Son objetos inanimados, que se fabrican de dos en dos y acompañan a los propietarios incluso después de morir.
Me encantan, y por todo lo que me gustan he reparado en analizar qué son, qué dicen de los portadores, cómo se consiguen y qué me inspiran (además de una columna de periódico)
Siempre he deseado tener dos modelos imposibles: los que lleva el Papa de Roma y los que llevan los toreros. No soy nada religiosa y menos aún torera, pero esos zapatos uniformes en todos los que practican esas profesiones me parecen de lo más exquisito.
Los zapateros que venden estos objetos considero que deben de ser personas ordenadas, conocedoras de espacios en los que almacenar, delineantes de locales en los que colocar estanterías equidistantes y creadores de códigos privados con los que localizar los modelos y los números para atender con la prontitud que lo hacen. Me apena creer que tienen que estar aburridos. Siempre de dos en dos, sin posibilidad de variación, y si se produce la necesidad de atender a alguien amputado, no pasa nada, el zapato que se queda en el local servirá de modelo para el próximo que lo desee, o el ser defectuoso que calce un número más o menos que otro, con pies distintos o con caprichos que habría de explicarnos el tendero, porque seguro que hay anécdotas para todos los gustos.
Los zapatos se han transformado en obras de arte cuando han pasado por las manos de diseñadores como Manolo Blahnik, que ha conseguido hacer de los zapatos objetos del deseo de los más pudientes. He tenido en las manos alguno de sus pares, pero nunca en los pies, y esto que es la actualidad, me hace remontarme a esas bellezas de sandalias romanas que han aparecido en excavaciones y se lucen en museos, los escarpines diminutos de pies imposibles que se lucen en el museo del Romanticismo, las delicadas obras de arte que, elaboradas en seda natural y bordadas con precisión imposible pinta Goya en sus retratos femeninos y la uniformidad de los zapatos en los retratos masculinos, también de Goya; esos mil estudios que tratan de averiguar cuál fue el primer zapato o el pueblo primitivo que los inventó.
Sólo el género humano usa zapatos. Eso en sí mismo es una curiosidad porque, aunque hayamos puesto herraduras a los caballos, nada tiene que ver con un zapato.
Es verdad que unos u otros modelos me condicionan. Me producen tristeza los zapatos de charol blanco, me emocionan los tacones afilados de más diez centímetros, me gustan los zapatos sucios de barro, echo de menos a los limpiabotas en las calles, me conmueven los zapatos de los bebés y, a lo que no dejo de darle vueltas es que posiblemente el uso de estos adminículos por parte de la humanidad sea la demostración palmaria de que a nadie le gusta caminar con los pies en el suelo, en sentido real e imaginado. A nadie nos gusta la realidad que nos rodea, y cualquier medio para evitarla es bien venido.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 27 de junio de 2022.
6 comentarios:
Muy bueno. Ya sé mucho más de los zapatos.
Como siempre precioso , y hablando de zapatos " dejemos huellas pero sin pisar a nadie"" buenas noches y un beso
Hermosa reflexión...
Super entretenido. Me ha encantado
Esa era yo
Precioso Matilde un abrazo
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