9 de noviembre de 2025

LA CADENCIA

 


El tiempo pasa acompasado y la vida se acomoda a él con cadencias difíciles de romper. No es necesario que ocurra una tragedia irresoluble, no hay que provocar acontecimientos imprevisibles, no hay que dejarse arrastrar por circunstancias borrosas, porque el tiempo acaba poniéndonos a todos en su sitio.

Todas las mañanas veo pasar a los mismos bajo mi ventana. Aunque vayan disfrazados son ellos mismos, y miro el reloj, alzo la vista a las nubes y están ahí, son ellos, los de todos los días que organizan un paisaje cotidiano, sin el que es difícil orientarse. Las voces de los que tratan de localizar a los otros son la música del día. El camión de reparto, el tractor de recogida de basuras, el mal humor del personaje que se cree el centro del mundo abriendo y cerrando puertas, ponen ritmo a lo cotidiano. He averiguado que a la perra de la vecina de enfrente la dejan sola con la venta abierta durante mucho tiempo por la mañana. Ladra sin cesar, y los propietarios no saben que el animal nos cuenta que se retrasan, que la cosa no ha ido bien, que la comida se les ha quemado o que se han olvidado del animalito que no deja de dar voces hasta que ellos llegan.

Las monjas del convento de al lado hacen un toque maravilloso de campana a las ocho menos diez de la mañana. Siete sonidos amables, humildes, sin querer molestar, diciendo que siguen vivas en la clausura y que el hambre acosa dentro de los muros.

A las persianas metálicas de la casa de al lado se les han soltado sus anclajes, pero no es problema porque aquí sopla poco el aire, pero cuando hay viento se desata el solo de batería para una ventana inconclusa, de autor anónimo y de duración indefinida.

De vez en cuando alguien se compra una radial. Es un instrumento funesto y aterrador para los ruidos. Se propone abrir puertas, ventanas, ahondar para una piscina, ahuecar los granitos o perfilar baldosas sin cesar a cualquier hora del día o de la noche. Hay que guarecerse en la casa mientras decide terminar la obra a ratos perdidos. Son aficionados a la herramienta, y el trabajo parece no tener fin. Nos preguntamos unos y otros qué tipo de avería se ha producido en ese lugar ante la duración y virulencia del ruido, pero un día de repente se para, y vuelve la paz a nuestras vidas sin explicación alguna.

El camión diario de los alimentos congelados para en la plazoleta y el chófer jamás para el motor. Él va a la carrera a distribuir sus productos con una carretilla oxidada que chilla como un gato loco cuando la hacen saltar sobre las piedras, y el camión sigue en marcha las horas que el trabajador necesite para descargarlo en medio del trote descompuesto que el suelo provoca.

Ha fallecido un vecino y nadie se ha hecho cargo de las gallinas. El gallo ha optado por seguir despertándonos a las seis de la mañana, revolotea buscando dónde comer, y hay días en los que se asoma a los jardines a saludarnos uno a uno, para comprobar si dormimos, digo yo.

Como ven, el día está adornado de músicas previsibles, insoportables y no son necesarios grandes escándalos para que te quiten el sosiego.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 10 de noviembre de 2025


28 de octubre de 2025

MIS CHICAS

 


Hace muchos años publiqué en este periódico un artículo con el mismo título. Hace muchísimos años de aquello, y hoy, con el estómago revuelto, tengo la necesidad de repetir lo que las mujeres son en mi entorno y en el del mundo en general, porque parece que el síntoma de “nosoynada” se apodera del panorama que, extendiéndose desde el subsuelo hasta las más altas cumbres, asola al género femenino.
Las personas que han rodeado mi infancia y desarrollo posterior, son mujeres. Madre, hermanas, profesoras, la señora Mari, nuestra panadera, las amigas de mi madre, las modistas, las lavanderas, las profesoras en casa después del colegio, las preparadoras de oposiciones, las recepcionistas del taller del primer coche que tuve, la única amiga que mantengo de mi profesión, la conocida que siempre está, la madre de mi ahijado, la persona que trabaja en casa hace más de cuarenta años, la paseadora de mis perros, la frutera de todos los días, mis amigas muertas… en definitiva el armazón de mi día a día, sin el que no podría sobrevivir, ni haber llegado hasta hoy.
Lo más extraordinario es que esto es lo habitual. A todos nos pasa lo mismo. Sin ese andamiaje femenino la vida no tira, el carro se para, lo cotidiano se descompone y saldríamos a la calle como pollos sin cabeza para que alguna mujer que pase por ahí de forma imperceptible, nos diga el camino a seguir, y me quejo de esto. Día a día contemplo con estupefacción cómo nos apartan, cómo resultamos invisibles estando al frente de telediarios, noticias de radio, dirigiendo periódicos o presidiendo comisiones europeas. ¿Cómo es posible que sólo dirijan los destinos abocados a la destrucción hombres que sólo entienden de poder omnímodo y formas infumables? ¿Dónde están las mujeres en Israel?, ¿qué pasa de las mujeres en Rusia (o como se llame ese sitio)?, ¿quién piensa en China? ¿hay mujeres en China?, ¿qué ocurre en Japón?, ¿dónde aparecen las mujeres del frente en la guerra de Ucrania?, ¿qué poder real tienen las mujeres en España, si no es el grito enfermizo de “Pedro vuelve” porque se marcha el resistente de turno?, ¿por qué salen corriendo “a otras cosas” personas como Nadia Calviño?:porque era brillante, ¿hay mujeres en África?, ¿conoce alguien si se las considera seres humanos?, ¿con quién negocian los esbirros de Putin en África del Sur para establecer mafias asesinas que exportan por todo el mundo?, ¿alguien ha vuelto oír hablar de Kamala Harris, vicepresidenta de Estados Unidos a la que han retirado la seguridad personal?, ¿saben que a Nancy Pelosi, presidenta del Congreso Americano, se le ha determinado la condición de emérita porque su sucesor es el presidente, los dos hoy sin arte ni parte en la política americana?
Seguiría hasta la próxima semana en la que me toque hablar a través de estas páginas, pero el ejemplo más espantoso de nuestra desaparición a manos del género masculino, es Afganistán, donde por activa y pasiva hemos pedido que la comunidad internacional se manifieste y hemos obtenido el más lacerante de los silencios. El horror al que estamos abocadas es la orden de los talibanes de no desenterrar a las mujeres que permanecen bajo los escombros del último terremoto. No son nada, ha dicho un mandatario del opio.
Ante nuestros ojos están provocando el terremoto, sólo queda esperar que nos dejen enterradas cuando todo se desmorone a manos de machitos infumables.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 29 de septiembre de 2025


EL JARDÍN

 

Ha sido un verano durísimo. Mi jardín lo ha pasado mal. No le ha faltado agua, tampoco cuidados, ni presencia que pretendía mitigar la crueldad del tiempo sofocante, la ausencia de noches refrescantes, ni los empeños de los malditos saltamontes en comerse las hojas lobuladas del árbol de Judas, que se enseñoreaba provocando a los hambrientos bichos.

La dureza del clima sigue, y sufro las consecuencias de mi vigilancia en el riego. No riego lo necesario como para que las plantas se sientan felices. Mi padre decía que yo “mojaba”, y mi amigo Paco Salazar, que entiende de jardines y plantas como pocos, dice, cuando le digo los minutos que tengo adjudicados a los riegos controlados, que someto a las plantas a un nerviosismo en su crecimiento difícil de soportar cuando las condiciones cambian. Paco tiene razón: no tengo aceitunas este año, no han florecido las zamboas y no tengo membrillos, las naranjas las cuento con los dedos de una mano, las granadas han reventado antes de madurar… en fin, un verdadero desastre que he contemplado a diario, porque no he dejado de atenderlo, pero no ha respondido a nada.

El jardín es mi refugio, y me ha costado reconocerlo. En momentos complicados me voy a mirarlo, arranco malas hierbas, conecto la manguera y trato de recomponer las insaciables hortensias quemadas por el sol, recorto la hiedra, le doy vueltas al depósito de compostaje y me canso muchísimo físicamente, pero ahí, en esos ratos se me ocurren las cosas más peregrinas, atizo la imaginación y trato de encontrar solución a lo que me complica el sueño, que es más de lo deseable.

He adquirido tal dependencia de él, que cuando no lo paseo, lo echo de menos y mi cabeza se enreda hasta límites difíciles de explicar. 

El invierno pasado llovió como hacía años que no ocurría. Soñé con un jardín desbordante, lleno de frutos (había podado a tiempo), paredes llenas de enredaderas perfectamente recortadas, porque mis vecinos, que no están al otro lado, protestan si alguna sombra de hojas verdes les invade, y con ese paraíso propio, silencioso muchas veces, en el que me siento libre y no lo necesito para leer, como casi todo el que me conoce dice que lo tengo, sino para lavar la cabeza por dentro y descansar machacándome físicamente, me las prometía más que felices.

Todo lo había imaginado perfecto, pero no ha sido así. El jardín no me ha respondido a los cuidados. Se ha acobardado ante las circunstancias, se ha sofocado ante la falta de aire fresco, se ha hundido en la abundancia de un agua inesperada que ha ahogado su capacidad de digerir esa cantidad insólita de riegos en el invierno, ha rechazado el apoyo emocional de la presencia constante, ha decidido por su cuenta que sólo mantiene feroz e invasivo el tapiz verde del suelo, para que trabaje más recortándolo y dándole la apariencia de lugar disfrutable, pero no me engaña. Hace muchos años que nos conocemos y sabemos, el uno del otro, de nuestras debilidades.

Sigue el calor. Sigo con el riego por goteo. Sigo empeñada en que me responda, voy y vengo sin cesar, pero sigo sin dormir bien. Algo nos pasa a los dos. 

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario Hoy de Badajoz el 27 de octubre de 2025.


PING - PONG

 


Acudo, no con demasiada frecuencia, a las oficinas de la administración y sus modales se han trasladado a la vida cotidiana, a las maneras de gobierno, a las relaciones entre instituciones, a los encuentros entre amigos, a las creaciones de foros de discusión amables, a las peticiones formales de cualquier tenor, a la vida en general.
Es agotador saber que hagas lo que hagas o pretendas cualquier cosa que hasta ese momento era habitual, se inicia un camino poblado de innumerables dificultades que hay que saltar, aunque las fuerzas no den ni para caminar.
La táctica de “no es mío, pase al siguiente escalón”, “demuéstreme que el aparato se ha parado mandándome un video en el que está quieto”, “no me corresponde la solución a su problema”, “me lo encontré así al llegar, y así está”, “cortaron los árboles sin que me enterara”, “su solicitud se extravió por razones desconocidas”, “el sistema operativo ha fallado y no sabemos la razón”, “los avisos no funcionaron: habrá que estudiarlo”, “son tantas las solicitudes que no podemos atenderlas”, “lamentamos lo que está ocurriendo y aguántese”, “transcurridos treinta y siete minutos de su llamada en espera, le rogamos que vuelva a llamar”, “no recogemos citas previas hace tres años”, “compre un nuevo coche porque el suyo nos parece viejo y le prohibimos circular”, “ha quedado eliminado el servicio que funcionaba hasta nueva orden”, “no se admiten nuevas ideas”, “lo publicado no responde a la realidad, pero es lo que hay”, “las manos en la cabeza no significan nada”, “el horror ante las imágenes es la nueva forma de expresión”, “su factura de hace veintiséis años no aparece. No estamos obligados a emitir una nueva. Tiene usted que demostrar que nos pagó”, “su propuesta es brillante, pero se tendrá en cuenta en otro momento”, “consideramos que su situación en la vida actual bordea los límites de la permisión”, “si no conoce la orientación de nuestra política actual, deberá ponerse al día”, “reconocemos las molestias que estamos ocasionándole. No tienen fecha de fin”, “sabemos que estamos arruinándole la vida y el descanso, pero nuestro negocio es más importante que su estado mental”, “abordaremos su necesidad cuando nos sea posible”, “cerramos su banco por razones propias. Diríjase a cualquier otro más cercano. Su cuenta ha sido bloqueada”, “la demora en la remisión del documento de identidad que nos reclama se está produciendo por razones ajenas a nuestra voluntad”, “el retraso en el envío de su correspondencia y paquetería se debe a razones con motivos de solución fuera de nuestro alcance”, “su analítica de hace dos meses ha sido remitida por error a otra persona. Vuelva por favor a repetirla”. 
Mucho más, pero la extensión de la columna no aguanta tanto, es el “ping”. La otra mejilla, con cara de imbécil, sensación de estafado, percepción de impotencia, trato vejatorio y humillación permanente es el “pong”. Es decir, el deporte nacional sin saberlo. Supongamos que soy alarmista y todo no es malo, pero hay que suponerlo, porque si miro a mi alrededor y trato de vivir, leo las reglas del deporte en cuestión y creo que vivo en China, donde los deportistas de “ping-pong” los hay a millones, y la falta de libertad, sentirse seres humanos respetados, y tratados como rebaños atontados, se les nota. 

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario Hoy de Badajoz el 13 de octubre de 2025.




4 de septiembre de 2025

EL SILENCIO

 



La España vaciada que se llena en verano, se transforma
en un verdadero infierno.

Sigo sin entender las razones que llevan a los turistas a visitarnos, a los nacionales a descubrir nuevos lugares, y a los del lugar a moverse como pollos sin cabeza de un lado al otro.
La búsqueda de lugares para descansar de la rutina habitual, se ha transformado en una tarea imposible. Si empezamos por los fines de semana, en los que los lugares de segundas viviendas se pueblan, es imposible el sosiego por los ruidos que se generan de forma gratuita y sin respeto a los otros de la misma especie. 
El vecino del chalet de al lado aprovecha la madrugada para cortar el césped que ha crecido durante la semana que ha pasado en la capital ganándose los cuartos y amargándose. Va al chalet a disfrutar de no se sabe qué, pero a no dejar dormir al resto.
Los servicios de limpieza municipales se emplean a fondo los fines de semana. Hombres vestidos de forma rara, provistos de máquinas con cañones de aire, arrinconan las hojas que caen de los árboles en medio de un ruido infernal que ellos se protegen con cascos aislantes de sonido, sin importarles lo más mínimo la vecindad.
Los camiones de la basura desconocen los horarios de descanso. Sus máquinas trituradoras se enseñorean en todo momento, para que cuando llegue la cuota de la basura nadie pueda decir que allí no se recoge nada. Se recoge todo sin piedad y sin clasificar. No digamos ya cuando vacían de madrugada las bombas verdes de los cristales en medio de un ruido atronador y dejando la calzada sembrada de cascotes rotos que amenazan la integridad del viandante.
Los ayuntamientos no tienen empacho en utilizar los lugares públicos para cualquier ocurrencia, siempre alimentada por atronadores altavoces de músicas insoportables que hacen temblar los cristales aislantes, antibalas, reforzados y antitodo que los vecinos han puesto para buscar silencio. Poco a poco los cristales y el aislamiento se desmoronan sin solución, porque la música envuelve las borracheras callejeras, la ingesta de opiáceos en las calles y las juergas mal entendidas que siembran de basura lo que es de todos, y que hacen necesaria la presencia de los camiones trituradores a cualquier hora.
Las iglesias quieren que los fieles vayan a toque de campana infinito a sus novenas, para conseguir lo que con actos ejemplarizantes no son capaces de lograr. Las campanas atosigan, enrarecen los ambientes y enfurecen a los visitantes, que no saben qué está pasando ante el escándalo ambiental.
Para sostener la economía local y dotar de fuerza a los emprendedores de pacotilla, se autoriza todo lo que haga ruido. Se permite el cambio de uso de edificios históricos para alojar bodas, banquetes y bautizos con un ruido infernal y un destrozo patrimonial sin control. Se bendicen sin dilación las infracciones urbanísticas. Se usa la vía pública como propia con el uso indeterminado de vallas que cortan el paso en medio de pitadas constantes ante los cortes de tráfico aleatorios.
Puedo seguir sin parar de quejarme de la falta de silencio. Es el bien más preciado que tiene nuestra España abandonada, y también están acabando con él.
Si alguien me escucha, si puede oírme, por favor, protéjanos de este horror que nos acorrala y maltrata.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 1 de septiembre de 2025.


LA BICICLETA

 


Siendo niña gané un concurso convocado por El Corte Inglés, y el premio era una bicicleta. Tenía que ir a Madrid con mis padres a recogerla, pero el asunto se fue alargando por motivos distintos: fechas, modos de ir, imposibilidad de entregármela físicamente, complicaciones supuestas para traerla a casa (yo estaba dispuesta pedalear el puerto de Miravete sin aspavientos), y tras muchas reclamaciones, me mandaron por transportes un par de patines perfectamente embalados y con una tarjeta de felicitación por el logro conseguido. Me quedé sin bicicleta.
Seguía con la perra de tener una, y pesada que soy frente a las adversidades, conseguí que mi padre comprara una para todos, y así fue como vimos aparecer la bicicleta en nuestra casa de verano en Valladolid cabalgada por nuestro progenitor, que pedaleaba sin resuello para asombrarnos. Nos dejó pasmados. Aquel vehículo era negro, de ruedas inmensas, sin barra central, frenos de hierro, un trasportín trasero y, como era normal entonces, nada de cambios, piñones distintos, ni marchas, ni nada que se le pareciera a lo que ahora se estila. Era un sueño. La justa correspondencia a la insistencia agotadora de tener una bicicleta, que me daba igual compartir con mis hermanos, y que la disfrutamos como si fuera grácil, fácil de manejar y hecha a la medida de todos. Allí fortalecimos piernas, brazos, glúteos, cuello, pecho y nos recuperamos de las más tremendas heridas en las rodillas que nunca hemos tenido. No recuerdo su final, pero parece que la estoy viendo apoyada con un pedal en el porche de la casa, como si un Ferrari me estuviera esperando a la puerta.
Después quise comprarme una porque tenía dinero para ello. Me ilusionaba una de marca italiana que tenían mis primos, y por más que lo intenté, la cosa se quedó en una BH roja que ahora hacen furor, pero no era lo que yo quería. Sí le di uso. Corría más que la negra y pesaba menos. Hacíamos carreras y nos metíamos por todas partes, llegando a formar parte casi de nuestra anatomía, porque no nos bajábamos de ella, la limpiaba con devoción, la protegía de los extraños, y llegué a cambiarle las empuñaduras por otras un poco más rumbosas que me hicieron callos en las manos. En fin, que lo que brilla no siempre es lo mejor. Pasó de mano en mano, de casa en casa y hasta hace poco la he tenido colgada del techo del desván. Ahora que escribo sobe ella, me doy cuenta de que le he perdido la pista.
Luego me dio por andar por los campos para hacer ejercicio, y me compré una Orbea. Anduve con ella arriba y abajo, cuando el calor no apretaba y las fuerzas respondían. Llegué a arriesgarme entre el tráfico y, no sin cierto pavor, circulé una o dos veces entre los coches mientras el corazón se me salía del pecho y veía cómo me recogía la ambulancia de turno. Abandoné la aventura urbanita y seguí por el campo, donde todo me resulta más reconocible. Pasó un tiempo, y la regalé.
No tengo bicicleta estática. No la quiero. Pienso de ellas que la vida se para, que no hay fuerzas para seguir, que hay que pedalear sin moverse y que los paisajes no cambian. Si cambio de opinión, igual me presento a otro concurso, a ver si gano una de las que se mueven, y me la entregan.

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Baadajoz el 18 de agosto de 2025

15 de agosto de 2025

LO QUE HAY

 


Hace días que dejé de escribir las dos columnas al mes que me publica el periódico. 

Hace un mes que no escribo columnas, y vuelvo a enfrentarme a la necesidad de ser ocurrente, que alguien lea en medio de este calor, que sigan buscando en sus dispositivos por si aparezco y qué es lo que está pasando bajo mi punto de vista.

Me da una pereza enorme envolverme en el lodazal que nos circunda. No quiero hablar de lo que abre los noticiarios. Me produce tristeza la desconfianza y el mal humor generalizados, y me irrita profundamente la mentira descarada y la manipulación de los sentimientos ajenos.

Durante este tiempo tan corto, he revuelto papeles sin cesar. He descubierto cosas que tenía y había olvidado, como si no fueran importantes y no supiera que esos objetos me producen felicidad, sólo al tenerlos entre las manos. He pretendido poner todo lo hallado en primera línea, pero el paso de los días y los encuentros, han vuelto a dejarlos escondidos tras los que iban apareciendo y el resultado es que he trabajado, movido las cosas con pasión y sin conocimiento, y se han vuelto a perder.

Ahora he perdido la visión general que tenía memorizada. Ya no puedo ir a tiro hecho a rescatar lo que necesito de inmediato, porque he cambiado de sitio lo que no sabía que estaba ahí, y desde hace decenios no necesitaba. Me he complicado la vida, y creo que es lo que nos pasa con los recuerdos: afloran sin saber muy bien porqué, los revivimos, nos recreamos en ellos, y al volver a la realidad, no sabemos muy bien dónde estamos.

A lo mejor el caos presente que me incomoda, es producto de recuerdos que deberían haber sido borrados y no retenidos en alguna parte del agujero negro que es la mente de cada uno, allí donde se guardan los orígenes de nuestra vida, de forma imprecisa, pero real, porque las vivencias no se pierden nunca. A esta teoría que me administro con frecuencia, no soy capaz de aplicarle fórmula física ni matemática alguna, pero resulta que mi entorno ha cambiado de repente, sólo por mover recuerdos, por colocar lo que antes ya estaba ordenado de otro modo, y creer que lo que se había quedado al fondo del armario, carecía de importancia.

El lío es fenomenal, y como ha pasado el tiempo, a lo mejor lo que me pasa es que me cuesta más retener lo nuevo que antes, pero lo dudo.

Posiblemente, lo que debo aprender es que lo que hay, lo que me molesta, de lo que no quiero escribir, lo que no puedo contemplar fríamente y de lo que me siento más víctima que espectador, es a lo que me tengo que acostumbrar. El problema es que las articulaciones ya no son flexibles, las neuronas están fuertemente asentadas, los malos modos no los acepto, y que nos mientan a diario es complicado de asumir.

Tenemos todos la responsabilidad de intentar cambiar para bien, no aceptar lo que hay, aunque no reconozcamos el aspecto de las estanterías de nuestra vida.


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado el diario HOY de Badajoz el 4 de agosto de 2025.


29 de junio de 2025

EL PASO DEL TIEMPO

 


He tenido unos veranos de infancia memorables. Mis hermanos, con los que los pasaba, probablemente no los recuerden como yo, porque las emociones se reparten de forma desigual y los recuerdos anidan en lugares distintos, no ya del cerebro, que se sabe que es nuestro motor, sino en otros sentidos que se avivan cuando el impulso se repite y despierta las sensaciones adormecidas por falta de uso.
Cuando nos dejaban, íbamos a la era a media mañana a subir a los trillos y dar vueltas sin parar tirados por las mulas y los caballos, siempre bajo la atenta mirada de los pastores, porque no dominábamos bien las riendas y los animales se resentían del manejo violento.
Otras veces organizábamos excursiones, a las cuatro de la tarde, que consistían en ir a través de la pradera a un remolino de árboles a unos doscientos metros de distancia de nuestra casa veraniega. Mi madre nos hacía bocadillos, ponía un tomate, un melocotón y agua a cada uno. Llegados a destino, merendábamos a las cinco, inspeccionábamos el lugar como si fuéramos aventureros de alto riesgo, y a las seis estábamos en casa para meternos en la piscina de mis tíos hasta las nueve de la noche, cuando las llamadas apremiantes nos hacían salir tiritando de frío y arrugados como pasas. Ducha caliente obligatoria, pijama, cena y a dormir sin saber nada de lo que ocurriera en ese tiempo hasta que nos llamaban de nuevo con el desayuno puesto.
Mi madre nos enseñó a plantar árboles alrededor de la casa. Mi padre nos enseñó a abonar, a trazar líneas rectas para sembrar con orden, a mantener el césped, a identificar especies, y a colgar cuadros de la pared, porque la gran afición de mi madre era cambiarlos constantemente de lugar. Ella nunca consideró necesario poner tacos de fijación, él manejaba todo tipo de herramientas y sometía a las escarpias colocadas a pruebas de resistencia antes de colgar el cuadro que, a los aprendices y a mi madre, desesperaban.
Aprendimos a estar sin zapatos durante tres meses pisando toda clase de suelos y tierras. Montábamos en bicicleta de cuatro en cuatro, recogíamos fruta y en ocasiones nos llevaban a coger garbanzos “porque era entretenido”; rehacíamos trozos de paredes de piedra caídos; subíamos y bajábamos cerros acompañados de ellos y no nos faltaba el resuello; ayudábamos a reparar el riego por goteo cuando las ratas (o vaya usted a saber qué animal) mordía los tubos; íbamos al pueblo de al lado una vez al mes a comprar pastelillos industriales a una fábrica innovadora de la zona y, de repente, se acababa el verano, no había nada que recoger para el siguiente porque de lo vivido entonces no era nada necesario para lo que nos aguardaba en el invierno.
 El verano ahora es trabajoso. Trasladarse de lugar supone hacer una mudanza. Lo de aquí va para allá, y vuelve. A las cuatro de la tarde se aviva el fuego del cielo, ir solos a doscientos metros no se puede, la piscina de los tíos es de ellos y de nadie más, las bicicletas de uno en uno, las eras no existen, descalzos ni soñar, y poner escarpias en la pared o plantar árboles no es cosa de familia: es de campamentos. En días como éste en los que recuerdo cosas, me doy cuenta de que el tiempo pasa implacable.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el 23 de junio de 2025.


10 de junio de 2025

ESTRUCTURAL

 


El anuncio de la desaparición de muchos pueblos en Extremadura corre parejo a la misma tendencia de despoblación del ámbito rural que sufren casi todas las regiones de España, más o menos ocultado por las autoridades, que lo consideran un fracaso de la política que llevan a cabo.
Esta situación de desajustes se puede trasladar a cualquiera de los ámbitos de nuestra vida actual. España recibe noventa millones de personas al año que vienen a tomar el sol, comer, beber y descansar a su manera, porque se matan trotando por las plazas de las ciudades bajo un sol desconocido, pero resulta que no hay personal de servicio para tanta gente, porque los del servicio también quieren descansar cuando lo hacen los que vienen en tropel.
La población española ha crecido en diez millones de personas en muy poco espacio de tiempo, pero aquí los niños no nacen. Vienen los que tienen la vida resuelta a comprar pisos, sumarse a la juerga o el descanso, y no pagar impuestos que no sean los derivados de su asueto. Es decir, no producen nada.
A esos diez millones de personas hay que proporcionarles vivienda, servicios, administración y gestión de la cosa pública, pero no hay funcionarios. Las oficinas de todo tipo siguen manteniendo la petición de cita previa pase lo que pase. Los teléfonos de la cita previa no se descuelgan, las páginas web ministeriales están atascadas o caídas sin levantarse, los administrados están desnortados y nadie responde.
España se vacía por todas partes, y se rellena con visitantes. Es un factor estructural que hay que tener en cuenta porque nuestra vida no es la de antes. Hemos cambiado y queremos seguir disfrutando de nuestras costumbres, de las horas de comer, de las de descanso, de la cervecita con los amigos y las tardes enteras de parloteo, pero no es posible ya. 
Nos resistimos a cambiar, porque es duro, pero habrá que hacerlo para sobrevivir. La invasión de turistas, y la pretensión de que ese sector siga creciendo porque forma parte de nuestra economía más que ningún otro, no se puede hacer sin cambiar.
Las costas no dan más de sí. La España interior no está preparada para recibir tanto como quieren, los cruceros de miles de personas cada dos horas asolan las ciudades en las que atracan, los habitantes de los lugares que se ponen de moda salen a calle con pancartas diciendo que no quieren tanto progreso, pero las costuras siguen reventando por los costados.
O la política se hace cargo de este cambio que nos está siendo impuesto, o reventaremos porque no podemos atender a quien nos visita bajo el reclamo de la excelencia.
¿Cómo se pueden abandonar pueblos con un patrimonio histórico incalculable, paisajes que emocionan, costumbres irrepetibles e historia memorable? ¿Por qué no abrimos las puertas de las casas cerradas por abandono? ¿Cómo no se invierte en “repoblar de personas” esos tesoros que van a desparecer? No entiendo nada. 
Hoy he recibido de mi servidor de correo electrónico una notificación diciendo que “cambia de política” y a continuación 67 páginas con un texto ininteligible acerca de mi privacidad, de la que saben todo. Pues es lo mismo que vivo día a día: cada vez más presionada por políticas estructurales que no entiendo.

MATILDE MURO CASTILLO.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 9 de junio de 2025




26 de mayo de 2025

GOYA EN BADAJOZ

 


Una de las emociones más grandes de mi vida fue visitar el Museo del Prado siendo muy pequeña y colocarme frente a frente a las pinturas de Goya. La obra de Goya ha sido desplazada en El Prado varias veces, supongo que por demandas de la conservación, las modas, los nuevos gustos de los nuevos organizadores o, como ocurre en los supermercados, para que paseemos por sitios distintos a los de siempre para ver la enorme oferta del museo, que verdaderamente sobrecoge.
Siempre Goya me fascinó. La familia de Carlos IV, los retratos de la duquesa de Alba, el de su amigo Jovellanos, el maravilloso de Godoy, los paisajes de Madrid, las pinturas negras, los frescos de San Antonio de la Florida, el precioso paisaje pequeño que alberga el Monasterio de Guadalupe, la obra inmensa y variada de la Casa de Alba, sus cartas publicadas por la Fundación Fernando el Católico de Zaragoza… han supuesto un esfuerzo constante de búsqueda por aprender del maestro, seguir sus pasos, comprender cuáles eran las motivaciones de su cambio de carácter reflejado detrás de la obra de arte y esa inspiración constante en la que todo lo que pasaba a su alrededor le afectaba, lo quería contar y dejar para la posteridad. La rapidez del trazo, la perfección de las transparencias, los detalles pequeños de los juguetes de los príncipes, los perros peinados y adornados igual que la propietaria, las condecoraciones, el plumaje de los sombreros militares, los brillos de las espadas, los tejidos de las camisas ensangrentadas, las miradas aterradas de los caballos en batalla. Goya en suma, la vida misma plasmada en miles de lienzos maestros que dejaron escrita la historia de España mientras él vivió.
Ahora está su legado en Badajoz. Es un sueño. Pensar que lo he visto en casa, cerca, en Extremadura, marcando las pautas del siglo XX, explicando cómo los que le siguieron hicieron lo que él ya había hecho, aplicando todas las formas de la expresión del arte desde el grabado, como él hizo, a la fotografía, que no conoció, es verdaderamente un sueño.
He visto la exposición del Museo de Bellas Artes de Badajoz dos veces. Voy a verla más hasta que se levante el 29 de junio, porque la enseñanza de Don Francisco es eterna. 
El dolor de la guerra manifestado por Capa en sus fotografías de la Guerra Civil parece la continuidad de los desastres de Goya, y así nos lo muestra el Museo. Los tullidos de Botero frente a los Pedigüeños de otro de sus grabados de los desastres, una obra de Amalia Avia y otra de Cristóbal Toral frente a la familia de Carlos IV… en definitiva, un sinfín de emociones que sólo el arte puede proporcionar.
El catálogo es espléndido, los textos nos ponen al tanto del enorme esfuerzo realizado para traer semejante exposición a Badajoz, y nadie debería perdérsela, porque merece la pena reflexionar acerca de lo poco que cambiamos con el paso del tiempo, de cómo seguimos siendo viles, cómo nos gusta la guerra, ver gente morir incomprensiblemente, y aplaudir a caudillos irracionales. No cambiamos, no cambiaremos, pero el arte es imprescindible para evitar que nos extingamos por nuestros propios medios.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 26 de mayo de 2025




12 de mayo de 2025

LOS LIBROS

 



El viernes pasado se ha inaugurado en Badajoz la XLIV edición de la Feria del Libro. Aportando un esfuerzo económico encomiable, así como una entrega física e intelectual de todos los participantes en ella desde el Ayuntamiento (gracias a raudales a Elena, que no conoce el descanso, y menos aún el sosiego), se ha abierto al público la exhibición de los sueños de cientos de autores que, entre páginas impresas, cuentan sus pensamientos y hacen gala de elucubraciones fantásticas.
Los libros tienen un poder curativo indudable. A los que nos gustan no nos cansamos de hacer proselitismo acerca de sus bondades, de lo que atesoran, de lo que nos permiten viajar sin mover un pie, de lo que ayudan, lo que enseñan y lo necesarios que son en nuestras vidas.
Los que los atesoramos en cantidades poco lógicas, no entendemos la preocupación que despiertan en los familiares con los que convivimos al no saber qué hacer con ellos cuando desparezcamos, dejando colocada en estantes esa inmensa hoguera que se puede crear, dedicándoles una última voluntad de decidir por cuál empieza la quema. Nos da lo mismo, porque no nos vamos a enterar. Los libros son para vivirlos, compartirlos sin abrir, tenerlos porque dan calorcito y enfrían malas ideas, y alimentan mucho más de lo que exigen.
No es necesario tener bibliotecas encuadernadas en piel, ni cantorales en casa, ni incunables, ni nada que se suponga que tiene un valor económico que va a dejar ricos a los descendientes. No. Los acumuladores de libros, elegantemente denominados bibliófilos, somos otra cosa. Nuestros libros son los que se exponen en la feria, los que están a su alcance, los que nos abren los ojos y cuentan cómo van las cosas en el momento en el que han sido escritos. No persigue el objeto otra razón de valor, y ese chisme que hace las delicias de los que buscan entretenimiento, conocimiento o explicaciones, vale lo que cada uno quiere adjudicarle.
En mi vida hay libros inolvidables, que no tienen valor económico alguno, pero que forman parte de mí. "Alicia en el país de las maravillas", "El Enamorado de la Osa Mayor", "Las memorias de Adriano", "Lecturas a poniente", "Paula", "Le dedico mi silencio", "El honor perdido de Katharina Blum", "Cuentos orientales"…. y podría no callar, acabar la columna con títulos, uno tras otro, que se esconden entre sí, porque es verdad que los espacios encogen ante presencias constantes de advenedizos.
En la feria del libro de este año la Unión de Bibliófilos Extremeños homenajea a Alejandro Pachón y su amor por lo impreso. No le importó nunca el valor material de lo guardado, atesoró lo efímero, lo que los demás tiramos sin empacho pero que, de forma imperceptible, envuelve, como si fuéramos pescados sin vida, nuestro día a día. Sabiendo el valor de las cosas aparentemente inútiles, las guardó por si alguna vez eran necesarias, y ahora, cuando él ha fallecido, resultan hermosas, imprescindibles y desatan la curiosidad de los que se quieran detener a mirar tebeos, carteles de cine, cómics, libros de texto escritos por él, y a lo mejor deciden que lo impreso sirve, arropa, acompaña y nos hace recuperar la memoria que creíamos perdida.
Gracias Pepa, gracias Alejandro, gracias Martín Carrasco


Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 12 de mayo de 2025.


5 de mayo de 2025

MI PROFESORA

 

Hoy cumple noventa años mi profesora. Esa persona que de repente aparece en tu vida para hacerla mejor, para hacerte algo que ni tú mismo sabes de qué se trata, pero que no tiene nada malo. Todo lo recuerdas de sus enseñanzas es bueno, aprovechable, divertido, inolvidable, emocionante de compartir e insustituible.

Mi profesora ha sido, en todos los aspectos de mi vida de estudiante, y luego de enredadora, María Jesús Berlana Fernández. Me enseñó lo importante que es la literatura para reconducir la imaginación, lo imprescindible del cine para aprender de otros mundos en movimiento, atesorar los diálogos y repetir las réplicas y contrarréplicas de “Lo que el viento se llevó”, que ella recibía en cartas escritas por su hermano a un convento en Estados Unidos, donde aprendió de la libertad que decidió disfrutar y enseñar a disfrutar a sus alumnos con posterioridad, sin ataduras que no fueran la rectitud, el respeto a los demás, el conocimiento y la diversión en todo.

Me enseñó a jugar a las cartas, en una timba en su casa, de la que me reservo los integrantes.

Me enseñó a conocer Londres. Viajamos juntas y ella lo conocía por las películas (de nuevo el cine), y caminamos por la ciudad en aquel aniversario de la reina Isabel (me parece que era el veinticinco), como si viviéramos allí, porque ella tenía memorizadas las calles, tiendas y restaurantes como si fuera un taxista londinense.

Viajamos por España también, y disfrutamos de los tesoros escondidos, se explayaba en el amor al arte, porque tiene profundos conocimientos de la historia y lee sin cesar para prender y seguir enseñando (ahora dice que enseña para adentro).

Me dejó durante tres años que diera una clase de las suyas en el colegio en el que yo había estudiado, para que viera cómo se sufre enseñando, y que es verdad que cuando llega junio, casi todos los profesores están roncos, agotados y con ganas de llorar de cansancio infinito. Me dejó aprender sin molestarme, sin acosarme, sin decirme nada que no fuera útil.

Fue amiga de mi familia. Una más en las meriendas que de vez en cuando mi madre organizaba en casa con amigos comunes y nos inundaba con dulces que mi madre elaboraba, todos alabábamos y nadie éramos capaces de reproducir. Conversaba con mi padre de los temas más peregrinos y se divertía sin parar.

Al pasar los años yo me he alejado. Ella sigue ahí sin dejarme. Lee mis columnas, me pone mensajes, y yo le prometo una y otra vez que voy a verla, que me pasaré con ella lo que sea necesario, que le llevaré dulces o lo que se me ocurra, pero nunca lo cumplo. No he salido lo fiel que ella es y merece. No me he comportado con ella como debiera, y por eso esta columna a destiempo en mi cadencia en el periódico, el día de su cumpleaños, para decirle lo importante que ha sido en mi vida, y que sigue siéndolo, porque está a mi lado, y aunque me diga que ha vivido demasiado, nunca será lo suficiente para los que tanto te debemos María Jesús, y tanto te queremos.

Felicidades cumpleañera.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en e diario HOY de Badajoz el día 5 de mayo de 2025.



29 de abril de 2025

MI PAISAJE

 

He ido al mar a comprobar si sigue tan cansino, ola tras ola, sin dejar de hacer ruido, con una humedad imposible de aguantar y con un hambre voraz por destruir todo lo que se pone a su paso. Sigue igual. Es incombustible. Es una pesadilla que se limita a invadir playas, arañar rocas inmensas y hundir barcos cuando se creen que pueden con él. 

Esta es mi visión de ese espacio inmenso que genera emociones incontenibles, que arrastra multitudes que se agolpan en un chiringuito para aplaudir cuando se pone el sol a diario, desata la imaginación de creadores de novelas, músicas, modas e ingenios generadores de energía. Millones de personas se agolpan en sus bordes para pasar días infernales, codo con codo, y sin intimidad para descansar. Las playas son repuestas artificialmente cuando se enfurece y se lleva la arena vaya usted a saber dónde, y el negocio crece cada vez más cerca de sus fauces que, sin piedad, se lo lleva en una bocanada. A pesar de todo estas evidencias, el mar embruja a muchas personas. Encuentran en él motivos de enamoramiento, de caminata diaria, de su razón de existir porque dicen que son su presencia se sienten mal, de inversión para la vejez comprando apartamentos que se llenan de moho en invierno y el descanso lo dedican a limpiar. Es fuente de alimentación, pero ahí no entro porque me gusta el pescado y el trabajo que el mar proporciona a los pescadores no puede ser más duro y hermoso al tiempo, pero ese mar que he ido a ver, me decepciona.

Volví conduciendo por carreteras de interior y cuanto más me adentraba en la tierra firme, en los bosques de encinas y alcornoques, en las inmensas praderas que ahora están de un verde agobiante, regadas por riachuelos repentinos después de un invierno glorioso, riachuelos que pasan bajo puentes que nunca se sabía por qué ni para qué estaban ahí y tenían pinta de seculares, empecé a tranquilizarme. Paré a coger flores de la cuneta, me di una vuelta entre manzanillas en flor, chaparros, madroños florecidos, encinas con hojas nuevas, setas imposibles de clasificar, hierbabuena, piedras brillantes, caminos descarnados por el agua, y escuché el silencio.

Este es mi paisaje. Esta es mi vida de verdad. No necesito nada más que el silencio, que la hierba crezca sin ruido, que el agua no se precipite porque la tierra siempre la necesita, que los animales encuentren refugio y no se asomen a mirar. Necesito estos paisajes serenos, que cambian de color en horas porque el sol arrasa con todo, pero vuelve a crecer por su cuenta. 

Cuando me he acercado a la medio civilización en la que vivo, estaba más tranquila. Se me había pasado el desasosiego del mar y, aunque sé que vienen días duros de calor, de tardes interminables de sesteo y quejas porque deja de llover, este paisaje del que disfrutamos los que aquí vivimos no tiene explicación posible. Hay que olerlo, caminar por él, dejarse perder entre veredas y ver sin aplausos cómo el sol sale a diario y se pone detrás de las torres que lo vigilan.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 28 de abril de 2025.



14 de abril de 2025

PASEAR

 





Dicen los médicos que andar es salud. Cansa, pero alarga la vida y mejora las condiciones de supervivencia a fuerza de respirar hondo y largas siestas tras el desplazamiento. Es bueno seguir ese consejo.
Prefiero pasear. Andar ya me supone un esfuerzo añadido al que me he rendido. Caminé con desatino hace unos años por razones de un manifiesto deterioro físico sobrevenido, pero resuelto el percance, he optado por el paseo con el que quiere colgarse de mi brazo e iniciar la marcha en medio de una charla intrascendente, saludando a diestro y siniestro a los conocidos con los que te cruzas, parándonos de forma procesional a cada poco mientras nos contamos las cuitas de antes, de cómo hemos envejecido, de lo difícil que se está poniendo todo, de la poda inmisericorde de los árboles del parque y de la cantidad de perros que pueblan las calles.
Paseo también sola. Hago recorridos habituales. Repaso los escaparates en los se pegan las esquelas y los carteles de toros, que cada vez son más pequeños y feos. Trato de arrancar las pegatinas que no forman parte de mi colección, sorteo los baches de las aceras y, siempre despacio, maquino ocurrencias que la mayor parte de las veces no se plasman en realidades, pero luego, cinco pasos más allá, se me ocurre creer que alguna vez sucederán.
Paseo por entre los estantes de la biblioteca de casa, y eso es mi perdición. No puedo evitar echar mano una y otra vez a los volúmenes que se amontonan en líneas de tres en fondo la mayor parte de las veces, y descubrir que hay piezas que en su día me emocionaron y hoy, en el reencuentro del paseo, vuelven a generar un sentimiento de felicidad, de hallazgo de tesoros escondidos, como el que debió tener Howard Carter al abrir la puerta de la tumba de Tutankamón, porque ese libro está al lado de otro también olvidado, pero que por razón de mi orden especial de los anaqueles, se amontonan acompañándose y evitando separarlos  con el único argumento del amor con el que en su día los compré, leí y atesoré.
Hace muchos años habilité un espacio de mi casa para pasear arrancando malas hierbas, cavando rosales, podando frutales o abriéndome hueco para sentarme a leer. Es mi jardín. Ahí paseo sin cesar. Me produce sosiego, me canso, obedezco a los médicos haciendo ejercicio subiendo y bajando escaleras, se me ocurren cosas, le hablo a mi  madre, que ya no está, veo gatos de otros a los que mis perros mantienen a raya, sueño con no volver a tener vecinos a los que la hiedra les molesta, y elimino cualquier atisbo de molestia verde, propia de quien entiende las relaciones vecinales como enfrentamientos eternos, haciendo de la vegetación el enemigo a batir.
Siempre queda algo por hacer en ese espacio mágico que huele bien, me protege del ruido, me acoge sin protestar, donde siento que no molesto y me devuelve vida año tras año, mientras paseo en primavera, viendo cómo brotan los árboles, engordan los arbustos, florecen los frutales que luego sirven de alimento a los pájaros, y espero sin muchas expectativas, tener alguna vez un limonero de luna, que me dé limones. Por mucho que pasee, no lo consigo. Pasear es la razón por la que no ando.

Matilde Muro Castillo

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 14 de abril de 2025.


31 de marzo de 2025

LAS CUENTAS

 




Nuestro presidente del gobierno se ha subido a la tribuna de oradores del Congreso de los Diputados (léase nuestra casa), y nos ha explicado, sin decir nada, los compromisos que ha adquirido con el resto de Europa para salvarnos a fuerza de pistolas, misiles, bombas, submarinos con cañones y otras cosas que desconozco, pero que hacen daño.
La amenaza a la que nos enfrentamos es cierta. No hay más que ver la pandilla que ha acumulado poder por el este, el oeste y el mediodía. No hay más que escuchar las ocurrencias mañaneras de los que tienen rotuladores de tinta resistente al agua, o los que no hablan pero da terror cómo miran, o de los que asesinan a los contrincantes políticos envenenándolos en cualquier lugar del orbe, o de los que callan y otorgan. Es verdad que nos tienen acosados, y las personas a las que hemos votado en toda Europa han decidido que lo mejor es responder a tiros. No digo que no sea la mejor solución, desconozco si hay otra, pero lo que no me salen son las cuentas.
He llegado, después de muchas horas de elucubración en silencio, a la conclusión de que las cuentas estaban hechas antes de subirse al hemiciclo el presidente.
Hay que pagar más, mucho más, sin subir los impuestos y manteniendo la asistencia social: pensiones, sanidad, enseñanza, universidades, policía local, salario mínimo vital, ayuda a terremotos de otros, colaboración con países que no avanzan, regalos de cientos de millones para los que amenazan con hablar, asesores sin titulación, compra de opiniones… en fin, que eso dice el presidente que no se va a tocar, con lo que me he puesto a ver de dónde sale el montonazo de dinero para armamento y creo que: Extremadura que se olvide del tren para siempre, que no sueñe con ningún aeropuerto, que las carreteras se queden como están porque pasa poca gente por ellas y da lo mismo si los que pasan se matan, no hay necesidad de invertir en Cultura, tenemos un patrimonio excesivo que se mantiene en pie por el buen tiempo, luego las inversiones ahí sobran, como van a sacar todos los minerales raros de nuestra tierra “gratis et amore” recaudarán de las empresas que vengan a coger lo poquito que emociona, que es el paisaje, nos quitarán las líneas de autobuses porque hay veces que llevan plazas libres y no son rentables, harán una campaña de comunicación hasta que nos convenzan de que lo mejor es quedarse en casa viendo esas campañas y dejarnos de soñar, porque ¿para qué soñar? Eso es de ricos e induce a la tentación del gasto.
Apliquen estas medidas a Castilla León, Castilla la Mancha, Aragón, La Rioja y Galicia, y las cuentas están cuadradas. Si no se gasta en los ciudadanos que andan dispersos, porque tienen mucho territorio para abandonar, no hay que invertir en infraestructuras, cultura, bienestar ambiental ni asesores. Se pueden gastar ese dinero en defenderse a ellos mismos, porque los demás habremos muerto de hambre y pena y sin presupuestos.
¡Qué lástima ser ama de casa! Siempre se sabe qué y cómo se come mañana.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 31 de marzo de 2025.


21 de marzo de 2025

EL CAMPEONATO

 


Cada día al amanecer de cada uno, y sin saberlo, nos sometemos a la prueba constante de saber quién es el más tonto del lugar.
Nos matamos a reafirmar que las cosas están cambiando a una velocidad impredecible, y es verdad. Día a día nos quedamos obsoletos en el conocimiento de lo más cercano, dejamos de saber cómo funcionan las cosas que antes iban como la seda, y que ahora, como consecuencia de esos cambios, empiezan a amargarnos la vida.
¿Quién sabe a la primera cómo funcionan las luces de un hotel? ¿quién no se ha pasado la noche entera con las luces encendidas o se ha desollado el dedo gordo del pie contra la pata de la cama porque no ha sabido encenderlas? Además, como somos prepotentes en general, no queremos llamar a la recepción a preguntar dónde está la conexión, si hay que dormir con la llave de la habitación bajo la almohada, si hay que rezar algo o pronunciar palabras mágicas para que el sistema eléctrico arranque. Todo se da por sabido. Nadie explica nada porque todos, menos nosotros, son listos.
No salgamos de la habitación del establecimiento. Intentemos ducharnos con agua caliente. Veamos. Hay una cosa reconocible que cuelga del techo y que parece que puede soltar agua. ¡Adentro valiente! Es verdad. Se enciende sola y empieza la ducha helada o te abrasas. ¿cómo se controla la temperatura? Eso es para nota. En una experiencia mía si abrías antes el agua del lavabo a la temperatura que deseabas, el sistema memorizaba esa temperatura y sólo con entrar en la ducha ya tenías todo hecho. Absurdo, como pueden comprender, pero no iba a llamar a la recepción a preguntar. Resulta humillante. 
Intento abrir con sistema abre fácil el cartón de la leche. Ya he aprendido a hacerlo en el fregadero y provista de herramientas contundentes que me permitan hacerlo. Limpio la leche derramada en la pila todos los días, y el cartón queda destrozadito.
Vamos con los tapones de corcho de las botellas de vino. Nos han hecho comprar toda clase de adminículos para conseguir que salgan fácilmente. Es muy frecuente que el tapón se adentre en la botella a navegar y haya que colar el vino antes de tomarlo, porque cuando se ha acabado la maniobra, el corcho se ha desmoronado entre tanto intento de sacarlo limpiamente. Dicen que es elemental abrir una botella de vino.
Intentemos sintonizar los canales de la televisión que, por una desgracia, de las grandes, se han descompuesto. Manual, mando a distancia, paciencia, gafas para leer el manual, y ¡adelante! Transcurrida la tarde en cuestión, la televisión ha perdido la antena, se oye el móvil en ella, sólo emite canales pornográficos con absoluta nitidez y una cadena de noticias diarias, que son precisamente las que no queremos ver porque ya estamos bastante amargados. Es decir, que cuando apagamos y encendemos nuestro televisor, hemos decidido que la uno se ve en la ciento catorce, la dos en el ochenta y nueve, la tres en la cuarenta y siete, y así sucesivamente, y nos empoderamos pensando que la televisión es nuestra, que la vemos como queremos y que el orden es el nuestro, y que, si somos los más tontos, mejor. Así hemos sido siempre, y no nos ha ido tan mal, aunque, de cualquier forma, es difícil vivir.

Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el día 17 de marzo de 2025.


3 de marzo de 2025

ATAQUES DE SÍ MISMO

 


La distancia física, ahora rota casi siempre por la imagen manipulada del personaje del que se trate, hace mucho en la apreciación de quien se cree un ser superior frente al que le contempla y escucha con estupor.
Escuchaba los consejos de un pacífico amigo que, sin levantar la voz, me decía que debería sosegar mis apreciaciones acerca de quién me soliviantaba el ánimo, y tratar de conseguir que la frecuencia disparada de mis pulsaciones, cuando se ponía ante mí cualquiera de estos sujetos aceleradores de mis ritmos cardiacos, bajaran, que tratara de evitar una muerte súbita sin otra razón aparente que la irritación, ya que él consideraba que morir por un ataque de prepotencia de otro, era absurdo, que si hay que morirse, se muere uno por razones propias, no ajenas.
Este amigo entrañable reforzaba sus opiniones diciéndome que, con el dinero que mis padres habían empleado en mi formación, el esfuerzo que yo había gastado en hacer la ola a mis padres, los madrugones que me marcaron para siempre, y la agenda de gente buena que yo atesoraba, no podía dejarme influenciar por opiniones ajenas que, al otro lado de mi vida, no tenía por qué compartir. Su medicina era: respira hondo, cierra los ojos, y ¡a otra cosa mariposa!
Siempre que comentábamos lo que ante nuestros ojos pasaba, él siempre respondía, sin levantar la voz, repito: “¡qué vivita estás hija!”, “¿cómo pueden resistir tus válvulas cardiacas semejantes atropellos?”, y aunque yo creía que aquello era medicina, resultaba siempre gasolina para el fuego de mis opiniones acerca que quienes se creen con derecho a arrebatar a cualquiera lo que no es suyo. Me da lo mismo si quieren sus tierras, sus costumbres, su religión, su ánimo o su vida. No me importa lo que quieran diezmar, pero las formas soldadescas de porque sí, de que me pertenece porque me gusta, lo quiero porque lo necesito y no hay más que hablar, esas formas, me producen la aceleración que, no lo dudo, en algún momento me cuesta la respiración.
Claro que, intentar rebatir a un amigo que tiene el ánimo de una ameba, la necesidad de expresar los sentimientos que un agresor de lo ajeno me producen (no quiero decir si me agreden a mí o lo que considero cercano), es una tarea inútil. Mis pulsaciones siguen a mil, necesito subir al jardín a podar, caminar muchísimo, a pesar de que no me guste, calzarme los zapatos de larga distancia, ponerme las gafas del alma para intentar ver de lejos, y respirar echando por las orejas los efluvios parecidos a los de las ballenas, ese chorro de aire que expulsan cuando están hartas de navegar contemplando el panorama que les estamos dejando en el océano y deciden subir a la superficie. 
Últimamente camino mucho, he dejado mi jardín como nuevo, y es posible que este verano no haya sombra. Dicen los que me conocen que respiro mucho, que guardo grandes silencios y que opino hacia dentro.
Espero pacientemente a que los que me provocan estas reacciones de cetáceo, mueran de ataques de sí mismos, antes de que yo muera por sus indecencias. Me daría rabia dar la razón a mi consejero y desaparecer en un golpe de impotencia.

Matilde Muro Castillo
Articulo publicado en el diario HOY de Badajoz el 3 de marzo de 2025

17 de febrero de 2025

EL BRUTO

 




Me fascina Mafalda y su pandilla. Adoro entre todos ellos a Manolito, el loco que saca punta a los lápices metiendo los dedos entre la mina y la madera, machaca los clavos con el mango del martillo y desprecia a los que no entiende porque los encuentra sobrepasados.

En mi infancia tenía una pandilla que luchaba siempre contra los brutos del barrio, los que abofeteaban sin piedad, tiraban piedras a los pequeños y nos robaban a manos llenas los tesoros que escondíamos en los descampados, en agujeros más que notorios, cavados con las manos en terregales rojizos que ni el agua ablandaba. 

Esos brutos prosperaron con el paso de los años dedicándose a negocios de poco fuste, siempre presionando, siempre acobardando, sin saber llegar a acuerdos, sin posibilidad de hablar, ni saber muy bien qué es lo que perseguían, además de dinero de oscura procedencia. Cuando me hablaban de sus correrías pensaba que al menos eran fieles a sus principios y, aunque volvieron de La Legión tatuados, patiabiertos, musculados, sin frío en invierno y casi sin pelo, a lo lejos se sabían que daban miedo, porque ellos habían cambiado a la vida, y no al revés.

Pasados los años, y en otros ámbitos de supuesta distinción, los brutos estaban ahí. Delincuentes de guante blanco, extorsionadores, dueños de compañías con miles de empleados sometidos a reglas inaceptables, contratadores de beneficios exclusivamente para ellos, señores que modificaban por su placer los horarios de los aviones, compradores de voluntades femeninas para satisfacer sus bajos instintos, maltratadores físicos e intelectuales cuando detectan que sus parejas les superan en atractivo e inteligencia, negociantes sin piedad con las vidas de los que ni conocen y habitualmente los que dejan a deber el pan en el comercio, la botella de leche en la gasolinera, el periódico en el kiosco o roban una manzana al salir, porque todo lo pequeño, lo que da de comer a los demás, les pertenece, y creen que no deben pagar por ello. Los he conocido y he estado a su lado, y les aseguro que no hablo por hablar.

Las circunstancias que se cruzaron en mi vida, elegidas por mí y sin imposición alguna, me han hecho compartir espacios de trabajo con brutos, emocionalmente incapaces, analfabetos, engreídos y confiados en su poder físico, en la fuerza de su voz a gritos, en los cargos que detentaban, creyendo que mandar en lo gastado es algo honorable y que infunde respeto, algo que confunden con el miedo ajeno o el desprecio del que no les teme. Estos personajes absurdos, tambaleantes en medio de decisiones imposibles, convencidos de que su fuerza es la debilidad de los demás, son esos pobres hombres enfermos de odio y rencor, cuando se enteran de que, los que creen dominados, tienen abierta una cuenta corriente con las mismas condiciones que ellos, aunque el saldo sea distinto. De estos brutos los hay a miles en la administración, la empresa, la política y, en general, el mundo de la burocracia.

Los brutos piensan que van a salvar el mundo, que van a modificar los hábitos, que van a solucionar los problemas, y no saben que el verdadero problema son ellos, y que no los necesitamos para seguir viviendo tranquilos.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 17 de febrero de 2025.