Cuando tenía las vacaciones preparadas me
llegó una carta de Hacienda diciendo que no estaban de acuerdo con mis
declaraciones, y que como consecuencia del desacuerdo me quedaba sin vacaciones
durante mucho tiempo. Les rebatí con argumentos plausibles y me respondieron
que aparentemente era verdad lo declarado, pero que como ellos querían
vacaciones también, preferían decir que no se creían lo que estaban viendo, y
que además yo tenía la obligación de hacerles el trabajo pidiendo facturas a
mis proveedores chinos, obligando a los indios a que me escribieran en español,
a los bancos que hicieran las transferencias como mandan ellos y a los que
reciben los frutos de mi trabajo que me hagan certificados manifestando que me
están agradecidos en tal o cual proporción para que los de Hacienda consideren las
normas que les parece, hasta el límite que su nómina les permite, en medio de
la aplicación de eso que se llama “productividad”. Como son grandes y yo no, me
he aguantado.
El
IBI se ha disparatado de tal forma que creí que me facturaban por los Jardines
Finzi Contini en lugar de por mi casa. Lo mismo. Argumentos, papeles, planos,
el disparate de la subida y al final, a disfrutar de mi patio lleno de macetas
que parece que tiene un valor inconmesurable. He aplazado el IBI hasta donde me
han dejado y he bajado la cabeza y como tengo tendencia a ver el vaso lleno, me
conformo con quedarme en casa y ahorro en gasolina, restaurantes, colas, cremas
que me protejan del sol, caprichitos, hoteles, y reuniones con amigos. La
verdad es que no ahorro nada, simplemente me quedo sin vacaciones por razón de
los impuestos que no puedo afrontar, pero no conviene dramatizar. Mi patio está
precioso, he invertido en un controlador de riego porque lo del agua es como si
viniera bendecida por las tuberías, y en los momentos de sofoco insoportable a
la hora de la siesta abro el controlador y me riego de cabeza a pies haciendo
de la miseria virtud.
Para
que me resulte más cómodo, he decidido esta mañana que me iba a poner la manga
riega en la pared atada con una cuerda y que me mojaba a placer sin otra
preocupación que el chapoteo del perro en el charco, es decir: felicidad plena.
Un
moscardón ha empezado a merodear por el patio. Cada vez me parecía que iba más
cercano resultando molesto y chirriante. Cuando me he dado cuenta era un dron,
situado en mi trocito de cielo, haciendo ruido y vigilando mi adorable ducha de
manga riega sobre silla de plástico en medio de plantas que sufren estrés
hídrico por el asunto del ahorro.
¿Qué
hago? No sé cómo justificar este placer del agua cuando me llegue el próximo
requerimiento de Hacienda por ser feliz a pesar de ellos, la revisión del IBI
por haber hecho crecer las plantas y con ello aumentar volúmenes, o la multa de
tráfico por haber tenido la silla en medio del patio sin obedecer el código de
la circulación.
El
dron me ha arruinado la mañana y el resto del verano. La foto me llega seguro y
de nuevo, no me puedo defender.
Artículo publicado en el diario HOY . 29-8-2018.
Artículo publicado en el diario HOY . 29-8-2018.