1 de junio de 2021

IMPACTO AMBIENTAL



 



Ahora que se puede (o casi) viajo un poquito por los alrededores de donde quisiera realmente desplazarme, y veo cómo ha cambiado el paisaje, porque reconozco que, antes del año pasado entre cuatro paredes, ya no viajaba como antes.
A pesar de mi quietud, la cabeza no para y esos instintos que me han movido a lo largo de la vida de forma apasionada, se mantienen: la protección del patrimonio de todo tipo ha sido el norte y la ruina de mi vida, pero sigo empecinada en el tema y me disgusta ver lo que contemplo en estos momentos.
Extremadura está siendo asolada por la energía solar. Es verdad que a lo mejor trae mejora económica puntual, pero el largo plazo me parece siniestro.
Salgo desde Trujillo a Cáceres, y sin moverme más de cuatro kilómetros, una gigantesca mancha de placas solares invade cada vez más el paisaje que, en algún momento, se convirtió en la apuesta por conseguir ser Patrimonio de la Humanidad. Es espeluznante lo que está ocurriendo ante la impasible contemplación de los ediles municipales, la alegría de los que ponen la mano a las eléctricas y la enervante visión del que se había creído que ese paisaje se podría conservar como algo tan hermoso que quitaba el hipo. Ahora lo provoca.
Poco más allá, casi al llegar a Cáceres, de nuevo la mancha de placas solares que se expanden sin pudor con el argumento de que son terrenos baldíos. La tierra no es nunca baldía. Produce colores, olores, abrigos de animales, eso que los desconocedores llaman malas hierbas, abrigo a las abejas… y muchas cosas más que ahora no están ni volverán, porque el hormigón ha fijado placas al suelo muerto para siempre. Nuestros hijos van a heredar chatarra expandida porque nadie la querrá cuando hayan amortizado el horror.
Si viajo a Madrid, las placas de Almaraz casi invaden la carretera que nos van a pedir que paguemos una vez más. ¿Sigo?
Esta descripción puntual es para tratar de entender qué significa “impacto ambiental”. Me muero de pena cuando creo que ese día no fui al colegio, no me explicaron qué significaba bien, o no lo entendí, o me engañaron.
Si a estos paisajes que nos están asolando, si a las propuestas de horadar la tierra hasta el centro sobre el que gravita, si quieren hacernos creer que las minas al aire libre no producen impacto ambiental, tengo que pedir ayuda o mejor, tengo que pedir que se vayan los que conceden semejantes aberraciones. Váyanse de nuestro lado, déjennos vivir por favor, no nos mientan sin vergüenza, no nos digan que las placas son protectoras del medio ambiente, que nos van a ayudar a mejorar el planeta.
Si se dedicaran esos esfuerzos a cuidar los montes, a repoblar con árboles, producir biomasa, investigar con hidrógeno y dejar las cosas como se las han encontrado, otro gallo nos cantaría.
Seguimos padeciendo del mal del dinero, de la estupidez, de la facilidad de comprar a los políticos, cuanto más locales mejor, de mentir y de autodestruirnos. 
Sigo sufriendo por Trujillo y no se me pasa.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY el lunes 31 de mayo de 2021




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