5 de febrero de 2022

NECESIDAD (mi recuerdo a Almudena Grandes)

    Fotografía de Almudena Grandes de la cuenta de Twitter.



He dejado pasar los días, a ver si la pena se mitigaba, pero sigo buscando en los medios las necrológicas dedicadas a Almudena Grandes, como si de un familiar se tratara, y tuviera que pegar en mi álbum imaginario de firmas y pésames las páginas dedicadas a su muerte.
Hoy, ante la suerte que tengo de una columna quincenal, quiero hacerle mi homenaje y tratar de explicar lo que con ahínco he buscado para entender porqué me he sentido huérfana ante su desaparición, si no nos unía nada indisoluble, y he de reconocer que, aunque he leído su obra, no esperaba ansiosamente la siguiente aparición de lo que urdía, a fuerza de tecletear en el ordenador con disciplina prusiana, a diario, porque inconscientemente sabía que algo más iba a salir de ese trabajo constante en medio de guisos, consejos, compras de ama de casa, preocupaciones por los hijos o arreglos de bricolaje, que son difíciles de encargar y menos aún de conseguir.
A Almudena yo la sentía como la madre de los desarrapados que, en general, ocupamos las zonas del mundo por el que todos transitamos sin sabernos así, porque ella nos hacía sentir acompañados. Era la madre que sabía siempre lo que necesitaba la alacena de la cocina, lo que se había acabado y teníamos que reponer, o lo que había que racionar porque era difícil conseguir.
Como trabajaba de esa manera tan constante y precisa, yo daba por seguro que las palabras que surtían las hojas de sus libros era certeras y no merecía la pena la comprobación, pero no semánticamente, sino oportunas, necesarias y ocupando el lugar que el relato reclamaba, sin posibilidad de cambiarlas por algo que resultara más estético y evocador, porque su literatura era esa, la que ha creado la necesidad de la recuperación de la memoria colectiva que, a fuerza de repetir necedades e inexactitudes llenas de mala intención, se estaba configurando como la historia real que había que asimilar como tal, contra lo que ella luchó con denuedo, mientras el estofado de la cocina se hacía a fuego lento, sin llegar nunca a oler a quemado, a pesar de las horas de abandono en los hornillos.
Almudena era segura y rotunda, y me transmitía esa seguridad, necesaria siempre en los admiradores de seres como ella, a los que no se ponen pegas y sólo sueñas con que no te fallen nunca, y ella nunca me falló. Cuando sus libros de casi mil páginas asomaban a los escaparates de las librerías, a veces me costaba pensar en la lectura, pero siempre la certeza de saber que aquello contenía el esfuerzo de la tesonuda investigación y un trabajo feroz, me hacía empujar la puerta del lugar, oír la campanilla que avisa mi entrada, y hacerme con el ejemplar; y cuando empezaba la lectura, el aroma del bizcocho en la casa, el calorcito del rayo de sol de la ventana y el arrullo de su lectura me transportaban al regazo de la madre que me enseñaba cómo la historia que ella me contaba era la real, y que lo otro, lo edulcorado, era cosa de hadas, que no existen.
La pena me sigue.

Matilde Muro Castillo.

Artículo publicado en el Diario Hoy de Badajoz el lunes 17 de enero de 2022.


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