El día ha amanecido con una niebla espesa. Mi perra, que es la que cuida la casa desde todos los rincones, ha hecho lo de siempre: se ha subido a lo más alto del jardín, se ha colocado al borde de la escalera y, sentada, ha contemplado no se sabe qué porque nada se veía, pero en esa postura ha permanecido los quince minutos que cada día dedica a vigilar el horizonte que, en este caso, había desaparecido al menos para mí.
Ha bajado empapada de rocío, se ha refugiado en el brasero y hasta el sobresalto proporcionado por un petardo a destiempo, ha permanecido en ese duermevela de alerta que la caracteriza.
He creído que estaba perdiendo la cabeza, pero dándole vueltas creo que tiene razón. Uno no debe perder el oremus porque haya niebla, ni porque la lejanía desaparezca, ni porque el horizonte ya no exista. Las cosas están marcadas en el devenir cotidiano y poco más allá. Los momentos de soledad, la necesidad de ocupar un sitio que creemos nuestro, disfrutar de silencios imprevistos o sobresaltarnos con estridencias invasoras, nos permite seguir sin darnos cuenta, sin grandes cambios a nuestro alrededor y sin creer que la luz se apaga sola cuando salimos de la estancia que alberga a otros.
Mi perra es lista y mira como si me entendiera cuando hablo en voz alta, y si mi madre viviera me advertiría de que debo guardar silencio con comentarios poco afortunados si ella está delante, porque nunca se sabe cuándo va a arrancar a hablar, ni qué guarda en la memoria; pero es verdad que si cambio las tornas y soy yo la que la observa, me enseña sin cesar a seguir, a hacer lo que es más conveniente sin mucho lío y que, cuando el viento arrecia, lo mejor es buscar refugio al lado de los que saben, de los árboles fuertes, de los que no se caen y los que conocen cómo giran las veletas de la vida, arte que no muchos poseen y que, menos aún, comparten con generosidad.
Ella aparenta desobediencia, independencia y amor por la soledad, pero en realidad se reafirma en sus instintos de dueña de sus espacios, enamorada del entorno reconocible y no necesitada de demasiados requiebros que manifiesten cariños que luego no pueden ser correspondidos. Cumple con su obligación de vigilar, mantenerse alerta y contenta, pero a la hora correspondiente se retira a su manta y da por terminada la jornada hasta el día siguiente en el que la niebla no es motivo suficiente para detenerla.
Mi perra tiene razón. Hay que seguir. No importa que el tiempo pase y parezca que todo sigue igual, o que nos quieren arruinar la vida con fenómenos atmosféricos o económicos, o que las ocurrencias del boletín oficial correspondiente pretendan enterrarnos vivos. Si nos rebelamos y alejamos de los instintos la niebla puede llegar a asustarnos.
También es verdad que depende mucho de la raza del perro. Yo no me identifico con la de la mía. Si hay niebla, espero a la tarde de paseo y salgo a ver claro.
Matilde Muro Castillo.
Publicado en el diario HOY de Badajoz el 9 de enero de 2023.
1 comentario:
Inteligente tu perra . Hembra tenía que ser . !!! Sigamos su ejemplo
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