ENTRE TODOS
Matilde Muro Castillo
Hay
noches en las que no duermo. Creía haber conseguido el control del sueño a
fuerza de disciplina, porque soy noctámbula, pero además soy obediente y los médicos
me dijeron que debería dormir con orden y disciplina para evitar que me diera
un paraflús. Me puse a la tarea y creí que lo había conseguido, hasta que hace
unos meses he empezado de nuevo a ver la televisión y leer la prensa, además de
oír la radio.
El panorama es desolador y consigue
ponerme nerviosa. Quiero, como los periodistas, encontrar alguna parte buena dentro
del torbellino de emociones que nos sacuden, y no lo consigo, porque veo que
hay tanta gente buena dispuesta a hacer lo que sea necesario para no abandonar
a los necesitados que, a pesar de los esfuerzos, no llegan a abarcar lo que no
es su responsabilidad, pero no es posible dejar de lado lo que a todos encoge
el alma.
Se celebran maratones para poder
financiar investigaciones primarias sobre el cáncer y, además de correr como
posesos y con riesgo de sus vidas, los participantes pagan para que otros se
beneficien de sus esfuerzos.
Se recogen alimentos para los que no
tienen qué comer, aunque trabajen con humillación. El esfuerzo físico de los
recogedores es inmenso, pero quieren formar parte de esa ayuda necesaria para
que el camión de recogida de cadáveres por la calle no empiece a funcionar.
Los padres de pacientes con
enfermedades raras se estrujan el cerebro para conseguir que alguien les haga
caso. Aunque los hayan arrastrado a la cuneta y tengan que transportar cuerpos
amorfos por centros de estudios privados, lo hacen, cueste lo que cueste,
aunque no lo tengan.
Los abandonados de la fortuna, de
los que nadie, pero nadie se acuerda, porque la guerra les ha proporcionado
cobijo bajo tiendas de campaña elaboradas con sacos de plástico reutilizados y
se hacinan en lugares desérticos a la intemperie de las bombas, a esos
abandonados hay quien les manda juguetes, chocolate, camisetas, caramelos, y
algún recuerdo, que al fin y a la postre es lo más importante.
Las mujeres se unen para decir que
la prostitución no es un oficio, sino una forma de esclavitud, la más terrible
que hay, y de esa unión surgen asociaciones hermosas de personas que, entre
ellas mismas, sin otra ayuda que el sufrimiento en común, son capaces de crecer
a la par que su propia autoestima.
Los científicos humillados porque
nadie les hace caso, porque nadie escucha sus avisos y conocimientos, se las
arreglan para explicar ciencia en teatros, y ponen su saber entre bambalinas por
si alguien quiere subir el telón.
Entre todos nos las apañamos
mientras pagamos impuestos, elegimos a administradores de la cosa pública que no
saben distinguir entre lo propio y lo ajeno, y como una boba, trato de analizar
todo esto a altas horas de la madrugada, dando vueltas sin parar en la cama, tratando
de entender cómo hemos llegado a esta situación en la que, más que una fuerza
común, nos hemos transformado en un disparate de sociedad al margen de sus
responsables.
Esta colaboración se ha publicado en el HOY de hoy 31 de enero de 2020. Desconozco la razón por la que no ha subido a redes del periódico. Cosas.
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