VASOS COMUNICANTES
Leo a Fernando Savater: “de la ausencia no se sale, -¡si es que se sale!- olvidando lo que se amó, el remedio de los miserables, sino volviendo a amar, es decir, reinventando lo que se ama sin olvidar lo que siempre nos faltará”.
El maestro siempre al lado de los que necesitamos explicaciones acerca del vacío que se produce, sin explicación casi siempre, a nuestro alrededor.
La vida se articula como una sucesión de vasos comunicantes en los que el contenido siempre está, pero en lugares diferentes, en estados distintos: líquidos, gaseosos o sólidos, siendo estos últimos los que más nos gustan porque son los que propician el abrazo, reciben el beso lanzado o cambian de color cuando ocasionan hematomas, pero no por ello dejan de estar.
Abro la agenda, que nunca he cambiado y sólo retachado, anotado y corregido a lo largo de los años, y ahí está el dibujo de los cambios vitales, en los que tantos han desaparecido, otros se han difuminado y la mayoría siguen en el silencio incomprensible de no saber que se mantienen en medio de mis anotaciones, y unos pocos además de estar ahí los tengo fijados en la memoria hasta con el código postal, porque sigo dirigiéndome a ellos en medio del fragor de la batalla cotidiana, que es cada vez más dura.
He aprendido tanto de Savater a lo largo del tiempo en el que vengo modificando mi agenda, que las tachaduras iniciales por razón de desencanto se han transformado en interrogantes marginales, porque nunca se sabe. No soy capaz ya de tomar la determinación del alejamiento definitivo, de arrancar la página o de anotar baja por defunción, en el caso de que el sujeto siga respirando. ¿Cómo volverá a la vida un resucitado? A lo mejor soy yo la que tiene que cambiar la forma de mirar.
En la convicción profunda del maestro de que “la soledad, la verdadera, la más profunda, no la entienden los superficiales” estoy. A veces pesa no poder hacerte entender, pero satisface la idea del cambio, el sueño de la mejora personal, la posibilidad de seguir tirando del carro sin otra ayuda que la del conocimiento, la paciencia, la tranquilidad y las lágrimas en soledad. Las lágrimas son el lubricante de esos vasos comunicantes que necesitan seguir funcionando en nuestra vida, donde unos se van dejando ausencias, y otros llegan provocando sonrisas, ternura y asombro; quedándose otros con los que no sabemos qué hacer, pero sin la fortaleza necesaria como para anotar la baja en el libro de instrucciones de nuestra maquinaria de supervivencia.
En medio de este fragor de amenazas, desastres económicos, redes agresivas, sueños rotos, promesas incumplidas y desasosiego general, leer a Savater es medicina para los que no encontramos explicación a lo que nos pasa y no encontramos con quien hablar de lo que anda por la cabeza. Él ha salido de la soledad más espantosa a fuerza de querer la ausencia. A nosotros nos toca aprender a querer lo poco que nos queda si lo tenemos presente, sin desperdiciar un minuto de nuestra vida.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el periódico Hoy de Badajoz el 11 de julio de 2022
2 comentarios:
Como siempre, precioso artículo Matilde!
Jo Matilde, cuánta honestidad y cuánta belleza 💜 gracias
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