12 de febrero de 2023

MEJOR NO EMPEZAR

 


Por distintas circunstancias de mi vida, he vivido una guerra. Sí, no la civil española (no tengo edad para ello por poco), pero he vivido una guerra de tiros, tanques, aviones, metrallas, puentes minados, asaltos nocturnos, asesinatos injustificados, y peleas entre hermanos, que son las peores de las guerras (como si alguna hubiera buena).
Contemplo con estupor el juego de mesa que está suponiendo la guerra de Ucrania, y al pasar de los días veo cosas que me hacen desconfiar en las razones, los métodos y las consecuencias que esta guerra está acarreando. Los jugadores del tablero están usando vidas humanas para probar sus tácticas, poner nerviosos a los perros rabiosos a ver cuánto aguantan antes de saltar sobre el enemigo, destruir lo más posible para luego llenarse los bolsillos con las reconstrucciones futuras, intercambiarse armamento que suelta la munición por la culata, enfrentar a ejércitos armados hasta los dientes con hombres provistos de un casco y nada más, arrasar con el patrimonio cultural del agredido, hundir en la miseria a una población vecina con el beneplácito de los que eran sus amigos, mientras esos supuestos amigos se reúnen cada quince días para decidir si cuentan a los muertos sólo o incluyen en las atrocidades a las mujeres violadas, a los niños secuestrados y a los ancianos degollados.
La atrocidad que estamos viviendo con absoluta normalidad, se traduce en una subida de precios que nos hace chillar y salir a las calles como si no hubiera un origen claro a tal desmán.
Veo las cuentas de resultados de los ricos y me llevo las manos a la cabeza. Me espanto y llego a desasosegarme ante tamaña brutalidad aceptada por los poderes fácticos que, en un alarde de cinismo vomitivo, se ponen el chaleco antibalas, se abrochan el abrigo de cachemir, y pasean impávidos ante cadáveres, tanquetas quemadas, edificios demolidos, rescoldos de hogueras y un frontispicio de fotógrafos que dan crédito a esa valentía del líder que, desprovisto de vergüenza y corazón, pasea entre las ruinas de lo que él mismo está provocando por su inacción, como si de un plató de cine se tratara.
Señores que mandan: la guerra en la que se exhiben no es un escenario. La guerra huele y huele mal. Huele a cadáver, a vidas rotas, a niños sin lavarse durante días, a ancianos que se revuelven en sus heces porque una bomba les ha amputado las piernas y no los ha matado. La guerra huele a dinero podrido, a mala gestión, a sudor de mercenarios asesinos, a gasolina de tanques que no arrancan, a pólvora de bombas que no aciertan con el objetivo y demuelen hospitales, colegios y guarderías.
Si una guerra empieza, nunca termina. La guerra no acaba nunca. Que nos lo digan a los españoles, a los camboyanos, a los coreanos, a los vietnamitas, a los nicaragüenses, a los alemanes… pero no quiere decir que los que manejan el dinero de todos decidan seguir haciendo experimentos con vidas humanas, con pueblos que han sabido lo que es la paz en algún momento, con personas que, igual que ustedes, sólo piensan en dormir y al día siguiente levantarse cuando salga el sol. Acaben con esto de una vez y los que hemos vivido una guerra se lo agradeceremos, y a lo mejor olvidamos que ustedes han existido.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 6 de febrero de 2023.


3 comentarios:

Anónimo dijo...

Precioso artículo de denuncia matilde

Anónimo dijo...

Totalmente de acuerdo contigo me parece mentira que en 2023 de hagan intercambio de prisioneros casi todos queremos la paz

Anónimo dijo...

Esa es la cruel realidad. La hipocresía vencerá siempre