2 de noviembre de 2020

DIFUNTOS

 



FOTO: B.V. Carande. 1952


Difuntos

MATILDE MURO

Hace treinta años empecé a recorrer Extremadura de cabo a rabo, y sin descanso. Me acompañaban mis sobrinos Ángel y Adriana cuando sus colegios lo permitían y les enseñaba en los viajes cómo se hacía una guía de turismo especial, la que se publicó para la Expo de Sevilla y apareció como 'Extremadura: la guía'. Dicen que fue presentada en el pabellón del Enclave 92, me remitieron por correo un ejemplar y nada más supe de aquella publicación, que a veces ojeo, y de la que formé parte de su equipo redactor.

A los niños de entonces les enseñé que para conocer los pueblos hay que visitar los mercados, la iglesia y el cementerio, y cuando nos íbamos acercando a una población Ángel me pedía parar en el cementerio. Adriana tenía miedo sin saber porqué, y le gustaban más los mercados y a mí me fascinaban siempre las iglesias extremeñas, habitualmente contenedores de un patrimonio insólito, riquísimo y desconocido.


 

Si hoy pudiéramos ir de viaje los tres, sin tener miedo a lo que nos rodea y no conocemos, parábamos seguro en el cementerio de turno. Ángel correría como un poseso entre las sepulturas del suelo buscando lo raro, el avión de metal que está clavado en la tumba del joven que se estrelló sin otro motivo que el servicio militar en aviación, las pulseras que cuelgan de la efigie del ángel desolado que abraza la lápida del difunto adinerado, las coronas de metal de quita y pon, que las familias atesoran y exhibían antes el día de los difuntos sobre las lápidas de los deudos, las fotografías deslavazadas por el exceso de luz y que Ángel creía que eran los fantasmas que allí reposaban. Adriana me leería en voz alta los epitafios y me preguntaría porqué los señores se enterraban con sus «fieles», porqué hay letras pegadas con pegamento y otras hendidas en el granito, porqué a unos les hacían fotos y a otros no, qué quiere decir deudos, ¿debían dinero cuando se morían?... y entre muertos hubiéramos pasado el día, como corresponde.

Cuando el tiempo pasó, los niños aprendieron el valor del recuerdo, lo importante que resulta el adecentamiento de los cementerios, escribir sobre las losas, decir lo que se ha querido al muerto o silenciar entre fechas los desmanes en vida del que allí yace, o la vida insulsa que ha llevado, que no ha generado siquiera un recuerdo amable de los que aquí dejó. Cómo los vivos hacen de la muerte una fiesta eterna, es el sentir del pueblo gitano, que adorna sus espíritus como lo hacían los egipcios: entre oro y oropeles que en el momento deslumbran, y al paso del tiempo hay que buscar entre las arenas del desierto y la fiesta se repite con el hallazgo.

Este recuerdo me lo permito hoy mientras paseábamos entre recuerdos ajenos, entre seres que poblaron la tierra cuando nosotros, pero sin conocerlos. Solo lamentamos su desaparición porque no estamos educados en ello, y la muerte es pérdida.

De mis muertos no hablo, porque no tengo. Los que no están aquí, deambulan siempre vivos entre los huecos de mi corazón.


https://www.hoy.es/extremadura/difuntos-20201102000847-ntvo.html




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