18 de abril de 2015

LUISA






Siempre después de mi madre, Luisa era una de las mujeres más guapas que he conocido, y a ella le gustaba serlo. Esperaba con ilusión mis felicitaciones de Navidad, y siempre me llamaba, cuando se acercaba la Semana Santa, para darme las gracias porque se le iba el tiempo en mil cosas, quehaceres cotidianos y formas de saber estar. Además, me decía siempre que me llamaba tarde porque así podría decirle cuál iba a ser la próxima ocurrencia, ya que ella imaginaba que tardaba meses en elaborar el nuevo invento con el que pudiera sorprenderla, sin admitir la explicación de que todo surgía en el último momento, cuando las tarifas de correos anunciaban subida inmediata.
Manolo, el enamorado fiel siempre a su lado, soportaba con estoicismo la presencia imponente de su mujer y en silencio presumía del placer de compartir sus innumerables habilidades creativas con ella en primera instancia, aunque sólo recibiera una  mirada displicente ante las ocurrencias de los nuevos pasodobles, el invento de la pianola o la insólita capacidad de ponerse al día, a pesar de los años, en todos los nuevos sistemas de comunicación.
Ayer murió Luisa, y hoy el paisaje ha cambiado sin su presencia.

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