Foto: Europa Press.
No hace falta que explique a qué me refiero, si han leído el título.
Son personas imprescindibles en la sociedad que nos hemos dado desde siempre, porque las obligaciones de mantener una casa, hijos, trabajo y maridos, son imposibles de asumir por una sola persona (mujer) que desempeñe todas esas tareas. Otra cosa es, y no digo que no sea igualmente penoso, si no hay trabajo externo, o no hay hijos, o no hay maridos. Uno solo, si así lo desea, puede mantener su casa desde que se levanta hasta que se acuesta, sin hacer otra cosa, pero con resultados de dudable calidad.
Esas personas (mujeres casi al cien por cien), forman parte de nuestras vidas y son una de las mayores fuerzas de trabajo olvidadas por el mero hecho de ser mujeres, obligadas a la esclavitud como consecuencia de haber nacido, y maltratadas económica y socialmente.
Las ayudas para salir de la pandemia (que a ellas también les ha afectado), están dirigidas sólo a jóvenes emprendedores, empresas que alicatan campos con placas solares, limpiadores de purines de granjas de cerdos, emprendedores digitales, y cursos de alta cocina o baja comprensión, pero en ningún caso hay ayudas para sacar a la luz la condición de las empleadas de hogar, ayudando con el pago de la seguridad social, por ejemplo a los empleadores, y limpiando ese sórdido mercado de trabajo en el que se mueven, y donde radica la miseria de los fondos ocultos, porque los cabeza de familia no quieren darlas de alta, no quieren pagarles el salario que merecen, y se niegan a que coman en sus mesas.
Las empleadas de hogar merecen la consideración pública que se han ganado, siendo el arma infalible del mantenimiento de nuestros hogares. Si las administraciones públicas de todo tipo emplearan fondos, que son de todos, en adecentar ese mercado enrarecido, con ayudas, subvenciones a la contratación, cursos subvencionados de especialización, educación de los cabezas de familia en el trato de ellas, y consideración de esas trabajadoras como seres humanos, el vuelco a la economía sería muy importante.
Sociedades empobrecidas económicamente como la extremeña, con respecto a otras comunidades, daría un salto cualitativo en aflorar una masa laboral de mujeres de todas las edades que trabajan ocultas y escondidas, pero que son el esqueleto de nuestras casas y sin las que los abuelos, los hijos, los nietos y los maridos estarían atendidos. Si tú pagas, desde luego recibes. No hay mejor inspector de trabajo que un cabeza de familia. No hay mejor control de calidad que la comida puesta en la mesa y guisada por la empleada que te atiende. No hay mejor pediatra que la empleada de hogar que sabe si el niño tiene fiebre o cuento para no ir al colegio. No hay mejor economista que la empleada de hogar que sabe de dónde flaquea el monedero. Eso hay que dignificarlo, hay que ayudar a cambiar el concepto y para ello hacen falta ayudas, porque no es posible emprender tareas nuevas de configuración social si no nos implicamos con reconocimiento económico.
Saquen subvenciones para dar de alta a empleadas de hogar, y se sorprenderán del resultado.
Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el Diario HOY de Badajoz el lunes 24 de enero de 2022.
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