo guardado, atesoró lo efímero, lo que los demás tiramos sin empacho pero que, de forma imperceptible, envuelve, como si fuéramos pescados sin vida, nuestro día a día. Sabiendo el valor de las cosas aparentemente inútiles, las guardó por si alguna vez eran necesarias, y ahora, cuando él ha fallecido, resultan hermosas, imprescindibles y desatan la curiosidad de los que se quieran detener a mirar tebeos, carteles de cine, cómics, libros de texto escritos por él, y a lo mejor deciden que lo impreso sirve, arropa, acompaña y nos hace recuperar la memoria que creíamos perdida.
Gracias Pepa, gracias Alejandro, gracias Martín Carrasco


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 12 de mayo de 2025.


5 de mayo de 2025

MI PROFESORA

 

Hoy cumple noventa años mi profesora. Esa persona que de repente aparece en tu vida para hacerla mejor, para hacerte algo que ni tú mismo sabes de qué se trata, pero que no tiene nada malo. Todo lo recuerdas de sus enseñanzas es bueno, aprovechable, divertido, inolvidable, emocionante de compartir e insustituible.

Mi profesora ha sido, en todos los aspectos de mi vida de estudiante, y luego de enredadora, María Jesús Berlana Fernández. Me enseñó lo importante que es la literatura para reconducir la imaginación, lo imprescindible del cine para aprender de otros mundos en movimiento, atesorar los diálogos y repetir las réplicas y contrarréplicas de “Lo que el viento se llevó”, que ella recibía en cartas escritas por su hermano a un convento en Estados Unidos, donde aprendió de la libertad que decidió disfrutar y enseñar a disfrutar a sus alumnos con posterioridad, sin ataduras que no fueran la rectitud, el respeto a los demás, el conocimiento y la diversión en todo.

Me enseñó a jugar a las cartas, en una timba en su casa, de la que me reservo los integrantes.

Me enseñó a conocer Londres. Viajamos juntas y ella lo conocía por las películas (de nuevo el cine), y caminamos por la ciudad en aquel aniversario de la reina Isabel (me parece que era el veinticinco), como si viviéramos allí, porque ella tenía memorizadas las calles, tiendas y restaurantes como si fuera un taxista londinense.

Viajamos por España también, y disfrutamos de los tesoros escondidos, se explayaba en el amor al arte, porque tiene profundos conocimientos de la historia y lee sin cesar para prender y seguir enseñando (ahora dice que enseña para adentro).

Me dejó durante tres años que diera una clase de las suyas en el colegio en el que yo había estudiado, para que viera cómo se sufre enseñando, y que es verdad que cuando llega junio, casi todos los profesores están roncos, agotados y con ganas de llorar de cansancio infinito. Me dejó aprender sin molestarme, sin acosarme, sin decirme nada que no fuera útil.

Fue amiga de mi familia. Una más en las meriendas que de vez en cuando mi madre organizaba en casa con amigos comunes y nos inundaba con dulces que mi madre elaboraba, todos alabábamos y nadie éramos capaces de reproducir. Conversaba con mi padre de los temas más peregrinos y se divertía sin parar.

Al pasar los años yo me he alejado. Ella sigue ahí sin dejarme. Lee mis columnas, me pone mensajes, y yo le prometo una y otra vez que voy a verla, que me pasaré con ella lo que sea necesario, que le llevaré dulces o lo que se me ocurra, pero nunca lo cumplo. No he salido lo fiel que ella es y merece. No me he comportado con ella como debiera, y por eso esta columna a destiempo en mi cadencia en el periódico, el día de su cumpleaños, para decirle lo importante que ha sido en mi vida, y que sigue siéndolo, porque está a mi lado, y aunque me diga que ha vivido demasiado, nunca será lo suficiente para los que tanto te debemos María Jesús, y tanto te queremos.

Felicidades cumpleañera.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en e diario HOY de Badajoz el día 5 de mayo de 2025.