21 de septiembre de 2023

INSACIABLES

 




INSACIABLES

Hace unos días, en una ciudad más grande que en la que vivo, pasé a un banco espectacular, con espacios increíbles, ambiente sereno, más o menos bullicioso por las personas que esperaban ser atendidos, pero con un aspecto impecable de limpieza y orden. Todo señalizado, mensajes para inspirar confianza: “somos tus guardianes”, “te queremos más que a nuestras vidas”, “te orientamos hoy para asegurarte el futuro”, “somos el adalid de la tranquilidad”… en fin, todo sospechoso pero bien disfrazado.
Pido número en una máquina para ser atendida, después de haber respondido a varias preguntas al aparato inánime: ¿es cliente nuestro?, ¿qué operación quiere realizar?, ¿tiene asesor?, ¿es la primera vez que usa nuestro servicio?, ¿desearía ser atendido por teléfono móvil? Indíquenos su número si la respuesta anterior ha sido sí. Respondido el interrogatorio me dan un número para ser atendida personalmente.
Cuarenta y dos minutos de espera después, sentada en unos confortables sillones blanquísimos y de acero helador, sale mi número en una pantalla e inmediatamente el trabajador de turno lo vocea.
¿Qué desea? Pregunta sin mirarme el banquero. 
Cambiar este billete por favor.
Extiende el brazo, coge el billete (sigue sin mirarme) e introduce el papel en una máquina como de plancharlo. Sale el billete a toda velocidad, estira con la uña más larga la esquina de la estampita y vuelve a introducirlo en la plancha, que lo devuelve. Sigue sin mirarme y lo introduce por otra ranura de otro aparato. Sale que se mata el billete y él empieza a teclear con fruición en un ordenador que tiene enfrente.
Sigo esperando a que me mire por si hay alguna duda en la operación, pero nada. Él a lo suyo y mi billete siendo diseccionado con el mayor interés. Leyó con devoción las respuestas a mi número de atención, porque me lo pidió sin mirarme aún, y con un gracioso movimiento vuelve a introducir por una tercera ranura el billete, que vuelve a salir escopeteado de la máquina (y no sé si ya borrado, porque no volví a verlo).
Sin mirarme dice que es una operación que no están obligados a hacer a los no clientes, que cuando necesite volver a cambiar dinero vaya a mi entidad bancaria, que ellos no pueden dedicarse a hacer este tipo de transacciones porque son una empresa privada y no pública, y que me hace el cambio porque había visto que llevaba esperando más de cuarenta minutos, y en las normas de la empresa (que él ya había tratado de corregir), no aparece este aviso a los usuarios ajenos. Me advirtió, amenazante, de que no iba a volver a hacerme cambio alguno.
No sé si, conociéndome yo, tenía el sistema nervioso bloqueado por la espera, por su estupidez, por el abuso, o el ambiente “kafkiano siglo XXI” de lo que estaba ocurriendo. Se me habían pasado muchísimas cosas por la cabeza. Empecé a pensar que no era real lo ocurrido, que el billete estaba envenenado, que ese sujeto tenía una enajenación mental, que yo podría sufrir un ataque y era mejor retirarme. Ahí estuve lista: me marché para contárselo a ustedes.
El billete era de 50 euros, y el cambio que me dio fueron dos billetes de veinte y uno de diez. No me atreví ni a contarlos en su presencia.
No me cobraron nada, es verdad, pero ahora los bancos, insaciables en su avaricia, quieren quedarse con nuestra vida, mente, y paciencia. Son lo más peligroso que nos rodea.

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 18 de septiembre de 2023.


6 de septiembre de 2023

LAS OTRAS COSAS

 

Desde primeros de mayo de 2023 el país está paralizado. Como había elecciones municipales y autonómicas, se decidió detener las ejecuciones presupuestarias que a los funcionarios les pareció bien, con la anuencia de los secretarios generales correspondientes, servicios jurídicos, interventores, y redactores de normas que sólo conducen al enredo, la desesperación del contribuyente y la angustia de una sociedad que, en silencio, tiene las almorranas sangrantes, los sueños perdidos, las manos les tiemblan y no saben cómo sobrevivir.

Hay una sociedad civil que da lustre a los políticos de turno. Asociaciones culturales, musicales, folclóricas, gastronómicas, religiosas, cofradías, cuidados de personas con disfunciones, enfermos de ELA, enfermos terminales de cáncer, enfermedades raras, deportistas de todos los niveles, amas de casa, bancos de alimentos… una interminable lista de personas que acumulan miles de estados de desesperación porque la administración descansa mientras deciden qué hacen con los dineros prometidos, aprobados, y reconocidos incluso en los presupuestos en vigor, pero que han decidido no ejecutar en nombre de normas elaboradas por quien sospecha que todos son, o han sido, de la condición del que entra de nuevo, o se prorroga en el poder, pero con nuevas ideas y otros socios que imponen nuevas formas de gobernar para amargar la vida a esa sociedad silenciosa, sin la que ellos no serían nada.

Todos los miembros de asociaciones sin ánimo de lucro pasan días de pasión incomprendida, porque si llaman a preguntar no hay respuesta, o la contestación es tan amarga que hasta llegan a decir que lo dejen, que si no ganan nada con formar parte de esas asociaciones, lo dejen y se dediquen a otra cosa. 

Han pasado más de tres meses desde que se ha parado todo. Las personas que forman y atienden a esos colectivos no suelen tener fortuna personal, porque no recurrirían a las miserias de las administraciones para sobrellevar sus proyectos, y sin embargo siguen tirando de los carros que en muchas ocasiones no les correspondería llevar, pero a los administradores de la cosa pública, que llevan desde mayo sin hacer absolutamente nada, les da lo mismo.

Hay vida detrás de otras cosas que nos nublan la mente, generan comentarios, o cubren las portadas de los periódicos y cualquier otro medio de comunicación, pero no lo parece.

Si supieran (no les importa nada) lo que se ha quedado en el camino pendiente de ejecutar por una firma, lo que se ha quedado en cajones, las vacaciones de personas necesitadas que se han suspendido, las ayudas a colectivos más que necesitados que no se han podido realizar, los actos culturales que ha habido que suspender, las visitas de personas importantes para nuestra región que ha habido que cancelar, los proyectos y programas que ha habido que cerrar hasta que (suponiendo que decidan trabajar) se puedan volver a abrir… llorarían de rabia si es verdad que lo que les importa es la región en la que viven, o de la que han salido para prosperar personalmente.

No hay piedad para la sociedad civil. Hay que ser político buscador de recompensas para vivir bien. Dedicarse a los demás sin ánimo de lucro está mal visto, e incluso puede costarte una condena pública si reclaman lo que se debe.

Empiecen a trabajar por favor. Es septiembre.