3 de octubre de 2023

LAS COSTURAS

 





Como he sido la mayor de mis hermanos, la ropa siempre me estaba bien. Ellos eran los que heredaban mis cosas, con mucha dificultad es verdad, porque siempre he sido gorda y grande y ellos no alcanzaban fácilmente mis tallas, y la modista y mi madre hacían verdaderos artes malabares con las prendas que se me quedaban pequeñas enseguida.
La situación en la que nos encontramos hoy en España es como la de la ropa heredada. Nos someten de forma incesante a conceptos, formas y comportamientos a los que no estamos acostumbrados. La ropa se nos queda pequeña para tanto como nos hacen tragar y pretenden que entendamos como normal, que no digo yo que no lo sea, pero cuesta aceptar.
Estamos pasando a una velocidad arriesgada de situaciones en las que, por arrojar la basura a una hora que no es la correcta te ponen una multa de seiscientos euros sin rechistar, y tenemos que hacer la vista gorda a delitos tipificados de toda la vida en el código penal y que acarrean penas de cárcel de duración insoportable. No digo yo que no haya que ir cambiando las cosas, pero con esa violencia, sin explicaciones, todo en medio de secretismos, pidiendo silencio a la prensa (que es como pedir a las monjas de clausura que no recen), creo que las costuras de nuestros pareceres estallan y el traje se nos está quedando pequeño para tanto como hemos de recibir, digerir y engordar.
Las malas formas, los desplantes, las acusaciones intercambiadas entre los que se supone que nos representan, nos hacen mirar hacia el uniforme que cada uno hemos adoptado en nuestra vida y no coincide con los principios que al parecer defienden en nuestro nombre. Miramos asombrados a lo que ocurre sin recibir explicación alguna, sólo la suposiciones y profecías de los miembros de la prensa que están locos ante el desatino general, y degluten sin cesar comentarios y actitudes que no pueden dar por buenas, porque todo lo que afecta al bien común es motivo de silencio y secreto, pero los informadores no pueden permanecer callados porque pierden el puesto de trabajo, y entonces aventuran y comentan cosas que imaginan. Nosotros las recibimos como si fueran verdad y seguimos devorando algo que nos haga estar un poco más tranquilos, porque el panorama de frenazo en seco de cualquier actividad que merezca la vida de los ciudadanos estupefactos es aterrador.
Plazos y más plazos. Silencios rotos por disparates de unos que son tan pocos que no deberían ni hablar, pero que condicionan el ideario común, nos pretenden quitar lo de siempre y nos amenazan con barbaridades que, si optamos por aceptarlas, nos van a reventar las costuras hasta de las entretelas, porque son inagotables en sus pretensiones de vivir a costa de los demás sin ofrecer nada a cambio.
En mi casa el que quería algo tenía que ganárselo. Había negociación, por supuesto. La imposición férrea dejó de funcionar y se conversaba públicamente sin parar para evitar repetir las cosas, porque éramos muchos, pero todos cedíamos, hasta que las costuras dejaron de estallar porque nos hicimos mayores, sensatos y dialogantes, a fuerza de heredar lo que otros habían usado y no les había ido tan mal. 

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 2 de octubre de 2023.


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