LAS GALLINAS
A mi madre, que era lista además de inteligente, nunca le gustaron las gallinas. Sus razones eran más que convincentes: sucias, ruidosas, se dejaban embatir por el gallo sin protestar, no reparaban en lo que comían, una vez muertas eran de carne dura, y había que convertirlas en calditos de parturienta para poder ser digeridas, con lo que el gasto del combustible para alcanzar tal estado líquido a partir de la materia, no compensaba la cantidad de huevos que hubieran puesto a lo largo de la vida. Eran caprichosas, ponían huevos cuando les convenía y todo les molestaba: el frío, el calor, la nieve y el sol.
Decía además mi madre, que eran idiotas. No eran capaces de escapar cuando el zorro merodeaba por el gallinero y se quedaban atontadas mientras veían caer una tras otra a merced del atacante. No hacen equipo. No se agrupan para la defensa. No las hay mejores ni peores. Se distinguen por su aspecto físico y el color del plumaje, pero poco más. El tono del cacareo es el mismo, y si las meten en granjas, ni con Tchaikowsky las callan.
A lo mejor la apreciación de los expertos en gallináceas es radicalmente distinta a la de mi madre, que se dedicaba sólo a opinar por lo que a las gallinas respecta, pero visto desde lejos, creo que no le faltaba razón.
A mi madre la tengo presente a todas horas. Sin decir hoy más que ayer, o que he ido al cine y se me ha olvidado, o que tengo otras cosas en las que pensar y la cabeza me la deja de lado. No. Mi madre está siempre conmigo, pero he de confesar que, desde hace unas semanas, más que nunca, porque no puedo dejar de pensar en ella cuando repaso el panorama que el gallinero del Partido Popular nos está brindando a la ciudadanía.
Uno de los guardianes del gallinero se ha dejado la puerta abierta sin querer y le han tocado los botones sin darse cuenta de que lo que él quería no es lo que quería el que le ha manipulado la voluntad por medio de técnicas que desconoce. Donde ponía si era no. La pausa no funcionaba. Vino un viento lejano y le apagó la luz mental de repente, y apretó el botón de abrir y no el de cerrar. El gallinero se alborotó ante ese cambio de costumbre y el griterío, se lo pueden imaginar, y ahora recordar.
Las gallinas no sabían que el zorro merodeaba haciéndose el espía de la alimaña. Entre el espía disfrazado y la alimaña que no mata para comer, sino que come para matar … ha vuelto el griterío.
Como el ruido es ensordecedor y nadie le interesa, la parte de la granja que alimenta otras especies de poco fiar, ha decidido quedarse en silencio y mirar, por si se escapa un tiro y tienen que agachar la cabeza.
Mi madre tenía razón. Siempre tenía razón. Las gallinas son idiotas, ruidosas, sucias, mentirosas, sin voluntad y nos salen carísimas, porque los huevos no son tan necesarios, y si lo son, hay veces que los ponen otros.
Matilde Muro Castillo
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 21.02.2022
1 comentario:
Genial, como todo que escribes. Y si, ti madre era estupenda!
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