EL DOLOR
Me fui a la cama acongojada ante la noticia del hallazgo del cadáver de la niña Olivia en el fondo del mar. Me impresionó aún más la noticia al saber que a su lado hallaron otra bolsa vacía, y más cosas, y que seguían buscando.
El día siguiente ha sido complicado porque la angustia del hallazgo, y a la vez, pérdida definitiva de dos vidas incipientes por maldad, ha condicionado las horas siguientes. Las conversaciones en el café, el tono de voz de los locutores de la radio, que no sabían cómo zafarse de la angustia del momento, el pensamiento clavado en la pena de la madre que, imagino, no se lo puede ni quiere creer y a la que, por mucho que intenten tranquilizarla, se le ha ido la paz para siempre, la sucesión de noticias que, decían los transportistas de nuevas, que eran imprescindibles para seguir viviendo: selección española vacunada, poderosos reunidos dándose codazos, la pandemia que sigue, la lucha por poner en libertad a quienes cometieron delitos para parecer buenos, los marroquíes disparatados amenazando con quedarse Ceuta para siempre, los hombres del tiempo anunciando tormentas de cuarenta grados o más, las salas de fiesta que abren, y de todo esto ¿qué?, ¿qué importa?, ¿qué es trascendente?, ¿qué nos mantiene despiertos?, ¿qué no nos deja respirar tranquilos? El mal. El mal por el mal, porque existe, porque no hay nada que trate de explicar, o camuflar, la animadversión delictiva de determinados hombres por mujeres, a las que sólo les desean el mal.
Esa maldad existe, ese horror puebla nuestra sociedad milenaria. Ese enfrentamiento sin razón de sexos opuestos, en el que sólo se utiliza la fuerza física y, por ende, la violencia, es parte de nuestra forma de vida, de la que no estamos dispuestos a cambiar, y sí estamos dispuestos a justificar envueltos en modos de ser, caracteres especiales, momentos de ira, enfrentamientos irracionales o enfermedades sin catalogar.
No hay nada de eso. Hay maldad, hay gente que disfruta con hacer sufrir a los demás. Hay gente que se ve realizada matando seres humanos, descuartizando cadáveres de quien previamente han asesinado, manifestando su fuerza a base de mandobles judiciales, burocráticos, humillaciones lacerantes en el pensamiento y perversos en la concepción de la idea y su posterior realización.
¿Creen que las películas de terror nacen de sueños?, ¿creen que cuando salen balas de metralletas por miles, hacen decidir a una madre entre asesinar a su hijo o a su hija, utilizan motosierras para asesinar en campus, o entierran en hormigón a supuestos enemigos, son ocurrencias del guionista? No. Es la vida misma. Es el ser humano, que es capaz de lo peor a cambio de una sonrisa de supuesta victoria.
Las mujeres somos el objetivo de los jefecillos desde siempre. Ahora se habla de ello, pero el dolor que nos ha silenciado unos minutos, la angustia si perdemos del campo de vista a nuestros hijos un segundo, el terror a que se crea grande si nos ve llorar, eso no se pasa, y como no se pasa no se olvida.
Queda mucho por aguantar, mucho por hacer, y aún más por dejar de justificar.
Matilde Muro Castillo.
(Artículo publicado en el diario Hoy de Badajoz el día 14 de junio de 2021)