22 de diciembre de 2025

MI MADRE

 

Hoy hace veintiún años que murió mi madre. El tiempo ha pasado en todo, menos en su recuerdo. He recorrido paisajes nuevos, conocido a muchas personas, alejado de otras, revivido momentos que compartí con ella, viajes que hicimos juntas, ocurrencias de su carácter que le permitía decir, con una educación exquisita, las verdades más tremendas a quien, sin conocerla, se permitía un comportamiento fuera de lugar.

Murió a las cinco de la madrugada, en ese día de la lotería, que siempre asocio a la estancia en el hospital hasta que nos fuimos al tanatorio. Ese día tremendo sonaba a los premios, a los sueños de otros, a la estupefacción de todos los hijos, nietos, amigos, conocidos. A la incredulidad de los que recibían la llamada con la noticia inesperada hasta por ella. Mientras tanto, los premios iban saliendo de los bombos a voz en grito, y todo era tan irreal, tan fácil de colocarlo en otro plano que no sabía si esas alegrías bañadas en cava, en los reportajes televisivos que se repetían constantemente en la cafetería del tanatorio, tendrían que ver con eso tan tremendo que me estaba pasando y que aún no había digerido (sigo sin digerirlo). Mi vida en ese momento se paralizó, al compás de la de ella, y ese entorno de los múltiples cambios en vidas ajenas como consecuencia de la suerte, me parecieron crueles. Yo no quería que mi madre me dejara, pero menos aún quería que otros exhibieran su alegría económica, esa que les iba a proporcionar una vida nueva, que yo no podría nunca entender porque la mía se había ido de repente.

Cuando paseo por Cáceres y me encuentro con personas que la conocieron, el consuelo es enorme. Todos me hablan de su bondad, de su belleza externa e interna, de su elegancia, del amor a sus nietos, de la sonrisa permanente, de la amabilidad con la que se relacionaba con el mundo entero, y sobre todo del recuerdo que dejó entre todos. Es hermoso hoy saber que has convivido con alguien inolvidable, un ser humano que nos dejó huérfanos a más de los que aparecemos en su libro de familia, pero que, aún hoy, es imprescindible en el paisaje emocional de muchos.

Sigo llorándola, como ella hacía con su madre. La recuerdo a diario contemplando la fotografía de mi abuela, a la que nunca le faltaban flores, y tratando de contener la emoción de su ausencia para que no le preguntáramos qué le estaba pasando. No entendíamos que decenas de años después de la muerte de mi abuela ella siguiera llorándola, pero aquí me tienen, hoy es la primera vez en veinte años que puedo escribir de esta emoción que me tiene atenazado el corazón, que me hace escribir en medio de un mar de lágrimas y que me ahoga, sobre todo cuando oigo a los cantores de la lotería, veo descorcharse botellas en la calle y empezar nuevas vidas. 

Hoy es un día difícil para mí. 

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 22 de diciembre de 2025.


14 de diciembre de 2025

CALENDARIOS

 

Hoy es fiesta. Un día de esos en los que millones de personas se lo pasan yendo de un lugar a otro: vuelven a casa después de experiencias inolvidables, de haber visto paisajes increíbles, oído cómo los gallos nos despiertan al amanecer a los que vivimos entre ellos sin soportarlos. Han hecho colas para entrar a ver belenes insólitos, han pagado facturas inasumibles por una cerveza sin pincho, una comida recalentada en el microondas, una paella congelada o un rollito primavera, que resultó barato y estaba rico.

No importa. Lo mejor de todo han sido dos días de descanso en los que han dejado de ver la televisión y han paseado por lugares que no conocían. Han descubierto lo insólito de las costumbres populares, se han dejado llevar en volandas hasta acceder a ver el árbol de alambres encendidos que preside la plaza del pueblo, se han acercado a los puestos de objetos de bromas, jabones hechos a mano, velas carísimas, puzles de madera fabricados durante el verano a la orilla del mar por los artesanos que son nómadas de la venta. Se llevan puesto el gorro de Papá Noel, el de Picachu, la careta de la bruja de 101 dálmatas, y la bufanda del equipo de fútbol de la localidad en la que han recalado, que jugó la Copa del Rey contra uno de Primera División. Los potentes habían aplastado al humilde, pero esa bufanda pasará a formar parte de la colección de las del bar de carretera en el que para a descansar una vez a la semana, y que va a invitarle al café cuando reciba semejante presente.

Mañana, si leen este artículo porque ayer se dedicaron a conducir, repasarán el gasto realizado, que ha merecido la pena indudablemente, porque han visitado a los abuelos, se han asegurado de que no pueden verlos en Navidad, porque toca visita a la otra parte de la pareja, contarán a los amigos el recorrido realizado, los tumultos de personas entre los que se han movido, reconocerán la paz de la casa y la poca actividad de la ciudad que habitan, y se darán cuenta, además, de que juegan más lotería que nunca en su vida. Han parado en todas las administraciones que se les han puesto en el camino de “¿y si toca aquí?” Nada, otro décimo porque la intuición arrasa. Es como si al pasar por la puerta del local y ver la pequeña cola que se ha formado fuera, una mano le hubiera cogido del tobillo y susurrado al oído: “es seguro y te arrepentirás si no compras”. Un día es un día. A ese lugar nunca vas a volver y si toca y no compras, confirmarás que eres el gafe que sabías. No sumes el importe de lo que te has gastado en lotería, porque no merece la pena.

Los calendarios son canallas. Desde agosto nos enseñan que el disfraz de enemigo de la Navidad no sirve de nada. Nos apostamos en los despachos de lotería de la playa y compramos para el gordo. Se nos olvida, como se olvidan los días de calor y granizadas de limón, y en días como los de ayer y anteayer, hemos vuelto a creer que, a cambio de poco, vamos a recibir todo lo deseado. Es culpa de las fechas, no de la memoria, o de la pereza.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 8 de diciembre de 2025


CUIDADO


 A nadie se le escapa la falta de capacidad del último presidente de la Comunidad Valenciana. Tampoco nos asombra el lío que ha formado el fiscal general del Estado, aunque no lo entendamos. Nos llevamos las manos a la cabeza con las broncas en el Congreso y el Senado. Nos aburren las Comisiones de Investigación de ambas instituciones. No leemos las editoriales de los periódicos porque están (supuestamente) dictadas, no salimos de nuestro asombro con la aparición de personas que mandan sin capacidad, sin formación y con historiales delictivos a sus espaldas, y el horno se calienta sin parar.

Los que nos asomamos a estas columnas de opinión, en las que nos manifestamos sobre todo y sin empacho, porque no podemos saber de todo, ni conocer todo de lo que hablamos. Los que aparecen en televisión voceando y dando noticias sin comprobar la veracidad. Los que usan las redes sociales como fuente de información. Los que, pagados por todos nosotros y elegidos en las urnas conscientemente por quienes depositamos la papeleta con orgullo de ciudadano ejemplar, esos que nos representan, han de empezar a cuidar las formas.

En nombre del despecho, del odio personal que se profesan, y de la necesidad de seguir manteniendo los escaños respectivos, están rebasando las normas establecidas, y nosotros, los que escribimos, hablamos en público, salimos en televisión, organizamos programas de radio en directo o grabados, y emitimos reportajes de historias que tienen una “antigüedad” de 20 años, o investigamos los crímenes más horrendos dictaminando quién y no es el culpable, tenemos que bajar el tono.

Hay que tener cuidado. No podemos seguir así. No hay forma de aceptar todo lo que el día a día produce. El altavoz es excesivo. Lo atronador nos deja sordos, e incluso ciegos, y nos estamos transformando en una sociedad violenta, insensible, manipulada y radicalizada.

Yo me culpo por escribir de cosas que no conozco en profundidad. Me enfado mucho. Quiero transmitir siempre mis quejas desde esta columna (que casi nadie lee), pero reconozco que me sirve muchas veces de desahogo emocional, pero cuando he visto lo que se ha hecho en Senado con el último presidente de la Comunidad Valenciana, la fiereza en las últimas sesiones de control del Congreso, las imputaciones a unos y otros, la violencia de una renacida kale borroka en el País Vasco, las amenazas de los de Junts al Gobierno, las sucesivas grabaciones de imputados que tratan a las mujeres como seres inertes en un mercado de esclavos de la América Colonial, me ha dado miedo, porque puede derivar en un enfrentamiento entre nosotros, al que España en general nunca se resiste demasiado.

España es un país de guerras constantes en su historia. De invasiones y convivencias de unos y otros sin cesar. De solidaridad con las necesidades ajenas, que causa asombro en el mundo, pero hay límites muy delgados en ciertos aspectos de nuestra convivencia, que tengo la sensación de que los estamos rebasando. Hay que bajar el tono. Hay que frenar el comentario soez, el lenguaje bárbaro, las imputaciones supuestas, los insultos gratuitos y el dolor innecesario. La Ley escrita es suficiente. No es necesario leerla en voz alta y con muchas interpretaciones. Sólo hay que cuidar la Ley. Lo otro, sobra.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY  de Badajoz el día 24 de noviembre de 2025.