20 de enero de 2025

CAMBIOS

 



Saben mis lectores de la pasión que siento por las ruinas. Pasear por territorios que en su momento fueron ocupados por seres humanos y ahora están vacíos de habitantes constantes, y son contemplados como algo que fue y ya no es por los turistas, me mantiene viva la duda del ¿por qué?, ¿a qué se debió el abandono?, ¿cómo es posible que salieran corriendo sin dejar rastro?, ¿pensarían volver?... 

    Pasear por las ruinas de Éfeso en Turquía, sentada frente al armazón indescriptible de la biblioteca de Celso; frente a las ruinas del Machu Pichu; los templos del Tell El Amarna en Egipto; los rascacielos de Shibam de Yemen; el desierto del Thar en India; Belchite, Caudilla, Turruncún, estos tres últimos en España… hay tanto abandonado que produce emoción, que no sabría elegir, y de repente me he dado cuenta de que vivo en un lugar abocado a ese destino.

    Vivo en la España vaciada, o la que se está vaciando, que es lo mismo. Vivo en un lugar hermoso como pocos, pero que día a día está siendo abandonado a su suerte, donde la supuesta industrialización futura se ha cebado con el paisaje y pretende arruinar la única forma de vida conocida, que es lo que ampulosamente se denomina como “sector primario”, que no es otra cosa que la agricultura y la ganadería, que hasta ahora es la única actividad conocida para darnos de comer sin distinción de razas, clase social, géneros o religión.

    He empleado gran parte de mi vida en viajar a esos lugares que antes mencioné, a fotografiarlos, a buscar lo que hubo, o imaginarlo. Me he preguntado sin cesar qué provocó el vacío que ahora muestran y resulta que lo tengo ante mis ojos: las poblaciones se mueven en busca de eternidad, de un futuro más o menos cierto, y el paisaje, las costumbres, la belleza de sus monumentos y su historia, les importa poco o nada, frente a la necesidad de no morir de hambre o abandono espiritual.

    España está partida en dos: la llena y la vacía, y no parece que la cosa tenga remedio. La llena reclama comportamientos a la vacía que son imposibles de satisfacer. Quieren los desbordados descansar en el abandono los fines de semana, con los mismos servicios que dejan de lado en su barrio de bares abiertos día y noche, pero sólo dos días a la semana, y mientras tanto, los abandonados deben permanecer en actividad constante esperando las limosnas de los domingueros, comportarse con rapidez de gran ciudad, disponer de parking, atenciones esenciales de primer orden y actitud alegre ante su presencia de ricos que reparten lo que les sobra.

    No es posible seguir viviendo así. La España llena estará cada vez más llena y el abandono se extenderá implacablemente sobre el inmenso territorio sembrado de artefactos que dan luz a otros, calor a los de norte y diamantes sintéticos a los que quieran mandar fotografías desde pueblos abandonados a sus parientes del otro continente, que harán cola para venir a recorrer nuestro patrimonio vacío, y se preguntarán cómo pudo ser que esta belleza inmensa y apabullante que es nuestra tierra, se abandonara.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 20 de enero de 2025.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Es tan cierto que sirve desgraciadamente de letania