4 de noviembre de 2022

MUCHA COSA

 

Tengo la impresión de que me desbordan las cosas que llevo vividas. Como ando revolviendo la casa porque empiezo a darme cuenta de que estoy jubilada hace años ya, la cabeza me da vueltas sin parar en medio de papeles que surgen de esa masa que conservo agrupada por años, atada con lazos maravillosos de cintas tejidas en Turquía, gomas elásticas fritas por el calor de este verano, agremanes rojos de archivera, o cuerdas de yute que siguen gustándome a rabiar porque huelen a campo y raspan al tocarlas, como si la planta de pita se hubiera quedado prendida eternamente al producto final.

Me desvío. Desde que el euro entró en nuestras vidas, el cerebro ha empezado a debatirse entre cosas reales e irreales que no sé dónde van a terminar. Empiezo por el derrumbe de las Torres Gemelas de Nueva York, lo que provocó que dejara de viajar como me gusta: en paz, sin que me toqueteen los guardias de seguridad, ni se queden con los productos cárnicos que antes desplazaba entre continentes, ni los perfumes que compraba en los aeropuertos, ni me pesaran las maletas, ni me las abrieran para luego no poder cerrarlas, ni que me consideraran delincuente en vez de viajero, a lo que añado la invasión de los teléfonos móviles con los que me tienen vigilada a todas horas y saben qué pienso, dónde estoy, con quién me relaciono y me aconsejan acerca de mis errores y me proponen lo que a ellos más les conviene para mi salud y su enriquecimiento, vibran si detectan algo que no les interesa y me ofertan cosas de las que hablo en el café con mis amigos, cuando hasta entonces los teléfonos se quedaban atados a la pared de la casa y no pasaba nada. Además, he pasado de carreteras a autovías, de máquinas de escribir a ordenadores, vivo en Extremadura, la comunidad autónoma con las mejores carreteras de España, pero sin otro medio de transporte. A mi alrededor se habla inglés con naturalidad, los curas son mal vistos porque sus obras los han puesto en lugar indeseable, dicen que nuestro ejército es de paz, y es verdad que no pelean por nada, sólo ayudan en catástrofes, con lo que se han transformado en hermanitas de la caridad, a los niños no se los educa y hacen salvajadas por doquier porque van poco al colegio y el resto del tiempo lo emplean en aprender juegos informáticos dedicados a la violencia, y el cambio con mi educación ha sido la ausencia total de disciplina y el mandato inútil de los padres que acusan de todo a los profesores. He pasado una crisis del petróleo que hizo ricos a los árabes (hasta entonces pobres), una pandemia que me descubrió que ni con pandemias mejoramos, una nueva crisis económica que ha hecho más ricos a los ricos de siempre y ha puesto el dinero en manos de menos y, mientras tanto, sigo deshaciendo paquetes de papeles, agendas, repaso pegatinas de las que arranco de las farolas y las tapas de los contadores de la luz y me doy cuenta de que lo que sigue siendo importante para todos los son cerrajeros, esos que se anuncian por doquier y sin los que no seremos capaces nunca de entrar en nuestras casas, ni en nuestros cerebros.

Matilde Muro Castillo.
Artículo publicado en el diario HOY de Badajoz el 31 de octubre de 2022.

5 comentarios:

Lore dijo...

Matilde creo que es lo mejor y más real y auténtico que has escrito

Weeble dijo...

Matilde, qué suerte tener esa sensibilidad que te permite disfrutar del olor que desprenden las cuerdas de yute que mantienen todos esos papeles juntos...

Anónimo dijo...

Matilde, es nuestra eterna e inutil queja..pero tu la cuentas con una ternura que a los demas nos deja conmovidos...

Juan Serrano dijo...

Grande Maite!!!!!

Anónimo dijo...

Es maravilloso como lo cuentas, despierta en mi muchas sensaciones, todo lo que acontece Un abrazo