Para Emilio Vázquez.
En casa había muchos domingos que decían que eran lo normal, pero se transformaban en extraordinarios cuando la pereza generalizada, el reloj parado y la falta de obligaciones se extendía por todo el día.
Mi madre se levantaba la primera (siempre fue así), y hacía un enorme desayuno para todos, mientras los demás íbamos espabilando a nuestro ritmo y nos íbamos a la cama con mi padre (cada uno con su almohada, era la condición), y él nos contaba sin parar los cuentos que escuchábamos sin cerrar los ojos.
Caperucita llevaba herramientas en la cesta a casa de la abuelita porque el tejado fallaba, tenía que colgarle cuadros, y enseñarle a empalmar cables o cambiar fusibles. El lobo aparecía poco en su relato. La Bella Durmiente no murió. Comió demasiados madroños y se quedó dormida de la borrachera. El príncipe era un guarda forestal que la despertó y le explicó que no se puede abusar de nada por rico que sea. Blancanieves era gigante. Los enanitos eran normales… la casita de chocolate se derritió en un verano como el que estamos pasando hace décadas… y llegaba la voz de madre anunciando que el desayuno estaba dispuesto.
Saltábamos todos de la cama y desayunábamos juntos. Las horas pasaban en medio de conversaciones, risas, enfados inexplicables que hacían reír a los demás, anécdotas, preguntas, conversaciones infantiles sin fin que daban paso a la comida casi sin levantar la mesa del desayuno.
No había prisa. No pasaba nada ni había nada que hacer que no fuera la charla, hablar de todo sin más y aprender a escuchar a los otros mientras los brazos se levantaban para pedir la palabra, apuntar tonterías o decir la ocurrencia más imprevista.
Comíamos, se arreglaba la cocina, se hacía la siesta en absoluto silencio y con el enfado de todos porque no se ponía la televisión para respetar el sueño ajeno y, si no había planes de uno u otros, siempre había una partida de cartas dispuesta en la que se jugaban puntos y nunca dineros, ni nada que lo asemejara.
Ahí perder era complicado para unos más que para otros, pero la sangre no llegaba más allá de la sospecha infundada de miradas cómplices, risas escondidas, enfados soterrados y futuros retos de próximos domingos que no se sabía cuándo podrían ocurrir porque no todos los fines de semana los íbamos a pasar en casa vagueando.
Llegaba el lunes y no había pasado nada aparentemente importante, pero las verdades de Caperucita eran otras, la Bella Durmiente se derrumbó ante nuestros ojos, los enfados por perder en las cartas no servían para nada porque habría que aprender a ganar en la próxima. El colegio nos esperaba, mis padres trabajaban como siempre sin descanso y todo seguía.
En este lunes de después de las elecciones todo sigue como cuando pasábamos el domingo desperezándonos de la batalla de la semana previa: enfados, todos ganan, cuentos que no lo parecen, cuentas que no salen, el reloj que se detiene para muchos, cada uno con su almohada, y los ciudadanos a su trabajo sin cesar porque hay que seguir manteniendo la fantasía de una vida amable.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 24 de julio de 2023.
1 comentario:
Genial
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