29 de noviembre de 2021

APRENDER

 


Nos hacemos viejos sin querer. No me importa decir vieja, porque me gustan las cosas viejas, y cuanto más tiempo pasa, más me acepto en medio de la autocrítica, que no me deja vivir tranquila.
He repasado mentalmente cosas que he vivido y tenido que aprender a fuerza de golpetazos. He tenido que sobrevivir a cosas inenarrables, como no poder abrir una cuenta corriente cuando empecé a trabajar y me querían pagar, he aprendido a olvidar la peseta, y casi me cuesta la ruina total, y no sé si la cárcel, porque no entendía lo que gastaba y parecía que los bancos me regalaban. He aprendido a que el gasoil de mi coche molesta y procuro no andar con él por las grandes ciudades, que se las quieren dar de limpias y sin ruido (no voy a ellas, gracias a dios), pero no me gusta molestar.
He aprendido a manejar el ordenador (con muchas limitaciones, eso sí), pero me defiendo.
He tenido que cambiar mi opinión sobre los bancos, que antes eran lugares seguros para los que creíamos en ellos, y se han transformado en cuevas de animales carroñeros donde todo lo mío es suyo y sin explicaciones por parte de ellos, porque por mi parte he de decirles a todas horas qué voy a hacer con mis miserias, antes de que ellos las manipulen.
He aprendido a aceptar la lucha por todo, absolutamente por todo lo que es de sentido común, como que te reconozcan un trabajo bien hecho, que te quejes de un jefe canalla que intentó arruinarme algunos años de mi profesión, que me hagan caso cuando la idea que expongo parece que ha salido del género masculino, que me reconozcan que sé interpretar leyes en su justa medida,  porque sé leer igual que un funcionario que se dedica a enredar para deshacer la moral del personal con disquisiciones envueltas en su mente de tela de araña, y las cosas son más simples de lo que parecen.
He aprendido a dejar de querer, porque a veces no es conveniente querer tanto. He aprendido a olvidar, a pesar de tener una memoria que a veces me juega malas pasadas. He aprendido a disfrutar de la vida como Annie Leibovitz, esa fotógrafa a la que admiro sin límites y que dice que “mi vida ha sido un viaje salvaje”. He aprendido a saber que, si vives en un lugar hermoso, como me pasa porque vivo en Trujillo, te haces mejor persona, porque la belleza de sitios como esta ciudad llegan a moderarte el alma y los comportamientos; y muchos me dirán que no es verdad, pero es que no tienen el placer de pasear por esta ciudad maltratada por los gobernantes de turno, asolando sus paisajes alicatando con placas solares el entorno, restaurando iglesias del siglo XV con obras fantasmagóricas o usando su nombre para proyectos que generan más destrucción que bienestar a sus habitantes.
Con lo anterior, verán que no he aprendido a callar. No soy capaz de silenciar las atrocidades patrimoniales que se acometen en Trujillo, esta ciudad que durante muchos años ha sido la medicina del alma inquieta de cuantos la amamos sin paliativos.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 29 de Noviembre de 2021.


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